A medida que transcurren los meses, se nos presenta la inevitable pregunta, que a veces se manifiesta claramente y otras se desvanece de inmediato en las sombras de la inconsciencia, antes de tomar forma: ¿Hacia dónde vamos? Vieja pregunta, por cierto, capaz de encerrar cientos de matices diferentes, aunque todos ellos, a la larga, se resumen en la necesidad humana de conocer su propio destino.
¿Hacia dónde vamos?, volvemos a repetirnos cada día, cada semana, cada mes, cada año… Nos lo decimos cada vez que fracasan nuestros sueños o nuestros esfuerzos se vuelven estériles. Nos lo preguntamos caminando simplemente por las calles, inmersos en la marea de gente. Nos lo planteamos al leer los periódicos, al escuchar discursos, comentarios, promesas, mentiras, verdades, profecías, divagaciones y especulaciones… Todo ello, para terminar planteándonos: ¿Qué nos espera? ¿Qué será de nosotros y de nuestro mundo?
Si intentamos situarnos fuera de lo que nos preocupa y consume diariamente, la vida se nos mostrará como un fantástico teatro, en que los actores somos nosotros mismos, aunque estemos momentáneamente desdoblados de la escena por un giro de la conciencia. Entonces vemos las cosas en otra dimensión, bajo otro punto de vista. El mundo se nos antoja un delicado vaso de cristal lleno de resquebrajaduras, a punto de estallar; las grietas se ven cual si fuese el instante previo a la desintegración del precioso vaso que estamos contemplando.
Como a todos nos duele tal visión, se presentan variadas soluciones –o intentos de soluciones– para salir de semejante situación. Hay quienes dicen que el vaso está intacto, que nuestro mundo no solo no está quebrado, sino que se encuentra mejor que nunca. Hay quienes pretenden vendemos todo tipo de pegamentos para restaurar la pieza dañada, con la salvedad “lógica” de que cada cual asegura que su pegamento es el mejor, el único, el irremplazable. Hay quienes –como nosotros los filósofos– nos planteamos si se trata de recomponer el vaso quebrado o de forjar un mundo nuevo y mejor que reemplace los trozos rotos.
Los pegamentos son soluciones circunstanciales y poco duraderas, lo que hoy se pega, mañana se puede volver a romper: si el cristal es ya delicado, más lo es cuando se adhieren sus trozos dispersos. Más que pegamentos necesitamos artesanos: más que palabras necesitamos la meditación serena y profunda sobre las causas de la rotura de nuestro mundo de cristal, para que al volver a forjar otro, no cometamos los mismos errores.
¿Hacia dónde vamos? Hacia donde seamos capaces de conducir nuestra propia nave. El destino del hombre no es dejarse arrastrar por la corriente, mientras sonríe o llora ante los vericuetos del sendero. El destino es obra del hombre-artesano, del hombre constructor, del hombre que siente y piensa con firmeza y. más allá de los accidentes del camino, tiene la certeza de su rumbo y confianza en el puerto al que ha de llegar. Nosotros. los filósofos. llamamos al puerto, un Mundo Nuevo y Mejor. y a la ruta de la nave, el conocimiento de sí mismo. Esa es nuestra solución para nuestro momento.
Créditos de las imágenes: Ryoji Iwata
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