Algo más que humanos para entretener a los humanos

Autor: Delia Steinberg Guzmán

publicado el 20-02-2018

Meses atrás escribí un artículo titulado «De este y de otros mundos», destacando las “invasiones” que sufrimos constantemente desde otros planetas para intentar reformar –de una manera u otra– la vida de los humanos que venimos a ser algo así como los pobrecitos del Universo.

Hoy, rondando la misma idea, quiero referirme a este fenómeno enfocado desde otra óptica.

Desde hace unos cuantos años –tal vez varias décadas de este siglo que se acaba– las revistas de entretenimiento, los cómics, novelas, historietas de ciencia ficción y otros escritos con mayores o menores intenciones literarias, se han visto plagadas de extraños personajes que provienen de otros mundos, o si son de nuestro planeta, pertenecen a épocas legendarias o imaginarias. Otro tanto sucede con los medios audiovisuales en los que esos mismos personajes entran a gusto, ya sea en las películas de largometraje, en los cortos de cine y en los dibujos animados destinados a los niños.

Es como si el hombre hubiera perdido interés para el hombre y necesitara de otro tipo de seres y de argumentos para remover su atención. Creo que no es tan sólo un problema de novedad o de moda, y aunque lo fuera, debemos considerar que toda moda contiene motivaciones ocultas que superan el simple afán de propaganda y de récords de ventas.

Un monstruito de un planeta desconocido o un tiranosaurio de nuestra historia abren con más facilidad las puertas de los hogares que el drama cotidiano –con risas y llantos– de millones de seres humanos.

Los tiempos míticos: ¿fue siempre igual la Humanidad?

Es curioso comprobar que el deseo de recuperar el pasado va mucho más allá de la búsqueda científica y de las pruebas concretas a las que estábamos acostumbrados hasta hace medio siglo.

Ni siquiera se intenta recuperar racionalmente el pasado, parece que es mucho más atractivo imaginarlo o intuirlo, partiendo de una pregunta intrigante: ¿fue siempre igual la Humanidad?, ¿siempre tuvimos la misma apariencia?, ¿vivimos de la misma manera?

Las antiguas leyendas reflejadas en todas las mitologías, así como las tradiciones que llenan los relatos y libros sagrados de tantos pueblos, vuelven a cobrar vida, dejando de ser un helado símbolo petrificado, para introducirse dentro de nuestro momento presente, bien que con algunas alteraciones y adaptaciones a los estilos de pensamiento predominantes.

Efectivamente, existen muchas historias sobre épocas remotas en que los hombres fueron más grandes y más fuertes, o bien más pequeños y etéreos que los de ahora. En aquel entonces ellos se entendían por medio de otros lenguajes o simplemente leían el pensamiento, estaban en contacto directo con las plantas y los animales, y las piedras y metales tampoco les retaceaban sus secretos.

Estos hombres habitaron en nuestros mismos continentes, aunque con otras distribuciones de tierras, o conocieron continentes actualmente sumergidos; navegaron por mares desconocidos e incursionaron atrevidamente en el espacio. Sabían cosas que hemos olvidado y no parecían preocupados por las necesidades obsesivas que hoy llenan nuestros días.

Construyeron ciudades, atravesaron enormes distancias caminando, domesticaron fieras, enfrentaron enemigos terribles e hicieron suyos en buena medida el cielo y la tierra. Veneraron dioses irreconocibles y dejaron las huellas de su devoción y su sabiduría en monumentos desconcertantes que hoy valen para estimular nuestra imaginación.

Y esos seres, “casi” humanos, humanos o más que humanos, tienen un atractivo especial que los hace dignos compañeros de lectura, de sueños y de evasión, sobre todo para los niños y para aquellos que prefieren echar su mirada atrás y lejos, allí donde encontrar fantasía y misterio, algo que les pertenece y se les escapa a la vez. Eso, sin contar con las lamentables psicosis colectivas que suelen aparecer en algunas oportunidades alrededor de estos habitantes escurridizos de nuestro mundo.

¿Hay vida en otros planetas y en otros sistemas solares?

Y allí no acaba la búsqueda. El hombre se encuentra desamparado y a disgusto en su interior, lo confiese o no. Ese pasado mítico le devuelve algo de importancia porque lo hace heredero de aquellas maravillas, pero no es suficiente. Hay que volar más aún y salir hacia otros mundos, bien sea ésos que nos acompañan en nuestro sistema solar, o más allá todavía, en sistemas sin nombre, inimaginables y tal vez inventados.

Mientras la ciencia continúa en sus debates sobre si hay vida o no en esos millares de planetas que pueblan el Universo, la ciencia-ficción, que es hija de nuestro inconsciente, ha resuelto hace tiempo la incógnita. Sí, hay vida y la pintan de maneras muy variadas: similares a las de la Tierra o completamente diferentes por su desarrollo superior, inferior o fuera de toda comparación.

No hay lugar para traer a cuento las citas de los numerosos pensadores que en todas las épocas han expresado la posibilidad de vida en otros mundos. Cada uno de ellos tiene sus argumentos, que no son nada despreciables por cierto. Por ahora nos basta con preguntarnos y respondernos: si hay vida en la Tierra, ¿por qué no la habrá en tantos y tantos planetas que cumplen con parecidas condiciones al nuestro? ¿Por qué sólo nosotros? ¿Por qué sólo nuestra Tierra?

La falta de ejemplos concretos y conocimientos directos de esas otras vidas (cosa que no implica necesariamente su inexistencia), da cabida a la fantasía y así aparecen personajes de lo más inverosímiles procedentes de otros mundos. También ellos se introducen en nuestras vidas, en nuestros sueños o en nuestras pesadillas, y los preferimos a nuestros aburridos semejantes de los que creemos saberlo todo.

¿Qué representan estos personajes?

Reales o no, desde el momento en que están con nosotros y entre nosotros, estos personajes adquieren un valor. Son símbolos, puede ser, pero reflejan realidades psicológicas y espirituales que no se pueden hacer a un lado, sin más.

Los del pasado mítico encarnan por lo general valores morales (coraje, entereza, sinceridad, pureza, nobleza, generosidad…) que les sirven para enfrentar al mal que nunca falta. Asumen formas extrañas, como si fueran distorsiones de las humanas, como esas imágenes que vemos en sueños, bellas y luminosas u oscuras y tortuosas. Viven en reinos fantásticos donde todo es perfecto o donde, en todo caso, se lucha a muerte para preservar la perfección y la pureza.

Los que vienen de otros mundos encarnan la inteligencia, el poder, los conocimientos técnicos en su más alta expresión, la superación de muchas de las crisis que todavía nos afectan a nosotros, la capacidad de sojuzgarnos para bien o para mal. Son hermosos o espantosos, dioses o fieras, pero más potentes que nosotros. Son el espejo de nuestras carencias y debilidades. En síntesis, de un modo y otro, vengan de donde vengan, del pasado o del futuro, de un planeta cercano o de una estrella inalcanzable, en estos personajes se dibujan nuestros temores ante la ignorancia y la impotencia; en ellos se vuelcan nuestros anhelos de superación y de liberación. Lo que no hemos conseguido -porque no podemos, no queremos o no sabemos-, ellos lo poseen o lo han poseído.

Y tal vez sea así…

El hombre estéril

Si no partiéramos del miedo y la debilidad, el recuerdo o la imaginación de personajes diferentes a nosotros podría convertirse en motor de acción, en estímulo para emular lo que más admiramos en ellos.

Pero no. Hemos logrado –o han logrado, pues aquí sí entra la propaganda subliminal– aquietar nuestros impulsos y reducir nuestro afán de aventura a la contemplación estática de las aventuras de los demás.

Nos han vuelto estériles. Sólo podemos ser espectadores de la inteligencia y la habilidad, de las virtudes y la solidez moral; sólo podemos rogar para que “los malos” no nos ataquen porque sabemos que podrán con nosotros. Y además, tenemos la suerte de contar con nuestros compañeros imaginarios que combatirán ocupando nuestro sitio, llegado el caso.

No sabemos ni por dónde empezar a ser propietarios de esa misma fuerza interior, de esos conocimientos o ese valor permanente que caracterizan a los héroes no humanos. Así, es más fácil dejarse estar. La vida, para nosotros, se convierte en un cuento entretenido, una película sin fin donde nos hemos resignado a no intervenir nunca como actores.

Haría falta dar un paso más en la fantasía para entrar en el reino del milagro mágico, para hacer que esos personajes olvidados o aún no nacidos nos arranquen de nuestra cómoda butaca física, psicológica y mental. Necesitamos volar con ellos y como ellos, descubrir que podemos ser más grandes de lo que creemos y destruir con nuestras manos los miedos perversos, los monstruos del mal.

Necesitamos ser nosotros mismos algo más que humanos para aprender a vivir en compañía de nuestro propio yo y de aquellos que nos rodean, sin el aburrimiento de lo estéril y pasivo.

Si damos el primer paso en la conquista del yo, habremos conseguido la primera transformación del hombre vulgar en el personaje fabuloso que hoy colma nuestras fantasías. En cada ser humano duerme un héroe: si todavía no nos acompaña ni da sentido a nuestras vidas, es que aún no ha despertado ni ha ocupado el sitio de acción que le corresponde.

Créditos de las imágenes: TheDigitalArtist

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