El roble es un árbol asociado a Júpiter por la creencia antigua de que atraía el rayo más que otros de su especie. El rayo sería en este caso el aspecto inverso del árbol y ambos están relacionados con la majestad de Zeus y con el eje del mundo que une el Cielo y la Tierra. Hay una relación de complementariedad entre el rayo y el roble.
Como la encina, cuyo simbolismo es similar, el roble representa la fortaleza y la duración, y ambos están investidos de estos atributos de la divinidad suprema. Es considerado por tanto un árbol sagrado -se puede decir que el árbol sagrado por excelencia y el más venerado desde la antigüedad-, tanto para los celtas como también para los griegos, que dicen que la clava de Hércules estaba hecha de su madera. Los escandinavos y los teutones lo llamaron el “Árbol de la Vida de Thor” y lo consagraron también a Donar-Thor, dios de la tempestad.
En La Odisea, Ulises va a consultar en dos ocasiones a la gran encina de Zeus acerca de su retorno a la patria, y el famoso Vellocino de oro, guardado por un terrible dragón, se dice que estaba suspendido de un enorme roble que, en este caso tendría connotaciones de templo.
Etimológicamente, la palabra druida podría venir del proto-celta dru-wid-s, que significa el que conoce al roble. La relación es simbólicamente valedera en el sentido de que los druidas, por su status sacerdotal y político, poseían la fuerza (dru) y a la vez la sabiduría (vid, que recuerda la raíz sánscrita vydia). El roble simboliza en efecto ambas virtudes, o sea, la sabiduría y la fortaleza. En Irlanda estaba consagrado a Dagda, el dios druida que preside los fenómenos atmosféricos y es también responsable de la música sagrada: posee como atributos, además del arpa, una maza (se supone que de roble, como la de Hércules) y un caldero mágico.
Para los druidas el roble encarna el principio masculino de la fuerza frente al principio femenino de la resistencia, asociado al muérdago, símbolo éste de la fertilidad y la regeneración. El roble era también para los celtas, por su gran tronco, sus amplias ramas y su follaje tupido, el emblema de la hospitalidad y la generosidad, ya que es capaz de acoger y alimentar al muérdago, que es una planta parásita. Plinio el Viejo fue seguramente testigo directo en alguna ocasión de la ceremonia de la recolección del muérdago adherido al roble en los bosques celtas y escribe: “Los druidas tienen sus santuarios en los robledales y no efectúan ningún rito sagrado sin hojas de roble. Creen que el muérdago revela la presencia divina en el árbol que tan generosamente lo acoge.”
Para los chinos, el roble simboliza también la fuerza y el vigor masculino, en contraste con la aparente debilidad femenina del sauce, que se inclina cuando arrecia el vendaval, pero siempre es capaz de recuperarse y sobrevivir gracias a su flexibilidad y a su resistencia.
En el cristianismo se dice que la cruz del Calvario era de roble, y se advierte también que tanto en Sikem como en Hebrón, es cerca de una encina o roble donde Abraham recibe las revelaciones de Yahveh, sirviendo así el árbol como instrumento y eje de comunicación entre la divinidad y los hombres.
El roble siempre se ha considerado, por tanto, en cualquier tiempo y lugar, sinónimo de fuerza, de robustez y resistencia, que en latín se expresan con la misma palabra: robur, refiriéndose su simbolismo tanto a la fuerza física como a la fuerza moral.
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