Hoy vi al Hombre Nuevo…
Bendita imagen que me llegó desde el futuro, aunque cargada de sabor del pasado, para hacerme soñar con lo que alguna vez fue, con lo que aún es calladamente, y con lo que volverá a ser inexorablemente, claramente, limpiamente.
Cuando lo vi, me di cuenta de que el Hombre Nuevo no es nuevo. Por el contrario, es tan antiguo como los arquetipos primeros de la humanidad, pero lleva en él la eterna juventud del alma, la eterna capacidad de lanzarse hacia delante, de soñar, buscar horizontes mejores, y poner todas sus energías al servicio de sus ilusiones.
Este hombre nuevo no tiene edad… tampoco tiene novedad… Su fuerza reside en que es sencillamente joven, como los dioses de las lejanas mitologías, como aquellos héroes sagrados que habían bebido en la copa de Hebe olímpica, y desconocieron entonces el tiempo que pasa y desgasta.
He visto en el Hombre Nuevo algo que no varía nunca, algo con sabor a eterno, con la seguridad de lo que es válido, pero con el latido inconfundible de lo que está vivo.
Y he advertido que el Hombre Nuevo está vivo porque es un ser humano íntegro. No hay en él la dicotomía del cuerpo y el alma, no se inclina ni por la defensa de uno ni la negación de otra; ambos elementos están en él; ambos elementos lo hacen Hombre.
Si hubiese sido solo cuerpo, sería como una máquina lanzada en el mundo; si solo espíritu, semejaría una entelequia disimulada en las nebulosidades del pensamiento. Pero lo vi completo, activo, seguro de un cuerpo sano que obedece y responde a un espíritu superior.
He comprobado que el Hombre Nuevo cuida con atención su cuerpo y su alma. Es fuerte, es sano, es bello, es joven… Y tiene un ser interior tan proporcionado como el exterior. Es educado porque aprendió que los mayores misterios se conocen con el alma abierta y con la mente serena; desechó las formas vacías de la memoria, y se inclinó por una sabiduría conciente, imbricada en sí mismo tanto y tan acabadamente como la más pequeña de sus células. Practica el “conócete a ti mismo”, y esta llave le ha permitido abrir las puertas de la Naturaleza, a través de la ley de analogías.
Maravilla en el Hombre Nuevo su exquisita sensibilidad; no es frío como pudiera creerse. Por el contrario, ha unido inteligentemente el ethos y el esthetos de los griegos: Cuanto más bueno, más bello. Hace culto a la belleza y hace culto a la moral; el brillo de la virtud es brillo en su mirada, es fulgor en sus gestos, es soberanía en su actitud toda. Reconoce el ámbito que abarca su corazón, y ama sin límites, desinteresadamente; todo lo hace a su modo nuevo de Hombre Nuevo. El egoísmo es planta erradicada de su jardín interior.
¿Y a dónde lleva la inteligencia y el corazón de este Hombre Nuevo? Lo vi sumar sus experiencias, las de la razón y las de la sensibilidad, y lo vi entonces inclinarse devoto ante el misterio del cosmos, abriendo su ser al dios ignoto que alumbra desde el infinito. La fe es ingrediente imprescindible en este ser humano, que ansía descubrir el enigma de la vida, y sabe que para hallarlo, tendrá que recurrir a nuevos y poderosos elementos que van más allá de su mente, más allá de su comprensión limitada de las cosas; por eso ha desarrollado la fe; por eso he visto la mística poderosa de este Hombre Nuevo.
He creído comprobar que el Hombre Nuevo sabe de dónde viene y hacia dónde va; la historia no le aterra ni le pesa, antes bien le acompaña y aconseja. Es consciente de su momento actual y no rechaza su suerte: se complace en los grandes logros y se esfuerza en corregir los errores. No es pasivo, no busca su propio placer: el Hombre Nuevo aprendió a elegir y a comprometer su vida en la elección. El deber le llama a la acción, como la tierra llama al agua.
Le vi brillar como una piedra preciosa; nada puede empañarle. Y cuando los vientos de la vida, a veces le cubren de lodo, le vi lavarse en las aguas de su propia vida, y volver a brillar como al comienzo. A su lado nada es oscuro, nada es sucio, nada es temible. Su mirada es una espada, y sus manos son arados.
Hoy vi al Hombre Nuevo… lo vi pasar solo y le llamé, porque yo también me sentía sola… Pero al volverse hacia mi, transfiguróse en un ejército de oro: una mano era árbol de todos los hombres nuevos que fueron, y la otra mano floreció en imágenes de aquellos otros que vendrán.
Créditos de las imágenes: Brooke Cagle
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