Arqueología y tradición: viaje fantástico por las civilizaciones

Autor: Jorge Ángel Livraga

publicado el 05-03-2021

Para mí, los temas de las conferencias son un medio para ponerme en contacto con vosotros. Creo en el contacto del ser humano con el ser humano, y este contacto es fundamental. Hace falta poder hablar a otros hombres que aman la cultura, pues, en cierta forma, los pueblos que no aman su pasado no aman tampoco su futuro.

De la misma manera que un árbol tiene la necesidad de hundir sus raíces en la tierra para llegar a elevarse un poco más alto, nuestra generación debe hundir sus raíces en la Historia para llegar a mantener vertical el árbol de nuestra propia cultura y para llegar a transmitir a las gentes que vendrán un mensaje de pájaros y de flores. Sin las raíces no tendremos los futuros pájaros ni los futuros vegetales ni las futuras flores. De ahí la importancia de los contactos con el pasado. El pasado nos aporta a todos un arte, nos da una noción de nuestro Yo.

Imaginemos, por ejemplo, que todos somos amnésicos, que no podemos saber lo que hacemos aquí todos reunidos. Yo no puedo saber quién soy y vosotros tampoco. Es por el recuerdo de lo que he hecho hoy, ayer y antes de ayer, es gracias a estos recuerdos que todos tenemos un Yo. Y si esto pasa con el ser individual también pasa con el ser colectivo.

Es por ello que, el pueblo que no tiene memoria no llega a acumular una continuidad histórica y le falta el impulso para enfrentar el futuro, sea éste feliz o no, afortunado o no. Esto es una ley de la Naturaleza. Podríamos llegar a discutir mucho sobre este punto. Podríamos discutir igualmente durante un largo rato por qué caen las hojas. Pero, incluso, si continuáramos discutiendo, las hojas seguirían cayendo.

El reencuentro con el pasado es una necesidad natural del hombre. No es una necesidad de este siglo o del siglo pasado; los hombres de todas las épocas la han tenido. Evidentemente, podríamos decir que la Historia ha comenzado con Herodoto, pero la Historia-Conciencia tal y como nosotros la comprendemos hoy no tiene edad. En todo tiempo los pueblos se han preocupado de saber quiénes fueron sus antepasados.

La Arqueología desempeña un gran papel como herramienta de conocimiento. Admitamos la definición de que la Arqueología es la ciencia que estudia los descubrimientos de los restos y objetos antiguos. Si nos ajustamos solamente a esta definición científica podremos decir que la Arqueología no tiene más de 105 años, porque hasta el siglo XVIII existían coleccionistas, hombres que realizaron hallazgos, pero aún no existía un sistema científico.Arqueología Coliseo

Durante el Renacimiento, por ejemplo, varios papas y otros hombres importantes recuperaron ruinas romanas y griegas, recuperaron objetos que les resultaban bellos desde un punto de vista estético y que estaban en relación con la literatura que conocían. Cuando no reconocían algo no le daban valor. En el siglo pasado muchas personas encontraron vasos etruscos —hoy en día muy apreciados—, pero aquellas gentes que realizaron las excavaciones, los tiraban y rompían porque no llevaban figuras griegas o romanas.

Antes de Champollion, muchos especialistas en jeroglíficos los interpretaron a la luz de la Biblia y a menudo añadieron frases para completarlos porque no podían leerlos. Como creían que se trataba de figuras ornamentales o mágicas, la gente hoy piensa que todas las cosas egipcias son mágicas.

Cuando algunos caballeros cristianos llegaron a Egipto, en la época de las Cruzadas, creían que las pirámides estaban hechas para guardar grano. En ese tiempo esto estaba plenamente aceptado. La ciencia lo afirmaba, y cualquiera que hubiese negado esta interpretación habría estado contra la ciencia de la época. El hombre cree durante una época en cosas que a menudo son desmentidas en otra época posterior; de tal manera que podríamos llegar a creer que las cosas que damos por ciertas hoy, en 1974, no tendrán ninguna validez en el año 2000. Esto nos da como conclusión que la Arqueología ha avanzado mucho, pero sólo en la técnica de las excavaciones y no en cuanto a la interpretación. Y esto no es un fenómeno estrictamente limitado a la Arqueología, es un fenómeno general.

Sabemos que la nave que llevó al hombre a la Luna era millones de veces más perfecta que la cuadriga romana. Es un hecho evidente y nadie lo puede negar. Pero ¿podemos afirmar que los hombres que condujeron la nave eran cien mil veces mejores que los hombres que conducían las cuadrigas romanas? Si nos detenemos un instante, si intentamos liberarnos por un segundo de la alienación mecanizada de nuestra época, si hacemos un verdadero esfuerzo humanista por comprender, podremos ver que la diferencia mayor se sitúa en la máquina y que el hombre que ha ido a la Luna es muy semejante a aquel que ha vivido bajo el Imperio Romano. Nuestro avance, nuestra evolución, es en gran parte un avance tecnológico, un progreso en las máquinas y no tanto un avance en lo humano.

Por eso, para juzgar los restos que podamos encontrar no tiene mucho sentido hacerlo a la luz de nuestra propia alienación histórica. Porque cada pueblo de cada siglo ha tenido su propia alienación histórica. Una vez, un historiador del siglo XII, respondiendo a la pregunta: «¿Cómo será el año 2000?», dijo: «En el año 2000 el mundo estará lleno de enormes catedrales y no habrá ni un solo hombre que no haya ido en peregrinación a Jerusalén.»

Evidentemente, los hechos prueban que las cosas no han sido tal como nuestro historiador las cuenta. Es decir, la Historia es curva como todo el Universo, pero el hombre que está situado en un punto tangencial a la curva proyecta su propio momento histórico de forma recta, de forma lineal. Pero la Historia, como continúa siendo curva, no sigue las previsiones de nuestro historiador.

Esto le pasó al hombre de la Edad Media. Pero el ciudadano romano creyó igualmente que su imperio iba a durar miles de años. Los egipcios hicieron sus construcciones para que pudieran durar miles y miles de años. Así, nos podemos dar cuenta de que no somos una excepción. No puedo deciros cómo será el futuro, pero seguro que será muy diferente. Cosas que nos resultan muy atractivas en los tiempos presentes no ofrecerán ya ningún interés en los tiempos futuros, pero es posible que cosas que no nos interesen hoy se tornen en el futuro dignas de interés.

La ciencia actual separa al arqueólogo del historiador, da al historiador la posibilidad de interpretar las piezas que el arqueólogo encuentra. Así, como el historiador está igualmente alienado en su mundo actual, llega siempre a ver los objetos en relación a sus propias gafas, a sus colores, a su óptica. Hay cosas que nos revela la Arqueología que nos parecen inconcebibles. ¿Podemos pensar que el hombre que vivía hace algunos milenios encontraría concebibles las cosas que nosotros hacemos hoy?

Supongamos que nos encontrásemos con una persona de la Edad Media y que comenzáramos a conversar con ella: «Señores de la Edad Media, estáis locos, sois idiotas. Os vestís muy humildemente y entregáis grandes cantidades de dinero con el fin de que vuestro Rey pueda llevar una gran capa de armiño, se sienta en un trono y pueda llevar una corona de oro con piedras preciosas.»

¿Creéis que el hombre de la Edad Media nos daría la razón? Muy al contrario, nos respondería con otra pregunta: «Hombre del siglo XX, ¿por qué pagas tantos impuestos para que cuatro hombres puedan ir a la Luna?»

Entonces le responderíamos: «Hombre de la Edad Media, este hombre que marcha sobre la Luna nos abre el camino para llegar a las estrellas, para llegar a los distintos planetas de nuestro Sistema Solar.»

El hombre de la Edad Media nos replicaría: «Y mi Rey me abre el camino hacia Dios.»

Y como buenos materialistas le preguntaríamos a este hombre de la Edad Media: «Hombre de la Edad Media, ¿has visto a Dios?»

Él nos contestaría: «Hombre del siglo XX, ¿has visto tú la galaxia de Andrómeda?»

Nosotros le podríamos decir que con un telescopio, que con un aparato radio-electrónico llegamos a verla y a sentirla. El hombre de la Edad Media nos respondería: «Yo, por la oración, cuando estoy de rodillas delante de mi altar, delante de mi rey, llego a ver a Dios. Hay santos que lo han visto y que me lo han contado. Y yo creo en los santos.»

Nosotros le contestaríamos: «Yo no creo en nada.»

El hombre de la Edad Media me preguntaría: «¿Tú crees en la China?»

Nosotros contestaríamos: «Sí, la China existe.»

Él nos preguntaría: «¿La has visto alguna vez?»

Nosotros contestaríamos: «No, pero conozco viajeros que han ido a China y he leído libros.»

Él apelaría: «Algo así me ocurre a mí. Conozco en este mundo viajeros que han ido a Dios. Y he leído muchos libros como la Biblia que me hablan de Dios. Yo en esto he hecho como vosotros con la China.»

Os habéis dado cuenta de que es un diálogo de sordos. Como tantos diálogos, son monólogos que se cruzan. Es muy difícil transmitir una experiencia personal, una cierta verdad interior a alguien. Porque todos, más o menos, creemos detentar o tener la exclusiva de la verdad.

Cuántas veces nos hemos sorprendido preguntándonos: ¿Por qué el Presidente de la República actúa de ese modo? Yo, en su lugar, haría…

Todo el mundo parece tener una opinión tan elaborada que se permite criticar, como bien le parece, a quien sea. Esto nos pasa a todos; esto pasó en la Edad Media, en Roma, en Grecia. De ahí, que hace falta que adquiramos la mentalidad egipcia para comprender a Egipto, de la misma manera que hace falta que tomemos la mentalidad de químico para comprender la Química.

Yo he estado en Palenque, México. Allí hay más de 300 pirámides que no han sido aún excavadas. Incluso en las pirámides donde se ha excavado, el material no ha sido estudiado a fondo.

Hay muchas interpretaciones pero ninguna llega a convencernos totalmente, porque cada uno mira con su particular punto de vista. Las figuras de estuco esculpidas sobre los muros continúan siendo rígidas y mudas. Ellas no nos dicen nada.

En el Palacio del Gobernador —como en otros monumentos, tal cual el Castillo con su torre cuadrada de cuatro pisos— he visto en el pasillo una gran mesa megalítica que no tenía ninguna característica maya; posee algunos grabados en sus bordes pero son posteriores. ¿Habéis visto en fotografías esta mesa megalítica de la que os hablo? Estoy casi seguro de que no. Tanto los arqueólogos como los historiadores la han visto, pero nadie ha podido decir para qué sirve. Por ello se apela a un mecanismo de censura psicológica que borra todas las cosas que no se comprenden. Sin embargo, la mesa existe.

¿Habéis oído hablar de un instrumento de música que está situado en Chichén-Itzá? Estoy seguro de que pocas personas han oído hablar de él. Los libros oficiales de la historia de esta zona no lo mencionan. Está hecho con una serie de conos de piedra que están apilados los unos sobre los otros lateralmente, como botellas en una bodega. Es un instrumento que se golpea con una piedra metálica y que da notas puras como un xilófono. Pero es más perfecto que el xilófono actual porque utiliza cuartos de tono. Es una maravilla técnica y un enigma. Para su fabricación hace falta escoger convenientemente las piedras y darles las dimensiones y la forma adecuada para que puedan dar cuartos de tono. Debía ser muy difícil de afinar este instrumento. Pero esto no se menciona porque no entra en la alienación de nuestra época.

En la bahía del Yucatán se encuentra la mitad de un templo maya apoyado sobre un acantilado, la otra mitad la devoró el mar. Las investigaciones del Año Geofísico Internacional han probado que esta ruptura, este corte geológico, tiene una antigüedad superior a 11.000 años. ¿Cómo es posible que un templo que tiene 2000 años pueda ser cortado por un fenómeno geológico de hace 11.000 años? Hay dos hipótesis: o los geólogos se han equivocado o los arqueólogos se han equivocado. Nadie lo menciona. Una gran cantidad de libros afirman que los mayas datan de hace 2000 años y, por supuesto, no será un templo partido en dos lo que cambiará esa apreciación sobre su antigüedad.

Magallanes fue obligado a dar la vuelta al mundo para probar que la Tierra era redonda. A pesar de esto, un siglo después numerosas personas eran quemadas vivas por haber dicho que el mundo era redondo. La opinión pública tiene dificultad para admitir las cosas nuevas, porque la tradición popular hace que la única cosa que existe sea el mundo conocido. Hay una alienación psicológica que se apoya sobre la alienación de la época.

Todos sabemos que un cuerpo geométrico si no es perfectamente esférico no podrá rodar. Un cubo no puede rodar, no se mueve. Los hombres que tienen una mente como un cubo podrán ser hombres muy firmes en sus convicciones, pero no podrán moverse del lugar donde están. Son hombres árboles, tienen sus raíces en la tierra, hecho que les impide desplazarse. Es algo que les impide estar en el camino dinámico de la evolución.

Tenemos, por supuesto, una necesidad de comprender cosas nuevas. ¿Tenemos necesidad de una mayor cantidad de piezas arqueológicas? ¿Tenemos necesidad de museos más vastos? No, tenemos necesidad de una nueva actitud mental. No creo que sea posible hacer nada si no hay un sentido filosófico. Es un sentido muy antiguo que hemos olvidado quizás un poco.

Nueva Acrópolis propone justamente reencuentros con cosas olvidadas: poder ver las ciudades del pasado y poderlas comprender, poder sentir y comprender la Naturaleza, las piedras, el agua, el vuelo de las golondrinas. Hemos perdido la costumbre de mirar una rosa, el cielo… Hemos perdido nuestra capacidad individual de contacto con la Naturaleza, de la misma manera que hemos perdido, en cierta forma, nuestra capacidad individual de contacto con Dios. Esperamos siempre que alguien nos explique a Dios en algunas páginas o algunas líneas, pero nunca esperaríamos encontrarlo en el interior de nosotros mismos o encontrarlo, quizás, en la esencia de las cosas.

Por ejemplo, yo puedo adquirir la experiencia de la piedra de un muro. Esa piedra está puesta en el muro sosteniendo el techo desde hace 300 o 400 años. ¿Cuántos de entre vosotros pueden decir que durante toda su vida han estado en su puesto asumiendo su propio destino? Para esto debemos adquirir la tenacidad de la piedra. También podríamos aprender de la astucia del agua que por desgaste forma un extraño camino entre las piedras y la tierra hasta fundirse con el mar. Podríamos aprender del viento que va deprisa, corre y canta en las ramas de los árboles. Podríamos aprender del fuego, que apenas naciente busca elevarse verticalmente hacia el Cielo. Y es que a una gran parte de nosotros nos cuesta mucho encontrar este camino vertical hacia el Cielo.

También podríamos aprender de todas las civilizaciones y de todas las culturas. Es evidente que nuestra civilización ha llegado a altas cimas, pero el hombre precolombino, por ejemplo, ha tenido también altas cimas. Los hallazgos, las cimas de los griegos, de los romanos, de los hindúes, me interesan porque yo soy un hombre. Lo que me interesa es el pasado, el presente y el futuro. Si el hombre no se interesa en estos tres aspectos, es como el pájaro enjaulado, no puede volar, y si quiere volar sus alas chocan con los barrotes de la jaula.

Con respecto a las tradiciones podemos decir que esta palabra, «tradición», viene de traditio. En su sentido etimológico es algo que encadena y que puede tirar de otra cosa, algo que viene del fondo de los tiempos con una repetición escalonada de conocimientos y de experiencias, donde ningún escalón es más importante que otro, incluso, aunque haya eslabones de oro, de plata y de hierro.

Suponed que estamos suspendidos por una cadena encima de un abismo, con peligro de muerte si la cadena se rompe; ¿rechazaremos la cadena porque tenga pequeñas anillas de hierro o porque no esté muy bien tallada? En ese momento no hay lugar para consideraciones estéticas. Cuando la vida está en juego lo más importante es la unión y la fuerza.

Dentro del concepto de la tradición nos jugamos también la vida; nos jugamos una vida mucho más importante que la vida física, nos jugamos nuestra vida espiritual. Si perdemos este eslabón, si perdemos ese escalón que nos une con el mundo del pasado, con las costumbres, con las tradiciones del hombre, lo perdemos todo.

Podríamos hacer pequeños escalones de papel, como firmar un contrato, un contrato escrito en papel; pero este puede ser roto fácilmente. El encuentro entre dos hombres de honor es más seguro que todos los contratos del mundo; el amor entre dos seres más que todos los matrimonios reunidos; una amistad alimentada entre dos seres humanos más que todos los decretos y todas las leyes sobre la amistad. Las cosas que tienen valor son verdaderamente invisibles a los ojos. Nosotros queremos revitalizar estas cosas válidas.

Cuando en Nueva Acrópolis hablamos de revitalizar el honor y el sentido de la caballería, no se trata de imaginarnos que vamos a volver a salir montando caballos y con una coraza de hierro, como en el caso de las tradiciones sobre Sir Lancelot; no, esto es una forma exterior. Las cosas que queremos sentir, y sobre todo transmitir a los más jóvenes, es una fe en sí mismos y también una fe en su caballo que no es otra cosa que nuestro propio cuerpo y que nos hace falta saber manejar. Para que un caballo sea bien utilizado hace falta un caballero. Lo peor es que han quedado muchos caballos, pero lo que es una verdadera lástima es que han quedado muy pocos caballeros. Hay millones de cuerpos en el mundo que consumen, excretan, respiran, pero muy pocos caballeros que pueden sentir debajo de ellos un caballo de materia, que puedan arriesgar su vida por una causa justa, no en palabras sino en hechos. Hay que ser caballero todos los días del año y no una vez por año como un caballero de carnaval o de un baile de máscaras; así todo es muy fácil, y tal como vamos al baile de los caballeros podríamos también ir al baile de los ladrones.

Hay que llegar a algo más sólido. Y esta cosa más sólida está en el interior de nosotros mismos, de cada uno de los jóvenes y de cada uno de los niños. Yo no creo que este sentido de la vida esté muerto en el interior del ser humano, porque no creo que eso pueda morir totalmente; yo creo que duerme. Claro, para despertar a alguien sólo hace falta tocarlo, pero si está muy dormido hace falta sacudirlo un poco y en ciertos casos sacudirlo muy fuerte. Y es entonces cuando lentamente comenzaremos a despertar.

En el subconsciente colectivo de la gente de nuestra época hay una sed de las cosas que estamos hablando ahora: de una nueva fe, de una religión, del honor, de la confianza, de las tradiciones. Los hombres intentan de nuevo reencontrar sus ancestros, pero lo que es una lástima es que los idealistas tengan no solamente la cabeza sino también los pies en el Cielo. De esta forma, sin organización, sin dónde apoyarse en el suelo, se alían con cualquiera y pueden asociarse tanto para el tráfico de drogas como para beber o robar.

Debemos esforzarnos en no ser solamente idealistas colgados del techo, sino en tener los pies en tierra, tener métodos de estudio, dirigir nuestra propia vida, ayudar a los más jóvenes para que puedan encontrar el mejor camino, ayudar a todos los seres humanos porque todos merecen nuestra ayuda. Hace falta llegar a mantenernos en nuestro camino y a plantearnos estas preguntas: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? Son preguntas fundamentales, y el hombre que no se hace estas preguntas seriamente no llegará jamás a ser un Hombre. Es la esencia que encontramos en la tradición, de donde sacamos los símbolos que nos cuentan, que nos hablan de este magnífico heroísmo que es el mantenerse en su puesto.

Actualmente hay, con seguridad, corrientes que intentan desmitificar, quitar todos los mitos a todas las cosas. Han encontrado todos los defectos que han podido tener todos los grandes hombres. Han intentado incluso ver si en la vida de Cristo era posible poner a una mujer o si Platón era verdaderamente homosexual o solamente a medias… No intentan ver las cumbres adonde todos estos hombres han llegado. Se esfuerzan por ver todo por lo bajo, de igualar, pero igualar por lo bajo nos va sumergiendo en el fango.

Lo que hay que hacer es partir en busca, no solamente en los grandes hombres sino en cada hombre, de lo mejor y no de lo peor. Reunir los mejores elementos, intentar comprender lo mejor e intentar unirlo con nuestra parte mejor, sin ignorar nuestros defectos, pero sin tener nuestra mente siempre prisionera de ellos. Así, podremos verdaderamente hacer un Mundo Nuevo y Mejor.

No hay que vivir toda la vida criticándose, hay que tener un poco de piedad, incluso de nosotros mismos; porque si no tenemos piedad de nosotros mismos no tendremos piedad de los demás hombres y, así, no llegaremos jamás a captar los valores ni en nosotros mismos ni en los demás. Un mundo sin valores no podrá nunca tener Damas ni Caballeros; todo estará a la altura del caballo. Y a eso es a lo que nos conduce el igualar a la altura del más bajo.

Lo que nosotros proponemos es igualarnos a la altura del más alto. Yo no quiero descubrir los defectos de Alejandro Magno. ¿Qué podría haber de bueno en igualarme en los defectos? Intentemos más bien sacar de nosotros una virtud que pueda acercarnos a ciertas virtudes de Alejandro. Con las críticas hemos desprestigiado a Cristo, Platón, Alejandro… ¿Qué queda pues de ejemplar en la Historia?

Cuando nos hayamos convencido de que todas estas gentes ilustres del pasado y nosotros mismos somos de hecho una enorme masa de defectos, ¿qué esperanza y qué optimismo podrán ser aún nuestros?, ¿qué seremos capaces de transmitir a los más jóvenes?

Es por ello por lo que debemos salvar la tradición, porque hace falta interpretar el mensaje del pasado, pero no simplemente con el fin del coleccionista, sino con la intención de ese hombre que estaba colgado de su cadena y que sabía que se jugaba la vida. Como todas las personas que aman la Belleza, el Bien, la Justicia, que buscan un Hombre Nuevo en un Mundo Nuevo, nosotros nos jugamos la vida en esta cadena que tenemos entre las manos y cuyos eslabones son los que conforman el Arte de la Filosofía.

No hay que menospreciar este eslabón; si no, nos precipitaremos en el abismo.

Créditos de las imágenes: Neela jalilian

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Referencias del artículo

Conferencia dictada el 13 de junio de 1974 en la sede de Nueva Acrópolis, 26 Rué Elie Rochette, Lyon, Francia.

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