Frecuentemente hablamos de las estrellas, de los planetas, de los animales, del cielo, de la tierra, del agua, de la nieve y olvidamos el sentido real y el significado de la palabra Universo. El Hombre se pregunta sobre el conjunto de la Naturaleza, donde él mismo está imbricado, pero suele perder la idea central a que se refiere.
El Universo significa aquello que va hacia una sola parte y lo que nosotros debemos descubrir es hacia dónde. Este enfoque fue tal vez el primero que tuvo la humanidad. Todas las antiguas civilizaciones se preguntaron, a través de sus religiones, su metafísica, sus filosofías, hacia dónde marcha el Universo y el porqué del mismo; pero las nuevas alienaciones de tipo materialista, sobre todo en la época post-cartesiana, nos hacen diferentes planteamientos, y empieza entonces el Hombre a analizar las características del Universo, el tamaño, la forma y el peso.
El Hombre dice conocer el Universo, porque le ha dado nombre a los astros, porque ha medido la distancia de la Tierra a la Luna, porque conoce la relación de los elementos químicos, las características de las fuerzas físicas, y sin embargo, en esa forma de puntualización del conocimiento, si bien se ha logrado profundizar en cada una de las áreas, estas se han ido separando las unas de las otras.
Se enseña, por ejemplo, de mineralogía, las distintas características de las rocas, los movimientos orogénicos que han hecho cambios en la superficie de la Tierra; sin embargo, no se enseña el sentido fundamental de las cosas materiales.
Vamos a suponer que tomamos un objeto cualquiera y lo soltamos de golpe; notamos que cae y busca siempre el lugar más bajo; hay siempre una atracción natural entre este pequeño trozo de materia y el gran trozo donde estamos nosotros. Esta atracción material es incansable.
¿Qué podemos extraer entonces de la naturaleza de lo mineral? Podemos extraer una tenacidad, una búsqueda de destino; y ¿quién de nosotros puede decir que compartimos con las piedras esa búsqueda de destino? Por lo general, cuando encontramos una dificultad, solemos combatirla un tiempo, y si la dificultad no cede, cedemos nosotros. Las cosas de la Naturaleza, las piedras por ejemplo, tienen la tenacidad de estar más allá del tiempo y de buscar siempre su destino final.
Se enseña a nuestros niños las distintas características de las plantas, se conoce el fenómeno, por ejemplo, que puede tener una planta para lograr su proceso de clorofila, pero se pasa por alto que, más allá de todo fenómeno fotónico, existe la capacidad de la planta de saber esperar y saber crecer. Una semilla pequeña, sepultada en la tierra en invierno, debajo de la nieve, espera pacientemente el advenimiento de la primavera. Cuando llega, esa pequeña semilla se levanta y busca el aire y el sol. Es otra enseñanza de tenacidad, de verticalidad, y desde el punto de vista filosófico, nos interesa el sentido final para la marcha de las cosas.
Tenemos asimismo el agua; nosotros la vertemos en cualquier parte, el agua va corriendo en busca del mar, en el mar se evapora, sube de nuevo, se condensa y vuelve a formar un gran ciclo. Todo el Universo tiene una finalidad.
Obviamente, en el nuevo carácter de los últimos siglos, alienados por las cosas materiales, con una psicología de producción y de consumo, el Hombre ha olvidado los elementos naturales y la interpretación de los mismos. Los antiguos no se preguntaban con tanta eficacia, tal vez, la distancia de la Tierra a la Luna, pero trataban de entender qué significaba la Luna en el Universo. A través de viejas ciencias como la astrología y otras, trataban de interpretar el fenómeno natural y ver de qué manera se imbricaba con este fenómeno que se llama Hombre. Y eso le daba al Hombre de la Antigüedad la sensación de estar acompañado de seres inteligentes, y de ser él mismo.
Nuestro problema actual es que nosotros nos sentimos como aislados en medio del Universo, o sea, de tanto estar en contacto con elementos artificiales, hemos perdido la capacidad de buscar una finalidad a las cosas, y lo dramático es que hemos perdido la posibilidad de encontrar una finalidad en nuestra propia vida. Al vivir tan sólo de instante en instante, hemos perdido un sentido teleológico de la vida, de nuestras raíces ancestrales y de la finalidad que la vida tenga. Y así nos hacemos momentáneos, sujetos al tiempo, seguros de que hemos sido creados como por casualidad y de que vamos a desaparecer en cualquier momento, y ese pensamiento subconsciente nos sobrecoge y nos daña. En lugar de tratar de interpretar la Naturaleza, tratamos de crear una serie de elementos intermediarios que son absolutamente artificiales.
Las hojas de los árboles tienen sus alvéolos respiratorios en la parte inferior; ¿por qué no en la parte superior? Sencillamente porque el polvo los taparía. Estando en la parte inferior, se salvan y pueden respirar. ¿Es esto casualidad?
¿Es casualidad que el color de las alas de las mariposas se confunda con las flores y las frondas para que los pájaros no las puedan coger? ¿Es acaso casualidad que los mochuelos y lechuzas tengan las puntas de sus alas desflecadas, de manera que no hagan ruido en su vuelo nocturno y poder así coger los conejos por sorpresa? ¿Es casualidad que estos roedores tengan sus orejas hacia atrás, de tal suerte que puedan captar el más mínimo sonido de aquellos que vienen en su persecución? ¿Es casualidad acaso el número de colores en que el espectro se divide, cuando le toca la luz blanca? ¿Es casualidad acaso la forma como clasificamos los sonidos?
Es obvio que el Universo entero está coordinado de tal manera que tiene una unicidad, una suerte de sentido piramidal de la existencia, en donde las cosas, aunque sean múltiples, van todas buscando un solo fin; van todas al encuentro de una misma cosa y están todas regidas por una misma Inteligencia.
En la Segunda Guerra Mundial, los aviadores entendieron que era bueno llevar los aviones en forma de V, o sea, la formación V de combate, que va reemplazando el avión que va delante por los que van en la cola; se ha demostrado que eso aumenta la velocidad de la escuadrilla. Los patos y los ánades vuelan todos juntos en forma de una gran V que marcha de tal suerte que el pato más fuerte es el que está en el medio y los demás se ven beneficiados por su ruptura del aire.
Todo esto no podemos pensar que es casualidad. Al hombre le costó siglos poder entenderlo. Podríamos extraer numerosos ejemplos que nos muestran cómo la Naturaleza está pensada. No puede ser que a todas estas sumas les llamemos casualidad, sino que tenemos que reconocer que la Inteligencia universal ha planificado todas las cosas. Y si aceptamos esta planificación universal, tendríamos que preguntarnos ¿para qué? Es inconcebible decir que todo está planificado porque sí, no porque está pensado; y si está pensado, es bueno tratar de descubrir cuál es la respuesta del Universo, para qué está pensado, hacia dónde marchamos todos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Existen siete principios o siete leyes fundamentales, acordes a las divisiones naturales de todo el Universo.
1- El primer principio, el superior de todos los que tiene la Naturaleza, es el principio de unidad. Toda la Naturaleza está coordinada, o sea, conforma una unidad vital y nada está excluido de ella. Las cosas, al vivir, no destruyen a las demás, sino que permiten la vida de todo. Cuando el lobo persigue a los ciervos en la estepa, no alcanza al más joven, sino al más viejo, al enfermo, al que podía transmitir su enfermedad al resto de la manada. O sea, que aun lo que nos parecen actos de destrucción, y aun lo que nos parecen actos de crueldad, están hechos de tal manera que pueda perpetuarse la especie.
No hay dudas en la Naturaleza, no hay diálogos de oposiciones. Todo está perfectamente plasmado y va a una sola parte.
2- El segundo principio es el de la iluminación; todas las cosas en la Naturaleza tienen ese principio, ya sea iluminación física, ya sea espiritual. Las realidades existen, pero necesitan de una luz intelectual o espiritual para poder ser distinguidas, y cuando decimos a veces que no existen verdades, que no hay nada en qué apoyarnos, que estamos solos, es que estamos a oscuras y necesitamos el redescubrimiento del principio de la iluminación.
3- Este principio trae como consecuencia el tercero, el de la diferenciación. Todas las cosas en la Naturaleza están diferenciadas. No existen dos cosas absolutamente iguales. Este principio existe aunque a veces no lo veamos; todas las cosas son diferentes; incluso los granos de arena que vamos pisando por la playa y que nos parece que son todos iguales, no lo son. Si los miramos atentamente con una lupa, vemos que cada uno tiene su pequeña diferencia, su pequeña característica. De ahí que tengamos que tener cuidado cuando manejamos la palabra igualdad. Podemos ser equivalentes, pero no iguales; podemos ser semejantes, pero no iguales; y eso no parte, no divide, no destroza a los hombres; eso les enriquece, como un mosaico de diferentes colores que puede tener tonalidades parecidas, pero que jamás son absolutamente iguales. Este concepto es una praxis inventada por el hombre; en la Naturaleza no existe la igualdad.
4- Cuarto principio, principio de organización. Las cosas están organizadas; todos vemos un árbol, un tronco sólido que se eleva sobre la tierra y sostiene una copa llena de ramas, de nidos de pájaros; pero no vemos otra anticopa que hay debajo de la tierra y que también con sus ramajes de madera sostiene a todo el resto y se hunde en el suelo, que no tiene pájaros, pero tiene gusanos, alimañas, que alimenta todo. O sea, todo está perfectamente organizado, todo está pensado de tal manera que hay una ayuda y una colaboración entre una cosa y la otra. Y los errores que solemos cometer los hombres, son porque carecemos de organización.
Organización no es masificación, no es imposición de unos sobre los otros; organización es ayuda. Las manos son opuestas y, sin embargo, se organizan para coger algo; si tuviésemos las dos manos para el mismo lado, difícilmente podríamos coger alguna cosa. Hace falta entonces reconocer ese principio de organización, aun cuando nos opongamos en alguna cosa. Ese principio nos permite a todos trabajar juntos, sin dejar de ser quienes somos; esto lo debemos aplicar en nuestra vida, en el aquí y en el ahora.
5- Hay un quinto principio, el de causalidad: todas las cosas son causa de la siguiente y son efecto de la anterior, todos nosotros descendemos de algo y provocamos algo: cualquier cosa, tomada en cualquier parte, es resultado de algo y es causa de algo, aun las cosas aparentemente inanimadas. Nada es causa tan solo y es efecto tan solo, están ligados. Del día viene la noche, de la noche viene el día.
6- El sexto principio, el de vitalidad, nos expresa que todas las cosas están vivas. Absolutamente todas. Hasta el siglo pasado y mitad de este, se hablaba de seres vivos y seres inanimados. Todavía hoy, por inercia, seguimos repitiendo esto porque decimos que algo está vivo cuando se mueve o cuando vuela o cuando crece. Desde el comienzo del mundo las cosas no solamente están vivas cuando actúan, también lo están cuando resisten. Todas las cosas están en constante movimiento, aunque nosotros no podamos ver las moléculas o los átomos que ruedan en el aire, que conforman nuestras manos, nuestros huesos. Todo está penetrado de esta vitalidad; esta vitalidad que en Oriente se llama «prana», una vida que penetra todas las cosas, que no se detiene, de tal suerte que aun las cosas que decimos muertas no están muertas, simplemente han cambiado de condición, de forma, de manera de vivir.
7- Finalmente el principio de periodicidad. Desde que nacemos notamos que se alternan en la Naturaleza el día y la noche, el verano y el invierno, en fin, tantas otras modalidades que así se oponen y se alternan; y sin embargo, nosotros no concebimos, hasta que leemos a Platón, hasta que alguien nos lo enseña o hasta que despertamos nosotros a ellos, que también estamos dentro de esa periodicidad. Todos estos ciclos abarcan un gran ciclo que llamamos la vida humana. Pero ¿por qué nos detenemos ahí?, ¿por qué no entender que esa vida humana es un pequeño día despiertos, dentro de una gran vida? Que después de esta vida física hay una vida espiritual y que es como un sueño, y que luego tendremos una vida física y una espiritual.
La ley de los ciclos abarca todas las cosas y no se detiene, todo es cíclico, cíclicamente ruedan los astros en el cielo, y se mueven también los pequeños corpúsculos dentro de los átomos.
Esta periodicidad permite una vida y una pulsación continuadas. Debemos tratar de extraer de la Naturaleza todo aquello que no sea fácilmente destruible. Debemos cuidar algo, no solamente nuestra parte física, porque ¿hasta dónde cuidamos nuestra parte psicológica? ¿Hasta dónde tenemos un alimento mental, todos los días? ¿Hasta dónde tenemos alimento espiritual? Tenemos que tener cuidado con nuestros sueños. Hemos llegado a tal grado de materialidad que cuidamos que no se nos rompa un jarrón, un coche, ¿y un sueño, una ilusión, un esfuerzo? ¿Qué pasa con los pájaros de cristal de los sueños cuando se rompen? Quedan hechos pedazos y nos hieren las manos.
Tenemos que tener el valor de pulverizar nuestros sueños rotos, y con ese polvo de cristal de sueño, crear pájaros nuevos. Es hora de que entendamos que no solamente tenemos que arrastrarnos por el mundo como si fuéramos tortugas o serpientes, sino que tenemos que aprender a volar con fuerzas de alas.
La Filosofía no es la nueva especulación; no es colocarse en un rincón viendo pasar la vida, no es tampoco una disciplina de tristezas y de abandono. Filosofía es tener una actitud fuerte ante la vida, es entender el fenómeno de las cosas, es poder vencer el miedo dentro de nosotros mismos, vencer la muerte, poder llegar a cada uno, al fondo de cada uno. Porque nosotros nos vemos; a veces se dice que el Hombre cuando muere pasa a lo invisible; sin embargo, el Hombre siempre es invisible; está detrás de las cosas que hace, de su propio cuerpo, de sus propias palabras, de sus propios actos. El Hombre es una gran pregunta, un gran enigma.
La respuesta está en este propio Universo en el cual vivimos. Está escrita en las paredes de la Historia y en las paredes de este Universo que nos rodea. Tenemos simplemente que aprender a leerlo. Es una actitud natural, no está en contra de ningún credo, no está en contra de ninguna afirmación. Es volver a la Naturaleza.
Tenemos discernimiento y, sin embargo, carecemos de él en las cosas; ¿a quién le gusta un automóvil que marche de vez en cuando? A nadie. Y sin embargo, aceptamos ideas que son buenas a veces y a veces no, principios que se aplican a veces y a veces no, honradez que se aplica a veces y a veces no. Tenemos que volver a tener ese sentido común que usamos en el sentido físico. En la parte espiritual tenemos que volver a requerir de nosotros, del mundo que nos rodea, valores absolutos fáciles de entender, de manejar, de asimilar, que nos permitan tener una comprensión exacta del Universo.
Necesitamos una nueva ciencia, una ciencia que nos quite el vicio de los intereses creados, en la que no esté el sentido de la violencia. Necesitamos arte que nos consiga unir otra vez con la belleza, que no se base en la angustia, sino en la verdadera investigación. Necesitamos una política que pueda llevar a los hombres a la convivencia y la elevación, y no al choque entre sí o a convivencias artificiales. Necesitamos, en fin, un Nuevo Mundo. Pero este mundo existe ya: es el mismo Universo, es la Naturaleza. Nosotros lo único que tenemos que hacer es vivir intensamente el momento que el destino nos ha deparado. Ser como una llave que se introduce en la cerradura del Universo y hace saltar la puerta de la Historia, pasar a otra dimensión, pasar a este mundo que nos está esperando. Este Mundo que debe ser, no solamente Nuevo, sino Mejor.
Créditos de las imágenes: Kimse
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Este artículo, o mejor, conferencia, es un verdadero himno filosófico. Se presentan, por primera vez al mundo -que yo sepa- las 7 Leyes que gobiernan la Naturaleza manifestada, la Pirámide de todo lo que existe, y que se corresponden con los 7 Planos de Vida y Forma en el Universo. Estas 7 Leyes o Principios se desdoblan en otras siete cada una formando lo que en Astrología son las 49 Leyes del sistema solar, y que los egipcios llamaban los 49 Fuegos del dios Ptah.
Estas Leyes están asocidadas, evidentemente a lo que el Hermetismo llama “las 7 Leyes del Kibalión”, aunque no me parece fácil establecer el vínculo una a una.
En todo caso el discurso filosófico del profesor Livraga es simplemente sublime, una lección para entender en profundidad el misterio de todo lo que vive, pues este conocimiento es una llave que abre infinidad de puertas.
Profundo sin dejar de ser cálido.
Este artículo nos aporta grandes claves para la vida y es bastante esperanzador. Muy bueno para leerlo si nos sentimos deprimidos.