Un verano de clima irregular se presenta ante nosotros, y una vez más miles de personas confían en estos meses para desprenderse, aunque sea en parte, del cansancio, la rutina y el agobio psicológico que se han ido sumando a lo largo de un año lleno de dificultades.
El verano y su séquito de vacaciones parecen brindar una escapatoria dulce, unos días para dejar de pensar y dejar de impresionarnos por el sufrimiento; tal vez para juntar valor ante un nuevo ciclo de actividad impostergable, tal vez en la creencia de que no ver ni escuchar es una manera de negar lo que no queremos aceptar.
Será un verano de lamerse muchas heridas… El mundo sangra por muchos sitios, y quiérase o no, aun el más egoísta se pregunta cuánto falta para que la ola de espanto le pise los talones.
No es el mundo, sino las personas las que sangran, porque son las personas las que hacen sangrar al mundo y las que más padecen esa hemorragia tan difícil de detener. Cuando el mundo en general gira sin ritmo ni metas fijas, la gente entra en la misma corriente de anarquía vital. Cada uno tiene mil angustias que contarnos, mil problemas lacerantes que no sabe o no puede resolver, una guerra íntima que también hace que el rojo líquido corra entre sus emociones y sus pensamientos.
Será un verano en el que hasta tendremos miedo del descanso, no sea que, aprovechando esa inevitable distracción, estallen nuevas bombas de pavor donde uno menos lo espera.
Será un verano de recuerdos interiores y de preguntas cruciales, aun bajo la caricia del mar, del viento, de las montañas o del susurro de los árboles. ¿Qué hacer? ¿En quién creer? ¿Dónde está la salida de tantos laberintos en los que perdemos nuestros pasos? Creer en las personas es difícil, porque el placer de la insidia y la sucia competencia han hecho que ningún personaje importante, en ninguno de los campos de la actividad humana, haya quedado libre de mancha. Creer en los sentimientos, ¿cómo hacerlo ante el despliegue de violencia e intolerancia, de mentiras y disimulos que constituyen la base del comportamiento entendido como civilizado? Creer en las ideas es igualmente complicado, pues cada cual se encarga de enaltecer las suyas y destruir las ajenas; por lo tanto, ¿dónde está la verdad?
Sería bueno, en todo caso, que este fuera un verano para recobrar la confianza en uno mismo, en la propia capacidad de discernimiento, en la libertad de informarse pero también de seleccionar lo válido entre muchas parvas de paja inútiles. Es un tiempo apropiado para recordar que la conquista de uno mismo es ardua, pero vale la pena, porque con ella llegan el sentido común, la buena voluntad y la capacidad de descubrir unas pocas verdades entre un montón de mentiras; la posibilidad de actuar con sinceridad aunque no esté de moda y empezar a cambiar uno mismo en todo lo que deba ser mejorado. Hace falta saber, amar y poder para restañar las heridas de la desconfianza, la incredulidad y el miedo. El futuro necesita, sin duda ninguna, de más sonrisas que surjan desde el fondo auténtico del ser. Es posible que entonces el otoño no nos resulte tan triste ni opaco. Alguna vez hay que empezar a generar nuevos brotes de humanidad y este año bien puede ser el momento.
Créditos de las imágenes: Kajetan Sumila
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