A estas alturas, esas que todavía llamamos “nuevas tecnologías de la comunicación” han dejado de ser nuevas y se han integrado en nuestras costumbres de manera casi inexorable. Todos, en mayor o menor medida, no es que estemos obligados a servirnos de ellas, sino que hemos llegado a la conclusión de que sería tonto darles la espalda y no aprovechar las innumerables oportunidades que nos brindan.
Ya no escuchamos aquellas apocalípticas proclamas en contra de los ordenadores o de Internet, o las que pronosticaban, hace diez años, la extinción inminente de los libros, de los periódicos de papel o las cartas por correo. Se llegó incluso a decir que el periodismo como profesión estaba llamado a desaparecer, pues cada ciudadano disponía de los medios suficientes para recoger la información que le interesara, sin intermediarios. Se despertaron innumerables “vocaciones” de reporteros, fotógrafos, cámaras. Poco a poco les hemos ido haciendo sitio y los nuevos soportes se instalan en nuestros rituales, facilitándonos la vida en la mayoría de los casos.
Pero, a la vez, han ido apareciendo los usos perversos, las exageraciones sociales, nuevos hechos delictivos que, con cierta frecuencia, saltan a las páginas de los periódicos, como por ejemplo, esos nauseabundos pedófilos, localizados en la penumbra de sus casas, mientras trafican con miles de imágenes descontroladas de adolescentes, de niños, de bebés. En el otro extremo, la obsesión por hacerse ver se ha apoderado de algunos menores que se entregan a las más variadas formas de violencia, las registran con sus cámaras de video y luego las hacen circular por Internet, para alimentar el voyeurismo de sus “colegas” y su hambre de mirar escenas sórdidas. Gracias a acciones como estas, la red es una inmensa cloaca por donde circulan los productos más abyectos, con los cuales no es difícil toparse en esas “navegaciones” que, por otra parte, nos ofrecen hallazgos apasionantes.
Cada día tenemos noticias de nuevos casos de unos malos usos de los nuevos medios de información, quizá no tan graves como los ya citados, pero que despiertan desconfianza y temor entre los más prudentes: suplantaciones de personalidad, utilización indebida de textos sin permiso de los autores, intromisión en la intimidad de las personas…
Nos preguntamos quién debe asumir la responsabilidad de permitir que se haga apología de los más execrables productos de la miseria humana, sin que nadie pueda hacer nada por impedirlo: que se incite al suicidio, a la anorexia, a la prostitución, al terrorismo, al fascismo y todos los que hacen negocio con ese tráfico se laven las manos y miren para otro lado.
Habrá que promover un uso ético y respetuoso de Internet, para que esta nueva herramienta sirva para la cultura y la civilización y no para extender la barbarie.
Créditos de las imágenes: WikiPedant
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