Escrito en junio de 1991.
Estando Paracelso a las puertas de Alejandría, vio venir a la Peste, a la que interrogó cuántos morirían esta vez. Ella le aseguró que no más de 10.000 personas. Pasaron unos meses y la Peste regresó con 50.000 muertos. Paracelso la increpó por haberle mentido, pero ella le contestó que había cumplido su palabra y que los otros 40.000 habían muerto de miedo…
Anónimo del Siglo XVIII
Muchas veces he leído sobre las grandes pestes que asolaron el planeta en diferentes épocas y distintos lugares. Vi las maravillas arquitectónicas que se alzaron en memoria de su cese, atribuido a la intercesión divina, como la famosa Columna de la Peste de Viena.
He viajado repetidamente por países en donde diferentes formas de enfermedades mortales, englobadas en la palabra “peste”, son endémicas. En el momento en que escribo, Junio de 1991, la UNDRO[1] comunica que en no menos de 60 países existe alguna forma de peste, y no cabe pensar que exageran. Pero jamás me había ocurrido viajar conscientemente hacia el foco de una peste declarada (los llamados países del Tercer Mundo suelen ocultar sus enfermedades para no desprestigiarse, ya que se consideran “en vías de desarrollo”, o simplemente para no espantar al turismo).
Así se disimulan el mal de Chagas, la viruela, la fiebre amarilla, el tétanos, la malaria, la rabia, la triquinosis, la enfermedad del sueño, el paludismo, etc., que azotan con variable intensidad las zonas más deprimidas habitadas por nuestra triste Humanidad, en donde por lo menos un 60% vive en condiciones precarias, y de la cual, un 40% no tiene mejor esperanza de vida de las que tenían los pueblos de hace 4.000 años en Europa.
En América Central, cuyas costas estaban polucionadas por la “marea roja” cosa que impedía el consumo normal de pescado, empecé a leer los titulares de los periódicos en los que se anunciaba que el cólera, que había estallado en Perú, se extendía a una velocidad promedio de 100 kilómetros por día.
Desde hacía 90 años Perú no conocía un brote ostensible de cólera. Algunos especialistas epidemiológicos se inclinaron por la teoría de que el virus había sido importado por un barco proveniente de China, a la costa central del Pacífico peruano. La carencia de buenas comunicaciones y la ignorancia general de la población sobre las características de la enfermedad y de cómo combatirla, enturbiaron el conocimiento de sus orígenes. Otros investigadores, no menos prestigiosos, lo atribuyeron al consumo que se hacía de pescados y crustáceos crudos, en el popular “ceviche” … y se tomaron medidas higiénicas que recomendaban cocinar los alimentos y hervir el agua… Pero una actitud demagógica del propio Presidente de la República que se mostró consumiendo ceviche, dio al traste con las prevenciones. Mucho más tarde se supo que lo que él había comido era un preparado de lenguado, pescado de profundidad, al que por su precio no tiene acceso el 98% de la población peruana.
Y el mal se extendió rápidamente, cobrando su primer millar de víctimas fatales dentro del mismo Perú, mientras, saltando las fronteras, se internaba en Ecuador, Colombia y Chile.
En la zona del Caribe empezó a cundir el miedo, en verdad bastante justificado, pues, por ejemplo, en la ciudad de Tegucigalpa, Honduras, la mitad de su población defeca en las calles y la otra mitad en sus casas, aunque no hay censo de cuantas casas tienen servicios higiénicos reales. Y esto afecta a cerca de un millón de habitantes.
A medida que iba “bajando” en mi viaje hacia el Sur, veía acentuados las previsiones y los temores, hasta llegar a Lima, capital del Perú, ciudad otrora hermosa y distinguida, pero actual megalópolis de la pobreza y el desorden, donde se hacinan no menos de tres millones de personas, de las cuales, las estadísticas más autorizadas provienen de USA, afirman que entre los que tienen empleo –que son minoría- solo un 10% puede situarse sobre el nivel mínimo de pobreza, según los baremos de la ONU. El resto, sobrevive gracias a lo que bondadosamente el autor de “El otro sendero”[2] ha denominado “economía informal”[3]… En realidad, un conjunto de pobres seres humanos, que viven en condiciones peores que los animales en Europa y que se han viciado moralmente ejercitando el robo, el hurto, el mercado paralelo de dólares, la venta de artesanías como excusa para desvalijar al distraído turista, o el asalto a mano armada en los caminos, en el nombre –verdadero o falso- del grupo guerrillero “Sendero Luminoso” o el de “Tupac Amarú”. Tampoco faltan obviamente, el tráfico de drogas, la prostitución y el rapto de niños para comerciar con sus rescates, o con sus órganos para trasplantes en el extranjero.
Al entrar en un país donde hay peste, he registrado por mí mismo, dos momentos. El primero, en el cual se evita como veneno cualquier comida cruda y se usa exclusivamente agua hervida o mineral, no solo para cocinar, sino hasta para lavarse los dientes. La experiencia de ducharse con un agua que se presiente infectada de cólera es interesante, pues el instinto de conservación mantiene la boca cerrada y todo se hace maquinal y rápidamente, “escapando” del agua. Cualquier diarrea se presume colérica y se está al acecho de su evolución. Espirales de piretro[4] arden constantemente para alejar a los “zancudos” portadores del paludismo y otras “lindezas”.
El segundo momento, en donde el viajero se familiariza con la terminología sensacionalista de los periódicos y toma las cosas más racionalmente. Es cierto que una peste, por ser algo invisible e intangible, aterroriza más que unos guerrilleros, pues estos, finalmente son personas a las que se puede repeler o evitar. Pero en este caso, la enfermedad es benigna y mata tan solo del 9% al 10% de los hospitalizados, que son, a la vez apenas la mitad de los atacados… o la quinta parte… ¿quién lo sabe?
Sin abandonar las prevenciones respecto al agua, se empiezan a consumir ciertos alimentos crudos, como frutas despojadas de su cáscara. El peligro toma en esta segunda fase, su verdadera dimensión.
Visito al Director del “Centro Médico Seraphis” en Lima y lo encuentro tanto a él como a su equipo profesional sonrientes y tranquilos. Me dicen que no han atendido todavía ningún caso de cólera. Según el Dr. Raigada, el brote del morbo se debe, especialmente, a las deficientes condiciones sanitarias del Perú, al hacinamiento humano, los basureros y falta de higiene. Señala que hay muchas enfermedades que están atacando a la población además del cólera, como es la triquinosis, proveniente de consumir carne de los cerdos que se alimentan exclusivamente de basuras en las cercanías de Callao, cosa que erradicarán en estos días. También me habla de la rabia en los vampiros de la Amazonia, en las selvas, que muerden el ganado y animales menores, dándose un ciclo endémico difícil de extirpar. Él no teme al cólera y lo considera un mal cíclico de los tantos que asolarán su tierra, dadas las impericias políticas y la corrupción, que desvía a los bolsillos de muchos particulares lo que se destina a la sanidad.
En verdad es lamentable que en un tema científico como este, se hayan entrometido los fanáticos religiosos de siempre, combatiendo las formas más baratas y simples de controlar el crecimiento demográfico, en base, no a los Libros Sagrados, pues éstos no tocan el tema, sino a encíclicas dadas por ancianos que, desde sus palacios, no pueden apreciar los problemas de la población, y que aunque últimamente viajan, lo hacen con tales aparatos y custodias y por tan pocos días, que tampoco llegan a romper el “tabú” sobre “el crecimiento del Pueblo de Dios”. No menos malo es el trabajo de la generalidad de los políticos, que en su ansia de proselitismo y en la búsqueda constante de más dinero, ignoran o disimulan los verdaderos males de los pueblos.
Cuando esto escribo, ya en Buenos Aires, un alto funcionario de Estado se lamenta por la supresión del proyecto “Condor II”, un misil tipo “Scud” que se elabora con la ayuda económica de Irak, ya que entonces Argentina, no podrá colocar en órbita satélites artificiales en el comienzo del tercer milenio. ¡Palabras dignas de un loco!
Técnicamente es una falacia, pues el proyectado cohete no podría jamás alcanzar la altura necesaria como para poner en órbita objeto alguno. Lo único que podía suponérsele es el transporte de explosivo con fines militares según el sistema tierra-tierra. Y, por otra parte, ¿qué interés tiene Argentina en poner satélites en órbita, cuando los jubilados se alimentan de ollas populares en plena plaza Lavalle y hay niños que remueven los cubos de basura para comer algo, en el centro de Buenos Aires?… ¡Demagogia! ¡Alienación morbosa! ¡Nacionalismo fanático que da espaldas a la realidad! ¡Egoísmo!
Entre el campeón de las deudas, Brasil, y el minúsculo Paraguay afortunadamente conocido por sus bellas flores y sus tejidos primorosos de ñandutí[5], se construyó la colosal represa, tan grande como inútil, de Itaypú, con un costo de miles de millones de dólares. Hoy todavía sin terminar, pero ya habiendo consumido más de 6.000 millones de dólares, se alza la aún más colosal, tal vez la más grande del mundo, de Yaciretá, entre Argentina y Paraguay. En el primer país ya está terminada la represa de El Chocón[6], hoy un barrial que solo rinde la sexta parte de lo que se le había calculado como producción eléctrica.
Mas, ¿de qué hemos de asombrarnos? Un Intendente de Buenos Aires, para un día festivo, hizo poner en calles y plazas 200.000 dólares de flores cortadas, mientras se le niega a esa población un tomógrafo de 25.000 dólares que está tratando de adquirirse por donación personal de la población en beneficio de los muchos enfermos que lo necesitan.
Y así en todas partes, desde el impresionante e inútil Lago Nasser, contenido por la represa de Assuán en Egipto, hoy siempre entreabierta porque no se calculó que iba a detener el fango que desde hace milenios da posibilidades de extraordinaria fertilidad a la franja del Nilo, hasta el “Elefante Blanco”, ruinas ultramodernas que cruzan la mitad de Medellín, Colombia, por donde iba a correr un tren metropolitano tan fantasmal y utópico como el “tren eléctrico” que, según el anterior presidente de Perú, iba a cruzar Lima. El mundo llamado de una manera que hoy suena a sarcasmo “Países en vías de desarrollo”, es un amasijo de ineptitudes y derroches de las innegables riquezas naturales, sacrificadas en las aras fanáticas de un arribismo y corrupción política difícil de concebir. Y la gente… ¡en la pobreza!
Considerar que la actual población del Globo, calculada en 5.400 millones de personas, vive en su mayor parte en ese “Tercer Mundo” deprimido que hoy se extiende tácticamente hasta algunos países de Europa del Este, y que en 30 ó 40 años podría llegar a ser de 10.000 millones.
Por lo tanto, se les debe educar y dar los medios para detener la explosión demográfica que hoy mata cruelmente a millones de niños recién nacidos, en un verdadero aborto colectivo de la infancia.
Las pestes, propias de toda Edad Media (y hoy estamos en los umbrales de una) son incontrolables de momento, pues no existen vacunas que cubran más de un 30% del riesgo en los casos más favorables. Hace falta más dinero para la investigación científica y menos gastar en “Elefantes Blancos” y en interminables viajes de interminables funcionarios para interminables planes de desarrollo… que lo único que han desarrollado es la miseria y la violencia.
Hace falta reconocer que los países afectados por la peste y los que podrán estarlo en el futuro inmediato, viven en un período anterior a la época de etruscos y romanos en cuanto a acueductos y cloacas, o a la época pre-incaica en lo referente a los sistemas de cultivos y a la explotación minera. Por lo tanto, son esas obras sencillas las que hay que encarar de inmediato con los medios a mano sin esperar préstamos ni limosnas internacionales que los endeudan más y más, inexorablemente. El evitar las sofisticadas maquinarias que en pocos meses se convierten en montañas de chatarra, daría trabajo, comida y techo, además de disciplina y dignidad, a millones de personas de ambos sexos. Con aguas y tierras sanas, con un aire menos contaminado y deteniendo la tala indiscriminada de bosques, con base en familias que vivan fuera de la promiscuidad y la delincuencia, se pueden establecer núcleos urbanos realmente civilizados. Las pestes no son castigos de Dios como creen los imbéciles, sino fruto de la falta de higiene y disciplina de vida, de una ecología humana.
Abolir cualquier sistema político o religioso que, velando más por la propia expansión y prestigio, haya vuelto las espaldas a los intereses del pueblo, a su seguridad, salud, alimentación e higiene. Tan peligrosa es la miseria, que hay pueblos, como el hindú, que han reformado en los últimos siglos sus propias creencias religiosas para adaptarlas a su infortunio, haciéndolo aparecer como “pruebas espirituales” que llevan al paraíso… Aunque periódicamente asesinan a sus gobernantes, víctimas de la desesperación, que no desaparece, sino que se sepulta bajo una sarta de mentiras e ignorancias, físicas y metafísicas.
Recuerdo que en mi último viaje a la India, en Benarés, donde la promiscuidad y el horror llegan al paroxismo, un “santón” trataba de convencernos de que el que moría en esa otrora maravillosa ciudad, hoy aplastada por el crecimiento demográfico y las migraciones disfrazadas de peregrinaciones religiosas, iba directamente al Paranirvana
Él, como tantos otros, se había inventado un curioso sistema que pasaba por encima de las enseñanzas tradicionales sobre el Dharma, el Karma, el Sadhana y la constitución interna del Hombre. Como en el milenario “Síndrome de Estocolmo” había llegado a amar la miseria y la enfermedad que lo mataba, aunque esto no impidiese a su instinto de supervivencia pedir diez dólares a cambio de un “mantra” que era la simple repetición del nombre de tres dioses del panteón Hindú… donde hay 330.000.000 de formas teológicas, cosa que seguramente ignoraba.
Así, ignorancia, falta de higiene, corrupción y fanatismo, son los mayores transmisores de las condiciones favorables al cólera y a todas las pestes.
Aún, a las que no son estrictamente físicas.
[1] United Nations Disaster Relief Organization, Oficina del Coordinador de las Naciones Unidas para el Socorro en Casos de Desastre.
[2] El economista peruano Hernando de Soto, autor de “El otro sendero”, con prólogo del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.
[3] Recibe también otros nombres como “economía subterránea, economía paralela o simplemente mercado negro.
[4] Un insecticida en espiral. Es un incienso repelente de insectos; posee la típica forma de espiral que le da su nombre, y por lo general está compuesto de una pasta seca de polvo de piretro, o pelitre de Dalmacia (Tanacetum cinerariifolium), una planta de hoja perenne de la familia de las asteráceas, nativa de Dalmacia.
[5] El ñandutí (voz guaraní, traducida al español como tela de araña) es un encaje de agujas que se teje sobre bastidores en círculos radiales, bordando motivos geométricos o zoomorfos, en hilo blanco o en vivos colores.
[6] La Represa El Chocón es una central hidroeléctrica argentina, ubicada sobre el río Limay, en las provincias de Neuquén y Río Negro, en la Patagonia argentina.
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Buen artículo para el momento oportuno. Gracias por la labor. Saludos desde Acrópolis Venezuela