Nos preguntamos… ¿qué es la vida? ¿Qué es vivir para un filósofo?
El especial modo de existencia que aqueja al ser humano en los últimos siglos hace que se olviden ciertos valores sencillos, pero importantes, mientras ese lugar es ocupado por elementos carentes de sentido. Por eso resulta tan difícil definir lo que es la vida.
Desde luego, es mucho más que disponer de un cuerpo e intentar satisfacerlo en todos sus caprichos, dominándolo en verdad poco y mal y viniendo a ser su esclavo la mayoría de las veces.
Tampoco es lograr un lugar destacado en la sociedad, porque el prestigio y las alabanzas son sombras ilusorias que otorgan hombres sumidos, asimismo, en la ilusión; lo que hoy existe mañana desaparece sin razón aparente; los que hoy ensalzan una actitud, mañana la deploran con la misma pasión…
No puede ser la vida una suma de poder o de riquezas, pues sucede con ellos lo que con los elogios y los vituperios: se alternan como en un juego de luces en el que es casi imposible reconocer algo valedero y estable.
Otro tanto podemos decir de quien cifra sus esperanzas en los afectos humanos, sobre todo, si no sabe mantenerlos y enriquecerlos con el tiempo. Formar una familia, perpetuar un nombre o una tradición, todo eso es valioso, pero… ¿llena por completo la vida? ¿No surge de tanto en tanto un anhelo profundo y escondido que pide «algo más» para que todas esas otras cosas adquieran un nuevo significado, esta vez más válido y justificado?
Hay quienes se encierran en sus estudios buscando allí el sentido de la existencia; saber es una forma como otras de destacar… Hay quienes, por el contrario, no encuentran suficientes medios para llenar las largas horas de hastío y buscan distracciones que son escapatorias; todo es poco para evitar el vacío del yo interior, que permanece mudo ante nosotros mismos.
Para un filósofo, vivir ha de ser mucho más que todo lo expuesto hasta ahora. Vivir es una escuela, la más completa y difícil de todas. Cuerpo, sentimientos y pensamientos son las herramientas que nos ayudan a superar las pruebas en este trance tan especial de aprendizaje. El tiempo es el gran maestro, y el yo interior es el discípulo que recoge experiencias a todo lo largo de la existencia.
Desde este punto de vista, las circunstancias externas tienen un valor relativo, el valor necesario para proporcionarnos situaciones apropiadas para nuestro desenvolvimiento, pero no son esenciales, ni definitivas, ni hacen al hombre. Más aún, cuando las circunstancias se aceptan de esta manera, dejan de convertirse en obsesiones y pueden ser manejadas y modificadas con mucha mayor pericia. Sólo entonces el hombre comienza a convertirse en dueño de su propio destino.
Vivir es un acto de responsabilidad, ante uno mismo y ante los demás. Un filósofo no puede vivir de cualquier manera; sus actos han de tener un sentido y una lógica, que puedan trascender la simple supervivencia física. En la escuela de la vida todo tiene un porqué, y por consiguiente, un cómo y un para qué.
Vivir es un acto de generosidad para con uno mismo y para con los demás. Se trata de ayudarse aprendiendo y de compartir cada logro, cada aprendizaje, de hacer valer la existencia como una entrega constante hacia el mundo en el que nos hallamos, y fundamentalmente hacia la Humanidad de la cual formamos parte.
Vivir es… estar vivo. No es un secreto, no es un juego de palabras. Es sentirse parte del universo vital, de sus energías, aprovecharlas y vibrar con ellas. Así puede el filósofo hacer de la vida un acto eterno, hacia una meta de perfección, que es también eternidad.
Créditos de las imágenes: Nathan Dumlao
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