Ante todo, para los que me conocen desde hace tantos años, quería explicar un poco por qué esta forma atípica de dirigirme a mis amigos peruanos. La profesora ha recogido una serie de inquietudes sobre el tema, ha hecho una especie de cateo entre los jóvenes peruanos, por lo que quise darle a esta reunión un carácter que fuera eminentemente práctico.
Vamos a hablar de cosas que puedan ser muy agradables, muy maravillosas, con buena oratoria, que todo el mundo aplauda y todos estén contentos; pero queremos también que sea práctico, o sea, vamos a cercenar un poco esa parafernalia de la oratoria que tanto gusta, lo confieso; pero a veces es más útil contemplar las cosas de una manera más directa, para que todos aquellos que por primera vez están en nuestra casa de Lima, tengan la oportunidad de conocer más a fondo, más directamente qué es esto de Nueva Acrópolis y qué es una filosofía a la manera clásica.
Muchos creen que filosofía es algo frío, que filosofía es conocer lo que dijo Aristóteles, Platón, saber qué dijo Hegel, etc. No, la verdadera filosofía, la filosofía que estamos rescatando nosotros no es una filosofía de palabras simplemente; es una filosofía de palabras y acto, es una filosofía viva, es una filosofía tradicional, es una filosofía muy abarcante, que no solamente nos va a hablar del ser y de la cosa en cuanto a cosa, y del ser en relación con el tiempo, sino que nos va a hablar de todo eso pero mucho más, aplicado a la vida cotidiana.
A veces enseña más el pétalo de una flor que todo un tratado sobre filosofía, y eso es lo que venimos a proponer. Es la proposición fundamental de Acrópolis: el volver a la naturaleza, el volver a la vida, el no tener siempre que depender de los demás en una especie de plantilla psicológica, en la cual siempre tenemos que esperar a ver qué es lo que opinó fulano de Aristóteles, qué opinó de Platón, qué opinó de la vida, de la muerte, etc.
El tema hoy sí se relaciona con la vida y la muerte.
¿Por qué elegimos este tema? Si fuera un tema económico, le podría tocar a unos sí y a otros no, si fuese otro tema también; pero el tema de la vida y la muerte, como la muerte nos va a alcanzar a todos, y todos por ahora estamos vivos, entonces es de interés para todos nosotros. Quien más, quien menos, cada cual se lo contesta a su manera, y ahora sabréis cómo lo contesto yo. ¿De qué manera yo puedo tener una idea? Puedo tenerla a través de mis estudios, de mi experiencia, de mis viajes, una idea sobre la vida, sobre la muerte.
Algunos de vosotros sabéis que yo hace veinte años que viajo constantemente por el mundo, que yo no vivo en ninguna parte. Soy italiano de nacionalidad, he nacido en Argentina y he estudiado en varios países, en varias universidades, desde la de Buenos Aires hasta la de Salamanca, así que a través de mis viajes he podido ver una serie de fenómenos, mil diferentes modos de sentir y demás. Yo desearía traer un poco de esa universalidad, un poco de ese perfume, un poco de esa actitud de tanta gente lejana.
Yo no tengo un lugar fijo, yo no resido en ningún lugar sino que soy un poco ciudadano del mundo y de tal manera quiero estar ante vosotros, de una manera muy natural. Agradezco a quien me presentó que haya mencionado algunos de mis títulos, pero eso es aparte. Ahora hay un hombre, una persona, y otras personas escuchan. Esa es la única salvedad: yo hablo y vosotros escucháis; algún otro día vosotros hablaréis y yo escucharé. Esa es la única realidad desnuda y clara. No hay nada preparado, esa es una de nuestras reglas. Pueden empezar las preguntas.
Pregunta: Después de haberle escuchado , nosotros tenemos pensado que más allá de todos los títulos, lo más importante es que usted es un humanista y un filósofo, un filósofo a la manera clásica, así como recordamos a Sócrates en Grecia; pero la inquietud que creo que tienen todos los asistentes esta noche es: ¿cómo se siente un filósofo, cuya forma de actuar, de transmitir las enseñanzas, su pensamiento, pertenece a un mundo clásico, en una época como esta? Dicen que por sus obras los conoceréis. Nueva Acrópolis en estos momentos se encuentra en 50 países y alberga a miles de escolares que son filósofos con esta viva inquietud que usted ha sabido inspirarles. Entonces, quisiera que nos cuente un poco cómo ha podido lograr esto y qué rechazo puede haber encontrado, porque la filosofía como usted bien dijo, hoy se ve como repelente, como algo abstracto, y a veces se rechaza así sin conocerla.
Respuesta: Tal vez primero sería bueno recordar que lo clásico no es solamente las ruinas del Partenón, las pirámides de Egipto, las obras de Séneca… Clásico es todo aquello que perdura, que puede perdurar en el tiempo. Puede ser algo antiguo, puede ser algo moderno. Pero ¿por qué se le llama “clásico”? Se le llama clásico porque es perdurable en el tiempo, porque es durable, porque no es efímero.
Evidentemente, el mundo actual tiene otros conceptos, las cosas por lo general son efímeras, cada vez son más efímeras. Los objetos que utilizamos, los libros incluso que leemos no ven un gran futuro, ‒físicamente digo‒, al contrario que un libro del siglo XVI. ¿Por qué? porque estamos reutilizando materiales, estamos poniendo mucha química, muchos elementos artificiales. Ya no se imprime con los viejos tipos de plomo con que lo hacían aquellos libreros de la época de Gutenberg; entonces, esos libros se pueden aún agarrar. Ahora he visto, tal vez con sorpresa, que un libro moderno, actual, a los veinte años tiene las páginas amarillas, casi destruidas. En cambio, cuando vamos a una Biblioteca, podemos conseguir un libro, aunque no sea un incunable, que sea del siglo XVII o XVIII; generalmente tiene las páginas más blancas, está mejor, porque el material es diferente.
Llamamos clásico entonces, no solo a los objetos sino a las ideas que perduran, que duran, que quedan. Nuestro mundo, como decíamos, no es muy afecto a eso; hoy una cosa es buena, mañana es malo. El fenómeno que está pasando ahora en el Este lo está demostrando; porque de la Revolución de Octubre hasta ahora han pasado unos 70 años. Para la historia de los pueblos no es tanto, y sin embargo se ha derrumbado todo, todo cambia; las grandes estatuas que había de Stalin, hoy se están vendiendo como chatarra. Hoy las cosas pasan muy rápidamente. Esto significa que nada de esto es clásico, que nada de esto puede perdurar, no perdura, no sigue.
Nosotros, precisamente, venimos a traer algo que perdure, algo que siga, algo que pueda ser continuado por las generaciones posteriores. El fraccionamiento, la fractura, la oposición generacional no es precisamente por falta de lo clásico. Cada generación “inventa la pólvora”, el que viene detrás la tiene que volver a inventar, y el que viene luego la tiene que volver a inventar. Obviamente, estoy hablando de manera simbólica, ya sé que seguimos usando la misma pólvora.
Lo que quiero decir es que cada uno quiere inventar algo nuevo e incluso hay jóvenes que se asombran cuando hablan con el abuelo y el abuelo les cuenta que él también, cuando era joven, tenía su recelo, tenía sus inquietudes, tenía sus problemas de la Universidad. Y dicen: “¡Pero cómo, abuelo, en tu época, tú!”. Y es que el abuelo no siempre tuvo 70 años, el abuelo también fue joven y estaba en movimientos de reforma, en movimientos nacionalistas, o de izquierda, o de derecha. O sea que en todo momento existe una inquietud.
Lo que queremos es subir las cumbres de aquellas inquietudes, esa acrópolis, esa ciudad alta, para que no haya choque generacional, para que los jóvenes puedan vivir en paz con sus padres y con sus abuelos; o sea, volver un poco a ese mundo tradicional que tanto se ha despreciado y que, sin embargo, fuera perfectamente balanceado. Perfectamente balanceado en el sentido de que todo joven entendía que si no se moría antes, iba a llegar a viejo; y todo viejo recordaba su juventud, y cómo en su juventud había tenido también aventuras y cosas, entendían lo que los jóvenes pueden hoy sentir, o sea un mundo mucho más humanizado.
¿Y cómo se siente un filósofo clásico en un mundo que no es clásico? No tengo tiempo de analizarlo. Viajo demasiado, corro demasiado, no tengo mucho tiempo para analizarlo. Simplemente, me siento feliz de hacer lo que estoy haciendo, y me siento feliz de que todos vosotros estéis aquí escuchándonos. Esta noche yo vivo este instante, mañana no sé si amanecerá; pero no importa. Me importa vivir este instante, me importa poder comunicar algo que tengo dentro del corazón, algo que no he preparado como un “regalito de Navidad”, sino que es real y sé que también la gente me escucha con el corazón; no quieren escuchar una disertación académica, sino que vienen a escuchar a un hombre, a un filósofo, a un buscador. Todos somos filósofos, porque todos hemos nacido preguntándonos de dónde venimos y a dónde vamos, por qué murió el abuelo, por qué se murió el perro viejo, ¿qué pasa?
Todos desde niños somos “philo-sophos”, es decir enamorados de la verdad, enamorados de la realidad. Después, cuando crecemos, muchas veces nos olvidamos de todo esto y la vida nos va llevando poco a poco; nos va desviando de esas primeras preguntas. Y casi, casi me atrevería a decir que hay gente mayor que tiene vergüenza de preguntarse sobre los árboles, sobre las estrellas. Y si se lo preguntan, lo preguntan íntimamente. No lo dicen, porque les da mucha vergüenza.
Recién ahora, con los movimientos ecológicos, volvemos a tener un poco de conciencia de la importancia de la naturaleza; pero muchos, muchos de nosotros podemos sentir todavía vergüenza porque hacemos preguntas simples, siendo adultos. Y nos podemos preguntar por qué las hojas de los árboles tienen la cara lisa, verde hacia arriba. ¡Por favor! claro que no sabemos eso, no importa. Es una forma de salir del paso. No nos vamos a preguntar por qué las aguas corren hacia el mar. ¿Hacia dónde van a correr las aguas?, ¿hacia arriba? No puede ser; bueno, hacia abajo entonces.
Pero esas son contestaciones que, aunque creemos muy adultas, son más infantiles que las infantiles. Tenemos que pensar por qué el agua va para abajo, por qué el fuego va para arriba. Qué es todo esto, desde cuándo existo yo, hasta cuándo voy a seguir existiendo. Y todos estos que ahora me miran y me ven, desde dónde vienen y hacia dónde van. Y si es cierto que nos vemos nosotros, o si vemos nada más que nuestras cáscaras; nada más que la parte más exterior, como si fuese un traje más.
¿Hasta dónde nosotros nos estamos viendo en profundidad? ¿Hasta dónde lo más que vemos no es más que un gran un escaparate, una especie de vidriera donde se exponen las cosas, y no vemos más allá?
Pregunta: Usted, como filósofo, ¿cómo nos podría definir la vida y la muerte?
Respuesta: Desde el punto de vista filosófico la vida y la muerte no existen exactamente. Existen, pero dentro de un juego de dualidad. Por ejemplo, todo el mundo dice que cuando se ha ido el sol, que es de noche. Pero mañana vuelve nuevamente a amanecer; y sale el sol y da toda su vuelta por el cielo y anochecerá otra vez. Todo el mundo lo ve, pero casi nadie lo entiende. Y ven que se suceden las estaciones, que se suceden todas las cosas, pero no importa.
Para los filósofos clásicos la vida y la muerte no eran nada más que dos aspectos de la misma cosa. Por ejemplo, en la antigua Grecia clásica representaban la vida y la muerte con la figura de un delfín que alternativamente salta fuera del agua y entra en el agua . Supongamos que esto es agua[1]. Entonces este delfín surge de esta agua que sería Tanatos, la muerte. Surge, salta, entra. Nosotros vemos el delfín, nada más que en esta parte, cuando está fuera del agua. Entonces, ¿qué decimos en nuestra ignorancia? El delfín nace cuando sale del agua, salta y muere al caer al agua. Solamente aquel que sepa la naturaleza del delfín va a saber que esto es nada más que un momento, un instante, un proceso, y que el delfín sale del agua para volver al agua, y surgir otra vez más adelante.
Por eso los antiguos, por lo general, aceptaban la teoría de la reencarnación de las almas. Así como el sol que va a salir mañana no es nuevo, es el mismo sol que antes; así como la luna no es nueva, es la misma luna pero que aparece periódicamente, así también el ser humano, el interior del ser humano, reaparecería periódicamente en breves “reencarnaciones”. Estas reencarnaciones le permitirían, según los antiguos filósofos clásicos, una serie de experiencias múltiples que son muy difíciles de tener en una sola vida, en una sola “encarnación”.
Lo último, aparte de que sea cierto o no la teoría de la reencarnación, sí sabemos todos que es cierto. Porque cuántos de nosotros no hemos querido ser otras cosas aparte de lo que somos. Tal vez en este momento alguien sea comerciante, pero le hubiese gustado, tal vez, ser pintor, músico o carpintero, y no puede al mismo tiempo ser todas estas cosas Tiene que elegir. Por lo general, o elegimos nosotros o la vida elige por nosotros, dada una serie de circunstancias. A las circunstancias los antiguos también llamaban “destino”.
El destino era lo que regía la meta final, la trayectoria del alma, que es igual que el mecanismo del Karma para los hindúes, la ley de acción y reacción que va dirigiendo a los seres según los hechos pasados. Según lo que hayan hecho es que se van proyectando nuevas experiencias necesarias, a veces positivas, a veces negativas, experiencias de pareja, de fortuna, experiencia de ser varón o de ser mujer, de ser rico o de ser pobre, pero todas experiencias que llegan a enriquecer al alma.
En todas las antiguas religiones y en la institución de los misterios, y por los filósofos antiguos, ‒Platón por ejemplo‒, se afirmaba esta ley de la reencarnación, que en el caso de los griegos estaba representada por un delfín que salta, sale del agua y vuelve a entrar. Eso forma parte de los misterios de la nave y de Dionisos, de la nave que está navegando en un océano que es de vino, un mar negro, para representar el misterio. Cuando uno cae en el misterio sin preparación y se ahoga, se emborracha, pierde su noción. Hay que saber nadar sobre el misterio para no beber demasiada agua ‒que no es agua, es vino en este caso‒; y perder nuestra conciencia y emborracharnos. El mito es muy bello, aparte de que sea cierto o no.
Pregunta: Muchos dicen que no es simple esto de creer en la reencarnación, porque no recordamos. ¿Por qué no recordamos nuestras anteriores reencarnaciones, que hemos vivido antes?
Respuesta: Yo no creo que sea una prueba suficiente de que no exista la reencarnación el hecho de que no recordemos. A un enfermo, a un paciente , a alguien que simplemente tiene un trauma cualquiera se le dice que cuente su vida. Una persona de 40 a 50 años, su vida la cuenta en no más de dos o tres horas; o sea, lo que recordamos de nuestra propia vida actual es muy poco. Y si recordamos muy poco de nuestra vida actual, no es difícil que casi no recordemos de otras vidas, de otras encarnaciones.
Además, hay gente que sí recuerda otras encarnaciones; hay bastante gente que recuerda. Incluso se han hecho experiencias muy notables, en casos de regresiones bajo estado hipnótico, en los cuales luego se ha comprobado que han dado nombres de calles, han dado descripciones muy precisas de ciertos lugares en donde, en determinado momento, les pasó tal cosa o tal otra, y se ha buscado en los archivos y se han comprobado. Ahora, esto no quita de que todo esto esté en estudio, esté en revisión, esto es muy nuevo.
Es una cosa que ha aparecido en los últimos años, la investigación de la parapsicología. Psiqué (la psique) es la mariposa que representa el alma. Esa psique o psiqué, que como una mariposa va de flor en flor, es lo que también era otra imagen del alma que reencarna en distintas ocasiones.
Platón además, en el Mito de Er nos va a explicar algo que se enseñaba en los misterios: que de alguna manera simbólica el alma, una vez que está en el “otro mundo”, en la otra dimensión se le presenta la oportunidad de recordar u olvidar. Hay algo que le provoca olvidar, beber en las aguas del Leteo, beber en esas aguas tan frescas. Y el hombre, entonces, el hombre apasionado por todo se sumerge para beber y beber y beber, y ya no recuerda nada. En cierta forma es como el que bebe vino u otra bebida alcohólica, el que se droga, o como el que ve una película de cine un poco escabrosa: lo hace para olvidar.
Generalmente, nosotros que queremos recordar vidas pasadas, queremos olvidar la vida actual. Hay muchos aspectos de nuestra vida actual que querríamos olvidar, que querríamos apartar de nuestra memoria. Eso, el alma parece que lo hace en grandes procesos, y que también aparta de su memoria muchas cosas de encarnaciones pasadas.
No trae ninguna felicidad el recordar. Ciertamente, traería una cierta seguridad de preexistencia, pero en ese caso únicamente se ha ampliado el horizonte. Un hombre de pie, sobre el suelo, ve el horizonte, a unos 4,000 metros a su alrededor. Si sube a un helicóptero va a ver el horizonte mucho más grande, va a poder tener un radio de 30,000, 40,000 o 50,000 metros, pero igual va a tener un límite.
El conocimiento de recordar todas nuestras reencarnaciones, ‒si es que las tuvimos ‒, tampoco nos haría totalmente sabios; simplemente nos daría límites más amplios. Porque, en verdad, tampoco podríamos saber de dónde venimos ultérrimamente, ni a dónde vamos ultérrimamente, quizás las dos preguntas fundamentales de la filosofía, y que siguen estando sin resolver porque no hay respuestas para eso; no hay respuestas para lo ultérrimo, para lo absoluto.
¿Por qué no hay respuesta? En gran parte porque el problema no es sumergir nuestra cuchara en el océano Pacífico o en una taza. No, nuestro problema es agrandar nuestra cuchara. Si sumergimos una cuchara en el océano Pacífico, ¿cuánta agua sacamos? Una cuchara de agua. Sumergimos ahora esa misma cuchara en un plato de sopa, ¿cuánta agua sacamos? Una cuchara de agua. El problema no es dónde sumergimos la cuchara; es agrandar la cuchara, si por cuchara entendemos nuestra conciencia. El problema es agrandar nuestra conciencia.
Por lo general los filósofos, digamos esoteristas, dicen: “Yo he leído el Bhagavad Gita, la Voz del Silencio, etc., y entonces yo sé”. No es forzoso. Depende del tamaño de la cuchara, o sea, depende de la conciencia que se tenga; entonces se verá cuánto se ha podido recoger. El problema no es tanto sumergirnos en libros verdaderamente profundos, los libros no son el problema; nuestro problema somos nosotros mismos, que estamos muy limitados. Y una de las labores de Acrópolis es precisamente ir poco a poco ‒porque tampoco podemos romper la cuchara‒; ir extendiendo esas paredes para que, se sumerja donde se sumerja, capten un poquito más.
En filosofía, como en todas las cosas de la vida, un poco de humildad hace bien. No vamos a poder ganar la sabiduría total en un momento, en una encarnación o en una hora, sino que tenemos que conformarnos con un peldaño. Una escalera se sube peldaño a peldaño. Esa es una vieja enseñanza. Si queremos subir una escalera de cuatro en cuatro o cinco peldaños, es casi seguro que nos vamos a dar un golpe. Entonces, se sube de peldaño a peldaño, Tampoco se ve toda la escalera de golpe, porque si no uno se asusta y piensa que si tengo que subir todo eso, mejor no subo.
Es como el montañero que cuando asciende una montaña, si mira para atrás, se queda bloqueado, paralizado, se clava en la montaña. ¿Por qué? Porque viene el vértigo. Entonces, ¿hasta dónde no será prudente y no formará parte de la bondad de Dios que no podamos recordar, que no podamos sentir el vértigo, ese vértigo terrible de ver todo lo que hemos andado y ver la terrible montaña que tenemos delante?
Dios, que veló porque esas flores sean tan bellas y los árboles tengan las hojas puestas de tal manera que puedan respirar, Dios que veló para que todas las cosas estén armonizadas, para que todo el Universo, desde lo más ínfimo hasta lo más grande, pueda vivir y sobrevivir; ¿no habrá también velado, de alguna manera no habrá previsto en nuestra fragilidad psicológica ‒si a veces tenemos angustias por una sola vida, por una sola encarnación‒, qué nos pasaría si recordásemos el abismo de encarnaciones que nos preceden?, ¿qué nos sucedería si pudiésemos ver el abismo que tenemos por delante?, ¿las nubes, los valles, las tormentas, los rayos, los truenos? ¿Hasta dónde ese olvido no es una protección de Dios por nuestra ignorancia?
Pregunta: Doctor, entonces ¿no debemos ver la muerte como aniquilación del alma? Pero hay un gran temor a la muerte. Es algo que está dentro del ser humano, y a veces, por más que se habla de la inmortalidad del alma, existe ese temor, ese miedo. ¿Cómo podríamos vencer el miedo a la muerte?
Respuesta: Es muy difícil. Platón hablaba ya de esto. Platón decía que uno de los problemas que tiene el hombre es que si se identifica con una silla, él vive tanto como la silla; porque se identifica tanto con la silla, que si la silla se rompe, se rompe también él. Y es cierto, nos identificamos con lo que nos rodea. Nosotros no decimos que se ha desinflado o reventado una llanta de nuestro automóvil. Entramos a casa y decimos: “¿Sabes tú que se me ha reventado una llanta?”. ¡Desde cuándo tenemos llantas nosotros! Y sin embargo, es una forma de hablar normal. Nosotros decimos así: ¿No sabes que se me han roto los pantalones?”. Nos identificamos con nuestra ropa, nos identificamos con nuestro coche, con nuestra casa, con todo…
¿Y no nos estaremos identificando también con nuestro cuerpo? Y entonces, cuando muere el cuerpo creemos que también morimos nosotros. El camino sería no identificarse con el cuerpo. Pero eso es muy difícil puesto que desde muy pequeños estamos aferrados al cuerpo. ¡Es la verdad!, y eso es cierto. Al filósofo, digamos más despegado de todo lo que sea material, al más “espiritual”, al gurú de la montaña, si uno le pisa de golpe un pie, no sé hasta qué punto no dirá: “¡Ay!”, y dejará de estar hablando de alma y de todo lo metafísico. O sea, que estamos todavía muy “agarrados” a esa parte física.
Precisamente, en los antiguos misterios se hacían ejercicios al respecto, ejercicios verdaderamente peligrosos que hoy serían prohibidos probablemente, ejercicios donde al candidato lo tiraban de cabeza a un pozo lleno de agua, sin preguntarle si sabía nadar o no; y así veían hasta qué punto estaba aferrado a su cuerpo. Y hasta el advenimiento de la Revolución Cultural china, se hacían muchas cosas de ese tipo en el Tíbet.
Hay una pintura etrusca muy bella en la llamada «tomba del tuffatore»[2] . Bueno, esto es en italiano; el buzo, el que se zambulle. Hay una especie de costa con un árbol de siete ramas. Hay un joven desnudo que se tira al agua. Está el agua y luego hay otra montaña, otra tierra, con otro árbol igual de siete ramas.
Es el símbolo de la reencarnación. Pero ese «tuffatore» se tiene que tirar al agua, y no sé si se le gustaba tirarse al agua o no. Pero aquí a uno no le preguntan. Algo nos trae a la vida y estamos como en este escenario, haciendo algo, y de golpe, alguien nos coge del otro brazo, nos tira y nos saca del escenario. «¡Pero es que no terminé mi obra!», «¡No importa, fuera!». Claro, a nadie le gusta.
A nadie le gusta morir, pero como hay que hacerlo, se hace. A veces tampoco nos gusta vivir. Más de una vez, cuando tenemos desgracias o problemas, cuando vemos al mundo como está nos da desesperación por no poder hacer nada. Querríamos hacer algo y decimos: “No vale la pena vivir, mejor morir”. En ocasiones, cuando una persona está enferma o sufre mucho, o tiene una desgracia muy grande, o tiene un golpe sentimental muy grande, no quiere seguir viviendo. Así que tanto la vida como la muerte nos dan miedo; nos da miedo vivir, nos da miedo morir.
A través de la filosofía vamos perdiendo ese miedo, poco a poco. Yo no temo morir, pero es un hecho que todo es atadura en esta vida. De ahí que algunos dicen que hay que cortar todas las ataduras. Pero hay que tener cuidado, pues si estamos haciendo montañismo y cortamos todas las ataduras, nos caemos.
Así que hay que tener cuidado con esas doctrinas, a veces un poco inocentes, que dicen: “Corta con tu familia, corta con tus amigos, corta con lo que piensas, corta contigo mismo”. Si uno corta con todo, se cae como a un pozo, porque está sujeto. Precisamente si sobrevivimos, y vivimos, es porque tenemos a alguien que nos quiere un poco y nosotros lo queremos. Eso es fundamental en el ser humano. Ya desde los romanos se decía que es un ser social, es un ser afectivo; necesita un poco de amor, necesita un poco de cariño. No se puede cortar con todo y dejarlo solo, crucificado en el espacio.
Ya sé que eso es el ideal arquetípico del que ya Platón nos hablaba en el Timeo, pero ese es un ideal al que tenemos que llegar, al cual vamos a arribar. No podemos decir que hemos arribado sino que paulatinamente nos iremos acercando; mientras tanto, lo bueno es cambiar los bajos amores por amores más altos, los bajos intereses por intereses más altos, las bajas ambiciones por ambiciones más altas, el egoísmo por la generosidad, la maldad por la bondad. Ese es el camino, esos son los peldaños, en el sentido del discipulado, que llevan a la iniciación.
Pregunta: Este mismo apego del cual Ud. nos habla, hace que entonces uno, en relación con sus seres queridos, frente a la muerte no quiera que se mueran; de ahí que, los médicos que lleguen a conservar a pacientes en estado vegetal, para que no mueran. ¿Qué pensaban en la antigüedad de la eutanasia?
Respuesta: En la antigüedad no había esa situación de la vida vegetal, por lo general. Esto se hace hoy con pulmones de acero o sea pulmones artificiales, riñones artificiales, donde las señales vitales son mantenidas aunque no esté mantenida la conciencia. Para los antiguos esto habría sido una especie de aberración. ¿Por qué? porque el delfín no puede quedar siempre en el aire, tiene que caer; tampoco puede quedar siempre sumergido, sabéis que el delfín es como nosotros, un mamífero, respira, entonces necesita subir. Cuando el hombre tiene que morir, muere, y cuando tiene que vivir, vive. Yo no creo en esa perpetuación mecánica de la vida; cuando el hombre ya tiene que morir, tiene que morir directamente.
Pregunta: En la actualidad está muy difundido el espiritismo. ¿Es posible la comunicación con los seres que están en el “más allá”, con un pariente que haya muerto antes?
Respuesta: Esto de la comunicación con los muertos es un tema muy viejo. En Europa no hay gran interés por este tema en estos momentos. No quiere decir que no lo haya habido a fines del siglo pasado, o a principios de este, pero existió siempre ese interés acerca de si se podía comunicar con los muertos, si se les podía llamar o no.
Los pueblos más antiguos siempre lo han hecho. En una parte Platón dice, por ejemplo: “No te solaces al ver un fantasma si se cruza en tu camino, porque los fantasmas que están en los caminos son los que todavía están atrapados al mundo”.
Puede ser que podamos atraer, o hacer contacto, a través de una especie de magnetismo, de una exhalación de nuestro cuerpo ‒por utilizar términos espiritistas, por lo menos de Allan Kardec‒ con aquellos seres que han muerto hace muy poco; porque después se van liberando, van dejando también sus demás cuerpos; no solamente el cuerpo físico, sino van dejando su cuerpo psíquico, su cuerpo mental inferior va quedando abajo. Los contactos, digamos los contactos inmediatos, serían nada más que con lo que la iniciada del siglo pasado H. P. Blavatsky llamaba cascarones, o sea cascarones psíquicos, no son reales personas.
En algunos casos, a veces se recurre hasta a la magia negra, en donde ya no son atraídos estos espectros o cascarones humanos sino que hay otros espíritus que les llamamos en general los elementales, que son los espíritus relacionados con los elementos[3] que vienen y pululan, y actúan como si fuesen seres humanos y simulan serlo, pero evidentemente no lo son. En general, es una práctica muy peligrosa desde el punto de vista psíquico; puede crear obsesiones, ideas circulares, y que tan sólo pueden hacer quienes pueden conocer esto. Y los que conocen esto, evidentemente no lo hacen.
Pregunta: Con respecto a lo que nos estaba hablando de la reencarnación, ¿la muerte sería entonces un descanso, la vida, una actividad, una nueva experiencia?; o sea, ¿la vida sería una experiencia permanente? Hay una pregunta que todos nos hacemos en algún momento: ¿por qué las diferencias entre los seres humanos?, ¿por qué las diferencias sociales, económicas, intelectuales, las posibilidades de desenvolverse en la vida? Y esto a veces es muy frustrante, porque uno diría que Dios es injusto, si esta fuera la única oportunidad, porque no todos empezamos con las mismas oportunidades. ¿Esto está relacionado obviamente con la reencarnación?
Respuesta: La muerte sería algo parecido al sueño. El sueño era considerado por los antiguos el hermano menor de la muerte. En ese estado no estamos totalmente en descanso, ¡cuidado! En el sueño también hay sueños ‒en español es la misma palabra‒; hay sueños y hay pesadillas. También puede existir en el período entre dos encarnaciones. No podríamos decir realmente que es un descanso; aunque también hay encarnaciones de descanso. Platón, en una parte dice que los filósofos pedían reencarnar en campesinos, para descansar. Claro, porque a ellos les parecía que trabajar la tierra era más descanso que estar escribiendo libros.
Pero yo me imagino que los campesinos también dirían: “En otra encarnación, qué bueno sería ser filósofo, y no tener que estar roturando la tierra, sino estar conversando sobre el ser o la vida y la muerte”. O sea, por lo general nadie está conforme con su destino, nadie lo está. Uno puede pasar con un vehículo de lujo frente a un señor aparentemente mal; tal vez ese hombre, ese mal vestido, sea aquel hombre de la felicidad que no tenía camisa. Tal vez es más feliz que el otro que va en un gran coche de lujo. Es decir, todo es muy, muy relativo.
Entonces, es evidente que nacemos con distintas oportunidades, es evidente que las oportunidades son diferentes. Una cosa es nacer en una buena familia, un buen país, y otra cosa es nacer en una choza de jíbaros. Es una cosa obvia: las oportunidades no son las mismas. Lo digo así llevándolo al extremo, pero hay matices en el medio. Seguramente eso podría basarse en la teoría de las reencarnaciones, o sea, en actos realizados en otras vidas.
Así como cuando sembramos trigo, cosechamos trigo, y cuando sembramos maíz, cosechamos maíz, así también, si en encarnaciones anteriores hemos sembrado una serie de malos elementos, es evidente que vamos a cosechar malos elementos. Y de ahí que nazca gente que le falta una pierna, le falta un ojo, le falta los dos, o sea, que son diferentes a los demás. No sería porque sí, sino que sería una experiencia necesaria aunque dolorosa, pero una experiencia al fin, como podrían serlo en diversas condiciones.
Ahora, ¡cuidado también con exagerar esto! Porque yo he estado en India y he visto que la gente, mucha gente, se ha dejado adormecer por estas teorías, estas creencias. Ven a un paria, a una persona que no tiene dinero, que se está muriendo de hambre en la esquina, y filosofan sobre él, o sea, conversan. Dicen: “Mira a ese hermano nuestro que está ahí en la esquina; cómo se muere de hambre. ¡Qué karma tan terrible tiene ese! Es un karma espantoso”. A nadie se le ocurre levantarlo y darle un pedazo de pan, ahí quedó…
Hay que tener mucho cuidado también con esa teoría del karma, que aunque sea cierta ‒para mí lo es‒, no nos quite la bondad del corazón, que no nos quite la posibilidad de ayudar al prójimo. Porque uno puede llegar a pensar del pobre que está en una esquina completamente desprovisto, de un niño que no tiene cultura, que no tiene nada, que apenas si tiene ropa que ponerse y está limpiando los cristales de los coches que pasan: “¡Mira, qué duro el karma el de este niño”, adiós y no le dan nada.
Así que tal vez sea mejor para la gente que no se domina a sí misma, no conocer o conocer filosóficamente esta teoría, porque si no podrían caer en el fanatismo, como por ejemplo yo he visto a personas adorar a las vacas. La vaca en India es un símbolo de Kamadhenu. Es un símbolo de la naturaleza, de la ”Mater Matuta”, de la gran madre, de la Pacha Mama que decían los Incas. Pero en India adoran a la vaca, o sea la vaca es sagrada, nadie las puede tocar pero tampoco nadie les da de comer. La vida de una vaca vale mucho más que la vida de una persona, por lo menos en muchos lugares de India de los que yo recorrí.
Pregunta: Hablando de este tema del karma, o de la vida, de la experiencia, está el tema de la situación demográfica, de cómo nacen aquí en el Perú 650,000 niños cada año y que en la China ya se pasó los mil millones de habitantes. Doctor, esta situación demográfica es algo tremendo de nuestra época y para toda la sociedad. ¿Por qué estamos así, cómo podríamos evitarlo, en qué nos va a afectar directamente?
Respuesta: Para mí, la explosión demográfica es el problema más grande que tenemos por delante, es el problema más terrible. Es evidente que la técnica avanzó más que el ser humano en sí. Un hombre hace 1000 años , hace 500 , 400 , 300 años, ¿ a qué velocidad se trasladaba? A la velocidad de su caballo, a la velocidad de sus pies. Hoy el hombre va a enormes velocidades; la de los aviones, y más aún los satélites artificiales. Aparentemente el hombre ha hecho enormes progresos en los últimos siglos. Ahora mismo, acá no hay antorchas que estén humeando; aquí ahora hay una luz fría que viene a través de la electricidad, que para nosotros es muy normal, pero que en la época de Roma habría sido algo asombroso verdaderamente.
Nos parece que hemos avanzado enormemente; sin embargo, ojalá en vez de estar hablando yo, estuviese hablando Séneca, o estuviese hablando Platón. En ese sentido, lo que avanzaron fueron las herramientas, la técnica, no el hombre en sí.
En la antigüedad no existían las técnicas de prevención de enfermedades y de curación de enfermedades, sobre todo de enfermedades tipo infeccioso. Eso hacía que si nacían cinco niños, muriesen tres y quedasen dos. Entonces se equilibraba naturalmente el número de personas. Al aplicarse las nuevas técnicas ‒humanitarias pero nuevas técnicas‒, y al no haberse educado a la pareja para que tenga los hijos que pueda mantener, y no más, entonces hay una gran desproporción en donde el hombre, ciego completamente, tiene hijos hasta donde puede o más de los que puede, en el sentido económico. Haría falta un plan verdaderamente de educación del pueblo, para que pudiesen regular el número de hijos, no haciendo falta más de uno o dos hijos para que se dé la renovación generacional.
Evidentemente, así ningún gobierno va a poder hacer absolutamente nada, no puede hacer nada. Se planifica ‒vamos a suponer‒ una red de desagüe, una red de alimentación de agua o de alimentación eléctrica, y cuando se planificó y ejecutó ‒además con esos sistemas burocráticos que tardan 10 años‒, resulta que aquello que se planificó para una población de mil personas, ahora no vale, porque son diez mil.
Hay que planificar otra vez y nunca se alcanza el objetivo. De ahí que incluso aquí en Perú hay invasiones por la sobrepoblación, de los jóvenes que están viviendo en un estado casi neolítico. Porque estas personas no tienen los servicios higiénicos, no tienen los aseos básicos; no los tienen. No tienen tampoco calles, sino sendas de tierra, nada más, como pudo haber habido en Sumeria hace siete u ocho mil años. Tal vez algunos tienen electricidad, o la roban de algún local cercano; si no, tampoco tienen electricidad, ni tienen nada.
Esa gente evidentemente ‒y perdón por mi ejemplo infantil‒ ¿qué va a hacer? Lo único que puede hacer es buscar qué comer y tener hijos, nada más. No tiene otra distracción, no tiene otro interés, no tiene nada. Y lo único que les queda es hacer el amor y tratar de conseguir comida, es todo.
O sea, el hombre se ha animalizado en ese sentido. Pero hay un problema, los animales tienen períodos anuales de fecundidad; en cambio, el hombre es mucho más fértil en ese sentido. ¿Por qué? Porque está pensado para que sea regulado por una educación. Obviando la educación, el hombre se vuelve una verdadera fábrica de niños, y eso tiene varios problemas.
Un problema metafísico ‒esotérico, diríamos‒ es que el número de almas es fijo; no hay número de almas ilimitado. Y cuando se alcance el número de almas, entonces los niños nacen “vacíos”, o sea nacen sin alma, y habitan en ellos elementales o formas psíquicas que no son enteramente humanas. Además, el período “celeste” ‒en la pintura etrusca, la parte en que el delfín está sumergido‒, cada vez es más corto, al ser fijo el número de almas.
De ahí que nacen niños aparentemente más avispados que los niños de hace 50 o 100 años. No es que sean más listos; es que no son niños exactamente, son “enanitos”. Son niños con recuerdos, aunque no sean recuerdos claros, o recuerdos instintivos de elementos económicos, sociales, sexuales. Hoy muchos niños son un problema para las maestras y los maestros , niños que no tienen la sexualidad natural, que no han llegado a la etapa de ser seres sexuales pero que ya actúan con costumbres sexuales y ya utilizan, digamos, elementos que no son propios de su edad. Es un fenómeno porque hay un recuerdo subconsciente. Ahora, evidentemente, a eso ayuda una mala educación, a veces la TV o cualquier cosa que ellos ven, que está a la altura de cualquiera. Y los padres no los cuidan, las abuelitas tampoco. El niño está muy solo, escucha cualquier cosa y entonces ya es viejo desde pequeño, y tiene problemas de adultos desde pequeñito.
Desde mi punto de vista, el problema del crecimiento demográfico lo considero el problema más grande que enfrentamos en la segunda mitad del siglo XX.
Yo sé que hay una serie de teorías, pero yo soy un hombre práctico; soy un filósofo pero práctico. En Brasil, por ejemplo, me decían: “No importa que crezca la población, tenemos ocho millones de kilómetros cuadrados”.
¿Ocho millones de kilómetros de qué? De selva espesa a la que no llegó nadie. La gente se sigue acumulando en las ciudades, se sigue acumulando en algunos lugares de la costa. Llegamos a lo mismo. No hay ocho millones de kilómetros cuadrados; hay lo que hay, hay a lo que se pueda llegar, porque si faltan transportes… ¡Qué importa que el Perú tenga enormes zonas en la parte de la Amazonía, si no hay transporte! Si nadie puede llegar, es como si no lo tuviese. En Brasil es exactamente igual.
Tenemos que ver qué es lo que se puede hacer realmente, dar una educación real a la gente y enseñarles lo que tienen que hacer, cómo tienen que hacerlo y colaborar.
Tenemos que ver qué es lo que se puede hacer realmente, y dar una educación real a la gente. Y enseñarles lo que tienen que hacer, cómo tienen que hacerlo, y colaborar los equipos médicos para que tengan los elementos. Porque, evidentemente, no tienen tampoco dinero para comprar elementos ni mecánicos ni químicos para poder regular su parte sexual. Y tampoco tienen ‒no se lo pidamos‒, una espiritualidad como para decir: «Mira, nos abstendremos…», porque eso también es estúpido.
Hay que darles medios reales, y ver las cosas como son, no como tendrían que ser. Porque algunos dicen: «Bueno, qué importa que haya tantos chinos, si están tan lejos». Bueno, sí, están tan lejos pero son gente, gente como nosotros. ¡Hay un racismo a veces!, es una cosa terrible. Yo lo veo en Europa. En Europa no existe el problema demográfico porque está en cota cero ‒prácticamente está paralizado‒ , y dicen: «Bueno, ya les pasará algo…». Sí, ya les pasará; el egoísmo es terrible. «Ya vendrá una peste y morirán todos». Eso no son soluciones, son soluciones brutales, bestiales, indignas de un ser humano. Lo que tenemos que hacer es tratar de solucionar los problemas de esa gente que son nuestros hermanos, lo queramos o no.
Tal vez a uno no le guste que otro sea blanco o que sea negro, o que tenga los ojos azules o verdes, pero aparte de que le guste o no le guste, es el hermano de uno. Tiene que hacer algo, tiene que tratar de ayudarlo. Eso es natural. Así que antes de que pase algún desastre, van a tener que encontrar medios para canalizar los fondos necesarios para que la gente pueda regular ese crecimiento, esa explosión demográfica.
Pregunta: Nosotros, los profesores de Nueva Acrópolis, en muchas oportunidades hemos hablado de cómo la filosofía puede llevar al hombre a mejorar, a conocerse, a enfrentar los problemas que tiene cotidianamente, esas crisis que se suelen vivir, porque creo que todos las pasamos de alguna manera. Yo quisiera que esta noche sea usted mismo, ya que es el fundador, el que dirige Nueva Acrópolis, quien nos explique, le explique a nuestro público que ha asistido, cómo es que la filosofía realmente nos puede ayudar.
Respuesta: Yo decía al principio que todos somos filósofos. Podemos tener el título de profesor, o doctor en filosofía por una universidad, pero naturalmente todos, así como nacemos con un sexo o con otro sexo, todos somos filósofos, de la misma manera. Todos cuando niños nos preguntamos una serie de cosas, y si somos tímidos y no las preguntamos, las pensamos, que es lo mismo. Todos lo pensamos:¿por qué murió la abuela?, ¿por qué murió el perro?, ¿qué pasa con el árbol?, ¿qué pasa con el cielo?, ¿qué es la luna?, ¿qué es el sol? Somos ingénitamente filósofos.
Lo que está haciendo Acrópolis es despertar a ese niño interior que ha quedado sepultado por la vida; despertarlo para que de nuevo se haga las preguntas fundamentales, para que de nuevo encare las preguntas fundamentales, como esa de qué es la vida, qué es la muerte, cómo puedo yo vivir, cómo se debe vivir, cómo debe prepararse uno para la muerte, qué es la muerte en sí, qué han dicho los grandes, los sabios, qué han dicho los iluminados, qué han dicho las religiones. En fin, qué es lo que nuestros predecesores, los que marcharon antes por el camino que ahora andamos, han dicho sobre todo esto. Eso es muy importante, no sólo como algo cultural, no, sino para ponerlo en práctica, y Acrópolis es como una especie de taller de filósofos.
A Acrópolis no le importa tanto el que venga una enorme cantidad de gente, y aprenda una serie de nombres, de filósofos, de teorías, de palabras en sánscrito. No, eso es secundario. Lo principal es que lo pueda aplicar; que realmente lo aplique hoy, ahora, mañana, pasado mañana, que lo aplique en su vida, en su forma de ser. No que lleve un cartel en la espalda que diga: «Yo soy un filósofo acropolitano», sino que la gente, viéndolos actuar, viéndolos de qué manera se comportan, digan: «Ahí va un filósofo acropolitano», como un día lo dijeron de los pitagóricos. Ese es nuestro sueño: recrear un grupo humano, suficientemente, y cuanto más numeroso mejor, sin ninguna diferencia, ni política, ni religiosa, ni sexual, ni nada por el estilo. Vamos al alma de la gente, no a la cáscara que nos está presentando. Para que esa gente llegue a escalarse en sí misma, llegue a esa acro–polis, a esa ciudad alta que todos, todos, todos tenemos adentro, y sin excepción.
Todos nos podemos escalar a nosotros mismos. Si reemplazamos nuestras ansias de escalar pisoteando a los otros, para tener un sueldo que nos dé un poco más de dinero, si lo reemplazamos por una labor interna –que a la larga nos va a dar incluso más posibilidad de dinero, porque a la larga nos va a permitir hablar, expresarnos, trabajar de mejor manera, con una mejor presentación, una mejor forma de tratar con la gente– entonces eso es lo que está haciendo Acrópolis. Por eso se promueven concursos de música, museos, concursos literarios, y toda una serie de actividades, como son Seraphis en medicina, Maat en la parte legal, una serie de institutos que nos permiten elaborar y canalizar de una manera honrada, de una manera buena, todas esas inquietudes.
Y que la gente pueda reencontrarse a sí misma, como decía Sócrates, noscete ipsum, «conócete a ti mismo», que él lo había tomado a su vez de los viejos misterios griegos. El poder volver a conocernos y a dominarnos a nosotros mismos.
Hay que ejercitar la voluntad, ejercitarla de tal manera que la parte carnal nos obedezca, que haga lo que nosotros le mandamos hacer. Entonces, nuestra voluntad podrá andar más allá de las puertas de la muerte. Pero si nosotros nos identificamos con nuestro cuerpo y hacemos lo que nuestro cuerpo quiere, cuando llegue a las puertas de la muerte, cuando muera nuestro cuerpo, nosotros morimos con él, por lo menos en conciencia. Es como si fuese un pozo negro y se acabó. En cambio, si ejercitamos nuestra voluntad y ejercitamos nuestro conocimiento, si dominamos nuestras pasiones, entonces podremos marchar, aun dejando el cuerpo atrás. Eso es una enseñanza muy vieja, pero que creo que debe ser enseñada hoy, una y otra vez.
Yo agradezco a todos el haber venido esta noche, el haberme escuchado. Y lo único, voy a pedir una cosa, una cosa muy pequeña. Por favor, vosotros habéis hecho un esfuerzo para venir acá, todos hemos hecho un pequeño esfuerzo esta noche para esta juntos. Entonces vamos a aprovecharlo: por favor, tratad de recordar algo de lo que dije, tratad de poneros realmente en contacto con las fuentes de sabiduría, con las fuentes de luz. No solamente seáis espectadores, tratad de vivir realmente la vida.
Tratad de que esta noche no haya sido una noche más, sino haya sido la noche en la que recordéis a este pobre delfín, que todavía está saltando, aquí en esta pizarra, a este delfín que sois vosotros, y que os zambullís en la materia y salís de nuevo. Y os metéis en la muerte, salís a la vida, y volvéis a la muerte, y volvéis a la vida. Recordad el delfín. Nada pasa, nada termina, todo continúa y todo sigue vivo. Todo lo que pueda parecer muerte o destrucción es mera apariencia, todo está en un ciclo.
Donde están ahora las ruinas de Pachacamac[4] había antes una montañita. Pachacamac es mucho más vieja que lo incaico, lo sabéis mucho mejor que yo. Entonces esas viejas culturas hicieron ahí un centro ceremonial; luego vinieron los incas, y ahora se van deshaciendo de nuevo, otra vez volviéndose en pedazos de piedra. Volverá otra vez alguna otra cultura, que tal vez retome los pedazos de piedra y haga otra vez palacios, y haga otra vez torres, y haga otra vez altares al sol. Todo es cíclico, como el sol, como las estrellas, como somos cada uno de nosotros. Y con estas armas de discernimiento y de valor, venceremos al miedo; el miedo es nuestro enemigo. Seamos entonces valientes y matemos al miedo que es la única muerte que necesitamos.
Notas:
[1] Dibujando en la pizarra.
[2] La tumba del nadador es un importante monumento arqueológico hallado en una pequeña necrópolis cerca de la ciudad griega de Paestum, en el sur de Italia. Los cuatro lados y la parte superior de la sepultura están hechas de cinco losas de piedra caliza local, y la losa del techo contiene la famosa escena que da su nombre a la tumba: un joven arrojándose hacia las ondeantes aguas de una corriente.
[3] Se refiere a los tradicionales Cuatro Elementos: Tierra, Agua, Aire y Fuego.
[4] Pachacámac es un sitio arqueológico que se encuentra frente a un grupo de islas homónimas, en el distrito de Pachacámac, de la provincia de Lima, en el Perú. Fue el principal santuario de la costa central peruana, durante más 1200 años. Sus templos eran visitados por multitudes de peregrinos en los grandes rituales andinos. Contiene los restos de diversos edificios, que datan del Intermedio Temprano (siglo III d. C.) hasta el Horizonte Tardío (siglo XV d. C.) Allí se hallaba un antiguo oráculo prehispánico construido básicamente con ladrillos de adobe.
Créditos de las imágenes: Dominik Scythe
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