Nuestro punto filosófico de partida es el reconocimiento de que todo lo que existe está relacionado de alguna manera, y aceptamos que hay caminos que pueden ser recorridos desde lo invisible a lo visible, y viceversa.
Así es en el tema que nos ocupa. Haciéndome eco del pensamiento clásico en la antigüedad, estoy seguro de que no se equivocaban al afirmar que si un ser humano vive rodeado de belleza, su alma será cada vez más bella en sus expresiones que se verán reflejadas objetivamente en sus actos, sus palabras, su presencia en suma.
Soy consciente de que hoy está de moda el feísmo, y esto me da cierta tranquilidad, porque no pasa de ser eso: una moda, cuyo momento de ebullición pasará más o menos pronto. En concreto, lo que tarde una generación de intelectuales en quedar al descubierto en su pomposa superficialidad.
A mí me interesa el pensamiento vertical y trascendente. Me fascina C. Jinarajadasa cuando afirma que “es posible medir el crecimiento de los Egos por la respuesta que dan a los Ideales; y también por la cuantía y calidad de respuesta que son capaces de dar en modalidad estética; esto es, a la belleza de las cosas”.
¿Podemos imaginar cómo cambiaría todo si nuestros niños vivieran rodeados de belleza desde sus primeros años? Sin contacto con la violencia, ni física ni psicológica, en armonía con la naturaleza, apartados del mundo conflictivo y conflictuado de los mayores. Porque Platón ya nos advertía que el ser humano es un ser imitativo, y todos sabemos que los niños son muy influenciables; pero si en la madurez, los adultos siguen siendo muy influenciables y tremendamente imitativos, es que psicológica y mentalmente son infantiles.
Esto no es lo mismo que ser siempre joven. La juventud permanente pertenece al carácter trabajado y a la completa actualización de la naturaleza artística, según C. Jinarajadasa.
Lejos estamos ahora de la mentalidad clásica que, al contemplar la belleza de una columna, estaba viendo claro que un ser humano tenía que crecer en lo interno para ser un elemento de unión entre la tierra y el cielo. Que la asimilación de las grandes Ideas lo tornaría vertical y fuerte, y que eso le permitiría florecer, como mostraban los capiteles de las columnas corintias.
El profesor Livraga nos recordó que en ese mundo clásico “una obra cualquiera debía ser materialmente útil, psicológicamente placentera y espiritualmente fecunda”.
En relación con el carácter, lo ideal es llegar al punto de autenticidad donde la forma estética del mundo sensible refleje, de manera fiel, el fondo ético que la sustenta. Lo bueno y lo verdadero que hay en cada ser humano se muestra y se demuestra en la belleza de las formas externas que adopta.
Como dijo don Ramón del Valle-Inclán: “En la ética futura se guardan las normas de la futura estética”.
Créditos de las imágenes: Eye for Ebony
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