Elegir es un arte y una ciencia y, en ciertos aspectos, llega a convertirse en el eje de la vida misma. ¿Está todo igual que siempre? Entonces, si es así, podemos afirmar que está peor. Porque el estatismo, la alta de mejoras y de perspectivas en un mundo que es puro movimiento, equivale a un retroceso. Y si aceptamos que las cosas van peor, confesamos la impotencia y la ignorancia para resolver los problemas, para encontrar soluciones válidas y duraderas.
De una u otra forma, igual o peor, nadie nos libra de la andanada diaria de desastres, catástrofes, horrores, tragedias que se cuelan en nuestras vidas, bien sea por los medios de comunicación o por vías directas. El dolor y la vergüenza, bajo mil caretas, se asoman constantemente.
Se habla de guerras, de aquellos que las quieren y las provocan, y de aquellos que las soportan y no las desean. Y junto a los actores -los agresores y los sufridores- hay cientos de miles de pasivos que no pueden o no quieren hacer nada por paliar la situación.
Se ventilan escándalos de corrupción, tantos como para que no alcancen las páginas de los periódicos y revistas para describirlos. Pero nada queda claro; algunas tramas se van desdibujando poco a poco porque no cabe comprometer según de quien se trate; otros asuntos se agudizan desmesuradamente porque hacen falta chivos expiatorios. Cualquier movimiento de dinero se vuelve sospechoso y el simple ciudadano tiembla cada vez que quiere emprender algún negocio, en tanto que los que esgrimen el poder hacen lo que quieren mientras pueden. El delito no lo es por el hecho en sí, sino por la poca o mucha habilidad del delincuente y por el número e importancia de sus amigos y sus enemigos.
Se critican sectas y predicadores que se ensañan con los incautos e ignorantes. Mientras tanto hay dos pecados que pocos o nadie consideran: ¿por qué hay tantos ignorantes e incautos?, ¿y acaso no se aprovechan todos los oportunistas de la ingenuidad de los inexpertos? ¿Hay mucha diferencia entre vender un paraíso o una medicina inválida?
Se plantan banderas, comisiones, reuniones, comunicados repudiando la violencia, la discriminación racial y religiosa, el odio que enfrenta a los humanos. Pero todos caen en la misma trampa: de palabra se expresan maravillas y en la realidad cada cual resguarda su diferencia distintiva como un tesoro.
¿Es en verdad tan malo nuestro mundo, nuestro presente histórico? ¿No estamos repitiendo hechos mil veces vividos, agrandados, eso sí, por la difusión y el escándalo que obtienen indudables beneficios comerciales? ¿Hay algo realmente nuevo bajo el Sol? Creo que no; ni siquiera la ignorancia y la capacidad de olvidar que nos hace ver como novedoso lo trillado y repetido.
Hay cambio, sí. La técnica nos desahoga de muchos trabajos; la ciencia nos acerca más a lo infinitamente grande y a lo infinitamente pequeño. Pero el ser humano ha cambiado poco, ha evolucionado mucho menos en comparación con los grandes saltos que parecen dar los inventos.
Después de todo, lloran los que padecen miseria y los que no saben cómo adelgazar, los que temen el infierno eterno y los que no saben a quién o en qué creer, los que ansían saber más y los que no saben nada, los que matan y los que mueren.
El cambio es o debería ser interior. Si no cambia el hombre en su esencia, difícilmente cambiarán las circunstancias salvo en nombres y decorados. Y por dentro sólo se cambia adquiriendo un saber profundo, una experiencia sólida y probada, aunque sólo sea para afirmar, como el sabio Sócrates, solo sé que no sé nada. Que ya es mucho saber.
Estamos en tiempo de elecciones y no es fácil elegir. Con ello no me refiero al complicado aparato político que absorbe al mundo entero, haciendo que la gente deba decidirse por unos u otros gobernantes. Lo que me preocupa es “el difícil arte de elegir” que, en ciertos aspectos, llega a convertirse en el eje de la vida misma.
Por un lado está siempre presente el miedo a elegir, a determinarse por una sola posibilidad cuando hay muchas – ¡aparentemente tantas!- alrededor.
Por otro lado, está el placer de elegir entre las variadas opciones que se nos presentan, placer que al final deja un regusto amargo pues está unido a la sensación de inestabilidad, de error. Y más todavía a la falta de responsabilidad: si me equivoco, elijo otra cosa y asunto arreglado.
Veamos un poco cada caso, pues aunque se ven como opuestos, terminan por darse la mano.
El miedo a elegir es el resultado de una mentalidad inmadura. Aquí se suman numerosos factores que van desde la educación familiar, la escolar, el contexto social, las modas, los pocos ejemplos que seguir, el presente que aplasta con su volatilidad al pasado y al futuro, la falta de ideas claras, las escasas perspectivas humanas si bien la propaganda sutil se encarga de pintarlo todo de rosa…
Está la propia vida en juego, la supervivencia material, el beneplácito de los demás, lo bueno, malo o neutro que podemos hacer por el resto de la humanidad. ¿Estudiar? ¿Trabajar? ¿Qué, dónde? ¿Amar, formar una familia, educar hijos? ¿En base a qué principios y con qué seguridad de éxito?. A pesar de este planteamiento a simple vista pesimista, mucho me temo que a nadie le importe demasiado la madurez psicológica e intelectual de la gente, ni que nadie tome demasiado en cuenta que esa es una conquista que depende del valor personal de cada uno.
El placer de elegir es apenas un juego. El trasfondo es la misma incertidumbre que guía al miedo, sólo que en lugar de la paralización ante el temor, se escoge el perpetuo movimiento, el vulgar cambio disfrazado de evolución, el salto sin sentido, el camino sin rumbo determinado.
No hay muchas cosas buenas que elegir; la mayor parte de las opciones están igualmente vacías de contenido, son máscaras pintadas que se rompen en cuanto chocan con la realidad. Por eso el placer inicial se desvanece al comprobar que nada de lo que podemos elegir nos satisface; que hay que renovar continuamente las elecciones para estar al día en esa enloquecedora carrera que no tiene meta. Tras la fachada de un desarrollo privilegiado, asoman las ruinas de la ignorancia y el engaño.
Ésta es una llamada al difícil arte de elegir, que no por ser un arte deja de tener mucho de ciencia. Tal vez el error está en creer que todo lo que podemos elegir es lo que tenemos ante nuestros ojos, al alcance de las manos. Tal vez haya que abrir nuevos caminos -o viejos a fuerza de solitarios- para encontrar verdades auténticas, pautas estables y equilibradas que permitan al hombre reconocer su participación en el conjunto de la Humanidad. Indudablemente, otro reto de la Filosofía.
Delia Steinberg Guzmán.
Créditos de las imágenes: geralt
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