En el transcurso de la historia de la humanidad fueron desatadas numerosas guerras y revoluciones con el fin de cambiar el orden viejo y establecer otro nuevo. Sin embargo, ninguna de esas guerras y revoluciones tuvo un impacto tan grande como suelen tener las explosiones de espíritu, provocadas por el alma intranquila del hombre quien anhela enterarse cada vez más sobre sí mismo, así como sobre el mundo que lo rodea.
La explosión de una “nova” de esta índole deja huellas profundas y los cambios son más duraderos. Se extiende, como una reacción en cadena, a través del tiempo y enardece la mente humana que desea sobrepasarse a sí misma y ser útil para toda la humanidad incluyendo las generaciones posteriores.
Una de tales “explosiones” la representó también el Renacimiento que despertó la atención acerca de muchas cuestiones humanistas latentes, sustituyendo los caminos viejos por los senderos nuevos con el fin de revelar las fuentes del saber y de la existencia con la perspectiva del futuro.
Los humanistas del Renacimiento expresan los anhelos de una sociedad nueva, esforzándose por hacer revivir el mundo viejo en una forma nueva. Son universales y multifacéticos, tanto en su investigaciones como en sus manifestaciones, no desestiman ninguna de las esferas que puedan perfeccionar al ser humano. Acometen a investigar la retórica, la poesía, la filosofía, sin olvidar las ciencias naturales y las políticas que abarcan numerosas cuestiones sociales.
En el regazo de tal época, en el corazón de Europa estremecido por muchas luchas, nació un hombre que en el futuro pasara a ser una eminencia gris de la vida científica en la corte del emperador Rodolfo II.
Al bachiller Simón, empleado de la Capilla de Belén, y a la aristócrata Catalina, la última en el linaje familiar, nació el 1 de octubre de 1525 o 1526 un hijo, al cual dieron el nombre de Tadeo. Su trayectoria debía tomar el mismo rumbo que solían seguir los miembros del estado llano, orientados a las ciencias. El amor a los libros lo llevaba cada vez más profundamente, en la medida de los posible en el siglo XVI, a los conocimientos de carácter ecléctico.
La Universidad de Praga fue para él solo un punto de partida para Viena, Milano, Bolonia… Estudia el latín, el griego y la filosofía, se inclina a estudiar las matemáticas y la astronomía; sin embargo, es la medicina, ciencia del ilustre Paracelso, la que pasa a ser para él la perla de toda la instrucción. A Paracelso lo considera su mayor maestro y, en la práctica, sigue frecuentemente sus consejos.
El sentido de la palabra filósofo, de carácter demasiado intelectual en el día de hoy, se aparta de su significación original, la del amador de sabiduría quien llena su afán de saber con una infatigable investigación y aplicación práctica de todo lo que influye en el ser humano. No se trata, en ningún caso, de un teórico, sino de un ser inquieto que en su vida va averiguando permanentemente la influencia de un macrocosmo en el microcosmo y anda en búsqueda de las causas para poder explicar las consecuencias.
Si examinamos a cualquier persona desde diferentes puntos de vista, llegamos a obtener distintas imágenes que no representan un conjunto, sino que forman un mosaico. Precisamente, de esta manera podríamos hablar también sobre Hayek quien pasó a la historia gracias a su investigación y trabajo en diferentes ramas del saber. No obstante, todas estas ramas están unificadas por su espíritu filosófico que entiende que las diversas sendas llevan al mismo objetivo: a la sabiduría.
Entonces, ¿cuál fue su profesión? ¿Fue matemático, astrónomo, cartógrafo, geógrafo, médico o alquimista? Fue un filósofo que entendía que existe una sola fuente de la luz, pero los rayos que alumbran la vida humana son numerosos. Cuanto más cerca de esa fuente nos encontramos, tanto más intensa es la luz del saber.
Muchos autores consideran muy importante la posición social de Tadeo, su trabajo de médico en la corte del emperador. No solo que fue médico de Maximiliano II y Rodolfo II, sino que al último lo inició en la ciencia alquímica y pasó a ser su consejero. Fue él quien examinaba a los alquimistas que aspiraban a un puesto en la corte del emperador, igual que, gracias a su colaboración y amistad con Kepler y Tycho de Brahe, mereció bien de la estancia de ellos en Praga, la que en aquel entonces pasó a ser el centro cultural y científico de la Europa Central renacentista. Bajo el amparo del emperador Rodolfo, esta tríada de científicos alcanza extraordinarios éxitos, ya que les unía el amor a la ciencia que les posibilitó realizar el intercambio desinteresado de los resultados de su trabajo.
En calidad de médico, Tadeo Hayek se interesaba naturalmente por la influencia de las estrellas en el destino de los hombres. Este interés lo llevó lógicamente a la investigación y al estudio de dos ciencias vinculadas estrechamente: a la astrología y la astronomía, la que empezó a adquirir en la época renacentista una forma nueva, la del sistema heliocéntrico. Hayek llegó a conocer la obra de Copernicus, Commentariolus, pero tenemos que darnos cuenta de que, en aquella época, el heliocentrismo debido a su carácter revolucionario llevó a muchos pensadores a la hoguera. Por esta razón, también este filósofo checo lo propaga solamente por partes a pesar de que en líneas generales está de acuerdo con él.
Además de muchos calendarios, el primer escrito impreso de índole astronómica de este científico checo fue un tratado en latín sobre una estrella nueva en la constelación de Cassiopeia que en 1572 empezó a irradiar una luz tan intensa que alcanzaba el resplandor de Venus y, en noviembre del mismo año, fue observable incluso a pleno día. Las investigaciones infatigables de Hayek en este campo sirvieron de impulso a Rodolfo II para abrir un centro de astronomía, en el cual trabajaban los renombrados e ilustres científicos de su época. Hayek llegó a comprender que la nova no forma parte del mundo compuesto de cuatro elementos básicos terrestres, sino que es componente del mundo de éter que se manifiesta por un movimiento de rotación, que es característico también de planetas y estrellas. Su investigación, que demuestra la existencia de las estrellas y de los planetas detrás de la esfera de la Luna, es tan revolucionaria que provoca numerosas discusiones acerca de le validez de las opiniones aristotélicas sobre la naturaleza y el universo.
Hayek fue el primero que utilizó en su indagación el método del tránsito de estrella por el meridiano, lo que le posibilitó calcular su declinación y, con ayuda de otros cálculos, definir su posición. Al estudiar los cometas, revela algunos errores suyos, procedentes del período anterior, en los cálculos de la distancia de las estrellas y, como un sabio verdadero, no vacila en rectificarlos en sus siguientes tratados. Su significación para la astronomía es tan grande que uno de los cráteres de la Luna lleva hasta hoy su nombre: Hagecius.
Una de las etapas de sus estudios médicos se realizó en Milán, con el famoso Cardano. Hayek anhela aprender de parte de él los fundamentos y principios de la metoscopia que se ocupa del destino del hombre y de su temperamento y genio a base de las características de la cara. Somete a examen ante todo las arrugas de la frente, ya que el nombre mismo de esta ciencia está relacionado precisamente con esta parte del cuerpo humano: metopon = la frente, scopeo = investigo.
A pesar de que el maestro de Hayek rechaza repartirse sus conocimientos con su alumno, este lo supera pronto, y su obra la llegan a conocer muchos autores posteriores que se ocupan de esta problemática.
Es interesante que numerosos historiadores consideran a Hayek, en primer lugar, como un astrónomo o botánico sin mencionar el hecho de que estas dos ciencias, en la concepción de su época, fueron unidas estrechamente con la medicina. El médico del Renacimiento miraba al hombre como un ser complejo y no curaba solamente su cuerpo físico, sino también su parte espiritual. Por esta razón, es obvio que aplicaba en eso tanto la botánica y la alquimia como la astronomía y la astrología.
En la medicina, Hayek alcanzó el punto culminante de su carrera, ya que empezó a trabajar de médico militar en la campaña contra los turcos y, por fin, llegó a ser médico provincial y en la corte real.
Como los médicos de aquel entonces fueron los que preparaban, en la mayoría de los casos, los medicamentos para sus pacientes, no nos sorprende tampoco su interés en la alquimia y la botánica, así como sus conocimientos en este respecto.
La obra más conocida de Hayek de la rama de botánica es seguramente su traducción del Herbario del autor italiano Matthiolus (1501 – 1577) quien estuvo perfeccionando su obra sin cesar, enriqueciéndola con nuevos dibujos. En vista de que Matthiolus escribió una de sus ediciones también en Praga, Hayek tuvo oportunidad de encontrarse con él personalmente, aunque existe la posibilidad de que se conocieron antes, en Italia.
Para comprender plenamente la extensión de este trabajo de traducción, tenemos que darnos cuenta de que en esa época la lengua checa carecía de muchos términos relacionados con el mundo de las plantas, sus partes, variedades y especies.
Para poder realizar este trabajo, Hayek emprendió muchos viajes, durante los cuales hacía indagaciones sobre los nombres y las especies de las plantas que se hallaban en el territorio en cuestión. Algunas plantas no se encontraban en los países checos, otras, no mencionadas en el “Herbario” de Matthiolli, se daban allí. Como que el libro debía servir al lector checo, fue necesario poner las cosas en su punto.
En el año de 1562, por fin, se publica la traducción de esta gigantesca obra, provista de una gran cantidad de dibujos de las plantas, del retrato del autor y del traductor.
Uno de los capítulos indica también qué plantas se cultivaban en los invernaderos del jardín imperial de Praga, el que gozaba de un gran renombre.
En el caso de algunas plantas –como la adormidera– Hayek aplica toda su erudición médica, ya que llama asimismo la atención sobre sus efectos nocivos, perjudiciales a la salud, los cuales se olvidan frecuentemente a la hora de usarse la planta en cuestión. Se esfuerza por conseguir que la venta de tales hierbas se limite y se someta al control porque pueden perjudicar fácilmente la salud.
El prólogo del “Herbario”, escrito por él, ofrece a los médicos una serie de consejos de cómo cuidar de las plantas y cómo utilizarlas. Es una perla del saber alquimista.
Indica que las hierbas difieren en el color, el olor y el sabor. Nosotros las podemos distinguir por medio de cuatro sentidos que nos ayudan a conocer su naturaleza. Son la vista, el olfato, el gusto y el tacto. Considera que el más perfecto de todos los sentidos es el gusto porque los demás pueden engañar. Naturalmente, de gran importancia son también las siguientes calidades –lo frío y caliente, lo húmedo y seco, así como lo dulce o salado, lo ácido o amargo– las que están relacionadas estrechamente con cuatro elementos.
El médico tiene que conocer la influencia de todas estas calidades y de otras numerosas en la gente en general y en cada hombre por separado, ya que se atiene a la regla de que no cura la enfermedad sino al ser humano.
Asimismo, es importante saber en qué estación del año se pueden utilizar las plantas enteras y en qué temporada solo sus partes. Aconseja cómo sacar las plantas, cómo cuidarlas y manipularlas, subrayando la importancia de la limpieza a la hora de almacenarlas. Se refiere a muchas cuestiones que, en su época, impedían mantener la higiene básica en la práctica médica.
El comienzo del prólogo es un excelente tratado filosófico sobre el ser humano.
Igual que los filósofos de las diferentes épocas que no se echaron a sus espaldas el peso del materialismo o del ateísmo, tan malignos para el desarrollo moral y ético de la humanidad, Hayek ve al hombre como un ser humano que se compone de la parte mortal e inmortal.
Ya en la primera oración, Hayek llama la atención sobre la importancia de lo que el hombre encierra en sus adentros. La base de su constitución la forma su cuerpo –el que vemos y tocamos– que tiene características de los cuatro elementos que aparecen en la tierra. El siguiente componente es el alma de origen Divino. Esta se divide en dos partes:
La primera parte del alma –en adelante, Hayek la llama “mente” – está dividida en otras dos, de las cuales la superior es la voluntad que dirige al hombre, y a ella se une la razón. Según Hayek, el hombre debería guiarse por esta parte superior si no quiere parecerse a los animales en sus manifestaciones de la parte inferior la que tenemos común con ellos.
La mente, o la razón, aconseja a la voluntad que rige al hombre. Para conseguir su objetivo, la razón tiene que distinguir entre lo bueno y lo malo. Por lo tanto, tenemos que adiestrarnos en las cuestiones de la moral, en la virtud y en la generosidad. Son la pereza, la inactividad, los pensamientos no convenientes para la razón y los vicios que uno debería superar, los que entorpecen y ofuscan la mente. Esta parte inferior desvía al hombre de su camino, lo que causa que él no puede alcanzar su meta. Hayek advierte que igual que el suelo malo ahoga y mata la semilla, de la misma manera, las cosas inútiles y la holgazanería ofuscan nuestra mente.
Por lo tanto, es importante saber en qué consiste la perfección del hombre. Esto es necesario para que se pueda cultivar y desarrollar. Los que llegaron a saberlo y lograron conseguirlo, fueron considerados dioses porque se destacaron por su sabiduría, ofreciéndola en beneficio de la humanidad.
Su ejemplo despertó en muchas personas el anhelo de conseguir esta gloria, lo que se manifestó en el desarrollo de una serie de habilidades, destrezas y capacidades del ser humano. Una de ellas es también el arte médico, el mejor amigo del hombre, ya que le quita las enfermedades y le devuelve lo más valioso en el mundo: la salud.
Tadeo Hayek alias Hagecius murió el 1 de septiembre de 1600. En su obra alude la importancia de un ejemplo a seguir que tiene más influencia que las palabras. Sin embargo, él mismo no se vio obligado a pensar si había tenido éxito en este afán: sirvió de ejemplo a muchos científicos que lo siguieron en las diferentes ramas porque no fue fácil alcanzar un nivel tan alto de eclecticismo como él. En la actualidad, su “Herbario” representa un libro excepcional y la humanidad vuelve a dirigirse a estas obras de singular importancia, en el caso de la desesperanza ante las nuevas enfermedades, para las cuales la medicina moderna no conoce el medicamento. Acaso esté escondido en aquella templanza, sobre la cual escribía también Hayek: Es necesario darle al cuerpo lo que es propio de él, así como al espíritu lo que le corresponde. No se puede exagerar ni en uno de estos aspectos si queremos mantener el equilibrio que significa la vida. No obstante, es importante saber qué es lo que nos dirige.
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