Jámblico

publicado el 14-02-2015

Nueva Acrópolis - JámblicoA pesar de que su nombre no suele figurar en las relaciones de filósofos más conocidos, merece destacarse su influencia en la escuela neoplatónica, fundada por Plotino en el siglo III d.C. y más tarde, en el Renacimiento, período durante el cual sus obras se difundieron por toda Europa.

Entre los escasos datos que poseemos sobre su vida, mencionaremos que nace en Calcis, ciudad del sur de Siria, en torno al año 245, en el seno de una familia noble y adinerada. La fecha de su muerte es igualmente incierta y se situaría entre 325 y 333. Vivió, pues, en la época del emperador Constantino, un tiempo de cambios y de transición hacia la hegemonía de la religión cristiana en todo el imperio. Juliano, apodado el “Apóstata”, promovió posteriormente una recuperación de los antiguos misterios, apoyándose en las enseñanzas del filósofo de Calcis.

Resulta también incierto en qué momento de su vida Jámblico toma contacto con la Escuela neoplatónica de Alejandría, ya por entonces a cargo de Porfirio, discípulo y biógrafo del fundador, Plotino, pues los investigadores no coinciden en determinar si la relación de nuestro filósofo con dicha escuela fue estable o bien se limitó a algunos contactos con Anatolio y Porfirio. Lo que sí parece seguro es que Jámblico estuvo al frente de su propia escuela, primero en Apamea, lugar de larga tradición pitagórica, y más tarde en Dafne, y que un hijo suyo, Aristón, se casó con una discípula de Plotino llamada Anficlea. A su muerte, le sucede en la dirección de la escuela su discípulo, Sópatro de Apamea, el cual fundó posteriormente una escuela en Constantinopla y fue condenado a muerte por practicar la magia.

Lo que parece fuera de toda polémica erudita es que Jámblico recibió la enseñanza filosófica de Porfirio, probablemente en Roma, y que aportó a la escuela neoplatónica la práctica de la teurgia, entendida como magia divina y benéfica, que permite entrar en comunicación con el propio yo divino y con los altos seres espirituales, para lo cual se requiere una exigente pureza de vida y profundo conocimiento esotérico.

Obras

Lo más significativo de los escritos de Jámblico que han llegado hasta nosotros es su intención de relacionar la sabiduría griega antigua, más concretamente las doctrinas pitagórica y platónica con la tradición filosófica egipcia. Otro rasgo característico general es la búsqueda de concordancia entre Platón y Aristóteles y su interés por la sabiduría caldea.

Una de las pocas obras completas que se conservan de este filósofo es la conocida bajo el título “Sobre los misterios egipcios” que le asignó Marsilio Ficino al texto “Respuesta del maestro Abamón a la Carta de Porfirio a Anebo y soluciones a las dificultades que ella plantea”.

Una parte muy importante de la obra de nuestro filósofo estuvo dedicada a comentar la filosofía pitagórica. Bajo el título de “Colección de doctrinas pitagóricas”, conjunto de diez tratados de los cuales se conservan cuatro: “Vida pitagórica”, “Protréptico”, “Ciencia común matemática” y la “Introducción a la matemática de Nicómaco”. Los textos desaparecidos, que contemplaban la colección, se sabe que su temática era sobre Física, ética, Teología aritmética, una introducción a la teoría musical de los pitagóricos, una introducción a la geometría y un tratado de Astronomía. Es decir, se trataba de una sistematización o programa de enseñanza pitagórica.

Jámblico también escribió comentarios a las obras de Aristóteles: “Categorías”, “Analíticos primeros”, “Sobre el alma”, “Sobre la interpretación”, “Sobre el cielo” y la “Física”. También comentó extensamente a Platón, concretamente los diálogos “Alcibíades”, “Fedón”, “Fedro”, “Timeo”, “Parménides” sin olvidar su “Teología platónica”, “Sobre los símbolos”, “Teología caldea”, “Sobre las estatuas”, “Sobre los dioses”, y “Sobre la migración del alma”, de las que apenas se conservan algunos fragmentos.

Sabiduría egipcia

Resulta sugestivo considerar, por una parte, las preguntas que planteaba Porfirio en su carta a Anebo, y por otra, las contestaciones que Jámblico elabora, tomando como figura la del sacerdote Abamón, lo que le permite no pocas aclaraciones sobre lo que los antiguos egipcios interpretaron acerca de las grandes cuestiones filosóficas “de acuerdo con las ancestrales doctrinas de los asirios”.

El tema central del texto trata sobre metafísica. La pregunta de Porfirio consiste en qué es lo que los egipcios consideran causa primera: si es un intelecto o superior al intelecto, si es sola o se acompaña con otras, si se identifica con el demiurgo o existe antes y si todo deriva de un principio único o de muchos, si conocen una materia o primeros cuerpos dotados de cualidades y una materia no engendrada y engendrada.

Respuesta: No hay una doctrina única transmitida por los sabios. La tradición habla de numerosos principios causales que comportan diferentes grados, cambiantes según los relatos, al existir muchas esencias diferentes entre sí. Estas esencias fueron expuestas por Hermes en veinte mil libros según unos, y treinta y seis mil según Manetón.

Antes de los seres verdaderos y principios universales hay un dios, el Uno, que permanece inmóvil en la soledad de su unicidad, fundamento de los seres que son las primeras ideas inteligibles.

A partir del dios Uno irradia el dios autosuficiente, en sí padre y principio y dios de Dioses, mónada a partir del Uno.

De este derivan la substancialidad y la esencia, por lo que los egipcios le llaman padre de la esencia; él es en efecto el ser que precede al ser, principio de los inteligibles, Primer Inteligible.

El intelecto demiúrgico, señor de la verdad y la sabiduría, cuando viene al devenir y conduce a la luz el poder invisible de las palabras ocultas es llamado Amón, pero cuando ejecuta cada cosa se le llama Ptah, cuando es creador de bienes se le llama Osiris.

Para los egipcios la doctrina de los principios, desde arriba hasta los seres últimos, comienza desde el Uno y hace procesión hasta la pluralidad, siendo la multiplicidad gobernada a su vez por el Uno.

Las doctrinas sobre el alma también centran las explicaciones de Abamón-Jámblico. Dice al respecto que los egipcios distinguen de la naturaleza la vida del alma y la vida intelectual, no sólo en cuanto al universo, sino también en cuanto al hombre, poniendo al frente al intelecto y la razón. Por encima del mundo sitúan un intelecto puro y en todo el mundo un intelecto indiviso y otro distribuido por todas las esferas.

El hombre tiene dos almas: una derivada del primer inteligible, que participa del poder del demiurgo y otra engendrada a partir del movimiento de los cuerpos celestes, en la cual penetra el alma que contempla a la divinidad. El alma posee el principio propio de la conversión hacia lo inteligible, de la separación de los seres del devenir, de la unión al ser y lo divino.

“Cuando actúan las mejores partes de nosotros y el alma se eleva a los seres superiores entonces se separa por completo de lo que la retiene en el devenir, se aleja de lo peor, muta a otra vida a cambio de la suya, se entrega a otro orden, abandonando completamente el anterior (…) Desde el primer descenso, la divinidad mandó ya a las almas con el fin de que retornen a su vez a ella.”

Exhortación a la Filosofía

Pretende nuestro sabio con esta obra realizar una incitación sistemática y ordenada que lleve al alma a la actividad filosófica, ya que “el alma progresa lentamente de lo inferior a lo mayor”. El objetivo es irse adentrando, poco a poco en la sabiduría pitagórica y sus enseñanzas secretas. Antes que la filosofía hay que enseñar la cultura, que adorna el alma con las ciencias, dice Jámblico y exhortar a la práctica de la virtud, es decir, la búsqueda del bien, la práctica que nos va separando de la naturaleza humana para llevarnos más cerca de la esencia divina y el conocimiento de su acción. Siguiendo los Versos de oro y otros textos pitagóricos, como por ejemplo Arquitas y Perictione, una filósofa pitagórica del siglo II que escribió un libro “Sobre la armonía de las mujeres”, establece a la sabiduría como superior a la razón y la inteligencia, pues con “reflexiones espirituales” sencillas consigue llegar hasta los inteligibles y el poder de los actos divinos.

Así pues, la incitación a la filosofía comienza con apreciar el valor de la sabiduría, pues “se erige en origen de toda creación en el universo, de la generación y organización primordial y del mismo modo también en nosotros”, pues la divinidad le ha otorgado al hombre la capacidad de contemplar los seres y “conseguir la ciencia y la inteligencia universales”.

Y es que el hombre, al estar dotado de tales capacidades, es necesario que su virtud sea reflexiva y la ciencia que busque sea apodíctica, llegando científicamente a los principios de todo conocimiento.

La filosofía que propone Jámblico es teórica y práctica, ya que se trata no sólo de “observar sin más, sino adquirir esa facultad a través de nuestras actuaciones” y no basta con conocer los bienes sino que tenemos necesidad de encontrarles su utilidad y además que el uso que hacemos de ellos sea el correcto. La ciencia es la que nos señala el uso correcto de bienes como la riqueza, la belleza, la salud, y la sabiduría es aquella ciencia en la cual coincide la creación, el saber y el uso, por lo cual “los que desean prosperidad deben filosofar”.

No desdeña el uso y disfrute de los bienes materiales, con tal que estén supeditados a los bienes del alma y las potencias que la rigen, pues “hay que preferir el alma, después de los dioses, a todo lo demás”.

Establece una división tripartita de nuestra existencia: el alma, el cuerpo y lo que pertenece a éste, que se corresponde con otra triple división: lo que somos, lo que nos es propio, lo que nos pertenece, que se corresponde a su vez con el alma, el cuerpo y la riqueza que adquirimos a causa del cuerpo. Cada una de estas partes tiene su propia ciencia y la templanza sería el conocimiento del alma, la que lleva a cabo su perfeccionamiento.

La exhortación de Jámblico a la Filosofía podría resumirse en las siguientes palabras: “La filosofía parece proporcionarnos la disolución de las ataduras humanas, la liberación de la generación y el traslado al ser, el conocimiento de la auténtica verdad y la purificación de las almas. Y si en esto consiste la verdadera felicidad, hay que esforzarse por la filosofía, si realmente queremos ser felices”.

Resulta muy sugestiva la última parte del discurso, en la que se refiere a los símbolos que Pitágoras y su escuela utiliza para velar el conocimiento secreto, explicando su significado. Se trata de aforismos como “no críes nada que tenga garra o “no cortes leña en un camino”, que se propone desarrollar en un desaparecido tratado “Sobre los símbolos”, y que despertaron no pocas especulaciones sobre la disciplina de vida de los pitagóricos. A título de ejemplo, una de las más conocidas: “cuando salgas del lecho, enrolla los cobertores y elimina la huella de tu cuerpo”, lo cual significa para el filósofo de Calcis: “cuando te propongas filosofar, familiarízate desde ese momento con lo inteligible e incorpóreo” que no hay que llevarse nada material a la “luminosidad de la filosofía”.

Créditos de las imágenes: Tomisti

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