Por su hermosura y su gracia, agilidad, fortaleza y arrogancia, al ciervo se le llama el “rey del bosque”, y por el parecido de su cornamenta con el ramaje de los árboles –en el sentido del ritmo cíclico de la renovación y el crecimiento de los brotes de sus cuernos–, se le ha comparado simbólicamente al “Árbol de la vida”.
Como un gran árbol de intrincadas ramas, la cornamenta del ciervo se extiende hacia fuera y hacia el cielo, simbolizando el ascenso a un nivel superior de conciencia. Sus cuernos son como antenas que recogen información del mundo espiritual, por lo cual también se le considera mensajero de los dioses, siendo esto para nosotros un útil recordatorio de que estamos aquí no solo para vivir una experiencia humana, sino que somos en realidad seres espirituales aprendiendo y evolucionando en el planeta Tierra. Es importante mantener este enfoque trascendente en todo lo que hacemos, y hay un refrán –muy sabio como todos los refranes– que nos lo recuerda diciendo: “En cada momento, algo sagrado está en juego”.
Como el águila y el león, el ciervo es enemigo secular de la serpiente, pues él está en relación con el cielo y con la luz, mientras que la serpiente se la relaciona con la noche y con la oscuridad de la vida subterránea. Debido también a su costumbre de buscar la libertad y el amparo en las altas montañas, el ciervo simboliza las ideas de soledad, de pureza y elevación. En Egipto sin embargo, se consideraba al ciervo como símbolo del hombre que se deja engañar por palabras falaces, pues existía la leyenda de que a este rumiante le seducía el sonido de la flauta y el caramillo.
Para la mitología griega el ciervo es la antítesis del macho cabrío. Este es un animal trágico, cuyo nombre está asociado al origen de la palabra tragedia (de trágos “macho cabrío” y ádein “cantar”), el canto religioso con que se acompañaba el sacrificio de un macho cabrío en las antiguas fiestas dedicadas a Dionisos. Y en la imaginería cristiana se representa muchas veces a Satanás presidiendo el Sabbat -la fiesta nocturna del séptimo día, cuando Dios descansa y se agitan los demonios-, con la forma de un macho cabrío.
El ciervo es símbolo de velocidad, pero también de cautela y sensatez. En la antigüedad clásica era el animal consagrado a Diana (Artemisa, la hermana gemela de Apolo, hijos ambos de Zeus y Leto en la mitología griega). La virgen cazadora aparece en el arte como ideal de la austeridad en la belleza femenina: es una doncella esbelta y grácil, envuelta en una ligera túnica y portando arco y carcaj, que solemos verla acompañada de una cierva, su animal sagrado junto con el perro, el oso y el jabalí. Si al ciervo le llamamos el “rey del bosque”, podemos decir que Diana es la “diosa de los bosques.” Mientras que el ciervo es el heraldo de la luz solar y diurna, Diana es una diosa nocturna y lunar, que resplandece en los cielos y derrama su luz para alumbrar en las misteriosas profundidades de la noche.
Escritores y artistas ven en el ciervo un símbolo de prudencia y sabiduría, porque huye en el sentido del viento que lleva con él su olor para no ser cazado, y reconoce por instinto las plantas medicinales, además de evitar, con sus orejas erguidas –símbolo de atención–, que alguien se le acerque sin notar él su presencia.
Créditos de las imágenes: Laura College
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