Este es un trabajo de reflexión y no de actualidad[1]; de esta última se encargan los medios corrientes de comunicación masiva. Como quien escribe no pertenece a ningún partido político ni secta religiosa, reclama del amable lector la atención sobre ese levantamiento popular que azotó a Venezuela en los primeros días de marzo de 1989[2], para tratar el problema con la necesaria objetividad filosófica y una imprescindible adultez de criterio.
El motor de la violencia no es nuevo, ni mucho menos.
Como tantos otros países del “tercer mundo”, Venezuela tuvo su momento de triunfo y prosperidad… y simplemente lo dejó pasar, con la infantil idea de que las divisas importadas ante el auge del precio del petróleo, a finales de los años 70, durarían indefinidamente. La entrada de dinero fácil hizo que se olvidasen las otras posibilidades alternativas de producción de bienes y, de esta manera, se abandonaron los campos, se cerraron las granjas y se desaprovechó la importante posibilidad pesquera y de desarrollo de industrias pequeñas y medianas, con evidente capacidad de cobertura de las necesidades nacionales.
Fue precisamente durante la anterior presidencia de Carlos Andrés Pérez[3], cuando más se dilapidó el dinero en obras “faraónicas”, que dieron a ciertas zonas del centro de Caracas el aspecto de una pequeña Nueva York y cuando se hizo construir un tren metropolitano subterráneo igual a los mejores de París.
La inversión multimillonaria en costosos edificios –tan altos como inútiles- de perfiles “futuristas”; la importación de enormes cantidades de maquinarias y camiones que cuando quedaban sin repuesto se dejaban deteriorar y oxidar como chatarra; el permitir la entrada desde la vecina Colombia, en un informal contrabando, de las reses necesarias (y las innecesarias) para el consumo local pasando a través de los abandonados campos; y la centralización de toda forma de oportunidad económica y social en Caracas y algunos otros puntuales lugares de su geografía que coincidían con la extracción de petróleo, todo ello se mantuvo durante años.
En una ceguera política que todavía nos sorprende, se abandonó la educación real a cambio de otra aparente, de cara al exterior. Bajo los altísimos soportes de las autovías que cruzan “por el aire” buena parte de Caracas, se amontonaron las chabolas, las chozas de quienes, faltos de guía, consumían en alcohol y demás drogas los sobrantes del “olímpico” mundo de las alturas o los frutos de sus trabajos esporádicos, pues se empezaron muchas obras, pero la mitad se quedaron en un eterno “desarrollo” teórico y fantástico. Irreal.
En Venezuela, como en casi todo el resto de América latina, no existen las “clases sociales” que los teóricos del marxismo y del liberalismo quieren ver. Hay sólo dos clases: los ricos y los pobres. La llamada “clase media ha desaparecido virtualmente de todos los países de esta región, menos Chile, Argentina y Uruguay, donde, aunque maltratada y disminuida, aún tiene su peso, número e importancia.
Cuando en 1983 cayó el precio del petroleo, la administración venezolana no se dio por enterada, pues en un alarde de vanidad creyó que era un fenómeno pasajero y que de ninguna manera había que modificar ni racionalizar productos y consumos. Al pueblo se le cantaron unos cuantos himnos triunfalistas que arrancaban desde el encomiado Simón Bolívar (una especie de santo patrón en Venezuela, tanto que se ha llegado a decir por radio que no fue una figura histórica, sino cósmica) hasta los caudillejos de moda. Simplemente los ricos traspasaron sus fortunas a EE.UU., especialmente a Miami, y los pobres lo fueron aún más…aunque todavía se soñaban corriendo sudorosos y desarrapados detrás del “hombre que camina”, el candidato socialdemócrata, que hace hoy cinco meses que ocupa por segunda vez el sillón presidencial del Palacio Miraflores.
Venezuela es el país con mayor tasa mundial en el consumo “per cápita” de whisky. Pero más del cincuenta por ciento de la población se encuentra por debajo de la línea internacional de pobreza fijada en 131.58 dólares “per cápita”. Y la mayor parte bebe tan sólo ron de mala calidad o distintos alcoholes baratos. ¿Cómo es posible, entonces, el fenómeno anteriormente citado?
Los analistas señalan que no es tanto la diferencia entre ricos y pobres, entre los que mandan y los mandados, lo que ha enfurecido al pueblo, pues esto fue siempre así y se sabe que siempre lo será. Lo que hizo estallar el “polvorín” fue el desacierto de Carlos Andrés Pérez al comunicar un alza del noventa por ciento en el precio de la gasolina y de un treinta por ciento en los billetes de los ruinosos autobuses…dejando para luego un ya decidido aumento general de los salarios. Ello, sumado a la sed de ostentación que exponen los ricos venezolanos, en una mezcla de caudillismo tradicional y de montaje a lo Disneyland.
Se ha destacado un ejemplo reciente.
El 16 de febrero último se festejó “la boda del siglo” entre los hijos de dos de las familias más poderosas de Venezuela. El “Diario de Caracas” publicó el 19 de febrero, en una crónica de primera plana y nueve páginas interiores con fotografías, que 5.000 invitados a la boda –incluyendo a 200 llegados por vía aérea de USA, Italia y otros países, con todos los gastos pagados- fueron agasajados en un “cóctel desbordante de caviar, langosta y salmón”. Las mesas estaban abundantemente regadas por champagne francés Le Grand Damme, cosecha 1968. La pareja llegó a la iglesia, fantásticamente alumbrada y alfombrada de orquídeas, en un impresionante Rolls-Royce, seguido por veinte autobuses de lujo y numerosos largos coches americanos.
Teodoro Petkoff, congresista socialista, declara: “los ricos de este país no tienen distinción. Es una burguesía de sesos huecos”.
Otro motor de la cólera fue la hábil explotación de los comandos de información de extrema izquierda que promueven la guerrilla, que dijeron que “secretamente” el presidente Pérez había firmado un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que lo obligaba a medidas de austeridad…austeridad que, bien sabe el pueblo, siempre caerá sobre los hombros de los más pobres. Mientras tanto, la “clase política”, que en Latinoamérica es lo mismo que decir “los ricos”, seguirá viajando por avión en primera clase a Miami, para hacerse atender por dentistas o comprar ropa, automóviles y electrodomésticos. Y están los otros que, víctimas del estrés que les provocan sus altos negocios y sus noches de juerga, descansarán los fines de semana en los chalés que han adquirido en las playas más caras de Miami o las Bahamas.
Lo peor es que el ahora presidente (siguiendo un viejo juego de las democracias, en las cuales se necesitan votos y se hacen promesas que no se cumplen), antes de tomar posesión del mando el 2 de febrero, había calificado de “obscena” a la institución del FMI. En su delirio electoral, el viejo “hombre que camina” llegó a prometer empleo total y otras cosas imposibles para la actual fuerza económica de Venezuela, como ser uniformes y almuerzos gratuitos a todos los niños en edad escolar, etc.,etc.,etc.
Así, el pueblo, hambriento, engañado y sumido en la ignorancia y la brutalidad, acosado por el narcotráfico, se sublevó y llegó al saqueo.
Dado que en muchas otras naciones de Latinoamérica hay guerrillas, y estallan y estallarán focos de violencia, es hora de que los responsables, ya que se enriquecen a lomos del pueblo, reflexionen sobre la mejor manera de reencauzar sus países, haciendo los cambios que sean necesarios. Es curioso, por no decir sospechoso. que pocos medios de comunicación europeos y estadounidenses se preocupen de salvar a los pueblos, sino que promocionen continuamente la “defensa de la democracia”. Pero a esas sufridas gentes les importa un rábano si los gobierna un presidente, un dictador, un psicótico payaso o un general; la prioridad la tiene el comer y el no ser constantemente engañados y heridos o muertos por la misma policía que teóricamente debería ampararlos. Sería bueno que la opinión mundial no se dejase guiar por las encendidas retóricas de poetas, escritores y exiliados para sacar sus conclusiones.
El problema es más grave de lo que parece. Se cometen muchos desaciertos por carecer de información limpia de intereses. Por ejemplo, en México la curia vaticana ha presionado a sus fieles para que promuevan cambios en la Constitución de modo de poder introducir a sus partidos confesionales, como rápidamente ya lo han hecho en Paraguay. La reacción no se hizo esperar y, como en Bogotá, por poco vuelan con explosivos la catedral.
Es contrario al derecho de autodeterminación de los pueblos el que se conformen “mafias” internacionales que presionen sobre sus asuntos políticos internos.
Insistimos en la necesidad de una amplia y filosófica reflexión sobre los motores que impulsan los acontecimientos violentos, no sólo en Venezuela, sino en tantos otros países, pues hoy casi ninguno escapa de esta peste medieval de los levantamientos y atentados, de la gran confusión y el gran pánico que está ganando todos los corazones.
Tal vez tengamos que revisar la Historia… y lo que es más importante: revisar nuestras concepciones sobre el futuro, sobre la herencia que hemos de dejar a nuestros jóvenes y niños. Una herencia que no puede ser solamente un mundo contaminado física y psicológicamente. Aparte el SIDA y las guerras, dogmatismos y revoluciones, debemos dejar, por un mínimo principio de compensación, un poco más de orden, armonía, paz y comprensión.
Notas:
[1] Artículo publicado en abril de 1989, en la Revista Nueva Acrópolis núm. 170.
[2] El 27 de febrero de 1989 se inició, en las afueras de Caracas, una oleada de protestas que después se extendieron por toda Venezuela y generaron grandes disturbios. Pasó a la posteridad con el nombre del Caracazo.
[3] 12 de marzo de 1974 – 12 de marzo de 1979
Créditos de las imágenes: Andrés Silva
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