Comparte los valores de la cabeza y los que la rebasan, el don venido de lo alto. Su forma circular indica la perfección. Cuando culmina en forma de domo indica una soberanía absoluta.
Expresa elevación, poder e iluminación.
En el simbolismo cabalístico expresa lo Absoluto, el No – Ser; está en el vértice del árbol de los Sefirot. La iconografía alquímica muestra a los espíritus planetarios recibiendo su luz en forma de corona de manos del rey, el sol.
En Egipto eran objetos de culto, manejadas sólo por los iniciados.
En el Islam es el punto por donde el alma se escapa para elevarse a los estadios suprahumanos. Se le atribuye valor profiláctico, por la materia de que está hecha: flores, metal, piedras preciosas, y por su forma circular.
En Grecia y Roma es símbolo de consagración a los dioses; sus estatuas se coronan con las hojas de los árboles y frutos que se les consagran.
Asimilan al que las lleva con la divinidad, porque captan las virtudes del cielo y del dios. Representan la estancia de los bienaventurados o de los muertos, y el estado espiritual de los iniciados. Símbolo de luz interior, que ilumina el alma de quien ha triunfado en el combate espiritual.
En América central sólo aparece en los dioses agrarios. La corona de plumas de los indios es la identificación con la divinidad solar.
Para los judíos se asimila con la diadema de oro llevada por los sumos sacerdotes. Los profetas dicen que Israel es la corona de Dios, signo de su acción todopoderosa entre los hombres.
Cristo aparece como soberano coronado como Dios. La corona del atleta victorioso se asimila en el cristianismo primitivo a un registro espiritual; Isaías habla de las coronas reservadas en el Séptimo Cielo a los que aman al Amado. En los ritos medievales de consagración de las vírgenes los símbolos era el velo, el anillo y la corona.
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