La rosa, por su belleza, su forma y su perfume, es considerada la reina de las flores, así como la flor más simbólica empleada en Occidente. Corresponde en conjunto a lo que es el loto en Oriente. Significa finalidad, logro absoluto y perfección. Por esto puede tener todas las identificaciones que coinciden con dicho significado, como centro místico, corazón, jardín de Eros, paraíso de Dante y emblema de Venus. Es el símbolo del amor, de la virtud, de la confianza, de la virginidad, de la pasión y el misterio.
Según su color y el número de sus pétalos puede adquirir distintos significados. La rosa azul es un símbolo de lo imposible. Blanca o roja, la rosa es una de las flores preferidas por los alquimistas, cuyos tratados se titulan a menudo “rosales de los filósofos”. La rosa blanca, como la flor de lis, está ligada a la piedra en blanco, fin de la pequeña obra, mientras que la rosa roja se asocia a la piedra en rojo, fin de la obra. La rosa de oro es un símbolo de realización absoluta. La mayor parte de estas rosas tienen siete pétalos, cada uno de los cuales evoca un metal o una operación de la obra.
Cuando la rosa se presenta en forma circular corresponde al sentido de los mandalas. La de siete pétalos alude al orden septenario que reina en toda la Naturaleza, y la que tiene ocho pétalos simboliza la regeneración.
Las leyendas sobre su origen son innumerables. Se dice que la diosa Cibeles la creó para vengarse de Afrodita, pues sólo la belleza de la rosa podía competir con la de la diosa del amor. Más adelante, la flor fue consagrada a Afrodita y así la recoge el pintor Botticelli en su “Nacimiento de Venus”, haciendo caer rosas del cielo para acompañar a la diosa surgida de las aguas. Su hermosura y fragancia simbolizan el amor, y sus espinas las heridas que éste puede causar. “No hay rosa sin espinas”, dice el refrán popular.
La rosa era entre los griegos una flor blanca, pero cuando Adonis –protegido de Afrodita- es herido de muerte, la diosa corre hacia él y se pincha con una espina, tiñendo con su sangre las rosas que le estaban consagradas.
Se cuenta también que la rosa es hija del rocío, que nació de la sonrisa de Eros, y que cayó del cabello de la bella Aurora, la diosa del alba, mientras ésta se peinaba.
La mitología romana cuenta que Baco, el dios del vino y las vendimias, persiguiendo a una bella ninfa, sólo pudo retenerla con la ayuda de un zarzal; cuando el dios se dio a conocer, la ninfa se sonrojó delicadamente y Baco, agradecido, ordenó al zarzal adornarse para siempre con flores del color de las mejillas de la ninfa.
Una leyenda rumana cuenta que una hermosa princesa se bañaba en un lago y el Sol se paró a contemplarla por espacio de tres días para admirarla y cubrirla con sus besos ardorosos. Cuando el Hacedor Supremo se dio cuenta de que el orden del universo estaba en peligro, transformó a la princesa en una rosa y ordenó al Sol que siguiera su camino. Por esta razón las rosas se inclinan y sonrojan cuando el Sol las saluda.
En “El asno de oro”, Apuleyo le hace recuperar al protagonista su forma humana al comer una corona de rosas que le presenta el gran sacerdote de Isis. El rosal, dice este autor, es la imagen de lo regenerado, como el rocío es la imagen de la regeneración. Y la rosa, en los textos sagrados, acompaña a menudo al verde, lo cual confirma semejante interpretación.
Créditos de las imágenes: Roozitaa
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