El pozo reviste un carácter sagrado en todas las tradiciones, realizando una especie de síntesis de los tres órdenes cósmicos: cielo, tierra e inframundo. Es también una vía de comunicación entre los tres elementos básicos: el agua, la tierra y el aire, expresando con ello esa síntesis cósmica.
Los pozos comunican con el mundo de los muertos, expresando el misterio que se eleva desde ellos con los reflejos de su agua viva y profunda. Considerado de abajo a arriba, es una especie de telescopio astronómico gigante apuntando desde las entrañas de la Tierra hacia el Cielo, y constituyendo una escala de salvación que enlaza entre sí los tres niveles del cosmos.
El pozo es el símbolo de la abundancia y la fuente de la vida, particularmente entre los hebreos, para quienes “el manantial de las aguas vivas” aparece como el milagro del inicio de la manifestación. El pozo de Jacob, del que Jesús da de beber a la samaritana, tiene ese sentido de agua viva y surgente –bebida de vida y de conocimiento– como un centro espiritual. El pozo es un abismo que se abre en las profundidades de la Tierra, del cual surge el agua, que es la fuente de la vida. El lugar donde se abre un pozo es siempre un lugar que impone respeto, –al margen de la profundidad que tenga–, ya sea por miedo de aproximarse a él, o por algo especial que envuelve el paraje. Ese “algo” podría estar relacionado con el culto que en la antigüedad existía hacia los espíritus de los pozos con propiedades curativas y que, con la llegada de la Edad Media, pasaron a estar bajo la protección de los santos cristianos. En la antigüedad el uso de los pozos no se restringió solo al abastecimiento de agua, ya que, como podemos ver reflejado en los símbolos de otras culturas, el pozo era utilizado como un elemento de iniciación.
El proceso de construcción de un pozo podemos seguirlo a través de la narración que nos hace Vitrubio. Según este autor, primero se ha de examinar con diligencia y habilidad la superficie donde se pretende excavar, ya que la tierra tiene en sí muy variadas clases de terrenos: además de la misma tierra, el agua y el aire, contiene también el fuego, de donde nacen el azufre y el alumbre. Pero dejemos que sean sus propias palabras las que nos ilustren sobre ello: «El aire de poderosísimas corrientes que circulan a través de los canales porosos de la tierra y que, en ocasiones, son malsanas si llegan hasta donde se está efectuando la excavación y encuentran allí a los poceros, una especie de vapor natural intercepta su respiración y mueren asfixiados. Para precaverse contra este peligro, hay que bajar allí con un candil encendido y, si no se apaga, se podrá descender sin riesgo; pero si se apaga, conviene abrir a ambos lados del pozo canales por los que salgan los vapores. Hecho esto y si se ha encontrado agua, se hará preciso levantar las paredes del pozo, pero de manera que no obturen las venas del manantial».
En los desiertos existen pozos que datan de tiempos remotos, y los pastores nómadas acuden allí a beber con sus rebaños por las sendas que frecuentan los camelleros. Existe un gremio especial de poceros en el Sahara dedicados a hacer pozos artesianos que llegan hasta donde se halla el agua cautiva, haciéndola ascender hasta la superficie y brotar con un potente caudal comparable a un géiser.
Para el I-Ching, un pozo destapado y lleno de agua es símbolo de sinceridad, rectitud y felicidad. Y en muchas tradiciones el pozo es la imagen del conocimiento y de la verdad que se halla en el fondo y hay que saber buscar y encontrar.
Créditos de las imágenes: Pavlo Semeniuk
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