El movimiento y los artefactos

Autor: Delia Steinberg Guzmán

publicado el 10-06-2024

El movimiento es una de las grandes Leyes de la Naturaleza.

Sin embargo, y por la dualidad que surge de los pares de opuestos, también la inercia es una ley.

El materialismo, que ha ganado tanto crédito en los últimos siglos, ha introducido, de una manera sutil, la inercia en nuestro estilo de vida, aunque enmascarada bajo variados subterfugios para justificarla.

El ser humano, tan rico en recursos prácticos, y tan débil en conciencia espiritual, ha optado por la pereza psicológica y física y ha descargado su cuota de movimiento en artefactos de diferentes clases.

En el pasado remoto, cuando las condiciones de vida pasaron de ser itinerantes a sedentarias, los hombres utilizaron animales –más o menos domesticados– para que les ayudasen en el trabajo, es decir, en el movimiento. Y también utilizaron a otros hombres, a los que esclavizaron, para evadir los trabajos duros, los movimientos fuertes.

hombre con un teléfono celularHasta aquí, y sin entrar en consideraciones de utilidad o moralidad, seres humanos y bestias se acompasaron a un mismo ritmo, por mucho que el látigo pretendiese que unos caballos, unas mulas o unos bueyes tirasen de un carro con más velocidad. Existía el límite propio de cada cuerpo.

Cuando esto no fue suficiente, se idearon máquinas, sencillas al principio, más complicadas luego, pero siempre con la intención de que las máquinas reemplazaran el movimiento de los hombres, acelerándolo también dentro de lo posible, en un afán de producción, de mayor riqueza o de simple comodidad.

Así, los humanos empezamos a gozar de la inercia y los artefactos se convirtieron en dóciles esclavos que no protestan, pero que, ¡cosa curiosa!, terminaron por esclavizarnos.

Todos tenemos múltiples “robots” a nuestra disposición, y a medida que corren los años, son cada vez más perfectos, más parecidos a los humanos, o más adaptados a lo que quieren los humanos.

Es tan grande la similitud que en cualquier momento podría producirse la rebelión de los artefactos.

Existe una escena curiosa en la “Huaca de la Luna” de la cultura mochica en Perú, en la que las herramientas, armas y objetos de la vida cotidiana, se vuelven en contra de los humanos y los atacan.

Seguramente esto no pasará como en esas imágenes, ni como se describe en algunas novelas, sino que los artefactos nos irán reduciendo a una inercia cada vez mayor, de modo que nosotros seamos los prisioneros y ellos los verdaderos amos.

Sin quitar la importancia de las máquinas e instrumentos de todo tipo, que revelan el poderío de la inteligencia creadora, nos preocupa la reducción de esa misma inteligencia a raíz de la proliferación de artilugios.

Una locomotora de tren nos puede transportar velozmente de un sitio a otro, sin hablar de los aviones. Pero un teléfono celular –en todas sus variedades– o una pantalla de computadora, nos inmovilizan en una silla… y nos paralizan la mente.

Autobuses y otros vehículos compiten en potencia y velocidad, mientras las personas son cada vez más perezosas y hasta se han olvidado de caminar. Es preferible una cómoda dieta para adelgazar que mover el propio cuerpo para eliminar lo que comemos. Este es uno de los absurdos de nuestro mundo: mucha gente se muere de hambre mientras otro tanto padece de obesidad.

Las computadoras y los teléfonos han mermado nuestra imaginación. En todo caso, la usamos para descubrir cómo funcionan los nuevos programas que aparecen constantemente en el mercado. El dominio técnico ocupa nuestras energías, mientras la mente languidece, sometiéndose a pensar y escribir según está estipulado por los sistemas.

Ya no hay diálogo. Hay la soledad de uno mismo con aquel que suponemos al otro lado de la pantalla. La convivencia es cada vez más difícil, porque no es lo mismo hablar a la distancia que mirar a los ojos de quien tenemos delante.

Los vocabularios se reducen, se estropean, por mucho que sepamos que las reglas gramaticales son convencionales; pero perdemos unas convenciones para adoptar otras que son propias de niños balbuceantes, abreviaturas y signos que parecen un lenguaje mal cifrado más que muestras de una inteligencia en desarrollo.

¿Qué será de nuestras obras literarias en el futuro?

Ya son muchos los que se desprenden de sus libros, porque hoy todo se encuentra en Internet… ¿Y la calidez del papel entre las manos, del libro que es nuestro compañero y confidente?

Estas reflexiones no significan una posición contraria a los avances técnicos ni a los grandes beneficios que nos traen. Ni tampoco invitan a deshacernos de todos los artefactos que nos simplifican las tareas cotidianas, ni volver a viajar a pie, o lanzar señales de humo a nuestros amigos.

Son una invitación a recapacitar sobre los muchos movimientos que hemos perdido, y la inercia que nos ha invadido al esclavizarnos inconscientemente a las mismas herramientas que hemos creado.

Tenemos que recuperar la libertad interior para ser dueños de nuestras acciones, manejar nuestras herramientas cuando sea necesario y no de manera impulsiva; elegir lo que vamos a hacer sin caer en actos reflejos que se han sumado inevitablemente a nuestros instintos.

Somos humanos, no artefactos; el movimiento nos pertenece.

 

Créditos de las imágenes: Devin Kaselnak

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Referencias del artículo

Artículo publicado en la Revista Esfinge, en octubre de 2012.

Un comentario

  1. José Roberto Leite dice:

    Um artigo muito rico, sem alarmismo e sem o deslumbre de se considerar que as máquinas são nossas inimigas ou salvadoras. Para ficarmos alertas e manter abertos a mente e o coração

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