El simbolismo de la isla es complejo y encierra distintos significados. Según C. G. Jung, la isla es el refugio contra el amenazador asalto del mar del inconsciente. Sigue en esto a la doctrina hindú, pues, según Zimmer, la isla es concebida como el punto de fuerza metafísico en el cual se condensan las fuerzas de la “inmensa lógica” del océano. En India se habla de una “isla esencial”, dorada y redonda, cuyas orillas están hechas de joyas pulverizadas, por lo que se le da el nombre de “isla de las joyas”. En su interior crecen abundantes y perfumados árboles rodeando un palacio con un trono central, en el que está sentada la Gran Madre. Según Krappe, esta isla de los bienaventurados era el país de los muertos, y simboliza también el centro del mundo.
En sentido general, la isla es un símbolo de aislamiento, de soledad y de muerte, y la mayor parte de las deidades de las islas tienen carácter funerario, como es el caso de Calipso. Una isla, a donde no se puede llegar más que al término de una larga navegación –20 años tardó Ulises en volver a Ítaca– o de un vuelo, es símbolo de un centro espiritual, o sea y más precisamente, el centro espiritual por excelencia.
La Siria primitiva de la que habla Homero, cuya raíz coincide con la denominación sánscrita del Sol (Sürya), era la isla central o polar del mundo. Se identifica con la Tule hiperbórea, cuyo nombre (Tula) perdura entre los toltecas. Tule es la isla blanca, y su nombre (Svetadvïpa) se encuentra entre los mitos vishnuitas de la India. La isla blanca es la morada de los bienaventurados, al igual que la isla verde céltica, de cuyo nombre proviene el de Irlanda.
Por sus particularidades geográficas, las islas evocan también lugares paradisíacos separados del resto del mundo; no se llega fácilmente a ellas, es necesario un peligroso viaje lleno de azarosas aventuras e incluso a veces una iniciación. Aquel que llega a una isla simbólicamente alcanza un lugar puro, nuevo y seguro. Esta idea estaba muy presente en la mente de los descubridores de América, que al llegar creyeron haber encontrado un “nuevo mundo”; ellos pensaron que habían llegado a la isla de los bienaventurados, un lugar utópico y hasta entonces desconocido.
Según algunos textos tardíos medievales, el santo grial –la copa donde José de Arimatea recogió las últimas gotas de la sangre del Cristo crucificado–, se encontraba en una isla misteriosa y desconocida, que los caballeros de la tabla redonda tenían que ir a buscar, pero esta isla simbólica era siempre inalcanzable, e incluso invisible, para quien no era puro. Los alquimistas se refieren a esta isla como el lugar secreto donde se realiza la Gran Obra, como escribe d’Hooghvorst: “En medio del mar de los filósofos hay una isla desolada que permanece a la espera de la fecundación, también denominada creación, a la que los amantes de la sabiduría llaman con sus deseos”, y la relaciona simbólicamente con la isla de Delos donde, según la mitología griega, Leto dio a luz a los gemelos divinos Artemisa y Apolo.
Según afirma la escritora H.P.B. “La tradición relata y los anales del Libro de Dzyan explican que, donde ahora no se encuentran más que lagos salados y desiertos desnudos y desolados –el desierto de Gobi–, existía un vasto mar interior que se extendía sobre el Asia central, en el cual se hallaba una sola isla de incomparable belleza”, trasunto de la que en los cielos es el centro de la rueda zodiacal.
Créditos de las imágenes: Michael
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