Misterios y diabolismo

Autor: Jorge Ángel Livraga

publicado el 05-04-2022

La sola mención de estas dos palabras nos provoca una cierta inquietud psicológica. El estudiante de las llamadas “ciencias ocultas” se siente poderosamente atraído y a la vez repelido por ellas.

Hay ambición de conocimiento y de poder. También hay miedo, a veces terror.

DiabolismoPara muchos es como un vicio el tocar estos temas y abundar en ellos hasta convertirlos en ideas y sentimientos circulares que ya giran sin principio, sin fin y sin control. La obsesión los lleva a leer todo lo que se escriba, sin pensar dos veces si lo que se lee es cierto o, por lo menos, tiene algún fundamento. Una propaganda o invitación para asistir a algún “centro de misterios” o “reunión donde se aparecerá el diablo” obnubila toda voluntad y en trance autohipnótico se penetra a los recintos hablando en voz baja, sacándose los zapatos. Se aceptan flores, se adquieren palillos de dudoso incienso o simples velas en las cuales se han pegado pétalos de flores.

Sin preguntarse ni mucho ni poco sobre etimologías ni sobre la realidad que pueda contener el espectáculo o la reunión, el neófito se acurruca con los ojos ávidos de ver cosas raras y los oídos abiertos a los más sutiles murmullos.

La moderna electrónica, aún aplicada caseramente, facilita efectos lumínicos y sonoros que van llevando a la concurrencia a un cierto estado especial.

Circulan folletos y revistillas con figuras extrañas y palabras que, si no están escritas en la trascripción fonética del sánscrito, por lo menos lo parecen.

Se alzan oraciones en donde las vocales se estiran artificiosamente y las consonantes adquieren resonancias dentro de las bocas cerradas. Todo sobrecoge.

Las paredes muestran retratos de “santones” o simples géneros estampados en India con alegorías de las religiones orientales.

Voces sonoras invitan al descanso, al “relax”. Hay que vaciarse de todo para que la “mente en blanco” pueda percibir cosas enigmáticas, experiencias impensadas. Hay suspiros, eructos y se oye el deslizar de las piernas forzadamente cruzadas en una parodia de alguna “asana” oriental. Las manos se juntan y se elevan y bajan según lo siente cada uno. Se aflojan las ropas.

Alguien anuncia a algún personaje de nombre extranjero. La luz ha bajado tanto que apenas se le ve. Intervalos largos y tensos se suceden entre toques de gong o grabaciones de “sonidos estelares”.

Del suelo se alza una figura con aspiraciones de pentáculo, llena de rayas y de figuras más o menos monstruosas. El humo satura el ambiente. En un improvisado escenario, una pareja comienza una danza silenciosa y lúgubre. Él, hace un par de horas, se paseaba vestido con una cazadora llena de chapitas metálicas de protesta y un “porro” entre los labios. Ella era una joven desangelada con aspecto de tuberculosa. Pero ahora, en la penumbra y ataviados con túnicas multicolores y vaporosas, remedan torpemente las imágenes del Kama-Sutra o las de alguna película de “cine-arte” filmada en cualquier burdel de Ámsterdam o Marsella.

Imitando inconscientemente a los insectos, aunque crean estar copiando a los Dioses, se alzan en una danza sexual. Ambos son blandos y sinuosos. No son hombre ni mujer, sino dos jirones de carne estremecida y las manos y los pies desnudos tratan de imitar los “mudras” de la India.

Cuando todo termine, cansados, aterrorizados, pero con una vaga satisfacción de haber realizado algo prohibido, los mas adictos se reunirán para leer o escuchar las palabras del “Maestro”, “Iniciado”, “Adepto” o “Gurú”. Él les dirá que han penetrado en un mundo extraordinario; que pueden levantar “Kundalini”; que el sexo es la mejor vía hacia la espiritualidad dejando un hábil margen para los que tengan “sexo mental”. Renegará de la sociedad y los convencerá de que son víctimas del “orden establecido”. Dirá que podemos parar las armas atómicas con nuestro poder mental y que hay que volver al amor libre. Que los septuagenarios no son viejos y que los de catorce años deben experimentarlo todo.

Según los matices del “Centro” se hablará de platillos voladores extraterrestres, de alguna oración que hay que recitar todas las mañanas; se recomendarán plantas cuyos extractos se dicen afrodisíacos y otras cuyos apósitos tienen afectos abortivos. Se hará sonar una guitarra eléctrica o unas campanillas. Se venderán “perfumes mágicos”, “alfombrillas de oración”, fotos de dos escuálidos personajes unidos sexualmente pero bajo la denominación tibetana de “Yab-Yum”, semillas traídas del Brasil o de Sri Lanka, trapos de colores o “versos” de Mao. Se hablará mucho de paz y de pureza… “natural”. Se venderán amuletos de escayola o anillos de cobre “magnético”.

Luego, los novatos abandonarán la sala con sendas invitaciones a campamentos naturistas bajo tiendas o en alguna casona de las afueras, para realizar “cursillos de meditación y amor”.

En los peores casos se invitará a hacer pactos con los espíritus, o a conocer contactos en la tercera o cuarta fase con posibilidades de viajes interplanetarios; y hasta a conocer al diablo, Satanás o como se le llame, diciendo que hay que pasar por él para llegar a la “Gran Paz” que está en Dios y no en el Nirvana. Se asegurará que hay millones de personas que realizan “Kumbamelas” rociados con agua del Ganges; que en la era de Acuario todo se solucionará, pues el Kali-yuga terminará pronto. Se inculcará odio por los que no creen en estas cosas y en el nombre de la “Gran Paz de Acuario” se aterrorizará profetizando catástrofes de las cuales tan solo se salvarán “los Iniciados”. Se pedirá alguna suma de dinero para mantener el “ashram” o para el viaje de un hipotético yogui que está haciendo “Pranayama” en la nieve del Himalaya, o lavándose las manos en la “Madre Ganga”. Se propondrán “pactos” de sangre. Los asistentes, generalmente jóvenes o disfrazados de jóvenes, saldrán a la calle, patearán una papelera y se irán a comer a un “burger” o a fumar el último cigarro de marihuana con las cabezas juntas y sin pensar en nada.

La aventura ha terminado. Muchos no la repetirán; otros sí. Para todos será una experiencia que querrían olvidar y recordar a la vez. Todos creen haber vivido momentos extraordinarios y conformar una especie de “super-raza” no racista. Si ven la estatua de un prócer, le escupirán. Cuando lleguen a sus camas, agotados, llorarán sin saber por qué. Cuando amanezca y logren levantarse, el espejo les devolverá una imagen de desesperación, ojos artificialmente brillantes y no sabrán si son hombres, mujeres o simples cosas.

El lector se preguntará: ¿Son estas o parecidas cosas los Misterios? ¿Existe realmente el diabolismo?

Cualquier espíritu medianamente lúcido rechaza lo arriba presentado como algo serio, eficaz y noble.

¿Cómo encarar estos temas, indudablemente interesantes, desde un punto de vista filosófico?

Helena P. Blavatsky, la máxima autoridad en esoterismo en los últimos siglos dice: En griego “Teletai”, consumaciones, ceremonias de Iniciación o Misterios. Eran ceremonias que generalmente se mantenían ocultas a los profanos y a las personas no iniciadas, y durante las cuales se enseñaba por medio de representaciones dramáticas y otros métodos, el origen de las cosas, la naturaleza del espíritu humano, las relaciones de este con el cuerpo y el método de su purificación y reposición ( de la conciencia) a una vida superior…Las ciencias, la música, la medicina, la adivinación, se enseñaban todas ellas de la misma manera…El Juramento Hipocrático no era más que un compromiso místico…La palabra “Misterios” deriva del griego “Muô”, cerrar la boca.. Según afirma Platón y muchos otros sabios de la antigüedad, los Misterios eran altamente religiosos, morales y beneficiosos como escuela de Ética.

Podemos afirmar que todos los pueblos antiguos tuvieron Misterios. Desde los más conocidos eleusinos y órficos hasta los que se realizaban en los laberintos del Chavín peruano o en los templos de Egipto.

Los pueblos antiguos, más cercanos que nosotros a la Naturaleza, habían comprendido que todos los hombres no son iguales, aunque a todos debe darse las oportunidades de purificación y perfección máximas. Así, dividieron sus religiones en una parte esotérica y otra exotérica.

En la primera entraban tan solo aquellos cuya fuerza espiritual y dedicación mística les habían alejado de la animalidad y proyectado hacia los arquetipos de los Héroes y los Dioses, intermediarios que, a manera de los Santos del Cristianismo, estaban entre los hombres y aquello que llamamos Dios. De lo que decían no sabemos casi nada, pues estaban toda su vida encerrados en sus templos y grutas, y cuando se mostraban al pueblo lo hacían tan solo en ceremonias de tipo simbólico. Lo que sí sabemos es que eran la fuente de donde manaba toda la fuerza espiritual que luego se traducía en cánones artísticos, científicos, literarios y políticos.

En la segunda, o exotérica, habían establecido a su vez dos divisiones: los “Pequeños Misterios” en los cuales se explicaban mediante imágenes y palabras los secretos naturales, a la manera de los modernos audiovisuales universitarios, agregándoles el aspecto místico y el conocimiento de nosotros mismos que ahora nos falta, y finalmente la parte estrictamente “religiosa” formada por un conjunto de creencias, ceremonias, abluciones, recomendaciones morales, consejos prácticos para la vida cotidiana y la convivencia, tratando de que el pueblo pudiera vivir mejor y creer en la Divinidad y en la inmortalidad del Alma.

Es, a la postre, lo único que nos ha quedado en la actualidad entre las religiones que agrupan a millones de seres humanos. Obviamente, esta comprensión y vivencia mística será tan grande como cada uno de los practicantes; pero no podemos afirmar que hoy, en sinagogas o iglesias se enseñe a los feligreses temas de gran profundidad metafísica; lo más frecuente es releer libros antiguos tomados en su letra muerta, u oraciones sencillas sin pedir seriamente a nadie una convivencia espiritual real. Tanto es así que hoy se habla más en los púlpitos de temas sociales y políticos que de la inmortalidad del Alma y de lo que nos va a ocurrir cuando nos muramos.

Una de las causas del actual ateísmo es precisamente esta, la ausencia de Misterios, pues salvo los hombres más simples o aquellos ya tocados por una espiritualidad innata, no hallan en parte alguna explicaciones para sus preguntas espirituales ni oportunidad de tener vivencias superiores que le mantengan ágil el Alma. Y como la carne es poderosa y se ejercita todos los días, la fe decae y la inteligencia se vuelve mera razón, en un juego de ignorancias que desemboca en la incredulidad, en la lucha y en el mencionado ateísmo, con la consiguiente desesperación y locura de identificarse con ese “robot” tecnotrónico que es nuestro cuerpo mortal, que lo es, como cualquier máquina artificial o biológica.

Desgraciadamente se ha dado una dolorosa deformación de la palabra “misterio”, y hoy se entienden como sinónimos “misterio” y “enigma”, o sea, algo que no se puede conocer. Eso fuerza a la fe por la fe en sí, pero es obvio que la inmensa masa de la Humanidad no está preparada para esa intuición de la Verdad, ni las condiciones de ruda competencia de la vida actual se lo permiten, y cae en un encoger de hombros de carácter escéptico.

Asimismo, la figura de un “cielo” y de un “infierno” está tan desfasada en el tiempo que sus imágenes ya no tientan ni asustan a casi nadie. Y sin noción de premio ni de castigo, la Humanidad no preparada espiritualmente desconoce los principios de la ética y de la bondad.

Esto ha degenerado en la proliferación de las sectas más o menos fanáticas y más o menos “orientalizantes”, pero tomando de Oriente el aspecto más superficial: la imagen de sus actuales civilizaciones vencidas por la vejez y la miseria, y no la muy robusta y luminosa que inspiró un Bhagavad Gita o un Dhammapada. Y cuando no son “orientalizantes”, han cogido del Cristianismo formas que configuran supersticiones y cultos a Santos convertidos en tótems. En la degradación no podía escapar el otro exceso de descender hasta los cultos satánicos, como la prensa nos ha mostrado numerosas veces, con inmolaciones en masa o crímenes rituales.

En verdad, la Biblia no nos muestra en ninguna versión original a diablo alguno, sino a Satán o Lucifer como un “ángel caído”, y de San Agustín a Pappini subyace la idea de que Dios, por su propia naturaleza, no puede tener un real enemigo al que no venza por sobreabundancia y al que no llegue su poder y su amor, independientemente de la voluntad rebelde, pues esta nunca ha de ser tan poderosa como la de Dios. Pero estas sutilezas teológicas y filosóficas no importan a quienes en sus desvíos personifican a Dios y al diablo como dos contrincantes que se disputan las Almas como perros de presa.

Nuestra propia sociedad, evidentemente decadente, es culpable de muchos extravíos y si pululan sectas diabólicas y fanáticas es porque el materialismo ha fracasado en su intento de formar un mundo mejor. En su decadencia, ha arrastrado a las distintas confesiones, y los mensajes de amor e inteligencia se han convertido en lucha fratricida.

Desde que en Occidente desaparecieron los Misterios, alrededor del siglo V, sólo quedaron sus restos más o menos sepultados en monasterios y en cofradías caballerescas. En Oriente duraron más, pero también terminaron por caer bajo el peso de las invasiones de pueblos que captaron del antiguo esplendor tan sólo la cáscara. Esto provocó, desde los excesos de la Inquisición hasta la pirámide de manos de Tamerlán.

Pero a pesar de este gran naufragio espiritual y de lo burlesco de los que hoy en día dan el nombre de Misterios a sus payasadas infantiles o a sus escudos de intereses creados, los Misterios no han muerto. En su verdadera y tradicional acepción, mientras exista el Universo habrá Misterios, pues ellos son la expresión misma del Espíritu. Y cuando el Universo muera, será el misterioso Espíritu el que, como el Cristo a Lázaro, le diga otra vez: “Levántate y anda”.

Los que conozcan el significado de la palabra “Cristo” y la palabra “Lázaro” sabrán que no miento. Pero para esos pocos no está escrito ese artículo, sino para los muchos engañados por un viejo prestigio espiritual donde hoy manosean y hocican los sectarios, víctimas de la descomposición de nuestra cultura y de un Destino que superaremos con esfuerzo y dignidad. Con fe en Dios, nuestro Señor, rey natural de todas las cosas y de todos los seres.

 

Créditos de las imágenes: Marek Piwnicki

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Referencias del artículo

Artículo aparecido en la revista Nueva Acrópolis de España, nº 89, diciembre de 1981.

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