Desde la más remota antigüedad los sabios han afirmado que existen misteriosas relaciones entre los astros en particular y el cosmos en general, con el hombre. Esta actitud, o relación armónica del hombre y su entorno, fue reafirmada por todas las civilizaciones que nos han precedido, desde la hindú a la egipcia, y desde la maya a la griega.
Este común conocimiento empezó a deteriorarse, en la cuenca del Mediterráneo, con la influencia creciente del antropocentrismo del Antiguo Testamento en las versiones exotéricas, aceptadas, difundidas y remarcadas por el auge del pensamiento cristiano. A pesar de ello, durante toda la Edad Media y el Renacimiento, las viejas creencias y secretos esotéricos fueron mantenidos por las “elites”, llamadas más propiamente por el actual pensamiento europeo “minorías activas”. Nuestro mismo rey Felipe II, no encontró dicotomía entre su catolicismo militante y el tener a su alrededor astrólogos y alquimistas, como el famoso Conde de Horn, cuyo nombramiento oficial como tal rubricó el hijo de Carlos I de España, según documento conservado en la actualidad en los archivos de Lille.
La ciencia materialista, que esclareció el pensamiento occidental, arrastró sin embargo muchos prejuicios, y se negó a aceptar la redondez de la Tierra, el sistema heliocéntrico, el telescopio de Galileo y, hasta principios del siglo XVIII, las manchas solares, a las que llamaba oficialmente “reflexiones ópticas de las lentes”, ya que considerando al astro rey un ente puro, le era inconcebible que tuviese “manchas”.
Tales “enanismos” mentales obstaculizaron el recto conocimiento tanto como los fanatismos religiosos, en tal medida que hoy, con pruebas irrefutables de la influencia del cosmos y de los astros en la vida del hombre, de las plantas y los animales, se niega el reconocimiento de los principios de la astrología. Aclaramos que no nos referimos a las diferentes clases de fantasías y horóscopos que salen en los periódicos o revistas “especializadas”, donde personajes de nombres orientalizados nos ofrecen, por un par de miles de pesetas, el conocimiento entero de nuestra vida; sino a aquellos fundamentos tradicionales o modernos que contienen verdad y seriedad en sus principios y sistemas. En este trabajo nos dedicaremos a una comprobación contemporánea que ofrece la mayor garantía de veracidad y que, sin embargo, ha sido silenciada por la “prensa de carril”.
El científico Piccardi, bien conocido por sus extraordinarias comunicaciones sobre Astrofísica desde la década de los 50, descubrió que los seres vivientes constituyen sistemas inestables sometidos al influjo de los factores ambientales, no solo terrestres, sino cósmicos. Así mismo, probó la ciclicidad a que están sometidos todos los seres humanos y todas las formas de vida. Para sus experimentaciones comenzó por facilitar la tarea trabajando sobre sistemas físicos altamente inestables.
Utilizando soluciones coloidales de cloruro de bismuto hidratado, probó, al cabo de muchos años, que las precipitaciones variaban sensiblemente según las influencias de los astros. En el caso especial del Sol, descubrió que se repetían alteraciones desusadas en septiembre y marzo, en los equinoccios. Incluso llegó a medir la inversión de marcha del planeta que habitamos respecto al plano de la galaxia a la que pertenece el Sol, lo que le da una velocidad máxima en marzo (45 Km. por segundo) y una mínima en septiembre (25 Km. por segundo), relativa a la marcha general de la galaxia en la cual el Sistema Solar parece dirigirse a la Constelación de Hércules, según las nuevas teorías. El trabajo sistemático fue realizado en el Instituto de Física-química de Florencia y se continuó en otras muchas casas de investigación, figurando en los anales del Programa Oficial del Año Geofísico Internacional: 1957-1959.
En sus estadísticas, desde 1962, son visibles ciclos vitales que nos afectan; especialmente una constante cada 3.5 años con sus resonancias “armónicas” cada siete años. Este trabajo lo realizó con Mosetti, director del Observatorio Geofísico de Trieste. Colaboró el Centro de Computación Electrónica de la Universidad de Florencia.
Estas investigaciones, desdichadamente poco conocidas por el público, probaron sin argumento de réplica que, siendo los seres vivos terrestres en su mayor parte coloides, las fluctuaciones coloidales les afectan por lo menos físicamente; y que el estudio de la programación de los ciclos futuros puede dar una anticipación del comportamiento de estos seres, cosa que sostuvo, desde el fondo del tiempo, la astrología tradicional.
En cuanto a los septenarios que rigen nuestra existencia, se conocen y hay prueba de ello, en el antiguo Egipto, Sumeria, Babilonia, India, etc. La misma Biblia, leída aun ligeramente y los Rollos del Mar Muerto, están “plagados” de alusiones a estos ciclos septenarios. Los estudios estadísticos de J. Huxley, Wolf y Brückner confirman estos ciclos en epidemiología y en las migraciones del lemming escandinavo. Aunque ya Pasteur había señalado algunos de estos puntos en la “actividad óptica” de los microbios, es en la actualidad cuando la cosmobiología y el comportamiento de los coloides prueban sin lugar a dudas los fundamentos de los viejos astrólogos y alquimistas. Según Platón, los registros y estadísticas de los egipcios abarcaban muchos miles de años.
La “ciencia oficial”, al despreciar estas milenarias fuentes y al silenciar, en lo posible, las nuevas comprobaciones, está demostrando su ineptitud para señalar la verdad, cuando ella se opone a sus prejuicios.
La filosofía de Nueva Acrópolis propone hoy un estudio desprejuiciado que nos lleve a resultados veraces. En la ciencia, como en la política o en el arte, la información manipulada hace que la inmensa mayoría de los seres humanos vivan constantemente en la mentira, a pesar de ser la verdad la cosa más evidente y apta para ser comprobada.
Urge una demolición de los sistemas viciados que nos llevan al error, e incluso son responsables de la catástrofe ecológica e ideológica que nos amenaza. Un gran cambio es imprescindible, mas no por el cambio en sí, siguiendo una dinámica de entronización de la duda y la vacilación, sino en aras de una veracidad integral que nos retorne a la Naturaleza y al conocimiento de nosotros mismos, como recomendase, hace 25 siglos, el gran filósofo Sócrates.
Créditos de las imágenes: Paul K
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