Estamos a las puertas del verano. Una vez más viviremos -nos dejaremos vivir- por los cíclicos procesos de la Naturaleza. Sin embargo, más que quitar hojas de nuestro almanaque, o contar los días que se deslizan casi inadvertidamente, lo importante es tomar conciencia de cada momento que se vive.
El verano es un momento muy especial. Cientos de ideas poéticas, tradicionales, publicitarias y vulgares, han contribuido a que esta estación del año pierda gran parte de su sentido profundo.
Lo más corriente es considerar al verano como el período de “descanso”; pero estas vacaciones son algo más que reposo. Por lo visto se trata de que repose el alma, y el cuerpo se vuelva lo más activo posible en aquello que de más natural e instintivo tiene. Imágenes en la prensa, el cine y carteles callejeros, nos muestran un verano pletórico de trajes de baño, bebidas excitantes y exóticas, músicas psicodélicas, cabellos al viento y un grado general de desenfado y falta de seriedad.
En otros niveles algo más sutiles, el verano es la época del “justo descanso”, y la expresión de la “plenitud”. El fruto en sazón es el ejemplo del hombre maduro y serio que reposa tras los arduos trabajos del resto del año.
Y hoy, nosotros, pequeñas moléculas arrastradas por el viento de los acontecimientos y de las modas, nos preguntamos: ¿son las estaciones una pura casualidad de distribución en el año, o hay en estos ciclos algo más profundo cual un verdadero lenguaje de la Naturaleza.
De más está que nos inclinamos por la segunda versión. Si toda la Naturaleza vive a nuestro alrededor; si nosotros, que formamos parte de esta Naturaleza, nos vemos gobernados por ciclos de vida y muerte, de enfermedad y salud, de juventud y vejez; ¿por qué rechazar la idea del tiempo expresado en verano, otoño, invierno y primavera, como significativos de la vida de la Naturaleza?
Ciertamente el verano huele a madurez, a expresión cabal y lograda de la vida, y nos incita a sentirnos de la misma manera, en un juego de concordancias al que es muy difícil escapar.
No se trata, de escapar del influjo de la Naturaleza. Por el contrario, sintámonos maduros, plenos, llenos de sol que es energía, y sepamos vivir inteligentemente este verano. No es sólo el cuerpo quien ha de descansar; no es sólo el cuerpo quien ha de sentir esa plenitud; dejemos que el Hombre Interior sea también verano pleno y descansado de los problemas habituales.
El descanso no es cuestión de música, ni de bebidas, ni de una nueva moda, ni de la cercanía del mar o las montañas (aunque muchos de estos factores pueden ayudar). El descanso, en el hombre, es variar de actividad.
Si durante muchos meses, nos hemos agobiado en tareas rutinarias y maquinales, descansemos de ellas con una renovada creatividad: lecturas nuevas, conversaciones diferentes, otra distribución de las horas del día, otras calles para recorrer el mismo camino.
Si durante muchos meses, la monotonía diaria nos ha anquilosado la conciencia a la altura del cuerpo, renovemos el alma con la energía del verano. Es el momento oportuno para volver a enfocar la vieja pregunta: ¿Quién soy, de dónde vengo, a dónde voy? Hay respuestas en la claridad madura del verano, que el silencio oscuro del invierno puede no dejar ver.
Es ley en el hombre la constante actividad. Es inútil soñar con el romántico reposo del no hacer absolutamente nada, pues nunca logramos estar inactivos: si no trabajamos con las manos, lo hacemos con la mente; y si no pensamos, trabajamos con la psiquis; unas y otras cosas “cansan” por igual.
Para descansar hay que haberse cansado antes. Para dejar de buscar hay que haber encontrado previamente. ¿Es que efectivamente todos nos hemos cansado tratando de buscarnos? ¿No es éste un buen momento para, variando de actividad, salir en busca de la madurez que promete el verano y que en el hombre se llama EVOLUCIÓN?
Delia Steinberg Guzmán.
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