Este tema es fundamental para todos nosotros, porque es uno de los temas que abarca la Filosofía, o sea, la búsqueda de la Sabiduría.
Hoy, en nuestra actual civilización, existe un gran desarrollo de la ciencia, y en especial de la técnica. Los medios mecánicos que poseemos nos permiten trasladarnos velozmente de un lugar a otro; nos permiten comunicarnos; nos permiten estar en contacto los unos con los otros. Pero estos medios mecánicos, y esta alienación científica en el sentido materialista y práctico, nos han despojado de la iniciativa para poder entender y comprender los fenómenos inexorables de la Naturaleza.
Sin embargo, ha habido otras épocas y otros tiempos; ha habido otros hombres y otros pueblos que tuvieron más tiempo o más predisposición, o más gusto por estas cosas. Pero hoy, acerca de los problemas fundamentales del Hombre, estamos tanto o más ignorantes que el hombre que pintaba en las cuevas de Altamira.
Por eso, nosotros nos seguimos haciendo una pregunta vieja que surge de labios nuevos: ¿qué pasa con nosotros?, ¿qué pasa con nuestra vida?; ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?…
Las distintas religiones de los distintos tiempos han tratado de solucionar este problema. Le han dado al Hombre, a través de símbolos –como bien dice el mismo Jesús en el Nuevo Testamento– una serie de verdades.
Pero es obvio que en nuestra alienación actual y práctica, en nuestro mundo cotidiano, nuestra conciencia está adormecida para los problemas simbólicos. Tan solo unas preguntas nos gritan desde adentro: ¿es que se diluye todo cuando morimos? ¿Es que nuestra conciencia se pierde en la nada? ¿Es que vamos a algún lugar de prueba? ¿Es que existe un Infierno? ¿Es que existe un Cielo? ¿Es que volvemos de nuevo a este mundo?
Ante esto, quiero tocar esta teoría sobre la posibilidad de que retornemos a este mundo. Es una posibilidad filosófica que, por cierto, no es una idea nueva.
Todas las antiguas culturas y civilizaciones, hasta donde nosotros conocemos, tuvieron a su disposición mecanismos de conocimiento que vieron esta posibilidad de la reencarnación como cosa fáctica.
Tomemos algunos ejemplos. En América, entre los aztecas, existía la creencia de que el Alma volvía de nuevo a este mundo. Decían que los hombres que morían, pero que estaban muy aferrados a la tierra, quedaban presos del encanto de la tierra.
Pero sostenían que las Almas que se habían liberado del mundo, las que ya no tenían apegos en el mundo, las que creían que había “algo más”, y más lejano, iban a lo que hoy llamaríamos la fotósfera del Sol, es decir, que iban a vivir en la Luz, como colibríes bajo la forma de Huitzilopochtli.
Los antiguos egipcios creían también que los Hombres podían reencarnar. Todo Hombre, cuando moría, tenía una prueba que transcurría en el “Aduat”. El Aduat, suerte de purgatorio, era un lugar donde se pesaba el corazón del difunto en una balanza, y se le hacía una serie de preguntas a las que debía contestar. Aquellos que eran suficientemente sutiles podían llegar al Amen-Ti, o sea, la Tierra de Amón, el lugar mágico donde cada uno encontraba lo que quería encontrar. El lugar maravilloso donde los lotos no se cierran jamás; donde las barcas no se hunden; donde los besos no se traicionan; donde los alimentos no se corrompen; donde las palabras no se pierden; donde todos los Hombres tienen el don de lenguas y se entienden… Pero aquellos que, careciendo de esta fuerza espiritual, quedaban presos en las ansias de volver a la tierra, no podían pasar el Aduat y tenían que regresar otra vez a las experiencias terrestres.
Lo mismo nos indican los chinos, los griegos, los romanos. Incluso los primitivos cristianos, hasta el Concilio de Trento, van a tener en algunas de sus líneas de conocimiento la afirmación de que los Hombres vuelven a la tierra, e incluso de que Jesús-Cristo era una suerte de reencarnación de uno de los profetas anteriores. Vemos, pues, que este argumento se pasea por toda la Historia.
Es tal vez en la India donde podemos captar y adquirir los conocimientos más precisos, hoy en día, sobre este tema de la reencarnación.
Los hindúes, dentro de sus distintas religiones o sectas, han llegado a afirmar que en el mundo todas las cosas reencarnan, todas las cosas vuelven a vivir.
Contrariamente a lo que se cree, los hindúes hicieron filosofía e hicieron dialéctica antes que los griegos, y habían tratado de demostrar, no solamente mediante la fe, sino también mediante el razonamiento, que el Hombre podía volver a vivir. Decían que todas las cosas son cíclicas. Hablaban de grandes períodos de tiempo activo que llamaban Manvántaras, y de otros ciclos de sueño o Pralayas. Consideraban que esa actividad –que atribuían a la expiración y a la inspiración de Brahma, o sea, al respirar de la Deidad– existía también en todas las cosas, del mismo modo en que nosotros estamos despiertos unas horas al día y dormidos estamos otras horas.
Miles de años ha, ellos habían ya descubierto las leyes de Lavoisier: “En la Naturaleza nada se pierde, todo se transforma”. Habían notado el recorrer cíclico de las estrellas y la forma repetida en que el Sol nos alumbra cada mañana. De esto dedujeron que todas las cosas eran cíclicas; que todas las cosas eran, en parte irrepetibles, y en parte se repetían y volvían a ser.
La continuidad y la eternidad no serían, para el pensamiento hindú, un estatismo o la permanencia de una cosa, sino que serían más bien el devenir continuo de las cosas.
El concepto de “duración” y de “eternidad” no estaría en la permanencia objetiva de algo, sino en la permanencia de un cambio constante cuya finalidad es misteriosa; en la utilización de un impulso interior espiritual que mueve todas las cosas hacia su fin ultérrimo.
Este impulso va encadenando una secuencia de fenómenos. Los hindúes nos hablan de la ley del Karma: la ley de causa y efecto. Toda cosa, todo lo que pasa es efecto de lo que pasó antes y causa de lo que va a pasar después. Ninguna cosa, ninguna palabra, ninguna actitud, ninguna criatura, ningún mundo, ningún estado es solo y único en el Universo, sino que es fruto de lo que pasó, y germen de lo que va a pasar.
Esta ley de acción y reacción estaba encuadrada en una direccionalidad cósmica, en una Ley; es decir, que las cosas existen y se mueven por algo. Y esta es otra pregunta que nos hacemos todos: ¿por qué pasa todo lo que pasa? Ante la incomprensión de ciertas aparentes injusticias, el Hombre cae entonces en una forma de ateísmo, porque se pregunta: ¿Dios es justo? ¿Dios es bueno? Si Dios es justo y bueno, ¿por qué hay hombres que nacen en cuna de oro, mientras que otros nacen en una pocilga? ¿Qué clase de Dios injusto es el que hace nacer a un niño enfermo o ciego y, en cambio, le da a otros todas las posibilidades?
Esta es una vieja pregunta. De ahí que los filósofos y metafísicos hindúes creían que existía un “camino”, al que llamaban Sadhana, y una ley, que llamaban Dharma. Una ley universal que hacía que todas las cosas fuesen a alguna parte con un fin predeterminado.
Los hindúes creían, entonces, en la reencarnación de las Almas. Pero no en una reencarnación de manera simplista, según la cual un hombre se muere, está un tiempo en un mundo sutil y vuelve de nuevo. Porque si fuese tan fácil, todos recordaríamos lo que fuimos de una manera clara.
Para poder entender el pensamiento hindú, hace falta recordar que ellos pensaban que el Hombre no es uniforme, sino que estaba constituido por siete vehículos diferentes. Algunos de estos vehículos eran los que reencarnaban, y otros no reencarnaban.
Afirman sus viejos libros que el Hombre está constituido por siete envolturas en diferente estado de vibración. Partiendo de abajo hacia arriba, tendríamos en nosotros algo que es común con las piedras, que es común con todas las cosas que nos rodean: es el cuerpo físico, o Stula Sharira, aquello que tiene densidad. Más allá –y al decir más allá me refiero a otra dimensión– estaría el Prana Sharira, o sea, el cuerpo vital o de energía; lo que diferencia a un hombre vivo de un hombre muerto o que acabase de morir.
El tercer vehículo, partiendo de abajo, es el Linga Sharira, que normalmente en esoterismo occidental es llamado “el doble” o el doble psíquico. Es lo que tenemos en común con los animales; mientras que el Prana Sharira es lo que tenemos en común con los vegetales, y el Stula Sharira, con los minerales.
En la constitución del Hombre se establece toda una relación con la constitución de la Naturaleza: la parte física, con los minerales; la parte energética, con los vegetales; la parte psíquico-animal, con los animales: ahí radican nuestras pasiones, nuestros sueños, nuestras fantasías.
Luego, existe un Kama-Manas, es decir, una “mente de deseos”, una mente egoísta que teme, se asusta y tiembla cuando advierte que le va a pasar algo.
Más allá de la anterior está el Manas o mente superior. Esta mente es serena, constante. Luego viene el vehículo llamado Budhi, que es la intuición inteligente, sin pensamiento distorsionador; y, por último, Atma, la Voluntad pura que refleja la Deidad en el Hombre.
Los cuatro primeros cuerpos o vehículos mencionados serían, para los hindúes, mortales y se desintegrarían con la muerte. La muerte sería, pues, un desgaste que comienza con el nacimiento. Desde que nace hasta que muere, el Hombre va muriendo poco a poco, hasta que al fin le llega el colapso final, en el que perdería la parte física, la parte energética, la parte psicológica y la parte mental-egoísta.
Mas restan tres planos de conciencia más profundos: el Manas, el Budhi y el Atma, que pueden servir de escala para remontar al cielo; existiría en el Hombre una parte individual, que no se puede dividir y que es la que reencarna. Reencarna en base a los “Skandas”, o sea, las causas de acción, el Karma acumulado.
Ahora podríamos entender por qué nacemos a veces en cuna de oro, y otras veces en establo. Porque desde el punto de vista filosófico, no siempre se aprende más cuando se nace en cuna de oro que cuando se nace en un establo.
Un hombre puede nacer de una manera u otra y siempre puede extraer una experiencia. Pero esa experiencia es limitada, porque si nace en una familia de campesinos, ese hombre tendrá la experiencia del campesino, pero le faltará la del artista, del militar, del político, del poeta.
De ahí que esa parte carente de experiencias vuelva a la tierra a ocupar los cuerpos de los niños que nacen; vuelva por nuevas experiencias, nuevos encuentros, nuevas vibraciones biológicas.
Lo que reencarna no es todo el Hombre, sino una parte, la parte superior o espiritual, que generalmente está poco desarrollada. Nuestro tiempo está dedicado a los problemas materiales y no al desarrollo del Yo Superior…
De tal suerte, las leyes que rigen el Destino, según los hindúes, hacen que solamente la parte superior sea la que reencarna. Pero de la parte superior tenemos muy poca conciencia. Ya lo dijo Platón, quien también explicó la reencarnación; él habla de las aguas del Leteo, del río que hace que nos invada el olvido. Cuando se beben esas aguas, el Hombre vuelve a renacer sin recordar prácticamente nada; a veces se renace con una chispa de recuerdo, pero no con algo inteligente y ordenado.
Platón –con ese típico sarcasmo de los griegos– dice que los más apasionados se tiran a las aguas del Leteo y beben con las dos manos, quedando luego completamente dormidos; y que en cambio, los prudentes son los que toman poco y luego pueden recordar algo.
En el mito de Er, Platón desarrolla esto y lo explica perfectamente. Recordemos cuando hace que le pregunten a Sócrates: “¿De dónde nacen los vivos?”, y él contesta preguntando a su vez: “¿De dónde nacen los muertos? Los muertos nacen de los vivos, y los vivos de los muertos”.
Para Platón, Sócrates y toda la línea del pensamiento filosófico griego, había también un ciclo inexorable en donde una misma Humanidad iba reponiendo energías, tomando de nuevo contacto con el mundo y realizando nuevas experiencias.
¿Es esto cierto o no lo es? Eso no es fácil de contestar; simplemente exponemos esta forma de pensamiento para que cada cual tenga su propia vivencia.
Todos sabemos que estamos en un mundo regido por la propaganda. La Filosofía precisamente, y nuestra posición acropolitana dentro de la Filosofía, propone un encuentro interior para pensar por sí mismo.
Es preferible equivocarse por sí mismos antes que ser llevados hacia una forma de verdad que nunca comprenderemos; que nunca nos permitirá tener una individualidad desarrollada. De ahí que preguntemos sin esperar respuesta: ¿es que volvemos a vivir? ¿Es que realmente reencarnamos?
A parte de lo que dijeron los hindúes, pensemos aplicando el sentido común –el menos común de los sentidos–: si entrase alguien por primera vez aparentemente en el recinto donde nosotros estamos presentes, y conociese perfectamente la disposición de los muebles y lo que contienen, ¿qué diríamos? Es obvio que diríamos que antes ya estuvo alguna vez en él, porque si no, no lo sabría.
¿Cómo explicar la facilidad de algunos niños que, por ejemplo, han manejado instrumentos musicales a los cuatro o cinco años de edad, o la facilidad de algunos escultores que esculpen naturalmente sin enseñanza previa?
Hay teorías modernas que intentan explicar esto con la argumentación de un inconsciente colectivo, de que a través de la ascendencia fisiológica nos llegarían potencias anteriores. Pero obviamente esto es menos científico que pensar que el Hombre tiene esa posibilidad porque ya la tuvo otra vez. Por ejemplo, si alguien, como pasó en Italia con un campesino, comienza a hablar griego perfectamente, es porque recuerda algo. Y si además se refiere a hechos históricos concretos que nunca ha presenciado, es porque recuerda algo.
En todos nosotros existe como una pre-experiencia individual, que a veces se manifiesta como una sensación difusa, imprecisa. Simpatías, antipatías, angustias y sobrecogimientos que no tienen explicación lógica…
Así, si no es cierto, es por lo menos posible que hayamos vivido otra vez. Y, ¿dónde pudimos haber vivido? ¿En otro mundo o en este?
Si estamos preparados para sobrevivir en este mundo, es que podemos volver a vivir en este mundo.
Se dice que lo que anula la teoría de la reencarnación es el crecimiento demográfico. Porque si en la Antigüedad se calculaba una población mundial menor a 50 millones de personas, y hoy hay 4000 millones de personas, ¿qué ocurre? ¿Es que hay una fábrica de Almas? Esta es una buena pregunta. Pero nos responden los mismos antiguos: el número de Almas es fijo. Este número fijo de Almas, al haber una gran población física en la tierra, tiene poco período celeste, por lo que las Almas son más “materiales”, y tiende a propagarse el materialismo en el mundo, cosa que coincidiría con lo que está pasando hoy, que los niños ya no guardan la inocencia de otros tiempos.
¿Será cierto lo que decían los antiguos hindúes, que cuando hay grandes masas de población, las Almas reencarnan muy seguidamente, teniendo poco tiempo para lavarse, para purificarse?
¿Y que cuando en el mundo hay poca población, las Almas tienen una larga vida celeste, y entonces es cuando nacen los grandes místicos, los grandes filósofos; y los niños hasta una edad avanzada siguen creyendo en cuentos de hadas y de gnomos?
Esta simple concepción metafísica cambia todos nuestros conceptos: los conceptos científicos, económicos, políticos, sociales, de relación de los pueblos; y nos torna mejores, más generosos. Entendemos que el mendigo que vemos en la esquina de una calle está pasando una experiencia que nosotros a lo mejor ya hemos pasado, o pasaremos; y que tenemos que ayudarle, pero no ayudarle porque queda bien, sino porque es nuestro hermano y compañero de ruta. Porque todos juntos estamos viviendo un camino difícil, espinoso, con subidas y bajadas. Y en este camino tenemos que permanecer todos con esa conciencia de unidad.
Todas estas cosas han estado en el seno de todas las religiones; no están en oposición con ninguna religión, puesto que fueron enseñadas, de alguna manera, por todos los Maestros.
Jesús mismo dijo: “Es necesario renacer”. Lo que se puede interpretar de varias y profundas maneras.
Estas cosas existen aún en la mente de cualquiera que tenga un sentido científico de la vida, o un sentido positivo. Porque lo que acabamos de expresar es científico y es posible desde el punto de vista positivo.
Es necesario hacer una reflexión sobre estas consideraciones que nos atañen a todos; sobre el saber si vamos a volver a vivir.
Yo creo que no volvemos a vivir. Yo creo que continuamos viviendo. Creo que decir “volvemos a vivir” sería como pensar que morimos en algún instante. Yo no creo en la muerte. La muerte no existe; es un fantasma inventado para asustarnos. Nada muere. Todo se transforma. Todo cambia.
Con la misma ley que transforma la Naturaleza, Dios, o como se quiera llamar, es lo que nos va a llevar en la vida y en la muerte. ¿Cuánto nos costó nacer? Tanto como nos costó nacer, nos costará morir.
Créditos de las imágenes: Hujoik
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Efectivamente cuando fue escrita la Biblia era tan común la Reencarnación que no fue necesario explicar en la Biblia ni en el Nuevo Testamento pero veamos como dijo Jesús a Nicodemo que el Lapso de una sola vida no era suficiente para el ser humano y por lo cual debe nacer de nuevo en agua y espíritu para que el ser humano se purifique y se desligue de lo material que no lo deja trascender Dios es amor y desea que sus hijos regresen a él y nos da muchas oportunidades San Juan 2.3 3 al 16 también tenemos hay una referencia concreta a la reencarnación aparece en Apocalipsis 2.7 y 3.12 lo mismo se menciona en varios pasaje la resurrección de los muertos el perdón de los pecados y la vida perdurable cosas que el ser humano no acepta como la ley de karma efectos y causas que ocasiona el hombre al no razonar y debe regresar a pagar en carne propia sus errores
La reencarnación y la ley de causa y efecto es la única explicación lógica para nuestra vida llena de dolor, de fracasos, errores y de perdidas de seres queridos. Cómo entender la opulencia de muchos y la extrema pobreza de la mayoria. Cómo explicar la enfermedad de muchos y la perfecta salud de pocos. cómo aceptar la larga vida de muchos y la muerte de un recien nacido o la muerte en el vientre materno. Lo que nos pasa de bueno o de malo nos lo hemos ganado con nuestros aciertos o errores, nos lo merecemos, asi de fácil y de sencillo.
No te pases la vida quejandote de lo que te hace falta, piensa que tienes lo que te mereces ni menos ni mas.
Saludos para Nueva Acrópolis, sigo aprendiendo con ellos todos los dias hasta el ultimo dia de mi vida.
Es difícil encontrar sobre este tema un enfoque verdaderamente filosófico más allá de las creencias de caracter religioso de unos y otros. Y el profesor Jorge Ángel Livraga describe un panorama formidable, ameno, fácil de entender, profundo, ecléctico, comparando ejemplos de la reencarnación en diferentes civilizaciones, no contentándose con la interpretación fácil o dogmática de este tema, disolvente para la sociedad. Le podemos sumar además las investigaciones del profesor Ian Stevenson recogidas en el libro “Veinte Casos que hacen pensar en la Reencarnación” una obra definitiva para aceptar esta doctrina desde un acercamiento riguroso y científico.
soy catolica y creo que alguna vez la Biblia decia lo de la re encarnacion pero los PAPAA modificaron la plabra creo en la reencarnacion y aun no me animo a comentarle al cura de mi parroquia y tengo 67 años
esta bien pero el texto es muy breve y yo buscaba algo extenso gracias
Desde que entendí, hace unos años, que el objetivo de todo lo creado es mostrarle a El Todo las infinitas formas y maneras en que puede expresarse, cualquier duda acerca de la reencarnación dejó de existir.
El ciclo de la Vida es tan enorme que ésta en sí misma está compuesta por toda la multitud de vidas dedicadas a ese sevicio divino al que aludo al comienzo.
Sencillamente sería imposible que una cosa o Ser, sea éste humano o no, pueda en una sola vida alcanzar tamaño objetivo y, a la vez, evolucionar lo suficiente como para ser reabsorbido por El Todo.. final feliz de cualquier manifestación de la Creación.
Gracias por el artículo porque refuerza las convicciones.
Saludos.
(En Ley de Vida hablo de la Ley Universal de Causa y Efecto, razón por la que llegué a este gran artículo)