El más grande de los filósofos nace en Alopeca, un pueblo del ática en el año 470 a.C. Su padre, Sofronisco, era escultor y su madre, Fenaretes, comadrona, oficio al que Sócrates aludió muchas veces, comparándolo con su método filosófico, la mayéutica (del griego maieuo, hacer nacer).
También aprendió de su padre el oficio de escultor y se le atribuía ser el autor de una obra en mármol titulada “las Gracias vestidas”, que se encontraba en la Acrópolis de Atenas, según nos informa Diógenes Laercio. Cultivó otras artes, como la música y la danza y se decía que había ayudado a Eurípides a escribir sus tragedias.
Tuvo como maestro a Anaxágoras de Clazomenes, uno de los más importantes filósofos de la antigüedad, maestro a su vez de Pericles. Otro tipo de vinculación espiritual y mistérica se produjo en 440 a.C., cuando tuvo la oportunidad de conocer a la gran sacerdotisa del templo de Apolo, Diotima de Mantinea, a la cual Pericles había hecho venir a Atenas para que oficiara ceremonias de purificación de la ciudad, afectada por una epidemia de peste. Este encuentro resultó decisivo para el joven Sócrates, pues la sacerdotisa le inició en los misterios de Eros, pertenecientes a la tradición órfica, como más adelante Platón mostraría de manera magistral en su diálogo El Banquete, introduciendo el pasaje de Diótima.
Se casó dos veces, la primera con Jantipa de la que tuvo un hijo, Lamprocles, y la segunda con Mirto de la que tuvo dos hijos, Sofronisco y Menexeno, aunque ya en la antigüedad se pensaba que pudo tener a la vez a las dos mujeres, pues se permitió la bigamia en una época de despoblamiento de la ciudad por las guerras y las pestes. El mal genio de Jantipa puso a prueba el temple del filósofo en numerosas ocasiones.
Fue un valeroso soldado y participó en las batallas de Potidea, en 432 y Anfípolis en el 422. Se cuenta que cuando los atenienses se retiraban, él lo hacía andando hacia atrás, sin dejar de dar la cara al enemigo. Aparte de estos viajes, apenas si se desplazó de Atenas; únicamente viajó a Delfos, al istmo de Corinto y a Samos, donde conoció a Arquelao, el físico.
La brillantez de sus discursos y la admiración que despertaba provocaron la envidia de dos personajes: Anito, anciano preboste de la ciudad y Melito, su joven cómplice, los cuales, ofendidos por la ironía del filósofo, le acusaron de impiedad. Licón, el orador, tuvo a su cargo el discurso acusatorio, que podría haber sido escrito por el sofista Polícrates o por el mismo Anito, que representaba a los artesanos y magistrados del pueblo. Polieucto dictó la sentencia que le condenaba a beber la cicuta.
Proclo, en su comentario al Cratilo de Platón, dedicado al significado de los nombres, afirma que el nombre de Sócrates viene de sóter tou krátou, que significa: liberador de la fuerza del alma y no ser seducido por las cosas sensibles. Y le atribuye además un probervio que ha sido ampliamente citado: “las cosas bellas son difíciles”.
Diógenes Laercio nos ofrece numerosos testimonios recogidos de autores antiguos y anécdotas que nos ilustran sobre la forma de ser del filósofo: su temple, su valor, el control sobre sus pasiones, su austeridad, y su independencia ante los ricos y poderosos.
Aunque no dejó texto alguno escrito, la huella de Sócrates puede considerarse gigantesca, además del ejemplo de una vida consagrada a la filosofía, con una extraordinaria integridad moral. A partir de sus discípulos surgieron escuelas, como las fundadas por Platón y por Antístenes el cínico, personajes relevantes como el historiador Jenofonte, y el filósofo y orador Esquines. La variedad de puntos de vista que se comprueba en sus seguidores aleja la imagen de un Sócrates cerrado y dogmático, defectos que a veces se le han querido atribuir.
Para Sócrates, el saber fundamental es el que sigue el imperativo escrito en el oráculo de Delfos: “Conócete a tí mismo”.
Virtud y razón no son contradictorias y la filosofía no es una mera especulación intelectual, sino una forma de vida. El oráculo de Delfos le califica como “el más sabio entre los hombres”, precisamente porque reconoce la limitación del conocimiento humano. Su “solo sé que no sé nada” es la constatación de esos límites. El hombre es, pues, el objeto del conocimiento, y todo cuanto contribuya a su felicidad, que surge de la plenitud interior y no del disfrute de las cosas externas.
Las preguntas socráticas pulverizan los saberes adquiridos, la ignorancia disfrazada de erudición, demostrando que razón y virtud no son dos conceptos contradictorios, pues el razonamiento es indispensable para descubrir lo Bueno, lo Bello y lo Justo, si bien el mismo Sócrates reconoce la necesidad de una forma aún más íntima y profunda de conocer, cuando menciona a la inspiración que le proporciona su daimon, como arquetipo del saber intuitivo, a la manera órfica de la comunicación con el alma del mundo, como conciencia moral o iluminación interior.
La muerte de Sócrates, acusado de impiedad fue el último y definitivo ejemplo de su vida filosófica, narrado con todo detalle por Platón y Jenofonte. Bebiendo la cicuta, tras despedirse de sus discípulos más allegados, su discurso es recogido por Platón significativamente al final de su diálogo sobre el Alma, “Fedón”, en el que, en un marco simbólico-mítico, aborda el tema de la inmortalidad, describiendo las regiones del más allá en unos términos que prefiguran la “Divina Comedia” del Dante.
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Totalmente un ejemplo de vída, vocación a la filosofía, espiritualidad e integridad no por nada es llamado el padre de la filosofía!!
Gracias, aprendemos, aprendemos.