“Toda la mitología de Shiva es una enumeración de las sorprendentes verdades de la ciencia de la conciencia”
Subash Kak
Los Shiva Sutras son una serie de aforismos o máximas de sabiduría (sutras) atribuidos al sabio Vasugupta que vivió en el siglo IX a. C. Le son atribuidos un origen divino, y se dice que Vasugupta los recibió de un personaje celestial (un siddha), o que el mismo dios Shiva se los dictó en una visión espiritual, o que le indicó una roca próxima en donde los encontraría escritos, roca que es hoy el monumento denominado Shankaropalo, un lugar de peregrinación de devotos. Estos aforismos causaron un gran impacto en su tiempo, por lo que disponemos, ya desde esa misma época, de varios comentarios, como el Vimarshini de Kshemaraja, el más famoso de los comentarios, o el de Bhaskara, llamado Varttika, del siglo XI, comentarios sin los cuales, a veces el texto es casi ininteligible. En Portugal tenemos acceso a la traducción (inédita en el momento en que escribo este artículo) del joven profesor de Sánscrito e Iconografía hindú Ricardo Martins, en la que nos fundamentaremos para intentar entrar en esta obra que expone como pocas los misterios de la conciencia como raíz de todo cuanto existe. Esta afirmación de la actual Física Cuántica no es otra que la verificación de lo que los egipcios escribieron en su máxima, hoy conocida como el 1º Principio del Kibalión “Todo es Mental”, es la misma que guía estas 77 máximas de condensado saber.
Tal es la importancia de esta obra que significó el florecimiento del llamado Shivaismo de Cachemira, una Escuela de estudios sobre la Conciencia, que aunque como todas ellas enraizadas firmemente en los Upanishads (a los que tantas veces son semejantes esta colección de máximas) con una dinámica propias. Los especialistas discuten si el número de máximas es 77 (versión de Jaideva Singh), 78 (Subash Kak) o 79. En todo caso el número no es casualidad, ni tampoco la división que se hace del texto en tres partes. El número 77 es 7 x 11, y el número 11 en la filosofía védica está asociado a los vientos espirituales de Rudra-Shiva, siendo Rudra la forma más antigua y Siva, “el benevolente”, posterior en la historia, y más asociado al hinduismo que a la religión védica propiamente dicha. Y el número 7 es la llave de la naturaleza activa misma, indica cómo ésta se estructura piramidal y orgánicamente.
El estilo del texto, como el de los Sutras, o en general, de toda la literatura védica, es sintético, la sabiduría es ofrecida en series de imágenes mentales o en máximas altamente condensadas que casi parecen fórmulas algebraicas. Las traducciones son tan diferentes que el lector occidental puede quedar desorientado y aún decepcionado y sin esperanza de encontrar el meollo de estas santas enseñanzas. El autor de estas líneas piensa del mismo modo que la incomparable H.P.Blavatsky. Quien mostró con mil y un ejemplos que estas obras escritas deben ser leídas con ayuda de ciertas llaves de interpretación, que remiten en el lenguaje de los símbolos a 7 grandes Ciencias como la Teogónica, la Alquímica, la Astronómica[1], Psicológica, etc… Por ejemplo, el ingeniero e investigador Subash Kak, que tan valiosos aportes ha hecho reivindicando el formidable tesoro del conocimiento védico y realizando comparaciones con la ciencia actual; en la traducción que hace de los Siva Sutras los enfoca como una Ciencia de la Conciencia, y la interpretación es por tanto nerupsicológica; Jaideva Singh se centra en el valor de Shiva como dios de los yoguis y las máximas son leídas en relación con el despertar de los poderes de los mismos. Por ejemplo en la máxima número 14, según la versión de Subash Kak dice “lo observado tiene una estructura”, pero en el de Jaideva Singh especifica más “todos los fenómenos objetivos externos e internos son [se convierten en el yogui iluminado] son como su cuerpo mismo”, refiriéndose así a la experiencia extática o de samadhi del yoga que siente el universo entero en su misma carne, sangre y huesos, en su mismo cuerpo, el microcosmos del macrocosmos. Lo que dice literalmente este aforismo o sutra es que “el cuerpo, el vehículo” (sharira) es el “fenómero, lo visible, lo manifestado”. Prefiero aquí, por ejemplo la versión sin demasiadas transformaciones (y que después cada uno haga las que quiera, sepa o pueda), casi literal, símbolo a símbolo, de Ricardo Martins, que lo traduce como “el cuerpo es lo manifestado”. Pura filosofía kantiana, el cuerpo es lo manifestado, lo que se expresa, es el fenómeno; porque el noúmeno siempre permanece oculto. Todo aquello que sea objeto de conocimiento, en cualquiera de los planos de la naturaleza, por más sutiles que sean, siempre será el “cuerpo” o el “vehículo” del sujeto o el Yo, siempre oculto en sus vestiduras. En el comentario llamado Vimarsini de Ksemaraja, dice, explicando el significado de este sutra:
“Lo que es perceptible bien sea internamente como externamente, todo ello aparece ante el Yogui como su propio cuerpo, es decir, idéntico consigo mismo y no como algo diferente. Esto es así a causa de su gran desarrollo (de identidad con el Universo consciente). Su sentimiento es Yo soy esto, tal como el sentimiento de Sadasiva en relación con el universo entero es Yo soy esto ”
Y este comentario es respecto a la máxima Drsyam sariram (el cuerpo es el fenómeno”), pero en este caso lo comenta también leído al contrario Sariram drsyam (el fenómeno es el cuerpo) y dice:
“Ante el Yogui, el cuerpo aparece como un objeto perceptible, un fenómeno como azul, etc., y no como un perceptor, como en el caso de los seres empíricos ignorantes. Bien sea que este cuerpo lo sea en la forma de delta, o sea, de cuerpo físico (como en la conciencia de vigilia); bien en la forma de dhi, o de la mente (como en el sueño), o prana (como en el sueño profundo), o como sunya ox, mero vacío (como en el caso de sunya pramdta).
Así, en el cuerpo y en cada cosa externa, su despertar (o vigilancia) es la de una conciencia indiferenciada, del mismo modo que el plasma del huevo del pavo real es un plasma indiferenciado”
Siguiendo el análisis palabra a palabra del sánscrito realizado por mi querido amigo Ricardo Martins, y en una versión libre, podemos traducir los 77 Shivasutras así:
I
II
El himno, el verdadero mantram es la mente.
III
Para descubrir cómo estas máximas, en general todos los sutras, son como semillas que se abren en la tierra de la reflexión, más y más y que podríamos hacer de ellas bosques de comprensión filosófica; podemos intentar ver cómo algunas abren algunas sus primeros retoños. Y pidiendo antes disculpas de que la tierra no esté a la altura de la cualidad de las semillas.
Pues bien, del mismo modo que en tantas otras obras de carácter mistérico, la primera máxima da la clave de toda la obra. Los kabalistas dicen que toda la Torah está sintetizada en su primer libro, el Génesis, y éste en su primer capítulo, el mismo en su primer versículo, “En el inicio, los Dioses crearon el Cielo y la Tierra”. Y aún éste en su primera palabra Bereshit, “al comienzo”, y así toda su Ley Sagrada, dicen, estaría expresada como símbolo y número por la letra B (de la Beth), que es con la que todo empieza: letra que significa “Casa, Morada” y es símbolo del Espacio Madre dispuesto a dar a luz.
En los Shiva Sutras, su primera máxima es “El Yo es la Conciencia”, e indica que esta obra es un tratado sobre la Conciencia, soporte del Yo, el Divino danzarín (como Shiva Nataraja) o el Espectador Silencioso de cuanto existe, el Yo como Fuego Central, el Eje en torno al cual todo gira, bien lo veamos en un sentido total o en el humano, como rayo del Espíritu Universal, el Hilo de Oro o Sutratma cuya infinitud atraviesa impávido tiempos y espacios. El Yo es el Árbol de la Conciencia del Bien y del Mal, y despierta con la mente, hallándose entrelazado, pero sin poderse mezclar, con el Árbol de la Vida. Filosóficamente podemos afirmar que el Yo es la llama divina que portamos en el camino de la vida, y que debemos proteger de vientos y acechanzas si no queremos quedar a oscuras, y por tanto sin poder avanzar más, sin saber diferenciar al amigo del enemigo. El Yo es el verdadero sujeto de la existencia, el Árbol de los Misterios y la Jerarquía de Luz, quien devuelve la unidad a cuanto transita en el camino de retorno a Dios. Psicológicamente el Yo Conciencia es el centro de todos los factores que la rodean, y quien da vida a la memoria, a la sensación, a la imaginación y a la voluntad, es el verdadero forjador, desde dentro, del carácter; la sustancia o luz de la que están bañados o aún formadas estas facultades o poderes del alma, la que mueve todos los factores de la vida interior. Buscamos, por ejemplo claves prácticas para mejorar la memoria, o la imaginación, etc., pero la verdadera clave es aumentar la conciencia, aumentar la presencia del Yo, y aún el interés inegoísta por algo surge cuando posamos la conciencia sobre un tema o enfoque de la vida: así le sucede al biólogo que ve en un paseo campestre lo que no ve el geólogo, y viceversa; el ignorante no ve nada pues nada arde en el lugar reservado para su conciencia, y sus intereses están asociados exclusivamente a la satisfacción de sus deseos o a protegerse de sus miedos.
En una clave astronómica, esta máxima se refiere al Sol Central, que hace girar, o en torno al cual giran todos los planetas, cada uno de ellos dando su nota en la escala de la Música de las Esferas. Si aumenta la conciencia aumenta el Yo, hasta que en la expansión definitiva, se une, libre de la atracción terrestre, con el Fuego Universal o el Yo Universal que la filosofía inda llama Brahmán.
La segunda máxima Jnana bandah, es asombrosa, y podemos traducirla como:
“El conocimiento es el límite”, o sea, lo que sabemos sobre las cosas es como una pantalla o barrera mental que no nos deja caminar en dirección a su misterio, o la famosa afirmación de que, “la idea que tenemos del árbol no nos deja ver el árbol”; generamos categorías o “cajas mentales” sobre todo lo que se aproxima a nuestra conciencia, antes aún de que llegue a esta, y perdemos así la oportunidad de ver más allá, de ver en todo (personas, sucesos, seres de la naturaleza, etc…) puertas que nos llevan a lo infinito. El conocimiento, desde esa óptica, nos ata e inmoviliza (este es el significado de la palabra sánscrita bandha, idéntica a la española, como las bandas de lino de una momia). O quizás debamos leerlo al contrario, nuestros propio límites (límites que no podemos obviar a no ser que nos disolvamos en la nada), llegan hasta donde lo hace nuestro conocimiento. Si uno aumenta su conocimiento, expande sus límites, es más libre que antes, llega a donde antes no llegaba, pues el árbol, sin lo idea del mismo, tampoco lo podemos ver, o no sabemos qué vemos; lo que, si no es lo mismo, lo es casi. Y si lo que conocemos puede llegar a limitar, más lo hace lo que falsamente creemos que conocemos, como nos sucede con la opinión rápida y superficial que nos hacemos de las personas que nos rodean, o los prejuicios basados en opiniones no muy sólidas, que dirigen nuestra vida, o los paradigmas de la Ciencia que hacen que ésta quede inmovilizada durante siglos en lo absurdo.
Lo que conoces te encarcela, pero, ¿es que no es una cárcel el espacio y el tiempo, no es una cárcel la causalidad misma, no es una asesina de lo Eterno? Y sin embargo, para el que se conoce a sí mismo, para quien vive en el centro de sí mismo, dicen los místicos que vive en el Universo entero, pues “Dios es un Círculo cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguno”; pues todo o bien surge, o bien hace eco y se refleja en el espejo mágico del corazón humano.
“La matriz de los orígenes, la ilusión es la ignorancia, el cuerpo de las acciones”. La primera parte de la oración es, en sánscrito, yonivargah, que significa, precisamente, “grupo de los orígenes, ilusión” y también “creación, diferenciación”, siendo yoni, la matriz femenina. Es que la ilusión está formada por los infinitos receptáculos (yonis) de la vida, que creen o sienten que se han apropiado de ella. Cada ser vivo, cada forma de existencia es un yoni, y todos ellos están fecundados por el mismo Yo Universal o Corriente de la Vida. El segundo término de esta oración o aforismo es kala-sharira, que significa, literalmente, “cuerpo de las acciones, ignorancia”. La aparente acción del mar es en la orilla en que muere. El mar es la conciencia, las infinitas orillas donde parece que muere y se vierte al ondular. Cada orilla es uno de estos yonis o receptáculos de vida, y el yoni-vargah es el conjunto o suma de todos ellos. Las acciones, el “cuerpo de las acciones” son las apariencias de formas en la orilla que gestan estas ondas del mar de conciencia, apariencias porque son transitorias, no duran siempre, avanzan y retroceden en la orilla de la manifestación, nacen y mueren. La ilusión reside en cada uno de estos yonis o formas-receptáculos de vida. Es como cuando decimos, “yo hice esto”, ¿lo hice yo, realmente, solo, o es la corriente de vida que en mí lo hizo? Si el rey dice, “he construido este castillo”, no es cierto definitivamente, pues él no ha movido quizás una sola piedra; si el obrero lo dice, tampoco es cierto, pues él es dueño de su pequeña acción, nada en la magnitud de esta obra, nada si no hubiera sido convocado para lo mismo, nada si no tuviera brazos y piernas que ejecutaran su labor, luego él es tan dueño de decirlo como el rey, pues quien finalmente hizo el trabajo fueron las manos, los brazos, las piernas; y si son éstas quienes se quieren apropiar de la acción, las células protestarían reclamando su “salario”, y entonces los átomos alzarían la voz o se saldrían de sus asientos fijos, fuera de sí por la injusticia cometida. En ello los electrones se saldrían de sus órbitas por el egocentrismo del átomo, etc, etc, etc. Y sin embargo, cada uno que ha sido penetrado por la voluntad de hacerlo, se puede decir que lo ha hecho, y es la voluntad el verdadero rey único de toda existencia. El rey, si ha asumido la voluntad, es quien ha construido el castillo al vivir y transmitir el relámpago de este fuego creador (en la India lo llaman Fohat), de esta necesidad de hacer, al dar las órdenes y abrir los caminos de la acción; el obrero, es rey de sí mismo y de sus actos al asumir como propia esta voluntad en el acto de su obediencia, y así las manos y las células, etc… Todos ellos son unificados en esta ceremonia de vida, la ilusión es la de cada uno que quiera apropiarse del acto entero.
La madre es la base del conocimiento. Esta máxima, tan simplemente expuesta, es también asombrosa en su sencillez y profundidad. Sin madre, quién puede conocer, si ni siquiera existe. Y quien dice madre es tanto en un sentido literal como metafórico. Por ejemplo, una Escuela de Filosofia es la “madre” de todos los discípulos que forja, pues hay en ella un despertar a la vida de la conciencia. Pero “madre” es también la naturaleza, madre de todo lo que vive, y sin la cual no podríamos ni respirar, y la base, o causa (pues la palabra adhisthana significa ambas cosas) de cuanto conocemos, pues las nociones que elaboramos sobre la realidad (que está siempre más allá) usan como base imágenes de los sentidos, y los sentidos son ventanas abiertas siempre a la naturaleza; sean sentidos externos o internos, tan característicos de los sabios. Además la madre es lo primero que conocemos, al nacer o cuando el alma es asociada a un nuevo cuerpo en la cuarta luna de la gestación, y vivimos en el amnios de la madre. H.P.B, como siempre magistralmente, dice al respecto: “La primera percepción que el hombre tiene de la procreación, es femenina; porque el hombre conoce a su madre, más que a su padre. De aquí que las deidades femeninas fueran más sagradas que las masculinas. La Naturaleza, por tanto, es femenina, y hasta cierto grado, objetiva y tangible; y el Principio espiritual que la fecunda está oculto”.
La palabra que se usa para “madre” es matrika, que significa también, “madre divina, shakti, principio creador femenino y alfabeto”. Luego, uno de los significados de esta cuarta máxima de los Shiva Sutras es considerando al alfabeto como matriz fonética y como base del conocimiento, la matriz desde donde surgen los sonidos con que damos forma a nuestros pensamientos, así quedan estos pensamientos vestidos y armados en base a sonidos codificados. Pueden hacerlo también en base a imágenes mentales, como en el caso del lenguaje de los sordomudos. Y más esotéricamente aún si nos vamos al significado simbólico y sagrado del Alfabeto como el conjunto de poderes del Alma de la Naturaleza, cada uno de ellos representado, como lo hace Platón en el Crátilo o Eliphas Levi en sus obras, con una de las letras. Y del mismo modo que podemos codificar armónicamente la infinidad de colores en 7 , así también la infinidad de posibles sonidos pronunciados con el aparato fonador puede ser codificada armónicamente y puesta en concordancia con los Poderes, o las ideas-raíz o formas geométricas base, que nos permiten la matemática del conocimiento. Dada la idiosincrasia profundamente mental y filosófica de estos pueblos indoarianos, para los mismos todo es construido primero por la mente, y da ahí la importancia del alfabeto y toda su simbología, como lo demuestro el gran número de referencias al respecto en los Upanishads, o la dada (que no sólo es conceptual, sino también mágica) a los mantrams o incluso a las semillas de estos himnos sagrados, los bija-mantrams, del cual el rey mismo es el AUM, emblema del Triple Dios o Logos que rige la Naturaleza (Creación, Conservación, Destrucción).
Si en la tercera máxima se habla de la Gran Madre (la Naturaleza en una clave, el alfabeto en otra) como la base del conocimiento, en la cuarta se refiere a su elevación, a su altura, al esfuerzo necesario para elevar la propia fortaleza interior, el castillo espiritual, la Acrópolis en lo más elevado de uno mismo: el cuadrado de la base (la naturaleza) y la elevación interior construyen la Montaña (uno de los símbolos de Shiva mismo), que es lo mismo que decir, la Pirámide. El sutra dice, literalmente udyamo bhairavah, y la primera palabra significa “elevación, esfuerzo” y la segunda es un epíteto del dios Shiva y significa “terrible, montaña”. Por lo que podemos también traducirlo diciendo que, si la Gran Madre es la base, “Shiva –la conciencia motor- es su elevación”, es decir, lo que permite esforzarnos. También podemos leerlo como que “El terror –de los conflictos y la energía que libera- es lo que permite elevar “ la Vida, lo que permite el esfuerzo. O sea, que ésta no se deslice inadvertidamente sin pena ni gloria, sin experiencia ni sabiduría, por la llanura de lo mediocre, sin ningún tipo de dificultad ni de desafío. ¡Ay de quien nunca sufrió un desaire, que nunca enfrentó una adversidad! Pues donde no hay resistencia, nada se puede hacer crecer, simplemente hay una expansión, como la de una burbuja de aire en el vacío.
Y así, desde un pasado que nos parece remoto, como escritas en letras de fuego, lo que muestran los Shiva Sutras es una sabiduría tan válida ayer, como hoy y mañana: tal es el tesoro de los clásicos, superaron la prueba del tiempo.
Notas
[1] Según H:P.Blavatsky, ver El Lenguaje del Misterio y sus Claves, cada una de estas Ramas de Conocimiento se subdivide en otras 7, de modo que las ciencias son finalmente 49. Las que hemos mencionado antes no sabemos si son de las 7 principales o de las secundarias.
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