La administración en el antiguo Egipto

Autor: Antonio Russo

publicado el 15-04-2022

Los funcionarios egipcios eran servidores tanto en el mundo físico como en el metafísico. Estaban ligados al faraón por lazos espirituales y el faraón, a su vez, estaba ligado con el alma colectiva del país de Kem. El contexto de esta relación mágico-religiosa es importante para interpretar el sentido atemporal de la administración pública en el antiguo Egipto

Diosa Maat

Diosa Maat del Antiguo Egipto – parcialmente restaurada e imagen reconstruida.

La administración en el antiguo Egipto estaba centralizada en la capital, propiamente en el palacio real, y cada nomo o provincia tenía a la vez su propia administración siguiendo el modelo central, de tal modo que Egipto presentaba una pluralidad fuertemente penetrada por un sentido de unidad trascendente.

Según Pirenne, edificar todo el aparato administrativo centralizado les costó más de dos siglos a los reyes de las dos primeras dinastías, y en la tercera, con Djeser, la monarquía logra la unificación de las instituciones del reino y la evolución política trasciende al plano religioso: la centralización del poder, cada vez más acentuada, se expresa con la adopción del culto de Ra como culto real.

Encontramos en Egipto dos vertientes administrativas: la civil y la del culto real. Casi todos los personajes que integran la administración civil participaban también del culto real en una teocracia admirable.

La teoría divina del poder se extiende del rey al gobierno. El rey, identificado con Ra, coloca cada uno de los diversos aspectos de su poder bajo la autoridad de un dios especial. Thot preside la ley y tendrá como gran sacerdote al jefe de la administración, el canciller. La justicia se coloca bajo el patronato de la diosa Maat, cuyo culto se confía a los jueces. Sheshat, diosa de la escritura y de la administración (y también del calendario y de la astronomía), recibe altos funcionarios como sacerdotes para su culto.

La administración del culto real se extendió considerablemente con el crecimiento de la potencia faraónica. El culto funerario, de alcance nacional, disfrutó de completa autonomía. Se le destinaron campos y viñedos que constituían fundaciones dotadas de personalidad propia, que hacían el papel de casas de beneficencia, como por ejemplo la “Casa de Eternidad”, a la que correspondía la administración de las rentas funerarias concedidas por el rey a sus antiguos funcionarios.

La administración civil estaba bajo una “regla fija e intangible”, la jerarquía administrativa, que era respetada por todos, incluso por el mismo faraón. Ni siquiera él podría, sin más, entregar altas funciones administrativas a un favorito; la ley dictada por él mismo se lo impide y le obliga a respetar el escalafón. El nuevo funcionario empezará, necesariamente, por el cargo más simple de la jerarquía administrativa, y cada ascenso que le atribuya un nuevo poder requiere un nuevo decreto. Escriba, escriba superior, director, son etapas a franquear en el desarrollo de la carrera administrativa.

Después de haber franqueado los diversos estadios, sea en la administración local, sea en las oficinas del gobierno central, se investirá el funcionamiento con el derecho de “llevar la vara”, es decir, de ejercer el poder ejecutivo, y alcanzará un puesto entre los “agentes reales”. Como tal presidirá el gobierno de departamentos o ciudades antes de alcanzar el título de gobernador de provincia. Los gobernadores no ejercen durante mucho tiempo su poder en la misma provincia y pasan de un nomo a otro, tanto en el Alto como en el Bajo Egipto.

El rey solo podrá escoger sus más altos funcionarios, sus colaboradores inmediatos, entre los que posean esa larga hoja de servicios; directores generales de los grandes departamentos de la Administración, miembros del Consejo de los Diez o Jefes de los Secretos, que forman como una especie de consejo privado alrededor de la persona real.

Solamente el Canciller o Visir, el jefe de la administración, puede ser nombrado fuera de la escala de funcionarios. Este cargo puede ser ocupado por un pariente muy cercano al faraón o por un alto sacerdote de Heliópolis.

El canciller, bajo cuya autoridad fueron creados nuevos funcionarios (canciller de los cultivos, de las caravanas, etc.) fue afirmándose como el jefe de todas las cosas, el “dueño del sello de todos los documentos”. Sus poderes fueron los de un jefe de gobierno. Bajo su alta dirección se organizaron los servicios: los trabajos del rey, la administración de las finanzas, la del dominio, la de las aguas, las aduanas, la intendencia del ejército y sobre todo el servicio de impuestos sobre el que descansaba todo el edificio administrativo.

Es el más alto personaje del Estado. Centraliza en sus manos la alta dirección de la administración y dispone del sello real. Es delegado por el rey para ejercer el poder ejecutivo, lo que le vale el título de príncipe, hatia. Pero de hecho no posee ningún poder militar ni dignidad religiosa como tal.

A su lado está el Consejo de los Diez, altos funcionarios cuya autoridad se extiende sobre la totalidad del país. Todos han recorrido una larga escala administrativa. No figura entre ellos ningún noble hereditario; hallaremos a hijos de reyes, pero entraron al consejo por la vía legal. Entre los Diez figuran funcionarios de la administración de obras públicas, de impuestos, de policía, gobernadores de zonas fronterizas, generales de ejército y Jefes de los Secretos. El canciller no pertenece a ese consejo.

Los Diez son los agentes directos de la voluntad real, “los que hacen todos los días lo que ama su dios (el rey)”. Lo que “ama el rey” no es una fórmula vacía, sino que aparece en los decretos reales: lo que ama el rey es la ley.

El Consejo de los Diez no posee atribuciones legislativas. El rey legisla solo asistido por su canciller. El rey da su orden, el canciller la hace conocer y el Consejo de los Diez vela por su cumplimiento.

Al lado del canciller y del Consejo de los Diez, “los Jefes de Secretos” ejercen el papel de consejeros privados. Son sacerdotes de alto rango pertenecientes a los principales cultos locales como los de Heliópolis y Tebas. El puesto más alto que podrá alcanzar un funcionario es el de «Jefe de los Secretos de todos los asuntos del rey.»

Aparte de estos altos funcionarios, en cada nomo, dividido a su vez en distritos y subdividido en ciudades y aldeas, están los regentes reales que se dividen en dos grupos jerárquicos: los regentes de castillos, gobernadores de ciudades y de distritos, y los regentes de los grandes castillos, gobernadores de nomos, o sea de provincias. El regente real ejerce el poder ejecutivo y judicial y depende directamente del poder central.

La intendencia militar, administradora de la casa de las armas, los notables de los nomos, el mecanismo judicial y sus funcionarios son otros integrantes de la administración egipcia.

Todo este inmenso y eficaz aparato administrativo se apoyaba en la Casa de los Impuestos, centralizadora de las operaciones fiscales. El impuesto es la base de toda la política real, pues el constante desarrollo de todos los servicios y el aumento del número de funcionarios retribuidos imponen al Estado cargas cada vez más pesadas. El impuesto se calcula de acuerdo con las rentas de los bienes muebles e inmuebles de los contribuyentes. Se paga en especie, principalmente en trigo, lino, pieles, cuerdas y se almacenan en graneros.

Nos sería imposible explicar la larga vida del Antiguo Egipto –de más de 4000 años– si no tuviéramos en cuenta el grado de desarrollo alcanzado por su administración pública. Administración que sirvió de ejemplo para otros Imperios, pero sin alcanzar jamás el esplendor y la mística del Imperio Egipcio.

Créditos de las imágenes: TYalaA

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