El perfume es una de las sensaciones que mejor evoca nuestros recuerdos y nos trae reminiscencias más vívidas. Percibir un olor nos hace revivir el recuerdo de personas que ya no están con nosotros y olían así; olores de viviendas, de comidas de la infancia, perfumes olvidados que volvemos a sentir gracias nuestra memoria olfativa.
La persistencia del perfume simboliza la idea de la duración y el recuerdo. Es algo extraordinario que podamos percibir a las personas queridas como si las tuviéramos de nuevo a nuestro lado, gracias a la magia del perfume. Yo recuerdo a mi madre siempre que huelo el “Chanel nº 5” –con el que ella le gustaba perfumarse–, y me encanta cogerlo, tocarlo e incluso simplemente contemplar su aspecto –sigue aún hoy conservando la misma forma–, siempre que paso por un stand de perfumería.

Según afirma Gaston Bachelard, el perfume, asociado al simbolismo general de lo aéreo, equivale a la penetración en ese ámbito de formas concretas que se traducen en estelas, en símbolos de recuerdos y reminiscencias. Mientras el aire frío y puro de las cumbres expresa el pensamiento heroico y solitario –lo vemos tanto en San Juan de la Cruz como en Nietzsche–, el aire cargado de perfumes simboliza el pensamiento saturado de sentimientos, emociones y nostalgias.
El “perfume agradable” que cita la Biblia, es uno de los elementos de la liturgia cristiana utilizado en las ofrendas y en los sacrificios rituales, destinado a conseguir que sea aceptado por la divinidad, y lo mismo ocurre con las ceremonias religiosas hebreas y otros muchos rituales en las religiones de todo el mundo.
Los griegos y romanos empleaban perfumes vertiéndolos sobre las estatuas de los dioses en sus ceremonias religiosas, y también utilizaban esencias para embalsamar los cadáveres en los rituales funerarios, frotando con ellas las estelas y depositando frascos de perfume en las tumbas.
Los egipcios extraían las esencias de los perfumes y las mezclaban en sus templos. Entre ellos era popular la creencia de que las diosas eclipsan siempre a las mujeres normales por su perfume. La sutileza casi imperceptible -pero real- de este, lo emparentaba simbólicamente con una presencia espiritual y con la naturaleza del alma humana.
El perfume es también expresión de virtudes, como afirma Orígenes cuando habla del buen olor y las virtudes del ciprés. Este es el árbol funerario por excelencia, que solemos ver en los cementerios simbolizando la ansiedad del cielo mientras se asienta en la tierra. Tanto su esbelta silueta buscando las alturas como su base enraizada en lo más profundo (donde antiguamente se situaba el inframundo), parecen unir ambos extremos invitando al alma del difunto a dejar aquí su cuerpo y elevarse a la morada de los dioses. El ciprés simboliza tanto la muerte corporal como la inmortalidad del alma, con su perenne y espeso follaje siempre verde y apuntando al cielo.
El perfume desempeña también un papel de purificación y durabilidad, porque exhala a menudo substancias incorruptibles como son las resinas, y es igualmente símbolo de luz. “Toda lámpara es una planta, el perfume es la luz”, escribe Víctor Hugo. Y según Balzac, “Todo perfume es una combinación de aire y de luz”.
Créditos de las imágenes: Fernando Andrade
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