Son muchas las doctrinas, tanto filosóficas como religiosas, que nos enseñan que el sufrimiento cesa con el conocimiento. Y esta afirmación, que creemos entender en alguna medida, nos lleva a plantearnos algunas preguntas: ¿cuáles son los conocimientos que pueden paliar el dolor?, ¿qué límites tienen esos conocimientos? Es evidente que no todos los conocimientos sirven para traer la felicidad a los hombres; también es evidente que si el conocimiento tuviese límites, también el dolor sería limitado…
Y sin embargo, la vida nos muestra de continuo que el dolor es infinito, y que cuando un conocimiento nos trae alivio, surge de inmediato un nuevo dolor que supera al anterior y exige otro tipo de conocimientos que lo mitiguen.
Así, ante nuestra pregunta de cuáles son los conocimientos que ayudan efectivamente a vencer la angustia humana, tenemos que solo aquellos que borran la ignorancia interior y siembran una luz imperecedera, cumplen su real misión. No siempre basta con llenarnos la cabeza de datos a los que llamamos “conocimiento”, sino que es preciso que esos datos signifiquen una respuesta a nuestros llamados e inquietudes. Los conocimientos también pueden medirse según su mayor o menor duración, y a estar con los filósofos de todas las épocas, los que más duran son los que más se acercan a la Verdad. En ese caso, la duración es un equivalente de permanencia, de inmutabilidad, de estabilidad perfecta. Y de aquí deriva nuestra “actitud Acrópolis” de buscar aquellas ideas constantes, las que siempre son repetidas a lo largo de la historia en uno u otro lenguaje, porque vemos en estas ideas equivalentes una muestra de la misma verdad vestida con diferentes ropajes.
¿Y cuáles son los límites de estos conocimientos? Pues los límites están dados por la propia evolución humana. El horizonte tiene la altura de los ojos que lo miran: cuanto más crece el Hombre más amplio se hace su horizonte, y cuanto más camina ese Hombre alto, ese Hombre Acrópolis, más retrocede el horizonte, abarcando extensiones infinitas y hoy desconocidas. Pero, en cambio, ante el hombre que se arrastra y se deja caer en las dificultades, el horizonte es apenas una línea muy cercana sin esperanzas y sin mayores vislumbres. Lo que ahora es misterio, puede ser mañana conocimiento; lo que ahora es oscuridad puede ser luz mañana; lo que ahora es horizonte lineal puede ser mañana camino anchuroso y pleno de perspectivas. Pero hacen falta hombres valerosos, capaces de luchar erguidos y de no cesar en el camino por muchas que sean las espinas que dañen sus pies. Solo ante esos hombres el Misterio abre sus puertas y se torna Conocimiento. Solo ante esos hombres el Conocimiento es tan amplio como para anular todo sufrimiento, toda ignorancia, toda incomprensión, como para, en fin, transformar en rosas todo lo que comenzó siendo espinas.
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