El cinco es la suma del dos y el tres, símbolo por tanto de armonía y equilibrio, al estar también justamente en el centro de los nueve primeros números. Para los pitagóricos es el número nupcial, la cifra de la hierogamia, el matrimonio del espíritu manifestado (3) con la madre-materia (2), la unión del cielo y la tierra. Fruto de ese matrimonio sagrado es el hombre, representado como un pentagrama o estrella de cinco puntas inscrita dentro de un círculo y formando una cruz, cuya línea horizontal sería la de los brazos abiertos con el corazón-conciencia en el centro, y la vertical la que va de la cabeza a los pies. Esto simboliza igualmente la primera manifestación del universo con sus dos ejes, uno horizontal y otro vertical pasando por un mismo centro. Es el símbolo del orden y la perfección de la voluntad divina, del Sumo Bien que todo lo crea de la mejor manera posible.
Utilizado desde épocas remotas como talismán de protección, el pentagrama es llamado también pentáculo, pentalfa –denominación que le da A.Kircher en su “Aritmética”–, pentángulo y estrella pitagórica. Una de las características de esta estrella es que puede ser realizada de un solo trazo de líneas rectas sin levantar el pincel o el lápiz del papel, lo cual también es un símbolo de continuidad, del movimiento de la vida-una. El pentágono estrellado es la construcción geométrica más íntimamente relacionada con el famoso “número de oro”. Según Jaime Buhigas en su libro “La divina geometría”, el pentágono es un perfecto ejemplo de una de las mayores cualidades del número Phi: su utilización implica la aparición y repetición indefinida de elementos semejantes, que guardan siempre este número aúrico como razón y ley: es un número endogámico, continúa diciendo Buhigas, pues tanto su fragmentación como su desarrollo nos devuelven siempre a la misma forma. Ese principio de autosimilitud es una de las características que hicieron a Luca Pacioli calificar de “divina” a la proporción aúrea, comparándola con la omnipresencia y la invariabilidad de Dios.
Dice Luciano que la pentalfa es el gran custodio gráfico de la proporción aúrea. Probablemente ésta fuera la razón por la cual los pitagóricos la llevaban tatuada en la mano o en el hombro, como signo de reconocimiento. También cuenta el poeta de Samósata que la detenida contemplación del pentágono estrellado como objeto de meditación era precepto obligado para los pertenecientes a la hermandad pitagórica.
La figura pentagonal es también la matriz morfológica de muchas de las formas naturales. Existen multitud de flores cuyos pétalos están dispuestos en simetría radial pentagonal y una sencilla manzana, por ejemplo, si la cortamos por la mitad y perpendicularmente a su eje, nos muestra una composición pentagonal en la disposición de sus semillas. También entre los animales encontramos el pentágono en las estrellas de mar y, a nivel molecular, en los aminoácidos aromáticos y en las bases nitrogenadas del ADN.
Pero por encima de todo, el pentágono es el símbolo del hombre íntegro, consciente de su dimensión espiritual que lo completa y perfecciona. Si el cuadrado es el símbolo de la materia, el pentágono implica un paso más: es la suma del cuatro y del uno, de la materia y el espíritu, la dualidad que conforma y equipara el macrocosmos con el microcosmos manifestado en el hombre.
Créditos de las imágenes: Wereldburger758
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