El conjunto de los rasgos sacados de las tradiciones culturales más antiguas denota que, en todas partes, la abeja aparece como un ser de naturaleza ígnea, un insecto de fuego. Representa a las sacerdotisas del templo, a las pitonisas, a las almas puras de los iniciados. Purifica por el fuego y alimenta por la miel; quema con su aguijón e ilumina con su fulgor. En el plano social simboliza el orden y la prosperidad, no menos que el ardor belicoso y el coraje de los héroes civilizatorios que establecen la armonía entre los hombres mediante la espada y la sabiduría.
Fundamentalmente simboliza el trabajo, la diligencia y la perfecta organización, ya que, en función de su edad y de las necesidades de la colonia, la abeja será sucesivamente nodriza, productora de miel, limpiadora de la colmena, guardiana, obrera, cerera, ventiladora, etc. Los zánganos –los machos de la especie–, nacerán por centenares con la tarea de fecundar a la reina, dar calor a la colmena y repartir el néctar entre las obreras, siendo expulsados por éstas en el caso de que les falte alimento, con lo que quedan así sacrificadas las bocas inútiles. Las abejas son un modelo de estricta jerarquización, compaginando a la vez flexibilidad y convivencia armoniosa, austeridad y firmeza.
Entre los egipcios, el jeroglífico de la abeja se incluía en algunos cartuchos reales por constituir uno de los símbolos del Bajo Egipto. Según sus tradiciones, la abeja era de origen solar, nacida de las lágrimas de Ra caídas sobre la Tierra, y simbolizaba el trabajo, la productividad y la riqueza derivada del propio esfuerzo. Lo mismo sucedía en Grecia, donde fue modelo de laboriosidad y obediencia. En la religión órfica la abeja era la imagen del alma, y con este sentido puramente espiritual la encontramos también en la tradición indoaria y en la musulmana.
En el simbolismo cristiano, particularmente durante el periodo románico, la abeja simbolizaba la diligencia y la elocuencia. Según la leyenda recogida por Ambrosio de Milán concerniente a Píndaro y Platón, las abejas se habían posado sobre sus labios en la cuna. El dicho de Virgilio de que las abejas encierran una parcela de la divina inteligencia, siguió vivo entre la cristiandad a lo largo de toda la Edad Media. Gracias a sus cualidades extraordinarias, las abejas liban de las flores rozándolas sin ajarlas o marchitarlas. Ellas no procrean, pero con al trabajo de sus labios llegan a ser madres.
La forma del cuerpo de la abeja, dividido en dos partes, es también significativa: la superior, más delgada, simboliza lo espiritual; y la inferior, que contiene el aguijón, se considera más carnal. La parte más fina que une a las dos se compara al astil de una balanza que mantiene en equilibrio el alma y el cuerpo.
Sin duda, la abeja ha desempeñado un papel importante en todas las tradiciones. En Eleusis y Éfeso las sacerdotisas llevaban el nombre de abejas, y las encontramos dibujadas sobre las tumbas como signo de la vida que continúa después de la muerte. Los tres meses de invierno durante los cuales la abeja deja de verse, pues no sale de su colmena, se relacionan con los tres días que el cuerpo de Jesús estuvo en el sepulcro antes de aparecerse resucitado a sus discípulos. Las abejas fueron declaradas en 2019 como los seres vivos más importantes del planeta y son además las únicas que no transportan ningún tipo de patógeno.
Créditos de las imágenes: Kianakali
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