Hoy, que tan vacíos se quedan los conceptos, se ha creado un hueco importante en el de la Filosofía. Se ha hecho de ella un trabajo racional, una compleja elaboración de ideas que tiene como finalidad descubrir el porqué o la sinrazón de las cosas, las relaciones que unen seres y objetos, y todo ello dentro del más estricto plano de la mente. Los sentimientos parecen no tener cabida en la Filosofía; no hay sensibilidad posible en esta intrincada red de causas y efectos o de hechos casuales –según los distintos pensadores nos presenten la lógica o ilógica del mundo en que vivimos.
Y así caemos en el error de la frialdad de la Filosofía y del escaso valor que presenta esta ciencia del saber para los seres humanos que ansían la completitud de su propia esencia: pensar, sentir; vivir –en una palabra.
En este estado de cosas surge una nueva dicotomía: una cosa es vivir y otra es filosofar. No es extraño escuchar en jóvenes y en menos jóvenes aquello de “déjame vivir en paz, sin complicaciones ni ideas raras que de nada me sirven para resolver mis auténticos problemas”.
La Filosofía asume así el papel de un anciano adusto, desfasado de la realidad, tétrico y sin capacidad de emocionarse ante nada; solo sabe de rígidas explicaciones y enrevesadas razones para quitar sentido a todo lo que vive cotidianamente.
Pues bien, ha llegado el momento de unir fuerzas para rescatar a la Filosofía de su cárcel de engaños, ilusiones falsas, mentiras y deformaciones. Cuando la Filosofía ocupaba buena parte del trabajo de los grandes pensadores de antiguas civilizaciones, nada tenía que ver con lo que hoy se pinta.
Tradicionalmente, la Filosofía era la auténtica Sabiduría, el conocimiento profundo e integral de todo lo que supone la vida misma, en todas sus expresiones. Es más: fue considerada una forma de vida, en la cual podían y debían juntarse armónicamente las necesidades materiales, las expresiones de la psiquis, del pensamiento, los elevados ideales, las aspiraciones místicas y las proyecciones históricas hacia el futuro.
Es nuestro deseo –que es decir, nuestro sentimiento más intenso– hacer de la Filosofía aquella ciencia del hombre que otorgaba un porqué a todas las cosas y en la cual todas las expresiones tenían una explicación, y más aún, una evolución.
La Naturaleza entera es el campo de la Filosofía; lo es el Cosmos infinito con todos sus misterios, y lo es el hombre con sus ideas y sus sentimientos, con su compleja máquina corporal y con sus sueños más sutiles. Un conocimiento sin emoción es apenas un cuadro en blanco y negro, de los que no se dan más que en la fingida realidad de viejas fotografías y dibujos de mano humana. La Naturaleza es rica en colores. Y la Filosofía da el color del sentimiento a las leyes matemáticas que nos rigen.
Créditos de las imágenes: Sunil Chandra Sharma
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