De las quimeras materialistas del positivismo ateo del siglo XIX, de la paradoja de afirmar el ciclo histórico de formas de cultura mágica, religiosa, filosófica y científica, nació este siglo XX, alienado por la búsqueda insaciable de confort material y de crítica “positiva” a todos los valores. Nació el análisis desprovisto de síntesis; la libertad sin meta que la justifique; la igualdad a la altura del más bajo; el interés por lo social sin política que lo guíe ni ideología que le sirva de brújula; la racionalización de los conceptos religiosos olvidando la mística; y las comunicaciones ultrarrápidas cuando no se tiene qué comunicar, salvo desastres y amenazas. Bajo las banderas de una paz colectiva se incubaron las semillas de una guerra individual, de todos contra todos. Buscando la verdad en las relaciones humanas, se halló la gran mentira de afirmar la desunión en las familias, la casualidad de los hijos, la falibilidad de los sabios y los pecados de los santos.
El siglo XX careció, desde el principio, de personalidad propia; fue tan solo una extensión de las pesadillas del XIX, la corporeización de sus terrores, la materialización de sus apetitos. El verdadero siglo XX no ha nacido todavía, aunque ya casi toca su fin. Queda poco tiempo para dar a luz su verdadera naturaleza. Y es ese poco tiempo el que promueve entre las corrientes ideológicas, que flacas como Quijotes recorren el mundo, la necesidad ancestral de marchar constantemente, aunque sea para combatir a molinos de viento. Pero la intención es abatir gigantes: los gigantes de niebla y humo, los negros gigantes del siglo XIX.
Una nueva mitología del siglo XX, satisfecha por instantes con fugaces visiones de platillos volantes que vienen de otros mundos responde a la necesidad psicológica colectiva de buscar otros horizontes, más allá del bosque de las chimeneas de las fábricas, de las discusiones sobre anticonceptivos y de la igualdad impuesta con rasantes cuchilladas a la altura de los tobillos de los más altos. Es una búsqueda, fuera de este mundo, de soluciones casi milagrosas para los males que lo aquejan. Es, en verdad, un retorno a la psicología del milagro, de la razón de lo suprarracional, de la justicia dictada desde los astros.
El monumento Buzludja, erigido en 1981 en Bulgaria, es uno de los mayores monumentos ideológicos y contiene una antigua sala de congreso soviético.
La inercia derivada del siglo XIX, por el roce que produce el uso, ya menguando, y el vacío de mito llama a nuevos valores que reemplacen a los destruidos, y a los que se quisieron formar para reemplazarlos, pero fracasaron. Por todas partes se perciben renovados intereses en disciplinas que tienen que ver con un lejano pasado, como son la arqueología y la pasión por las mismas antiguallas. Contrariamente a lo que preveían los futurólogos, las monarquías se afianzan, los líderes y carismas son cada vez más necesarios y los sistemas liberales o izquierdistas se suman sobre sus bases en confusión y pobreza material y espiritual. Los jóvenes demuestran interés en la mística, enigmas orientales, y con los bolsones al hombro se lanzan al mundo a marchar sin rumbo fijo, como en una nueva Edad Media, buscando una Jerusalén de paz y amor que nadie sabe ubicar geográficamente. Es el siglo XX que nace viejo, es el XIX que muere sin haber terminado de nacer. Es la contradicción y la irracionalidad unidas a la esperanza y a la fe. Abramos las puertas a ese nuevo mundo, no temamos la luz. Marchemos siempre hacia arriba y adelante.
Créditos de las imágenes: CB_Graz
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