Mensajeros invisibles, habitantes de los cielos, seres de luz y de ligereza pero también de fuego y poder guerrero, están presentes en el espíritu humano desde siempre y no hay civilización alguna que no haya considerado la existencia de estos espíritus benéficos que colaboran con el Creador en muy distintas misiones, según sus diferentes rangos y categorías.
Seres intermedios entre Dios y el mundo, dotados a veces de un cuerpo etéreo, simbolizan las funciones divinas y la relación de Dios con sus criaturas. Las jerarquías terrenales son reflejo de las celestiales. Son signos advertidores de lo sagrado, que nos acompañan y ayudan cuando los necesitamos. A través de la tradición judeo-cristiana, conocemos algunos de sus nombres, como por ejemplo los tres arcángeles principales: Miguel, vencedor de dragones; Gabriel, mensajero e iniciador, o Rafael, protector de médicos y caminantes.
En India, el Universo es concebido como una jerarquía de fuerzas activas, angelicales y demoníacas, divinas y heroicas. Este universo está compuesto por siete planos (lokas) que van desde el origen invisible hasta la manifestación concreta, y está habitado por miríadas de dioses, ángeles y demonios que, conjuntamente, hacen esfuerzos por servir al “Dharma”, la Gran Ley Universal, a través del “Karma”, la ley de acción y reacción, tan presentes ambas en la cultura oriental.
En Grecia, el “daimon” es descrito por Platón en boca de Sócrates, afirmando que en cada hombre de bien reside uno de estos “genios tutelares”, situado entre lo mortal y lo inmortal, lo humano y lo divino, lo sensible y lo inteligible, que ama la verdad e inclina al hombre hacia el bien, la belleza y la felicidad.
Cada ser humano tiene pues, según todas las tradiciones, un ángel guardián, (o tres si seguimos la doctrina de C. Agrippa, que concede uno a cada plano de la personalidad humana, el plano mental, el emocional y el físico), que vela por él para hacerle progresar en el camino hacia su propia realización espiritual. Todas las religiones afirman que Dios jamás ha abandonado a los humanos y quiso dotarnos a cada uno de un ángel custodio para que escuchemos su voz, ya sean sus misteriosos susurros o sus órdenes imperiosas y estimulantes para despertar nuestra conciencia.
La leyenda los hace siempre portadores de buenas noticias para los hombres, por su alada rapidez como mensajeros celestes.
Créditos de las imágenes: Dornicke
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