Historia, realidad y proyección de la magia. India

Autor: Jorge Ángel Livraga

publicado el 05-10-2025

El pensamiento en la antigua India, como en todas las antiguas civilizaciones, estaba rodeado de una alienación particular, de una alienación de tipo religioso-mágico. Es evidente que nosotros, desde nuestro punto de vista, con nuestra actual alienación social y económica, estamos muy lejos de poder interpretar de una manera profunda, concienciando verdaderamente, el pensamiento de los antiguos pueblos.

No existía en la antigua India una filosofía del pensamiento separada de una filosofía de la religión, de la magia o de una filosofía de la ciencia, como tampoco existía una separación dentro del pensamiento occidental antes del advenimiento de Descartes y el movimiento por él engendrado, el cartesianismo. En India encontramos enraizados plenamente la religión, la magia, la filosofía, la ciencia, el concepto geográfico, el amor, la guerra, el honor; en fin, todas las actividades del ser humano.

El pensamiento antiguo de la India estaba revestido de una extraordinaria poesía; las diferentes traducciones de sus libros —que han sido posibles gracias a los esfuerzos de muchos estudiosos—, nos hablan no solamente de una altura intelectual, sino también de una sensibilidad fuera de lo común en cualquier ciencia que abarcaban, tanto en la mística como en el yoga, aplicándola al estudio del universo o del ser humano. Tanto es así, que, al adentrarnos en el tema que hoy nos ha reunido, nos vemos en la obligación de hacer una breve exposición de cómo ellos concebían al ser humano, si lo concebían uno o múltiple. Los más antiguos anales nos hablan de una «constitución septenaria» del ser humano; nos es necesario conocerla para poder acceder, con unos pocos más de elementos a los que asirnos, al tema que nos va a ocupar de magia en la India.

Agni, dios del fuegoLos hindúes, al igual que otras civilizaciones, concebían al ser humano como formado por siete cuerpos, o que su conciencia podía transcurrir por siete planos de identificación.

Un primer plano haría referencia al cuerpo físico propiamente dicho, que englobaría a la materia que lo compone, así como las fuerzas que le dan cohesión y forma; ellos lo denominan Stula Sharira, que en sánscrito vendría a decir «cuerpo que se puede golpear». Luego estaría el plano energético que se denomina Prana Sharira y estaría formado por aquellas energías que les permiten cumplir a los distintos componentes del cuerpo físico su función propia; en definitiva, sería aquello que aporta vitalidad al hombre. El tercer plano engloba las emociones. Es llamado Linga Sharira y es el cuerpo que abarca desde las más burdas pasiones que pueden arrastrar al ser humano, hasta los más elevados sentimientos de concordia humana y éxtasis místico. El cuarto plano hace referencia a la mente concreta, a la mente calculadora, a la mente que busca el provecho personal; es llamado cuerpo Kama Manas o mente de deseos.

Estos cuatro cuerpos o vehículos son los que conformarían la personalidad del ser humano, aquello que le sirve para expresarse en este mundo. Nos faltarían otros tres niveles que conformarían el reflejo de la divinidad en el ser humano; estos son: Manas, Budhi y Átmá.

Manas es la mente pura, la mente filosófica, la mente de las altas aspiraciones. Budhi, el esplendente cuerpo luminoso, algo así como lo que los cristianos llamarían la luz de Cristo, que rodea el enigmático Átmá, el espíritu.

Asimismo, a través de sus tratados védicos, los hindúes hablan de que existen siete mundos, siete ríos en el Cielo, siete partes en la Tierra, siete huestes creadoras, siete hombres primitivos, etc. Estos hombres primitivos son los siete rishis, los progenitores de todo lo que alienta en la Tierra, son los siete amigos de Agni, sus siete caballos o bien su caballo de siete cabezas.

Alegóricamente se declara que la raza humana ha surgido del Fuego y del Agua, modelada por los padres antecesores sacrificadores de Agni. Pues Agni, los Ashvins, los Adityas son todos sinónimos de estos primeros padres llamados también Pitaras o Pitris, Angirasas y Sadhyas o sacrificadores divinos, los más ocultos de todos, llamados también Devaputra-Rishayah, o sea, «los hijos de Dios», los «grandes sacrificadores» que son colectivamente uno y así aparecen bajo la forma de Vishvakarman, el gran dios de la acción, aquel que ejecuta una ceremonia, la llamada Sarva-medha, y que termina crucificándose a sí mismo en la Rueda del Tiempo.

Esta constitución septenaria abarca siete momentos evolutivos. Los hindúes, a través del Rig-Veda, concebían que el ser humano, el Espíritu del ser humano, había pasado sucesivamente a través de diversas etapas, que primeramente había alentado formas minerales, luego formas vegetales, después animales y en la actualidad humanas. Estas formas no habían sido corporizadas en nuestro planeta, o sea, que ellos piensan, o, mejor dicho, afirman, que el hombre aparece como tal en nuestro planeta, que no es fruto de la evolución en la Tierra de un animal anterior, sino que antes, en su forma animal, habitó en la Luna. Esta, según sus viejos tratados, sería algo así como la encarnación anterior de la Tierra, y esa Luna que hoy conocemos no sería otra cosa que un cadáver ligado tan sólo por resultantes de las más bajas vibraciones psíquicas y de un mecanismo físico al planeta Tierra. Afirmaban que la Humanidad entró directamente en nuestro planeta bajo «forma» humana, si bien, con la consolidación progresiva de este cuerpo que llamamos Tierra se fue consolidando también el cuerpo del ser humano.

Así, los textos hindúes y, sobre todo, los tratados tibetanos como el Libro de Dzyan, tan admirablemente desarrollados por H.P. Blavatsky en La Doctrina Secreta, nos hablan de siete razas humanas o siete humanidades. La primera humanidad, la humanidad Bhuta, sería una especie de sombra que todavía estaría constituida por formas casi intangibles, carentes completamente de razón y de emoción; luego, al ir condensándose la forma de la Tierra, fue pasando cada vez a formas más complejas, a formas más específicas, hasta llegar por fin a una humanidad que, se dice, habitó en un enorme continente en el océano Pacífico y que hace unos dieciocho millones de años adquirió la capacidad de dividirse en dos sexos, en dos polos, de poder procrear. Sobre esta humanidad, dicen los viejos tratados, descendieron los Agnishvattas, los señores del Fuego, los Manasa-putras, los portadores del Fuego mental y así nació la cuarta humanidad, que habitó un gran continente que, se dice, estaba en el océano Atlántico y que los hindúes llamaban Lanka, el mismo nombre que todavía hoy dan a la isla de Ceilán, conocida seguramente por todos ustedes por el famoso mito del Ramayana, en donde Hanuman, en representación de las viejas humanidades, protege y cuida las nuevas que van a engendrarse en India.

Esta cuarta humanidad, la humanidad de Lanka, vivió, creció y llegó a tener, según los viejos tratados, una evolución mecánica y científica muy parecida a la de la actual humanidad. Habría comenzado hace aproximadamente siete millones de años para ser destruida hace unos 850 000 años. Se dice que esta humanidad poseía grandes ciudades, como la llamada Ciudad de las Puertas de Oro, y los antiguos hindúes suponen que está hoy sumergida en el llamado mar de los Sargazos. Asimismo, esta humanidad habría contado con grandes avances técnicos.

Hablan los Puranas de ciertas naves voladoras llamadas vimanas, que eran algo así como grandes trirremes romanas voladoras. Estas naves estaban impulsadas por remos en cuyas puntas tendrían algo así como motores de propulsión a chorro, puesto que los nombran diciendo que son remos que lanzan fuego, que puestos hacia atrás impulsaban la nave hacia adelante, hacia abajo la levantaban, hacia adelante la hacían ir hacia atrás y hacia arriba la hacían descender. Otra cosa curiosa es su referencia a un cierto poder que llamaban marmash; este poder llamado marmash decían que lo extraían de las recónditas presiones de la naturaleza, una especie de fuerza atómica que les permitía, en pequeños laboratorios, lograr la anulación prácticamente del peso de los cuerpos, lo que hacía que estas naves pudieran ser manejadas con gran facilidad. Asimismo, decían que estas naves no se elevaban mucho y que por eso no podían pasar las cordilleras. Se habla también de una especie de rayo letal que sacaba la voluntad a los hombres y los transformaba en máquinas. Es ese rayo verde del que hablan los Puranas. También hablan de unos grandes «huevos» que eran arrojados desde estas naves y desde especies de pájaros mecánicos, y que en cierta oportunidad mataron un millón de hombres de una sola explosión.

Todas estas referencias fueron tomadas a burla durante el siglo pasado en las traducciones que se hacían. Nuestro conocimiento de la actual física atómica y de los peligros de las famosas bombas nucleares nos pone en evidencia que tal vez esto no haya sido una simple novela, no haya sido una especie de cuento, sino que haya sido el recuerdo de una humanidad que pasó una experiencia parecida a la nuestra.

Se dice que esta cuarta humanidad fue destruida por un gran cataclismo y que de ahí partió la quinta humanidad, la que actualmente estamos viviendo nosotros, humanidad que otra vez comenzó desde el hombre cavernario, desde el hombre simple, desde el hombre pastor, para ir evolucionando poco a poco hasta nuestro actual momento.

El Rig-Veda está conformado fundamentalmente por himnos. En estos himnos se habla de un «hombre celeste» llamado Purusha; de este Purusha nació Viraj y, en cierta forma, Viraj es el hombre mortal. Allí también aparece Varuna, quien deja de ser el señor de los dhyanis o devas para regular los fenómenos naturales; es el que dicen que «marca el camino del Sol». Se habla también de los siete ríos del Cielo, o sea, los siete creadores descendentes, pues, como los ríos, llevaban agua desde lo alto hacia lo bajo; igualmente, cuando se habla de ríos terrestres se habla de las humanidades, pero también las humanidades van desde lo alto hacia lo bajo. Los fundadores de todas las cosas suelen ser superiores a sus seguidores y, sin embargo, los seguidores son aquellos que realizan los sueños de los fundadores.

Hablan también los Vedas de las Leyes de Varuna, el Vratani, los «cursos de la acción natural», las leyes activas, sobre las cuales se basamenta la famosa Gupta-vidya, o sea, el conocimiento mágico, el conocimiento secreto. Este conocimiento mágico, secreto, esta Gupta-vidya, estaba revestido por una religión, la religión prebrahmánica llamada también la Brahma-vidya.

El Rig-Veda es el más antiguo de todos los anales conocidos, y puede verse que corrobora todas las enseñanzas antiguas en todos sus conceptos. Sus himnos, que son los anales —tal vez escritos por los primeros iniciados de esta nuestra quinta humanidad— acerca de las enseñanzas primordiales, hablan asimismo de las humanidades futuras. Dicen que habrá dos más y que hoy estamos en la quinta humanidad, Pancha-Krishtaya, y que estas cinco humanidades han gobernado cinco regiones o cinco mundos que afloraron de las aguas; que únicamente los eruditos que llegan a dominar el significado secreto del Purusha Sukta —en el cual la intuición de los orientalistas modernos ha querido ver nada más que uno de los últimos himnos de los Vedas— son los que pueden esperar comprender toda esta armoniosa enseñanza; y también de qué manera podemos entender la relación entre el mundo esotérico y el exotérico.

Entendemos entonces que todo este inmenso cúmulo de religiones hindúes que tanto nos asombran —con esos 330 millones de dioses que componen nada más que el panteón brahmánico— no son más que la expresión popular, externa y desmembrada, de una antigua enseñanza secreta. Y que la antigua enseñanza se vertió a través de los cuatro Vedas, se vertió a través de los Puranas y de los Upanishads.

En el Atharva-Veda, por ejemplo, dice: «El tiempo nos lleva adelante, corcel con siete rayos, con mil ojos, infatigable, lleno de fecundidad, sobre él montan los sabios inteligentes. Sus ruedas están compuestas por los mundos, aquí el mundo y el tiempo marchan sobre siete ruedas, tienen siete naves. La inmortalidad ha construido su eje, él es ahora todos estos mundos. El tiempo apresura hacia adelante, hacia el primer Dios, el tiempo contiene un recipiente lleno, le vemos existiendo de muchas formas, él es todos estos mundos ahora y en el futuro, y ellos, los sabios, llaman al Tiempo el más elevado de los Cielos.»

Se dice en los libros esotéricos que el espacio y el tiempo son uno, el espacio y el tiempo no tienen nombre, pues son aquello incognoscible que sólo puede percibirse por medio de los siete rayos, los cuales son las siete creaciones, son los siete mundos y son las siete leyes.

Así, vemos que todas estas inmensas enseñanzas están revestidas de un esoterismo, están revestidas de una vieja profundidad que nos habla de una unión intrínseca entre el Universo y el ser humano, y aun dentro del ser humano. Nosotros, que en esta humanidad hemos clasificado órganos, aparatos, tejidos celulares, etc., nos hemos detenido aquí, en el cuerpo físico. Cuando nosotros hablamos de la psique, cuando nosotros hablamos de la mente, hablamos de todo ello aristotélicamente, o sea, metafísicamente; para nosotros todo lo invisible es una especie de gran paquete o bulto mal atado que nunca sabemos por dónde se abre y nunca sabemos qué nos caerá encima cuando lo abramos.

En cambio, los antiguos hindúes habían establecido estas divisiones sutiles y, por ejemplo, en el cuerpo pránico, en el cuerpo Prana Sharira, habían descubierto siete órganos fundamentales, los famosos siete chakras de los que algunos de ustedes habrán oído hablar. Cada uno de los chakras es como un órgano que canaliza una función distinta, así como el hígado o el estómago en el cuerpo físico. Pero lo que tenemos que saber es que no hay siete chakras según los tratados hindúes, sino que hay cuarenta y nueve, siendo siete los chakras físicos dentro del cuerpo físico, pero habría siete chakras más por cada uno de los cuerpos. O sea, que el conocimiento vulgar de los chakras, ese que empieza por Muladhara, es simplemente el conocimiento de los órganos del cuerpo pránico, pero hay siete chakras en el cuerpo Linga Sharira —que los ocultistas occidentales llaman cuerpo astral o cuerpo psíquico— y también hay siete chakras mentales o siete senderos para la inteligencia, aunque esos todavía no han sido publicados para Occidente y generalmente no se los nombra ni se los conoce.

A través de esta tradición cada uno de estos chakras estaría relacionado con un poder determinado, y el hombre que pudiese manejar alguno de estos órganos podría provocar determinados fenómenos de orden parapsicológico en la esfera en que estos órganos actuasen. Se decía también que los chakras, —palabra que significa «rueda» y también significa «flor»—, eran reversibles, o sea, que no solamente servían para asimilar energía del medio ambiente, sino también para expelerla de tal manera que podrían provocar lo que el vulgo llamaría milagros.

Afirmamos una y otra vez que para la magia antigua el milagro no existe; el milagro no es nada más que la ignorancia del hombre que no conoce una ley. Se puede caminar sobre las aguas, se puede ver a través de espesos muros, se puede recordar tal vez lo que se vivió hace miles y miles de años. Eso puede parecer milagro, pero es milagro tan sólo cuando se desconoce el mecanismo interno que promueve esos fenómenos aparentes.

Los hindúes, a través de su gran disciplina que es el Yoga, han llegado asimismo a la plasmación y a la unión de todas estas partes. Pero Yoga, estimados amigos, no es Hatha-yoga; el Hatha-yoga no es más que la introducción física al Yoga. El Yoga no es respirar de determinada manera, no es hacer un kriya determinado. Yoga no es sentarse de determinada manera, no es hacer un asana determinado; Yoga es unirse a sí mismo y unirse con la Naturaleza.

Hay cuatro Yogas fundamentales: el Karma-yoga, el Bhakti-yoga, el Gnana-yoga y el Raja-yoga, que simbolizan las cuatro posibilidades humanas, la posibilidad de trabajar y vivir, la posibilidad de amar, la posibilidad de pensar y la posibilidad de Ser, o sea, ser en la voluntad, el autodominio, la capacidad de poder manejarse a sí mismo.

El viejo panteón hindú nos habla también de los poderes humanos relacionados con los devas, una especie de ángeles o seres superiores que ayudarían a los hombres bondadosos. Y nos hablan también de los estados de meditación que pueden ponernos en contacto con los Gandharvas, los “señores de la música celeste, o si nuestros deseos nos inclinan hacia la Tierra, con esas tentadoras Apsaras.

Las viejas enseñanzas hindúes han separado siete estados o siete salas de conciencia que llevarían desde el momento terrestre evolutivo hasta un momento nirvánico de liberación. Son ellos el Patala—el Patala significa en sánscrito lo que está contrario a los pies—, el Mahatala, Rasatala, Talatala, Sutala, Vítala y Atala. Atala corresponde al Satya-loka y es el lugar de los nirvanis, la morada suprema. Al llegar a este punto, se decía que el antiguo mago había llegado a beber plenamente su Gnana, o sea, su fruto de sacrificio, y podía, más allá de la personalidad animal o terrestre, llegar a la liberación absoluta.

Pero entendamos bien que el Nirvana, tan popularizado por los budistas bajo su versión pali de Nibbana, no es un estado de ataraxia, no es un estado de imbecilidad continua como muchos occidentales piensan, sino que es, según nos dicen, la expresión máxima de aquello que está más allá de lo que vulgarmente podemos concebir. Claro que nuestros amigos podrían preguntarnos: «Pero entonces ¿qué es el Nirvana?» Cierta vez un discípulo le preguntó a su maestro oriental: «Señor, ¿qué es el Nirvana?» Y su maestro oriental le contestó: «¿Podríamos dar idea a un pez de cómo quema el fuego?» Podríamos darle una idea al pez de lo que es agua caliente pero no de lo que es fuego. Así, solamente podría hablar del Nirvana aquel que dice que ha llegado al Nirvana. Porque nosotros, que somos humanos, decimos que el Nirvana es todo bien, todo descanso, todo paz, pero si fuésemos vacas diríamos, por ejemplo, que el Nirvana es todo pasto, y si fuésemos perro, que el Nirvana es todo hueso. Entonces, nosotros estamos extendiendo nuestra actual felicidad pensando que es la felicidad futura. Preguntad a un niño cómo sería el Nirvana, diría que una tienda de juguetes; preguntad a un hombre enfermo, diría que es un lugar donde hay salud; preguntad a un desafortunado, diría que es donde nadie, nadie pasa miserias; de tal manera cada uno ve en el Nirvana lo que le falta, lo que quiere ser.

Así que no podemos hablar del fin porque tampoco conocemos el principio. Somos tan sólo un punto en el medio, somos algo así como una perla que corre sobre un largo hilo, el famoso Sutratman de los magos hindúes. Nuestro problema no está en conocer la punta del hilo, nuestro problema está en levantar la perla hasta el lugar superior para que pueda escapar del hilo de las reencarnaciones, para que pueda escapar al fin del mundo manejado por los skandhas, las semillas del Karma, las semillas de la acción y de la reacción.

Así, también la magia hindú nos habla de distintos estados, estados de conciencia llamados Jnanendriyas, estados de acción llamados Karma-indriyas y también de los sentidos, de los Tan-matras que nos permiten ponernos en relación con el mundo circundante, nos permiten tomar experiencia, pero a la vez también nos atan a este mundo y nos crean la falsa idea de que este mundo es real y perdurable, lo que los hindúes llaman Maya.

Maya no es ilusión, Maya es una ilusión con apariencia de realidad. Por ejemplo, ustedes ven ahora este grabador, pero no piensan que este grabador hace unos años no existía, no piensan que dentro de unos años no existirá. Este grabador existe hoy y para nosotros nos basta. Sin embargo, este grabador es algo limitado en el tiempo. Si yo les pregunto si es grande o es pequeño, ustedes no me sabrían decir. Si me dicen que es pequeño lo compararían con una mesa, con un escritorio, si me dicen que es grande lo compararían con un grano de arroz, lo compararían con un lapicero; este grabador no es grande ni es pequeño. ¿De qué color es? Gris. ¿Es un color claro o es un color obscuro? Con el fondo negro se ve claro, sobre el fondo blanco se ve obscuro.

Así, este grabador no es grande ni es pequeño, ni es obscuro ni es claro, ni es nuevo ni es viejo, puesto que si dijésemos que es nuevo podría parecer viejo junto a algo que hubiésemos adquirido o fabricado hoy, y si decimos que es viejo parecería muy nuevo junto a un viejo mueble, junto a un viejo sillón Fo que hay en la planta alta. Entonces, este grabador no es ni nuevo, ni viejo, ni grande ni pequeño, ni negro ni blanco y ha empezado y va a terminar. Por lo tanto, este grabador esencialmente no existe, existe tan sólo por un momento en el espacio y en el tiempo. Es una especie de aglutinación de materia conformada por una mente que ha dado forma a las cosas y que por lo tanto se nos aparece en base a la ilusión de los sentidos.

Los hindúes decían, precisamente en los Puranas, que todo el Universo no es más que un acto de magia, no es más que un kriya, es una especie de respiración universal, es un Mayavi-rupa, un cuerpo hecho de ilusiones. Los viejos maestros trataron de explicarlo y decían que eran como ramitas de pino unidas por el viento, o un poco de arena que se había reunido también por una ráfaga de viento. Como bien podemos entender, lo que importaba era el viento del espíritu y no la arena que iba y venía; así, a nosotros nos debe importar, según estos principios de la magia hindú, el espíritu que se refleja en las cosas, la forma que se refleja en las cosas, siempre que esta forma sea hija del espíritu.

Los materialistas quieren afirmar que todo el Universo carece de espíritu, que todo el Universo no ha sido pensado. Sin embargo, la materia no tiene forma propia. La materia es como la arcilla que se amolda a las formas que uno le da; pero las formas que uno le da es porque antes las ha pensado y eso que ha pensado es mental y es tan sólo un ente. Tan sólo un ser puede pensar; de tal manera encontramos la constatación lógica de un foco divino o espiritual del Universo, del cual ha emanado todo y al cual van a volver todas las cosas. Es evidente que este es uno de los principios básicos de la magia hindú.

La constatación básica también nos enseña, desde otro punto de vista, que el dolor es un vehículo de conciencia. Esto lo afirmaron los hindúes; o sea, que nos sirve para poder perfeccionarnos, cada vez más, en la inmensa rueda de las reencarnaciones, que es otra de las afirmaciones de la antigua magia y de la religión hindú.

Hay una vieja parábola que dice que en un valle muy obscuro existían unos pequeños gusanitos que se arrastraban dolorosamente, y que una vez Brahma, el gran dios, vino desde el paraíso de Indra y observó a esos gusanitos un poco doloridos. Uno de ellos se quejaba mucho y Brahma quiso hacerle un don, sacó su vara mágica, lo tocó y el gusanito dejó de sufrir. Brahma volvió al paraíso de Indra y regresó después de muchos milenios. El valle estaba lleno de hermosas mariposas que gozosas volaban de un lado a otro. Habían superado su etapa de dolor, su etapa de arrastrarse; hermosas alas habían salido de sus flancos otrora desnudos. Pero allá en el fondo del obscuro y frío valle seguía arrastrándose un pobre gusanito que no sentía el dolor, pero que al no sentir el dolor tampoco había querido escapar de las estrecheces de su momento evolutivo y había quedado por siempre sufriente, por siempre silencioso; sufriente, si no físicamente, sí interiormente, al encontrar limitadas sus posibilidades de evolución.

Así nos enseña la vieja filosofía y metafísica hindú que el dolor es el principal vehículo de conciencia y que, para poder llegar a conocer, hace falta primeramente sentir. Cuando decimos esto, muchas veces chocamos con ciertos orientalistas que recomiendan la superación de todas las emociones; pero yo pregunto, distinguidos amigos: ¿Podemos superar lo que no tenemos? ¿Todos nosotros tenemos emociones? ¿Todos nosotros tenemos realmente pensamientos? Muy pocos. Evidentemente, la mayor parte de nuestras emociones no son más que reacciones psico-físicas ante el mundo circundante, y gran parte de nuestros pensamientos no son más que reelaboraciones de elementos ajenos que nos han inculcado en base a una conformación intelectual, que es eminentemente repetitiva y que ha olvidado las esencias.

La vieja magia hindú, a través de las religiones, ha llenado de místicos al mundo, ha fructificado en una de las religiones que cuenta con mayor número de adeptos: el budismo, una religión filosófica que ha plasmado escuelas tan notables como el Zen, que ha impulsado incluso las modernas escuelas de Yoga y que ha llegado a todos los rincones del mundo con una esclarecedora filosofía metafísica que permite, aun a los hombres superiores, a los hombres de élite, llegar a encontrarse a sí mismo, llegar a aspirar a ese divino Nibbana.

La Magia hindú no se detuvo tan sólo en estas abstracciones, llegó incluso a las formas prácticas. Todavía hoy, en algunos lugares de India, es bastante común encontrar a hipnotizadores que por muy pocos dólares pueden realizar aparentes milagros, y aún hay algunos que ni siquiera hipnotizan, sino que realizan ciertos actos que podrían clasificarse dentro del común decir de los «milagros». Esa vieja prueba del hombre con su soga vertical por donde sube alguien y desaparece en el aire, el otro que se vierte grandes cantidades de plomo candente dentro de la boca…

Un maestro oriental decía que India es el Ganges y que el Ganges es la vida, o sea, de toda la vida que corre, de lo más alto a lo más bajo. En India hay millones de hombres que mueren de hambre, en India hay grandes sabios, hay grandes filósofos, en India hay millones de fanáticos que corren detrás de una vaca, en India hay también miles de hombres que buscan una real liberación. India es una especie de crisol, un crisol muy viejo. Si viajan a India no esperen encontrar gran cantidad de maestros, gran cantidad de magos, gran cantidad de escuelas iniciáticas, no, todo eso es del pasado. Han quedado, sí, pero han quedado las más remotas que están escondidas, y lo que ha quedado a la vista de turistas y viajeros es tan sólo la magia psíquica, la capacidad de poder crear grandes alucinaciones, de hacer crecer rápidamente una planta de mango, por ejemplo, 30 o 40 centímetros en breves instantes. Todo ello son juegos de salón para un antiguo mago, aunque los modernos psicólogos y parapsicólogos verían esos fenómenos como algo extraordinario nunca logrado en sus laboratorios.

Terminamos entonces esta referencia a la Magia hindú, recomendando, a aquellos que quieran conocer a fondo los tratados sobre la Magia hindú, La Doctrina Secreta de H.P. Blavatsky, en cuyos seis tomos se refleja, de una manera extensa, toda la metafísica de la India y los principios básicos de la Magia.

Créditos de las imágenes: Richard Mortel

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Referencias del artículo

Segunda conferencia-clase dictada el 16 de septiembre de 1967 en la sede de Nueva Acrópolis, Junín 683, Buenos Aires, República Argentina.

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