A poco de mi llegada a Lima he tenido la experiencia, si bien no nueva para mí, de sentir temblar la tierra. Ante este, como ante cualquier otro fenómeno natural más o menos impresionante, nuestra endoculturación materialista nos trae explicaciones más empíricas que filosóficas, y así el estudio final y las causas profundas mueren confortablemente arropadas en razones mecánicas que si bien explican los medios, jamás los fines ni los principios.
Sin ser expertos geólogos, conocemos las actuales teorías sobre deslizamientos en la franja del geosinclinal andino y de las contrapresiones explicadas por la teoría de Wegener sobre el frente-sial del macizo de los Andes, sin descartar la acción de los fuegos subterráneos que, según los más modernos aparatos, no están en el centro del esferoide terrestre como hasta ahora se creía, sino bastante más cercanos a la superficie. Pero todas estas explicaciones no responden en profundidad a la pregunta anterior:
¿Por qué tiembla la tierra?, atiéndase bien que no preguntamos ¿cómo? sino ¿por qué?
Si un carro se traslada, por ejemplo, desde Lima al Cuzco, la explicación del porqué de su traslado estaría en relación con los seres inteligentes y vivos que lo manejan, y el cómo, con el juego de compresión de gases que trasladarían sus impulsos, a través de una maquinaria motora, a las ruedas que giran apoyándose en el suelo y provocando el movimiento del carro sobre la carretera.
Así la segunda explicación, puramente mecánica, es cierta y explica lo estrictamente mecánico, pero no basta para solucionar el problema de por qué va ese carro de Lima a Cuzco y no a Callao o a Nazca o a cualquier otra parte. Tampoco explicaría, la pura razón mecánica, por qué se puso en marcha, ya que la ignición es “en cadena”, pero algo exterior a ella tuvo que provocarla o iniciarla. Y todo esto viene a colación de lo que sigue:
Los científicos a la moda se conforman con las explicaciones mecánicas sobre los temblores de tierra, deteniéndose en los cómos, sin llegar jamás a los porqués. Es evidente que la Tierra mantiene una ecología termomecánica, por no hilar demasiado fino, que es propia a todos los seres vivos. Como estos, acusa oscilaciones periódicas de temperatura, desde las diarias a las glaciaciones, seguidas por alzas que a manera de fiebres le acometen con intervalos de muchos miles de años.
Ha sido niña y ahora envejece, endureciendo su piel y cargándola de arrugas. Ostenta las cicatrices de sus choques con el mundo circundante en cráteres de meteoritos. Ha cambiado varias veces su inclinación referente al plano de la eclíptica tal cual un ser vivo lo hace, aun cuando duerma en el suelo.
La Tierra, para los filósofos platónicos y neoplatónicos, fue siempre definida como un Macrobios, o sea, como una gran unidad viviente, semejante a un animal. Las representaciones arcaicas hindúes que muestran a los hombres levantando sus palacios sobre el lomo de un monstruo cósmico y que hoy se interpretan como meras formas de ignorancia, tenían más esotéricas acepciones y estaban más cerca de la verdad que los científicos contemporáneos. La Tierra es un ser vivo.
Nuestro planeta se estremece, sufre enfermedades, envejece y un día morirá. Su cadáver se desmenuzará en polvo cósmico tal cual el cuerpo de cualquier otro ser vivo lo hace sobre el polvo terrestre. Como en los intersticios de nuestra piel portamos millones de microbios, así nos lleva la Madre Tierra sobre la piel de sus “Escudos Continentales”. Paralelo no significa identidad. Semejanza no es igualdad.
Nos adelantamos a las críticas aceptando desde ya las diferencias que nuestros ejemplos contienen, pero como filósofos pedimos que se medite, asimismo, sobre las semejanzas. Y pedimos que se medite, no por un simple afán especulativo o sensacionalista, sino porque, el entender y percibir que la Tierra es un ser vivo nos llevará inexorablemente a una cosmovisión diferente, aclarándose para nosotros muchos enigmas, confortándose nuestros corazones al percibir que no somos simples “casualidades” viviendo porque sí en una roca muerta que gira estúpidamente en el vacío inerte, sino seres humanos en el mejor sentido de la palabra, enlazados por leyes de causa y efecto a nosotros mismos, a nuestros semejantes y a todos los seres que habitan el universo, tengan la forma y dimensiones que tengan.
Y la Tierra es uno de ellos. Un ser vivo del cual nos alimentamos y en el cual vivimos, un compañero de viaje, finalmente, en este aventurero andar de los caminos del tiempo y del espacio, al que debemos cuidar de no envenenar con nuestros detritus artificiales y contaminantes, pues la suerte de la humanidad, por muchos miles de años está aún ligada a la suerte de la Tierra. Y porque debemos respetar y no destruir inútilmente ninguna forma de vida, sea un planeta o una hormiga.
¿Por qué tiembla la tierra?
Por lo mismo que, ocasionalmente, tiemblas tú, lector…
La Tierra es un ser vivo.
Jorge Ángel Livraga Rizzi.
Artículo publicado en la Revista Nueva Acrópolis, núm. 63 de noviembre de 1985 en Lima, Perú.
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Excelente articulo!
Excelente lección de Filosofía de la Ciencia, no confundir las causas inmediatas mecánicas con las reales. Si James Lovelock, que editó en 1979 su obra “Gaia: A New Look at Life on Earth” leyó este artículo habrá sido para él, como para nosotros un gran deleite. Es necesaria una nueva visión de la relación del ser humano con la Tierra, y la de este artículo del profesor Jorge Angel Livraga es magnífica, y es además la de las antiguas civilizaciones. Solo nosotros, durante varios siglos de herencia judeocristiana y materialista lo hemos olvidado.
Tanto el como, como el por qué tiembla la Tierra, la ciencia lo explica sin recurrir a estupideces de que la Tierra es un ser vivo. Ahora bien, dependiendo de la definición de “ser vivo” podremos llegar a la conclusión de que un cadáver de un ser vivo, ya que va cambiando con el tiempo. Una piedra es un ser vivo porque su temperatura cambia de verano a invierno…
La Tierra nunca ha sido niña, ni será nunca vieja, sencillamente tendrá tiempo pero el tiempo nunca la hará envejecer, solo cambiar, y quizá el sol la haga desaparecer, que no morir, dentro de unos cuantos millones de años. A la Tierra tampoco se la puede envenenar ¿acaso Venus con sus nubes de ácido sulfúrico está envenenada? No se puede convertir en un ser vivo algo solamente porque nos parezca más cercano, poético o lo queramos mucho.
Aunque la definición de “ser vivo” no esté absolutamente delimitada, creo que se entiende de algo cuyas instrucciones contenidas en su ADN le hacen alimentarse, crecer, reproducirse… La Tierra es un soporte de vida, nadie lo niega. pero este artículo, aunque muy bonito, está lleno de falsedades y además, no se necesita ver a la Tierra como un ser vivo para apreciar el inmenso tesoro que tiene todo ser vivo en ella.
Antonio, me impresiona tu sabiduría y humildad con la que planteas tajantemente tu saber. Lamentablemente esta sociedad está llena de sesgos narcisistas, personas que se creen poseedoras de la verdad, tratando de estúpidas a cualquier postura que no se acomode a sus formas de pensar. No son capaces de dialogar ni menos de escuchar. Solo se escuchan a sí mismos, lamentable…… Se agradece el artículo, nos entrega una reflexión profunda, que pretende ir más allá del materialismo poseedor de la verdad absoluta.