Existen dos grandes focos de altas culturas donde podemos percibir simbolismos, si bien estos existen en todas las formas culturales. Aun entre los hombres más primitivos, aun entre los hombres más simples, se ha utilizado el símbolo. Símbolo es algo así como el envase, como la expresión de un concepto, de una idea o de una creencia. El Hombre de todos los tiempos ha querido, aunque sea con la marca de sus manos en la piedra, o con un signo en la tierra o en la madera, representar lo que sentía. El Hombre, además de tener sed de agua, también tiene sed de eternidad, siempre ha querido eternizarse. Hasta en los pequeños grafitis que vemos en las paredes, en los lugares públicos o en las mismas aulas, un joven pone “yo estuve aquí en tal año”. De alguna manera trata de dar su mundo interior, trata de decir que él estuvo allí.
Todos queremos, sentimos la necesidad de eternizarnos. El Hombre primitivo también tuvo esa necesidad. Todos los pueblos antiguos lo han plasmado. Las altas culturas, evidentemente, han plasmado toda su concepción, toda su cosmovisión, a través de una serie de símbolos, muchos de los cuales son universales. Es decir, hay símbolos que desbordan completamente las fronteras y que son para nosotros todavía un enigma, o sea, de qué manera ha habido conexiones entre pueblos tan lejanos, qué podemos encontrar. Por ejemplo, la cultura nódica[1] en la época pre Hang entre los chinos, y podemos encontrar también un tipo de cultura nódica entre los americanos, en la época de los incas, en donde se comunican a través de una serie de nudos de distintos colores y de colgantes de distintas longitudes. Recordemos también aquel famoso “nudo gordiano” que se dice que Alejandro tajó con su espada cuando tenía que penetrar al Asia. Se decía que en ese nudo estaba guardada o resumida toda la sabiduría de la antigua Asia. Es evidente, entonces, que hay elementos comunes en todas partes, y yo he dado un ejemplo nada más.
En América tenemos dos grandes núcleos culturales. Uno de ellos, que podríamos llamar el núcleo tiahuanacota, todo aquello que está en la parte de la actual Bolivia, Perú, norte de Chile, sur de Ecuador, etc.; y otro gran núcleo o gran fuente que podríamos llamar mejicana en líneas generales, y que abarca desde la península de Yucatán hasta el norte de Méjico, prácticamente hasta la subcultura de los indios Pueblo. También están el área chibcha, y otras áreas secundarias, como la cultura Marañón (Brasil), pero no vamos a dar muchos detalles, sino que nos vamos a referir a los dos grandes puntos o a las dos grandes vorágines de culturas que encontramos en América.
En la parte del sur, en lo que llamamos la cultura tiahuanacota, tomamos como símbolo Tiahuanaco mismo. En Tiahuanaco encontramos una ciudad con un misterio: una ciudad que fue puerto, que todavía hoy tiene los farallones para las balsas o para las naves, pero que está a más de 50 km del borde del lago Titicaca. ¿Qué ha pasado?
Si nos dejásemos llevar simplemente por la idea de la evaporación del lago Titicaca, o sea, por la disminución del espejo de agua, llegaríamos a la misma conclusión de Posnansky, es decir, que la cultura de Tiahuanaco creció hace más de 11.000 años. Las actuales teorías no están de acuerdo con ello; dan a la cultura de Tiahuanaco una antigüedad mucho menor. Dicen que, tal vez, la gran cuenca del Titicaca tuvo rupturas, o sea, que movimientos geológicos permitieron una filtración del agua y que de ahí el enorme retroceso muy rápido de sus costas. Esto no está comprobado.
De cualquier manera, encontramos en Tiahuanaco unas construcciones maravillosas y símbolos que hoy mismo están despertando gran curiosidad. Existe la llamada Puerta del Sol de Tiahuanaco, puerta que no se sabe siquiera si es puerta, puesto que las crónicas españolas no la mencionan. Parece, más bien, que hubiese estado en la parte interior de edificios que se derrumbaron después de la conquista. Esta Puerta del Sol tiene en la parte central una figura que se identifica con el Dios Viracocha, el Viracocha que luego iban a nombrar los incas como tercera persona de su trinidad, Kon, Quilla y Viracocha.
Kon era el Dios de la altura, de ahí han quedado nombres de las montañas como Aconcagua, Aconquija. Kon era el ser de la antigüedad, el Dios supremo. Quilla era la diosa femenina, la Diosa Luna, equivalente a Isis en Egipto, equivalente a la misma María dentro de la iconografía cristiana. Y Viracocha es el Dios halcón, o el Dios cóndor, tercera persona, que es representación del Sol manifiesto y que aparece precisamente en esta puerta de Tiahuanaco. Evidente es que este dios Viracocha no se habrá llamado Viracocha en aquella antigüedad, puesto que todo el mundo está de acuerdo en que la puerta de Tiahuanaco es muchísimo más antigua que los incas. A los costados hay una serie de figuras que están marchando, algunas arrodilladas y como con alas, que en la actualidad se las ha identificado con símbolos estelares. Ha habido un estudio muy interesante de catedráticos rusos que demostraron que en la Puerta del Sol existe no solamente una forma de calendario solar, sino también observaciones astronómicas referentes a Venus. Estas observaciones astronómicas referentes a Venus son comunes a muchos pueblos antiguos que han atribuido una fundamental divinidad a la llamada “estrella de la mañana”. Pero en Tiahuanaco estos símbolos guardan un gran misterio para nosotros. No sabemos exactamente qué querían representar.
Existen también otros símbolos que se fueron perpetuando a través de la cerámica de Tiahuanaco. Los famosos vasos keros, que abren sus bocas anchas, más anchas que sus bases, en donde se ven animales geometrizados, a veces una especie de jaguares en marcha; otras veces, garzas sostenidas en una sola pata. También ese color naranja típico y característico de la cerámica de Tiahuanaco, sobre el cual caminan animales simbólicos.
Es evidente que el vaso en todas las culturas –y en este caso las culturas americanas–, ha representado el Universo, el espacio universal; algo así como el vaso contenedor del hueco primordial. Por eso, en griego la palabra okeanos significa no solamente océano, como diríamos hoy, sino que también significa hueco, lo negro, aquello que es tenebroso, misterioso, aquello que está dentro de todas las cosas. Los vasos en todas las culturas de América representan de alguna manera el Universo, la superficie del Universo.
Se encuentra en un vaso de la cultura nazca, también de Perú, la misma forma, un gran vaso de ofrendas, y sobre esa parte, sobre esa franja universal, va corriendo el Dios del Viento, un dios que tiene cabeza de felino, con unas grandes narigueras de oro, alrededor del vaso, llevando cabezas cortadas, símbolo del viento que corta y destruye todas las cosas. El viento es un símbolo también del tiempo; es parecido a lo que en la cábala hebrea se entiende como el Nefesh; el Nefesh es no solamente el viento físico; es el viento espiritual, el que lleva todas las cosas, el que empuja a los profetas y también es el viento que derrumba los templos. Ese mismo símbolo lo encontramos en toda la cerámica de esta zona.
Cerca de esa zona tenemos también la parte de Paracas. En la cultura Paracas-caverna y en la de Paracas-necrópolis encontramos también la figura del félido. El félido parece ser que tuvo el mismo simbolismo que Bastet o Mau en Egipto, o sea, el símbolo de la actividad del Alma que puede vivir más allá de las tinieblas; el félido, el gato, el que ve en la noche. Este félido aparece en Paracas, en los grandes tejidos; también a veces con figuras geometrizantes, asociado con peces.
El pez es otro de los símbolos religiosos teológicos que aparecen en la América precolombina. Tal cual, el pez va a aparecer en Babilonia bajo la forma del Dios Dagón; en India, asociado al Dios Narayana; y dentro del propio cristianismo, asociado con los primeros emblemas de Cristo, o sea, el pez como el Hombre, como el espíritu que puede navegar en las aguas del espacio, en las aguas de la vida.
En la cultura Nazca se encontraron también elementos verdaderamente curiosos. En el Museo de Arqueología de Lima, Perú, hay noventa mil ejemplares, y otro museo llamado Larco Herrera tiene cuarenta mil vasos de cerámica nazca, un tesoro prácticamente inagotable.
En el análisis de uno de estos vasos nazcas, aproximadamente de la época IV Esplendor, en el siglo VI-VII d.C., se encontró un camélido como una llama. Pero tenía una característica extraña: este camélido tenía nada más que tres dedos en las patas. Se nos presenta un problema: o el camélido con tres dedos en las patas que existió en América, pero que se extinguió hace 35.000 años, vivió hasta hace muy poco tiempo, o las raíces artísticas, las raíces de repetición simbólica de estos pueblos, como es en este caso el nazca, son mucho más antiguas. Problemas como este se van a presentar muchas veces.
También encontramos junto a la costa cercana de Lima, por ejemplo, la cultura Chancay. La cultura Chancay se caracteriza por una cerámica blanca que generalmente tiene ornatos de color oscuro, de color café, con varios símbolos fundamentales. Uno de ellos es la esvástica. La palabra esvástica es una palabra sánscrita. En India se conocían dos esvásticas, la shiva esvástica y la vishnu esvástica. La shiva, como símbolo de destrucción, girando hacia la izquierda; y la vishnu como símbolo de construcción, girando hacia la derecha. También aparece en la mitología del norte de Europa y en la mitología germana, como el martillo de Thor, el elemento con el que va a arrancar el fuego que está dormido dentro del hielo primordial y de las nubes húmedas. También encontramos en Chancay varias esvásticas.
Tenemos otros símbolos en la zona, como son unos muñecos que se llaman cuchimilco, que tienen apenas esbozadas las manos, de tal forma que parecen alitas a los costados. Tienen unas cabezas que se abren en la parte de arriba, muy planas, a veces coronadas por una especie de tiaras o coronas. Generalmente estos muñecos suelen representar a la gran Madre Cósmica, la gran Virgen cósmica. Son figuras femeninas probablemente asociadas con la fecundidad y con la recreación del Alma más allá de la muerte.
Aquí también tenemos el centro fundamental, y uno de los más antiguos, que es Chavín. En esta zona, donde existe el famoso Cuchillón de Chavín, –ese gran cuchillo clavado en el suelo dentro del laberinto, de 4 m. de altura–, existen elementos simbólicos religiosos, por ejemplo, el jaguar. El jaguar aparece en el Templo Redondo, en el “Templo del Tronador”, descubierto por el doctor Lumbreras hace muy poco tiempo, con el cual tuve el honor de trabajar. En ese templo redondo del tronador aparecen jaguares en sobrerrelieve en las placas de piedra de los costados. Un grupo de jóvenes de nuestra organización Nueva Acrópolis en Perú vino conmigo a hacer una expedición breve a Chavín y sacamos una reproducción de esto. Trabajamos con el doctor Lumbreras, y ellos directamente sacaron un grafiti de los jaguares, que es el primero que hay en Europa. Ahí aparece el jaguar, el jaguar cósmico con una serie de figuras estelares en todo su cuerpo.
También en Chavín aparece la serpiente en la famosa estela Raimondi o tabla chavinense, que está guardada en el Museo Antropológico de Lima, una tabla de piedra de unos 2 m. de altura, 74 cm. de ancho y un grosor de unos 18 cm. Es de granito gris y está tallado muy levemente y de forma maravillosa: un hombre que tiene sobre sí una serie de plumas como de aves y serpientes que surgen para todos lados. Lo notable, lo enigmático es que encima de la cabeza tiene un perfecto caduceo de Hermes o de Mercurio, o sea, un báculo con serpientes entrecruzadas que se enfrentan al final. Es decir, la serpiente y el báculo fueron también emblemas religiosos y mágicos en Chavín.
Asimismo, encontramos en Chavín, en la cerámica vitreada del llamado nivel IV u ofrenda, de manera incisa, asociaciones de peces, de jaguares, de serpientes y de aves. Estos cuatro animales aparecen casi siempre en toda la iconografía chavinense. Existe también el símbolo de las columnas, de grandes columnas redondas talladas que, a la manera de las columnas fenicias, unas son blancas y otras son negras, para representar el bien y el mal, el día y la noche, la oscuridad y la luz. Esta dualidad la tenemos incluso en el simbolismo medieval cuando eran utilizados estos dos colores para representar la fuerza del día, la fuerza de la noche, la fuerza de la vida y la fuerza de la muerte; esto fue llevado incluso como emblema en las Cruzadas.
En la zona de Chimú podemos ver símbolos religiosos también muy variados. Por ejemplo, una iconografía que trata sobre la parte animal. Hay unos vasos dobles, unos vasos que tienen doble carcasa, que están comunicados entre sí por una suerte de asa en estribo. Se llaman vasos silbadores. La civilización chimú la podemos fijar básicamente entre el siglo VIII y los siglos XII, XIII o XIV, más o menos. En el siglo XIV es cuando termina, porque al fin los incas van a arrasar su capital, Chan Chan, cuando ya el imperio chimú estaba debilitado; es la época de Pachacutec Inca. Estos vasos que decía que se comunicaban, tienen una particularidad: los que tienen un pájaro arriba, si se llenan de agua, por ejemplo, al verterla por el pico y al entrar el aire por otro orificio simulan el gorjeo de un pájaro; en caso de que en lugar de tener un pájaro tuviesen una suerte de zorro, simulan el grito de un zorro; son una especie de instrumentos musicales bastante simples pero que imitan las voces de los animales, las voces de la naturaleza.
Lo mismo está en toda el área Moche, dentro de la cerámica mochica. La cerámica mochica se destaca en su parte teológica por representar una serie de deidades no investigadas aún, pero que tienen gran semejanza a las de otros pueblos. Por ejemplo, hay deidades con cabeza de perro, tal cual lo vamos a encontrar en Egipto, el dios Anubis; o en la parte de México, donde vamos a encontrar a Xolotl, la forma de Quetzalcoatl cuando baja a los infiernos. También hay deidades en forma de mono. O sea, que los antiguos de esa zona adoraron al mono tal cual en la India. En la India, en todo el Ramayana, en el mito de la relación de Hanuman, este va a aparecer como un mono sagrado, emblema de la fidelidad, emblema del discípulo que sigue al maestro. De la misma manera el mono aparece también en toda esta zona.
En México, siguiendo siempre esta idea general, vamos a tener un riquísimo simbolismo. El más estudiado de todos ha sido el de la zona de Teotihuacán; estudiado precisamente por Laurette Sejourné, cuyos libros son muy conocidos. En esta parte de Teotihuacán se destacan varios elementos de toda la mitología teotihuacana, fundamentalmente el viejo Dios del Fuego Huehueteotl. Teotl en teotihuacano significa Dios, igual que theos; hue hue es viejo.
La representación de Huehueteotl es un anciano generalmente sentado, con las piernas cruzadas a la manera de la posición del padmasana en el yoga hindú, y sobre la cabeza sostiene un gran brasero. Aparecen a veces asociados al brasero los símbolos del jade y de la estrella. Este dios era el fundamental, el más antiguo, el más profundo. El dios más popular, el que está más en contacto con todos, es Quetzalcoatl. Quetzalcoatl es la serpiente emplumada: quetzal es pájaro y coatl significa serpiente. La serpiente emplumada representaba al Hombre, al ser humano que se arrastra todos los días por la tierra, pero que no pierde la memoria de sus plumas, o sea, la memoria de que, alguna vez, estuvo en el cielo.
Y esa memoria, de alguna forma, es la promesa de que va a volver al cielo. Quetzalcoatl tiene una serie de figuras teológicas. Por ejemplo, desciende a los infiernos por tres días, y entonces toma la forma de Xolotl, el hombre con cabeza de perro. El hombre con cabeza de perro, en toda la iconografía antigua, representa el portador de las Almas, o sea, el pastóforo, el psicopompo, el que va a llevar las Almas hacia el otro lado, el que va a salvar las Almas de la parte terrestre y llevarlas a la parte celeste.
Además, tenemos allí símbolos y dioses muy complejos que no vamos a poder describir todos ahora. Pero vamos a mencionar uno muy fundamental, Tlaloc, el Dios de la Lluvia, cuyo símbolo son dos círculos, y cuyo nombre representa el ruido que hace el agua cuando cae sobre las piedras. Ellos han querido representar así la esencia misma de la lluvia, la esencia misma de la fecundidad, no solamente de la fecundidad física, sino también de la espiritual, del poder de vivir en espíritu. Tlaloc es el señor del mundo celeste; el llamado Tlalocán, donde las Almas bienaventuradas están y de donde vuelven a la Tierra y suben otra vez. Los teotihuacanos creían en la reencarnación y así lo figuraban en todos sus emblemas y en sus pinturas de la ciudad de Teotihuacán, donde representan la vida como una suerte de montaña adonde suben los hombres por un lado hasta que llegan a la cúspide y bajan por el otro, hasta que llegan al abismo. Allí, en el abismo, se pierden y se confunden; allí los buenos son los que ven y los malos son los que se quedan en la oscuridad hasta que, mezclados los unos con los otros, escalan otra vez la montaña, la misma montaña por otro lado, pero que ahora les parece nueva, para repetir una y mil veces esa misma experiencia hasta lograr, por fin, remontarse de la montaña, ir más allá, llegar al Sol.
El símbolo del llegar al Sol, del escapar de esta Tierra, es un símbolo que los antiguos llamaban Huitzilopochtli, que, pasado luego a los aztecas –y algunos hasta dicen que es una creación azteca–, es el Dios Colibrí, el emblema del Alma que se eleva. Mas había colibríes, según esta iconografía, de varios tipos. Había colibríes de alas débiles que, apenas volaban un poco, caían de nuevo a la Tierra. Había colibríes, en cambio, de alas tan fuertes, tan fuertes, que ya volaban alrededor del Sol, y volaban eternamente dentro de esa aura luminosa del Sol.
Todos estos emblemas están combinados en la parte de Teotihuacán y, a través de toda la civilización de los toltecas, se derramó por todo el llamado Valle de México. Encontramos también el símbolo del árbol, de la serpiente y el símbolo del pájaro. Estos símbolos son muy antiguos; ya estaban entre los mayas, probablemente más de mil años antes de nuestra era. Los encontramos en la ciudad de Palenque, los encontramos en Uxmal, en Chichén Itzá; fundamentalmente en Palenque, en el gran sarcófago.
Hay una gran cantidad de dioses que no he mencionado. Simplemente os digo que ellos de alguna manera percibían la influencia de un misterio, de un algo, aun a través de hechos físicos, como es un terremoto. Por ello, había un dios, Ollin Tonatiuh, que era el Dios de los Terremotos. Pero más profundamente no era el Dios solamente del temblor de tierra; era el que nos hace temblar la tierra a nosotros. Todos tenemos alguna forma de terremoto interior. Todos alguna vez sentimos un temblor interior. Hay algo que hace temblar nuestra tierra. Luego, pasa. Puede ser un impulso místico, a veces puede ser un arranque de ira, a veces una idea que se nos ocurrió, el verso que no pudimos escribir, la amistad que no pudimos tener. Todos tenemos un Ollin Tonatiuh interior.
Los aztecas, además, creían que existían cuatro elementos, que ellos llamaban los cuatro soles, y que el Hombre, de alguna manera con su conciencia, centralizaba los cuatro soles en un Quincunce. El Quincunce tenía esta forma: los cuatro elementos y el Sol central en el medio, el Sol-conciencia. Ellos decían que en el Hombre existe el mismo fenómeno. Que hay cuatro elementos en el Hombre: una parte terrestre, una parte acuática, una parte aérea, una parte ígnea. Pero que hay un quinto elemento, un elemento inteligencia, un elemento conciencia que debemos despertar, para ir liberándonos poco a poco de ese cuadrado terrestre. Y así nace el concepto de la pirámide, o sea, de la ascensión vertical en el centro del cuadrado del mundo que va a formar el primer triángulo en la ascensión hacia el cielo[2].
Notas
[1] La cultura nódica es la basada en un tipo de “escritura” que se hacía con nudos en cuerdas y cada uno de estos representaba un concepto o idea.
[2] La conferencia terminó con la proyección y explicación de varias diapositivas mencionadas durante la conferencia.
Créditos de las imágenes: José Luis Ruiz, Pavel Špindler, Antonio Raimondi, miguelangelblancastorres
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