La palabra paraíso evoca en nuestra mente un lugar de felicidad y de descanso, de paz, de comunicación con los dioses y con nuestros seres más queridos, que fueron llamados antes que nosotros a residir en ese lugar maravilloso junto a los bienaventurados. Lo imaginamos así como contraposición a lo que es vivir aquí y ahora, en la continua lucha y ajetreo de la vida en la Tierra, que es en este caso como el otro extremo del Cielo.
El Paraíso simboliza el “centro místico”, donde nuestra alma se siente en comunión perfecta con la divinidad, donde se re-encuentra consigo misma, con su verdadero Ser divino.
Para los orientales es un estado puramente subjetivo de perfecta felicidad, en el que viven las almas de los justos durante los periodos que median entre una encarnación y la siguiente. Ellos lo llaman “Svar-loka” o “Svarga”, el cielo de Indra.
En hebreo es el Edén, que significa “delicia” o “placer”. Es el llamado “Jardín de las Delicias” construido por Dios para morada de las almas de los justos. Es el cielo de los cristianos; el Walhalla de la mitología germánica. El jardín del Edén es el lugar en donde los primeros humanos vivían en estado natural, completamente despreocupados y felices, hasta que fueron expulsados. Simboliza pues, la inocencia y la abundancia de una Edad de Oro en la que el hombre no tenía que luchar por su sustento, pues todo le era dado.
Los chinos lo identifican con un jardín habitado por los “Dragones de la Sabiduría”, enclavado en el Asia Central. Como en casi todas las tradiciones, este jardín delicioso está surcado por cuatro ríos que brotan de un fuente común en el “Lago de los Dragones”.
Infinidad de leyendas orientales y occidentales nos hablan del “paraíso perdido” al margen de los principios dogmáticos cristianos, considerándolo como símbolo de un estado espiritual que perdimos al nacer en este mundo. La representación más frecuente de esta caída es el laberinto, que aparece como referencia a la confusión que esta bajada al mundo material produce en el hombre y en la que tiene que desarrollar toda su inteligencia y su valor para poder salir con vida de él.
La cualidad de “perdido” que determina esta particular psicología del paraíso, se relaciona con el sentimiento general de abandono y de soledad que provoca en el alma la caída en la existencia material de la Tierra que le va a servir de morada temporal hasta el regreso a su verdadera patria que es el cielo.
Créditos de las imágenes: TTaylor
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