Hoy vi, en extraña visión, a la Muerte

Autor: Delia Steinberg Guzmán

publicado el 20-08-2023

Hoy vi, en extraña visión, a la Muerte.

Y esa visión me valió para entender, al menos por un instante, que no están vivos todos los que están dentro de un cuerpo, ni están muertos tan sólo quienes ya no pueden percibir sensiblemente.

rosa marchitaLa muerte, con su fatal claridad y nitidez, con su definición sin rodeos, se me ha presentado como un límite entre dos formas de vida: una, la que ya conocemos, y otra, llena de misterio, pero también atractiva. Y entonces, la muerte, como cesación, no sería más que el instante de traspaso en que ya no se sirve para seguir en la Tierra, y en que todavía no se ha tomado exacta posición del campo del Cielo.

A despecho de la muerte, solemos llamar vivos en la Tierra a todos aquellos que tienen un cuerpo biológicamente funcional. Pero esto nos lleva a un análisis de inmediato: si estar vivo es tener un cuerpo en funcionamiento, las plantas y los animales están vivos como los hombres, y no habría diferencia entre el existir de ellos y nosotros. De hecho, debe haber alguna diferencia, cuando tan poco se castiga el cortar una flor, y tanto se critica la muerte de un hombre…

De modo que, como es habitual, llegamos a la conclusión de que la diferencia estriba en la capacidad de pensamiento que es propia de los humanos, y ella es la riqueza capital que hace tan valedera la vida en este superior nivel.

Por eso, nuevamente nos hacemos la pregunta: ¿Es que todos los hombres están vivos? Para ello, todos los hombres deberían estar preparados para el correcto pensar, y lamentablemente no es así. La discrepancia de opiniones que a diario se manifiesta nos revela que el correcto pensar no es aún dominio del hombre, porque lo correcto, lo bueno y lo exacto no puede ser variable.

Ni todos los hombres piensan, ni todos los que piensan lo hacen de manera constructiva. Pensar tan solo en el propio beneficio, no es privativo del ser humano. Pensar y exponer bellas ideas que se piden para los demás, pero no para uno mismo es degenerativo del ser humano. No pensar ni preocuparse por nada que no sea el buen vegetar, es robar sitio a la vida y anquilosar un alma que necesita de otros alimentos y otras actividades.

En realidad, lo que vive en nosotros no es la máquina corporal; ella no es otra cosa que buen instrumento para la manifestación de lo que realmente está vivo y nunca puede morir; de aquello que no es material, que escapa al tiempo y a los límites, y que nos llena (muchas veces a pesar nuestro) de extrañas nostalgias de un Mundo distinto…

Por otra parte, e igualmente a despecho de la Muerte, no han desaparecido los que perdieron su cuerpo. Todo depende del recuerdo que hayan grabado a su alrededor, pues las nobles gestas bien pueden perdurar aun sin materia de apoyo. Hay vidas pasadas que fueron tan nítidas que aún cunden entre los hombres de ahora, dándoles nuevas fuerzas y nuevo aliento para trabajar por un Ideal.

Bien poco es lo que roba la Muerte: apenas un cuerpo; tan sólo un vehículo; pero nada toca a la esencia Divina que late en lo profundo de cada ser. De ahí que no es válido el temor a la Muerte. A estar con nuestra tradicional creencia en la inmortalidad del Alma, la Muerte no puede con la Vida Eterna. Y quienes no creen ni en su Alma ni en su propia inmortalidad, tampoco deberían temer a la Muerte, ya que nada les puede quitar…

Nos cuesta comprender cómo, quienes rechazan toda idea mística y espiritual, quienes pretenden ver en la Vida un chispazo de la casualidad, son los que más se aferran a dicha vida, si bien, en realidad, sólo trabajan para la muerte. Porque proponer una vida vacía, donde no hay dios, donde el honor ha pasado de moda, las virtudes son obstáculos de una moral retrógrada, la Historia es una molestia y el Arte una mera pérdida de tiempo, es lo mismo que proponer la muerte. Mucho tendrán que esmerarse quienes quieran imponer tal estilo de vida, n el mejor de los casos sólo lograrán ser seguidos por quienes, muertos de antemano, sólo arriesgan un vano deambular por el mundo, sin sentido y sin meta.

Llamaremos, sí, vivos a los que, sin miedo a la Muerte, saben trabajar para hoy y para siempre, poniendo su esfuerzo en lo realmente imperecedero. La lucha por una concepción material, por una existencia dedicada exclusivamente al estómago y a la violencia, sin atisbo de perdurabilidad, no merece siquiera ser empezada. Esa es la vida del reino de los muertos, donde hasta la misma Muerte teme entrar porque nada tiene para llevar…

Y en honor a esa Muerte que hoy he podido ver, debo confesar que también ella prefiere a los hombres vivos, a los de alma despierta y mente lúcida, a los que se vierten en acciones inegoístas, con hondo respeto por las figuran que marcaron los caminos previos de la Historia, y con gran ilusión en los que caminarán más adelante por esos caminos. Porque en este reino de los Vivos, la Muerte encuentra en ellos el único material digno de ser transportado a la Gloria y la Inmortalidad.

 

Créditos de las imágenes: Marcus Ganahl

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Referencias del artículo

Artículo publicado en la Revista Nueva Acrópolis de España en noviembre de 1975.

Un comentario

  1. Irene dice:

    Una excelente reflexión sobre el valor de la vida; da esperanza y ánimo y mitiga el miedo a la muerte, convirtiéndola en un bondadoso misterio que espera orgulloso la llegada de mentes lúcidas, de vidas de buen provecho.

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