Cuando leemos los textos de Historia, se nos destacan las figuras de un Alejandro, un Julio César, un Napoleón, un Bolívar, como relevantes de su fondo, de tal manera, que tan solo a ellos vemos. Es obvio que no soñaron, trabajaron y lucharon solos, pero eso poco importa, y sus siluetas tremendas cubren todo el horizonte de los hechos humanos sin dejar casi lugar a otra cosa como no sean ellos mismos.
Incluso, cuando se mencionan sus colaboradores, sus enemigos, sus amores, sus amistades, todos estos parecen enanos, y si los conocemos es tan solo por el circunstancial roce con la figura del Héroe. Si Xántipa no hubiera vaciado en público un cubo de agua sobre la cabeza de Sócrates, su nombre jamás nos hubiese llegado y de ella sabemos –o nos importa saber– poco más que esa anécdota.
Pero desde el siglo XVIII se va forjando lo que nuestro genial Ortega llamó “La rebelión de las masas”. Y las figuras heroicas se van diluyendo en cada vez más numerosa compañía. No se desconocen sus méritos, pero estos son compartidos con los muchos y la tumba al “Soldado Desconocido” es hoy generalmente más importante que la del General que les condujo. Los partidos políticos y los sindicatos han reemplazado como centros de poder al Héroe, y el Individuo se sumerge en la masa hasta que esta lo digiere. Y en esta desintegración del Individuo, y en esta disolución del Héroe, los perdemos a ambos de vista.
El anonimato ha reemplazado al nombre y ultérrimamente somos un número en un pasaporte, una soledad despersonalizada que vive en compañía, un elemento artificial producto de una producción en serie, de una cadena de montaje, como el más anónimo tornillo de nuestro coche, como la tapa metálica de una botella de gaseosa.
Vivimos a millones en modernas ciudades, pero nos cruzamos por la calle deshumanizados, sin conocernos, y, lo peor, sin que nos importe en realidad conocer a nadie. Cada cual vive “su vida”, pero en realidad, esta actitud egoísta se disuelve también en una masificante actitud de no vivir ninguna vida definida, sino el dejarse empujar por la corriente de los acontecimientos, por la turbamulta de la moda, y poco a poco vamos quedándonos vacíos por dentro, pues todas nuestras relaciones humanas son superficiales, nada nos llega al fondo y a veces dudamos hasta de si tenemos ese “fondo”: o sea, si somos algo más que unos cuantos kilos de carne y de huesos sacudidos por impulsos eléctricos. De eso a convertirnos en “robots” hay un paso. El más peligroso de los pasos. El paso que lleva al abismo final de todo un devenir humanizante que costó millones de años el realizar.
La masa en la cual nos hallamos inmersos nos ha succionado el Alma, modificado los gustos, impuesto pareceres, obligado actitudes. Cada vez nos parecemos más el uno al otro, pero por dentro estamos cada vez más distantes e indiferentes. Nada nos termina de conformar; jamás somos felices totalmente. Como un conjunto de máquinas irracionales y desensibilizadas, estamos envenenando la Naturaleza con nuestros subproductos, la estamos afeando y enfermando.
La contaminación masificante es a nivel no solo psicológico, sino que ya está plasmándose en lo físico y concreto. Todos usamos los mismos objetos hechos en serie, y si alguna diferencia cabe, la da la no muy noble propiedad de tener más dinero, de haber acumulado más poder material sin importar por qué medios.
Es hora de tomar el camino inverso
Debemos, primero, detenernos a reflexionar, y dándonos cuenta del error que estamos cometiendo, invertir nuestros esfuerzos, revisar nuestros puntos de mira, superar los “tabúes” masificantes que tratan de igualar a la altura del más bajo. Debemos empezar la vigilia espiritual dentro de nosotros mismos y traducirla en actos cotidianos. Debemos descontaminarnos. La Historia requiere reconstruir al Héroe recomponiendo el todo con los innúmeros pedazos. Y sin mengua de ninguno, dar a cada uno la oportunidad natural a que tiene derecho, en base a los deberes de que tiene obligación.
Debemos reconstruir al Héroe para que todo el resto sea pueblo y no masa amorfa. Para que todos participen de la gloria de una paz espiritual, de una sabiduría, de una ecuanimidad, de una humildad de corazón que tan solo el Héroe puede sentir y retransmitir potenciada a todos. Junto al Héroe los hombres crecen, se tornan valientes e inegoístas y las mujeres dejan de ser objetos para convertirse en receptáculos de amor, belleza y espiritualidad. Por eso, todos se resumen en el Héroe. Y todos tienen así derecho a una humanización y a una participación en las hazañas del Héroe.
Entonces volveremos a ser Hombres y Mujeres en el verdadero sentido de la palabra… y la “humanidad” de los robots habrá quedado atrás; con los crímenes anónimos, la violencia anónima y la explotación con cuentas numeradas. El Hombre Nuevo, el que participe de esa “Heroicidad”, borrará todas esas lacras de la Tierra construyendo un mundo más bueno, más bello y más justo. Un mundo natural; descontaminado, altamente espiritual, sin mendigos que nos avergüencen, sin intermediarios que nos exploten, sin guerrilleros que nos asesinen, sin politicastros que nos prostituyan.
Hemos extraviado la senda. Es hora de tomar el camino inverso.
Créditos de las imágenes: Ruthven
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Maravilloso el enfoque que da este artículo; muy certero. Deberíamos volver sobre nuestros pasos en muchas cuestiones, deshaciendo lo andado para evitar una pérdida de valores galopante.