Con la entrada de la primavera, hace unas pocas semanas, todos sentimos y olemos en la Naturaleza la alegría de los nuevos brotes que se preparan para iniciar su renovado ciclo de vida. La Tierra se viste de verde y muchos animales salen de su letargo invernal. Incluso dentro de las ciudades, los seres humanos sienten la renovación y se visten con ropas más ligeras, más coloridas y muestran más vitalidad y ganas de salir, de diversión pero también de trabajo.
Nuestro cuerpo siente la primavera de manera natural, sin que ni siquiera nos demos cuenta, por medio de la razón, la mayor parte de las veces. Y, sin embargo, nuestra conciencia debería prepararse más correctamente para este hecho. Los pueblos antiguos nos han legado muchas tradiciones y ceremonias festivas para que pueda el ser humano aceptar de manera consciente estos cambios de las estaciones del año, que están determinados por movimientos astronómicos en el cielo y que influyen vivamente en la Naturaleza y en todas las criaturas de la Tierra.
Las ceremonias que festejaban la primavera en las civilizaciones antiguas y, en general, en los pueblos tradicionales eran muy ricas en simbolismo y tenían gran importancia para la renovación, tanto de la vida agrícola como también de los mismos seres humanos en la sociedad. Las casas se blanqueaban nuevamente, las herramientas se desempolvaban y se les daba aceite, los utensilios y los muebles se limpiaban y abrillantaban, las ropas salían de los arcones y se ventilaban y todo se renovaba junto con la Naturaleza, entrando en un nuevo orden.
Paralelamente, los seres humanos preparaban ofrendas a sus dioses, que tenían como objetivo agradecerles y pedirles que fueran propicios en el nuevo ciclo de la vida. Y todo terminaba en grandes fiestas, con canciones y bailes, normalmente de movimiento circular, que alababan la primavera. No eran pocas las veces que estas fiestas acababan en bodas. Claro que en ocasiones extremas y puntuales acababan en orgías desenfrenadas y en excesos sexuales con consecuencias desagradables.
Para muchos pueblos, el nuevo año comenzaba en primavera, como nuevo ciclo de despertar de la vida. Es el momento de los nuevos juramentos y de los nuevos planes para el año, pero también de hacer balance del año que ha pasado. Así, se puede estimar los errores pasados e introducir un programa para corregirlos y que no vuelvan a suceder. Es el momento adecuado para sopesar el pasado con el futuro inmediato, consolidando el presente en la nueva vida que empieza, que se abre delante de nosotros, porque eso es lo que significa “primavera”.
Es hermoso e importante intentar también nosotros, seres humanos del s. XXI, revivir tales tradiciones, adaptándolas a nuestra época, pero sobre todo, manteniendo su esencia, como una manera de tomar el relevo ígneo de nuestros antepasados y mantener vivo el fuego de su sabiduría. Esta es tarea para filósofos de acción, para idealistas que quieren aplicar las enseñanzas filosóficas y tradicionales en la práctica. Y esto es lo que intentamos en Nueva Acrópolis.
Jorge Alvarado Planas
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