La primera acepción del término andrógino que menciona la RAE en su diccionario alude al adjetivo hermafrodita: “que cuenta con ambos sexos”. Si nos remitimos a su etimología, vemos que andrógino está formado por las voces griegas correspondientes a “varón” (andrós) y “mujer” (giné) respectivamente, y la palabra hermafrodita a los dioses Hermes y Afrodita, representativos de lo masculino y lo femenino. “Dado este dualismo permanente de la naturaleza, ningún fenómeno determinado puede constituir una “realidad entera”, sino tan solo la mitad de una totalidad”, afirma el etnomusicólogo Marius Schneider.
Según Ovidio, Hermafrodito nació de Hermes y Afrodita como un varón intachable. Su belleza tentó a la ninfa Salmacia, que lo invitó a amarla, pero el joven le mostró su indiferencia. Ella insistió y trató de arrebatarle violentamente su amor, pero sus esfuerzos no tuvieron éxito y, desesperada, pidió al Padre de los Dioses que hiciera algo que le permitiera fundirse con su amado. Zeus la escuchó y se lo concedió, y ambos cuerpos se fundieron surgiendo de los dos una belleza híbrida, con los atributos de ambos sexos y de una juvenil apariencia. La leyenda quiere una vez más que el joven Hermafrodito fuera un “pastor” que, al surgir del agua donde se estaba bañando y ser asaltado por la enamorada ninfa, vio con asombro en el espejo de las aguas su cuerpo transformado. Enojado por ello, pidió al río como venganza que todo aquel que se bañase en sus aguas perdiese tus atributos, quedándose solo con la mitad de su virilidad y transformándose la otra con características femeninas.
Esta antiquísima deidad nunca alcanzó en Grecia características divinas, pero sí gran renombre en los círculos artísticos y filosóficos, debido a la gran inclinación de los griegos por la belleza sin detenerse en el sexo de quien la poseyese. Se le ha atribuido origen oriental y lo cierto es que, desde la más remota antigüedad, vemos personajes semejantes en los panteones del extremo Oriente que, seguramente, hacen referencia a los orígenes de la humanidad cuando aún no se habían separado los sexos.
Platón ilustró esta idea del andrógino en su diálogo “El Banquete”, diciendo que los dioses formaron primeramente a los hombres con figuras esféricas que integraban los dos sexos, por lo cual eran grandes y muy poderosos. Zeus, celoso de tanta fortaleza, decidió debilitarlos dividiéndolos en dos mitades, estableciéndose así desde entonces la división de los sexos, con lo cual quedaron ambos separados perdiendo cada uno su parte complementaria. A partir de este hecho se desarrolló la idea de que los seres humanos andan siempre a la búsqueda de esa otra mitad que les falta –su “media naranja”– tratando de encontrar su pareja para recuperar la fuerza de su perdida unidad.
Psicológicamente, la idea de la androginia representa la unidad, el regreso a lo uno tras la manifestación de la multiplicidad. Traduce también a términos sexuales, y por tanto muy evidentes, la idea esencial de la complementariedad, de la integración de todos los pares de opuestos en su vuelta a lo uno. Según Mircea Eliade, la androginia es solo una representación arcaica de la biunidad divina, y así lo manifiesta el antiguo pensamiento mágico-religioso antes de expresar el concepto de dualidad en términos más metafísicos o teológicos.
En la antigüedad clásica vemos que en muchos monumentos antiguos –como por ejemplo en el pedestal de uno de los colosos de Memnón en Egipto–, aparecen divinidades andróginas relacionadas con el mito del nacimiento. También las encontramos en India, China, Israel, Mesopotamia, Australia, e incluso en la América precolombina. Quetzalcoatl, el más popular de los dioses aztecas para los antiguos mexicanos, reúne los valores separados de los principios y de los sexos que existencialmente se contraponen.
En la alquimia, el andrógino desempeña un importante papel y se representa como un personaje de dos cabezas, llevando inscrita con frecuencia la palabra rebis (procedente del latín “res bina”, o sea, “cosa doble”). Engendrado por el Sol y la Luna, según la Tabla Esmeralda reúne las virtudes esencialmente unidas, pero exteriormente polarizadas, del cielo y la tierra. El rebis es una figura simbólica publicada en 1659 por Basilio Valentino en su “Tratado del Azoth”, donde se representa al andrógino apoyado sobre un dragón que, como ya sabemos, en China simboliza al emperador como potencia celeste, creadora y ordenadora del mundo.
H.P.Blavatsky afirma que todas las naciones consideraban a su primer Dios como andrógino, a causa de que la humanidad primitiva se sabía originaria de “lo mental” (Atenea nacida de la cabeza de Zeus según el mito griego), y así fue considerado en los símbolos de todas las tradiciones. En este sentido, el andrógino es el resultado de aplicar al ser humano el simbolismo del número dos, con el que se produce la primera dualidad surgida del número uno.
También la Doctrina Secreta nos habla de los bellos Hermafroditas como seres fuertes y poderosos, desarrollados bajo la dirección de los Señores de Venus para su propio uso en su bajada a la Tierra para ayudar a la humanidad naciente. Ellos tenían una humanidad ya perfeccionada, posiblemente como llegará a ser algún día la nuestra, varón y hembra a la vez, cuando logremos superar la etapa dual de nuestra condición humana.
Créditos de las imágenes: Sharon McCutcheon
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muy interesante desarrollo del simbolismo que demarca el camino de retorno de la unidad de ser humano