Director: Steven Spielberg
Guión: Scott Frank & Jon Cohen (Historia: Philip K. Dick)
Música: John Williams
Fotografía: Janusz Kaminski
Reparto: Tom Cruise, Colin Farrell, Samantha Morton, Max Von Sydow, Tim Blake Nelson, Kathryn Morris, Peter Stormare, Steve Harris, Neal McDonough, Patrick Kilpatrick, Jessica Capshaw, Meredith Monroe
Productora: 20th Century Fox / Dreamworks Pictures
La ciencia ficción no le pone límites a la imaginación. Cualquier cosa es válida, cualquier cosa es posible. Lo hemos visto cientos de veces: en nombre de la ciencia ficción se puede hacer cualquier cosa, desde una obra maestra como Blade Runner, de Ridley Scott, hasta un pastiche retorcido e inverosímil como la recientemente estrenada Planeta Rojo, del polifacético imitador de Alfred Hitchcock Brian de Palma. Y es que lo verdaderamente difícil en un género como la ciencia ficción, es combinar la fantasía con una buena historia y un buen guión. Sobre todo ahora que los efectos especiales son capaces de recrear cualquier mundo que soñemos, es casi imposible encontrar un producto que supedite los efectos a la historia y no al revés, como es habitual: una historia carente de interés, completamente supeditada a la exhibición de un sin fin de espectaculares efectos especiales.
No es el caso de Minority Report, donde la historia te atrapa desde el primer momento como un enredo detectivesco del cine negro de los años cuarenta. Una historia llena de intriga y misterio, mezclada con medidas dosis de acción y elementos futurísticos, que no en balde recuerdan el universo esquizofrénico del Blade Runner no de Ridley Scott, sino de su padre literario, el Philip K. Dick de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y Podemos recordarlo por usted al por mayor, que serviría también de base a otro clásico de la ficción de los años ochenta, la popular Desafio Total de Paul Vehoeven.
El pequeño relato de treinta y una páginas escrito en 1956 por Philip K. Dick, sobre el que se basa el guión de Scott Frank y Jon Cohen, apenas esboza el mundo caótico y delirante desarrollado por Spielberg, en un 2054 en el que los exámenes de retina permiten tener a la población controlada en una especie de “mundo perfecto” claustrofóbico, del que el crimen ha sido desterrado gracias a la intervención de personas con poderes sobrenaturales, que han nacido a la sombra de las mutaciones genéticas generadas por el uso de drogas sintéticas: los precogs. Así nace Precrimen, un sistema sin dudas y sin fallos, que permite detener a la gente antes de que cometa los crímenes, hasta que un día las visiones de los precogs señalan al propio John Anderton, director del cuerpo de policía precriminal interpretado por Tom Cruise, como futuro asesino. Esto arrastra al protagonista a una persecución implacable mientras intenta demostrar su inocencia, en una cascada de acontecimientos en la que, como en toda buena película de cine negro, nada es lo que parece.
El proyecto de Minority Report empezó a cobrar forma de la mano del director Jan de Bont, mucho tiempo antes de caer en manos de Tom Cruise, que introdujo en él a Steven Spielberg y su archidemostrada imaginación visual, capaz de hacernos vivir cualquier fantasía. Spielberg dijo que sí inmediatamente a una posibilidad irrepetible de crear una cinta de misterio con verdadera vocación hitchcockniana -nada que ver con el vacío mimetismo de De Palma-, una especie de Con la muerte en los talones futurista -en la que no faltan guiños a Vértigo y El hombre que sabía demasiado-, desarrollada en un mundo desalmado y oscuro, y que sin embargo, a pesar de la aparente distancia temporal, te obliga a reflexionar sobre los valores de nuestro mundo actual y hacia donde se dirige.
Y es que la guinda del pastel la pone precisamente el mensaje cifrado que se esconde tras Minority Report, y que hace de esta cinta una interesante reflexión social sobre lo desafiante y caótico que es nuestro mundo contemporáneo. No se puede entender esta película como una simple fantasía, sino como una exageración de nuestras propias creencias y temores que se precipitan ante nuestros ojos en una vorágine desordenada de ideas y emociones, aderezadas con un toque de pesimismo, no carente de cierta dulzura, pero que forzosamente nos debe obligar a dudar de la validez de todas las creencias del mundo moderno y tecnológico. Un motivo para el análisis.
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