El arte de la joyería en el antiguo Egipto

Autor: Jorge Ángel Livraga

publicado el 05-11-2022

Egipto es un país diferente, muy diferente. Sabemos que existe, sabemos que existió, pero no le podemos dar prácticamente orígenes. Parece que fuese tan viejo como el mundo, como el viento o como las piedras. Aquellos que nos hemos dedicado precisamente a la arqueología o a la historia, sabemos la relatividad de los datos que hay sobre el origen de la cultura egipcia, de su civilización, y todos los enigmas que este origen encierra.

Es obvio que Egipto, desde tiempos muy lejanos, ha despertado la imaginación y la fantasía de la gente. Su mismo nombre, Egipto, no era el que tenía en época faraónica. Se le llamaba Kem, o Khemu –nadie sabe con exactitud cómo se pronuncia–, que significa aproximadamente: «aquello negro o ennegrecido luego de haber sido rojo», «aquello que ha sido quemado». La palabra Egipto, de raíz griega, significa «lugar misterioso, enigmático, sede o patria de los misterios».

Collar egipcio

Egipto, a través de muchos, muchos siglos, nos sorprende con su presencia eternamente creativa, y no podemos saber con precisión desde dónde parte esta presencia creativa. Leemos en los libros comunes que todo comenzó en la época de Menes, en alguna etapa predinástica; pero los que hemos investigado un poco más profundamente el tema sabemos que tan solo estamos elaborando teorías. Las mismas dinastías del antiguo Egipto están basadas en fuentes más bien griegas, como Manetón, que no siempre se pueden constatar con lo que la arqueología nos aporta; es decir, la arqueología aporta una serie de datos que no coinciden con lo que nosotros conocemos exactamente de Egipto.

Además, su propio origen es extraño. Sería lógico que un pueblo comenzase con una etapa primitiva y que se fuese elaborando poco a poco hasta llegar a una cúspide de civilización y de cultura, y que luego los mecanismos propios del tiempo y del desgaste de todas las formas culturales hicieran que esta civilización decayese o tuviese sus momentos de esplendor o de oscuridad.

En Egipto no pasa exactamente esto. Por ejemplo, cuando hablamos de Egipto, aquellos que no somos egipcios, pensamos en las obras más grandes, las que nos impresionan: las pirámides. La sola figura de la Gran Pirámide ya es un símbolo de Egipto; pero no se sabe con exactitud quién la hizo. Se la atribuimos a Keops basándonos en un viejo texto de Herodoto que recogía una serie de elementos, y a un grabado que está hecho en yeso, en escayola, en el que precisamente no dice Keops, sino Kem, o sea, el nombre del viejo Egipto.

Así que encontramos en Egipto estas pirámides y las demás grandes obras, pero ¿de cuándo son?, ¿son del Egipto Medio?, ¿son del Egipto Nuevo? No. Eso sería lo lógico Por una evolución gradual tendríamos que pensar que Egipto creció así, pero parece ser que comienza ya grande, teniendo enormes conocimientos astronómicos, astrológicos, geofísicos. Conoce los materiales, transporta, de manera que todavía no nos podemos imaginar, masas enormes desde un lugar a otro.

Creo que todos estaréis informados de que un grupo de científicos y de personalidades japonesas quisieron ver de qué manera se podían haber hecho las pirámides. Entonces, se llegó a un acuerdo con el Gobierno de Egipto, que permitió hacer una pirámide-maqueta a pocos kilómetros del conjunto piramidal de Gizeh, ejecutada con gran afán de perfección, de una altura total de diez metros, donde no había ninguna piedra que pesase más de una tonelada. A principios de este año se terminó la construcción.

El director de la obra, asistido por un par de docenas de arqueólogos y técnicos, más unos doscientos naturales de la zona, empezó su labor a finales de 1977; pronto vio que iba a ser muy ardua. En la obra se emplearon todas las técnicas que dedujeron los arqueólogos de moda, y en especial se consultaron los relatos de Herodoto sobre cómo le habían contado a él los egipcios que habían sido hechas –en el remoto pasado– las pirámides.

Entonces, a los ojos del director, de los periodistas y de los especialistas en la materia, se empezó a desarrollar un fenómeno de insuficiencia técnica irreversible. Los instrumentos de cobre templado que se supone emplearon los egipcios para cortar sus colosales bloques se mostraron casi impotentes con el granito, y si se requería una equivalente perfección, cada pequeño bloque exigía tanto tiempo de labor que la obra, de solo diez metros de altura, no se acabaría en el invierno, por lo que se decidió emplear máquinas modernas de corte y no afinar mucho el acabado.

También el transporte presentó inconvenientes insalvables, pues los famosos «esquíes» para arena y los rodillos eran prácticamente ingobernables, y en las partes rocosas no hubo forma de superar los obstáculos sin dañar tan considerablemente los cubos de piedra que estos quedasen inservibles. Otra vez los medios modernos y la pequeñez de las moles permitieron el acarreo.

El cenit de los inconvenientes se produjo cuando se intentó colocar el piramidón en la cumbre. Esta diminuta pirámide pesaba en el modelo-maqueta tan solo mil kilogramos. Se la empujó por una rampa de arena contenida por bloques de piedra laterales, lanzando aceite ante su «esquí» y tirando unos doscientos hombres. Para hacer más real la cosa, emplearon letanías basadas en la palabra “arriba”. Entonces descubrieron que el aceite no solo hacía resbalar el esquí, sino también a quienes lo empujaban con palancas, y los que tiraban de las cuerdas desde arriba muy poco podían hacer.

Tantas fueron las veces que se intentó levantar la pequeña mole por medio de la rampa, y tantos los fracasos, que por fin el director del proyecto desistió del método y decidió probar lo último, o sea, las grúas de troncos de palmera y sogas de fibra con que dicen los libros corrientes que los egipcios antiguos levantaban obeliscos de cientos de toneladas. Este bloque pesaba una sola tonelada y no sería demasiado difícil ponerlo en su lugar.

Ahora sí que la verdad se les presentó de manera rotunda, pues estando la mole a casi diez metros de altura estallaron los troncos de palmera en miles de espinas que hirieron a todos, incluso al director, quien finalmente prefirió colocarla con una moderna grúa, sacar algunas fotografías y desarmar la maqueta, tal cual era el trato con el Gobierno egipcio. Una vez curado de sus superficiales lastimaduras, el director, con el mejor humor nipón expresó que, por lo menos, ya sabíamos cómo no habían sido hechas las pirámides. Las pirámides guardan todavía para nosotros ese gran enigma.

Cuando entramos, por ejemplo, en la Gran Pirámide, nos agachamos un poco para pasar a la llamada “cámara del rey”. Lo que tenemos encima de la cabeza, eso que se ve pequeño, pesa treinta toneladas y está a unos cien metros de altura, es decir, que han levantado treinta toneladas aproximadamente a unos cien metros de altura. El techo de la cámara del rey está hecho de grandes piedras. Lo que se ve es de cinco por dos metros. Pero las piedras no están puestas en horizontal, sino en vertical, así que lo que nosotros vemos es la parte de abajo de la piedra. Esas piedras pueden llegar a pesar más de doscientas toneladas cada una, y son las que cubren el recinto llamado la “cámara del rey”.

Asimismo, debemos reconocer que tampoco sabemos lo que significa la famosa “cámara subterránea del Caos”, que está por debajo de la Gran Pirámide.

¿Y por qué en esta humilde charla sobre joyería me refiero a esto? Para ubicarnos, porque no podemos hablar de joyería dentro de una cultura si no nos situamos históricamente en líneas generales.

Esta cultura comienza, entonces, de golpe. Si lanzamos la vista más atrás todavía para encontrar las razones de cómo comienza Egipto, nos vamos a asombrar. En la época en que el llamado Magdaleniense europeo está muy desarrollado, una forma de Solutrense en Egipto comienza apenas a esbozarse.

¿Qué sería lo lógico? Que Europa hubiese desarrollado una gran civilización tres o cuatro mil años antes que Egipto. Sin embargo, en Egipto esa lógica no existe. Aparentemente, se pasa de una suerte de «Paleolítico-Mesolítico» a una enorme civilización. Y lo que creíamos hace diez o quince años con referencia a las culturas del desierto, llamadas grupo X, etc., como que habían sido la causa o los fundamentos de la civilización egipcia, las nuevas investigaciones están demostrando que estas culturas eran paralelas a la vieja cultura egipcia.

En fin, que Egipto ya existía cuando estas culturas de tipo lítico vivían en cavernas y estaban reproduciendo sus figuras. Pero no es que de estas figuras simplistas hayan surgido las artísticas y maravillosas de Egipto, sino que en el llamado grupo X, por ejemplo, se reproducían estas figuras y estos dioses de Egipto, como reflejo, de una manera infantil. Y ahí nos encontramos con el enigma del origen de Egipto: el viejo pueblo egipcio, ¿vino de alguna parte?, ¿es oriundo de esa zona?

Sabemos, por los estudios geológicos hechos en las cercanías de la Gran Pirámide, que todo lo que hoy llamamos el desierto occidental fue un mar, o sea que en un tiempo eso estuvo sumergido. Lo demuestran los arrabales de El Cairo mismo, donde se pueden encontrar yacimientos de fósiles marinos. Hace once o doce mil años se empezó a secar. Antes había sido mar, luego quedó el fondo del mar, y es a lo que nosotros llamamos el desierto, de ahí que haya tanta arena en Egipto.

Las viejas tradiciones egipcias, precisamente, mencionan esto que hoy nosotros conocemos a través de la ciencia. Dicen que había existido un mar que cubría toda la parte de lo que hoy podríamos llamar la zona norte de Egipto, menos algunas pequeñas islas, y que incluso el río Nilo se abrió paso a través de ese caos de arena y de putrefacción que había dejado el mar al secarse, acarreando ese limo maravilloso que permitía las tres cosechas por año. De ahí que los antiguos egipcios le iban a llamar al Nilo, Hapi, que significa aproximadamente «el que da felicidad, el que da vida». Como se muestra en el mito osiriano, el Nilo es un símbolo de fecundidad, porque cuando Osiris es despedazado, e Isis, su esposa, maga y hechicera reúne todas las partes de Osiris, hay una que no encuentra. Es su parte sexual, que es devorada por un oxirrinco –el oxirrinco es un pez del Nilo que todavía existe– y eso es lo que míticamente da esa gran fertilidad al Nilo. Y en el medio de ese enorme desierto, de esa soledad, corre el Nilo como un inmenso brazo verde, articulado, lleno de savia, de poder y de fuerza, dando sus dádivas a millones de hombres.

En cuanto a su joyería, ante todo querría aclarar que, para los antiguos, las joyas no tenían el valor que tienen para nosotros hoy. Ellos creían que tenían un cierto sentido mágico, que en cierta forma nos protegían de una serie de maleficios, de sinsabores o incluso de ataques físicos. Todavía hoy se guarda esa tradición. Pero los antiguos tenían muy marcado, y sobre todo en Egipto, ese sentido de que la joya tenía que representar una fuerza de la Naturaleza que ayudase a aquel que la portaba. La joya por el adorno en sí no existía. Todos los pueblos sentían eso.

Por ejemplo, yo llevo en mi dedo en estos momentos un anillo etrusco. Es un anillo de la casa real de Etruria, en Tarquinia. Los príncipes de Tarquinia no llevaban anillos de oro con piedras preciosas, sino que eran de bronce y no tenían ese sentido del adorno. Hoy, sin embargo, se llevaría algo esplendente, algo magnífico, pero para ellos tenían un sentido mágico.

La magia a la que me estoy refiriendo no era la magia del ilusionista, sino que era la “magna ciencia”, el conocimiento que abarcaba todas las cosas. Tenemos que pensar que Europa, en la época postcartesiana, va a caer en una diferenciación entre lo religioso, lo estrictamente filosófico, lo científico, pero en los pueblos antiguos, e incluso hoy en los pueblos orientales, esa diferenciación no estaba tan marcada, y la ciencia, de alguna forma, se ensamblaba con la religión; la religión con el arte, el arte con la política, y todo más o menos formaba un conjunto armónico y expresivo. Entonces, esta gente hacía sus joyas desde épocas remotísimas –porque no hay medios para poder saber la antigüedad, por ejemplo, de una joya que esté hecha con oro, con plata o simplemente con piedra– de esta manera, como elementos mágicos, de protección de las personas, ya sean vivas, ya sean muertas.

Las joyas en Egipto representan generalmente a los dioses en los cuales ellos creían. Por ejemplo, el escarabajo, Kefer, era la joya más común, era lo que se llevaba más comúnmente. Hay muchas joyas con muchas representaciones. Desde el Imperio Antiguo hasta la época de Cleopatra es tan extraordinaria la riqueza de la joyería egipcia que es verdaderamente desconcertante para quien tenga que hablar de ella. Pero su riqueza no es, diríamos, antinómica, que comprende en sí una contradicción. Egipto va a llevar a través de miles de años –no sabemos cuántos, oficialmente tres, cuatro o cinco mil años– toda una dinámica mágico-religiosa representada en esas joyas, que se van a llevar en determinados momentos y en determinadas partes del cuerpo.

Hay lugares específicos que se cubren, que son sagrados; uno de ellos es el pecho. El talismán o la joya están siempre en el pecho, cubriendo el corazón. Los antiguos egipcios creían que el corazón era más importante que el cerebro, que era la fuente de vida, la fuente de todas las cosas. En el mal llamado Libro de los muertos –pues nunca se llamó así, simplemente se le dio este nombre porque se lo encontró asociado con las momias– dice: «Mi corazón mi madre, mi corazón mi padre». Se refiere a su corazón. Entonces, vamos a encontrar que generalmente sobre el corazón se llevaba o el emblema del mismo corazón o bien figuras referentes a la resurrección, especialmente el escarabajo.

El escarabajo Kefer era el símbolo de la fuerza de la vida, de la resurrección, de aquello que podía continuar hacia adelante, ya que el escarabajo anda muy rápido en la arena; da una idea de dinamismo, de gran actividad. Además, tiene las alas, los élitros, metidas dentro, guardados, y si uno no lo sabe, no cree que el escarabajo pueda volar; así que nos sorprende con sus vuelos. De la misma forma –decían aquellos antiguos–en el corazón tenemos la posibilidad de crear alas, alas de espiritualidad, alas de fuerza, y nos sorprende a nosotros mismos el encontrar esas alas dentro de nosotros. Dentro de este estuche, de esta forma opaca, de esta forma carnal, tendríamos la posibilidad de “abrir alas”.

También la antigua joyería se va a preocupar de cubrir otros puntos del cuerpo, aparte del corazón, como el centro de la frente, cosa que ha sido popularizada en Occidente a través de novelas, de libros, etc., que hablan sobre el “tercer ojo” o, como dirían los hindúes, el ojo de Dangma. Parece ser que los antiguos egipcios concedían también a ese lugar una gran importancia, y solían, cuando tenían garantía para poder hacerlo, cubrirlo con símbolos de poder y de voluntad, como la serpiente, llamada también Butho, que nosotros llamamos Oreus cuando se aplica a la realeza.

También existían distintas joyas que se colocaban en las muñecas, en los brazos y en los tobillos. A veces nos asombra cuando vemos en una pintura del Egipto antiguo a un guerrero, por ejemplo, Ramsés II, que está con una espada en forma de hoz, terrible, sobre un caballo y está todo cubierto de joyas. Tenían también bellos collares y muñequeras de metal. En las muñecas y en las manos, generalmente, tenían el símbolo del Oudjat, el Ojo de Horus, como todavía hoy algunas barcas en Egipto tienen este ojo en la proa, para poder ver bien.

Egipto es notable en ese sentido, y perdonadme las interrupciones, pero a mí me ha impresionado vivamente la visita a este país. Muchas barcas, en la zona de Elefantina y de Asuán, disponen de unos remos que son auxiliares para cuando las velas no pueden funcionar muy bien o para acercar la barca a la orilla, y estos remos tienen las marcas del jeroglífico del agua en azul. Yo les pregunté por qué tenían esta marca y en azul. Me decían que su padre le dejó la barca, y su abuelo se lo enseñó a su padre… Era una tradición que ha quedado todavía hoy sobre ciertos factores populares, y que guardan una fuerza psíquica para todo aquel que los llega a comprender y a ponerse en contacto con ellos.

Decíamos que también llevaban joyas en los tobillos y en otras partes del cuerpo, extrañamente coincidentes con los lugares sagrados de la tradición hindú cuando nos habla de los chakras, como ruedas, que serían una especie de órganos no materiales sino etéricos, que regirían nuestra vida psíquica o nuestra vida espiritual. En fin, que los antiguos egipcios tenían toda una orfebrería dedicada a esa parte mágica.

Asimismo, existía una orfebrería de tipo estrictamente funerario. A las momias se les colocaba una serie de dijes que, decían, les protegían en su viaje al Amenti. Amen-Ti significa «la tierra de Amón o de Amen». Ti es el cuadrado mágico, Amen es el dios Amen, que a veces se asocia con Ra como Amen-Ra –representado con el disco solar y las alas–; esta unión hacía que se pudiesen concebir varias deidades y expresiones religiosas, a la vez que fuesen protectoras de las momias.

Hoy se tiene un concepto de las momias que yo no comparto del todo. Generalmente, pensamos que los egipcios conservaban las momias porque eran muy afectos, muy apegados a la vida. Y hay muchos que se preguntan cómo un pueblo tan religioso, tan mágico, estaba tan apegado a la parte física que conservaban esas momias, les daban baños durante meses, les ponían el betún de Judea, etc. ¿Por qué lo hacían?

En ninguna parte de los textos del antiguo Egipto dice que se hiciese para la simple conservación del cuerpo, sino más bien para la retención de este, y para que los distintos vehículos o formas espirituales pudiesen pasar a través del Duat, el lugar de las pruebas, hacia el Amenti, especie de cielo o paraíso donde los hombres son eternamente felices, donde jamás se acaba la caza, donde todos pueden estar bien, donde nunca falta nada.

Es decir, hay una serie de protecciones también para los muertos en base a la joyería, y podéis ver en la única tumba no saqueada –aunque si un poco revuelta, porque parece ser que los antiguos policías llegaron a tiempo y la cerraron–, que fue la de Tutankhamon, todo su ajuar funerario, toda una joyería funeraria, que incluye el sarcófago de oro, que es en sí una gran joya. Como sabéis la momia estaba inserta en siete sarcófagos o cajas, cuya característica más impresionante no es solamente la joyería en sí. A mí hay algo que me impresionó más: el rostro del faraón esboza una sonrisa, y a medida que nos vamos acercando al último de los sarcófagos, a lo que es simplemente una especie de pectoral o máscara, esa sonrisa se acentúa. Es algo que es más que mágico, es algo bello.

Existe una relación entre la magia y la belleza. Tal vez nosotros, los occidentales, hemos perdido ese sentido, no nos damos cuenta, pero hay algo, hay una relación entre la magia y la belleza, cosa que el hombre de esos pueblos, de esos lugares sentía, y siente todavía hoy. Cuando el sol cae en el Alto Egipto, y uno va en barca, muchas veces ve que el barquero antes de hacer sus salutaciones a La Meca guarda un gran silencio, recoge sus remos, pone las velas al mínimo, busca el lugar del medio del Nilo, el lugar más bello, más adecuado, junto a esas enormes masas de granito a los lados, donde el Nilo llega a tener hasta cincuenta metros de profundidad, con un enorme caudal, y cuando ha logrado una especie de panorama estético, se dedica a su oración con la cabeza hacia La Meca; para él hay una relación entre la religión y la belleza. En Occidente también nuestros padres lo tenían, porque buscaban poner en las iglesias, por ejemplo, cristianas, toda la belleza posible. En muchos villorrios de Francia que jamás salieron de ser pequeños pueblecitos, he visto que elevaban una magnífica catedral gótica. Lo mismo les pasa a todos estos pueblos: relacionan la belleza con la religión, con la magia.

No tenemos que ver en la joyería egipcia, aunque nos deslumbre, solamente la parte estética o decorativa, porque hay colecciones en el Museo de El Cairo o en el Museo Metropolitano, por ejemplo –a las que pude dedicarme un poco, sobre todo a las joyas de Tutmosis III–, que nos deslumbran. Hay algo más. Ellos creían que las piedras y los metales están en relación con determinados astros. El antiguo Egipto va a usar para sus joyas fundamentalmente el oro, la plata y el electro. El electro es una combinación muy difícil de lograr, de oro, plata y otros metales –en la actualidad, casi no se puede conseguir–. Tiene el aspecto de la plata, pero con un brillo parecido al platino.

Para los antiguos egipcios la plata era de más valor que el oro, porque estaba relacionada con Isis, con los misterios prácticos, con la parte de los encantamientos; era utilizada en combinación con el oro y con piedras a las que les atribuían un poder sagrado. Así como los chinos representaban sus primeros símbolos, el símbolo del universo, por ejemplo, como una gran rueda en jade con el agujero en el medio, los egipcios utilizaban mucho el lapislázuli, que era una de las piedras mágicas. Empleaban también la cornalina, que es de color rojo, el cristal de roca, la pasta de vidrio.

Hoy, gracias a Dios, nos hemos dado cuenta los arqueólogos de que hacían una especie de cemento-pasta. A veces me ha pasado estar en un museo reparando una estatuilla y darme cuenta de que está hecha con cemento, con pasta, y digo: «¡Esta pieza es falsa!, pero la pátina, la procedencia, la excavación es auténtica. Sin embargo, está hecha como con cemento». Pero no, es que utilizaban pastas de distintos materiales. ¿Para qué? Para poder combinar los elementos; para poder poner un poco de polvo de una piedra, un poco de resinas de un árbol, un poco de limaduras de a lo mejor madera de sicomoro, y con todo eso, más la tierra de determinado lugar, hacían un objeto, que puede ser un ushabti o una estatuilla. Es obvio que daban un valor especial a las piedras, como todos los antiguos, y creían que había lugares determinados de la Tierra en donde había energías o fuentes manantes de energía que bañaban las piedras.

Podemos ver en Stonehenge, por ejemplo, en Inglaterra, que una de las piedras, la llamada “Piedra azul”, proviene de África. Nadie sabe quién hizo Stonehenge, pero es obvio que es una construcción muy, muy antigua. ¿Por qué estos hombres se tomaron el terrible trabajo de traer esa piedra tan enorme desde África? Porque, ¿quién sabe?, si eran pueblos que no tenían una gran civilización, no tuvieron un avión ni un enorme buque para llevarla, sino que a lo mejor habrían tenido que transportarla en balsas, etc. ¿Cómo hicieron para hacer ese prodigio? ¿Por qué, por ejemplo, en el Serapheum, que está en la zona de Sakkarah, en Menfis, muchos de los sarcófagos de las momias de los bueyes que están ahí, están hechos con granito de Asuán? Han recorrido más de mil kilómetros para buscar un tipo de piedra cuando al lado tienen otras que podían haber utilizado.

Obviamente, dan un valor especial a esas piedras. ¿Por qué teniendo Egipto tanto alabastro –que aún hoy es una industria casi nacional la venta de objetos y estatuillas de alabastro–, estas gentes se empeñaban en cortar diorita, que es la piedra más dura que puede existir? La diorita de la parte del desierto occidental, que es negra con unas pequeñas vetitas a veces de color blanquecino, tiene dureza nueve, mis queridos amigos, un punto menos que el diamante. Sin embargo, esta gente –aunque eso sería para otra conferencia sobre la tecnología del antiguo Egipto– cortaba la diorita como si fuese mantequilla. Llegaban a cortar vasos canópicos, que era donde se metían las vísceras de los muertos, –los cuatro vasos canópicos, de los cuatro hijos de Horus–, de ochenta centímetros de diámetro.

Yo he estudiado uno de esos vasos canópicos en el Museo Metropolitano de Nueva York, y hemos podido comprobar sin ninguna clase de dudas, con aparatos, fotografías, radiografías y demás, que había sido cortado con un objeto que rajaba catorce veces más que si fuese una punta de diamante, con una característica: que en diecisiete vueltas registradas no notamos desgaste en el objeto que cortaba la diorita. Si fuese diamante, por el calentamiento de la fricción, notaríamos una deformación en la punta cortante; aquí no notamos deformación. Bueno, este es uno de los tantos enigmas tecnológicos que nos guarda Egipto, y que se revela también a través de toda su joyería y de todos estos elementos: el uso de la piedra, de los metales, las pastas de vidrio de diferentes colores.

Era muy importante para el antiguo orfebre egipcio que el vidrio o la cerámica tuviesen el mismo color fuera que dentro. A nosotros eso no nos importaría. Por ejemplo, si queremos una copa o un jarrón que sea azul o verde, pues con que la veamos de ese color nos basta. Nuestra mentalidad occidental de hoy no entendería por qué si estos bonitos sillones, que están tapizados con este género verde por fuera, tendrían que ser verdes también por dentro, donde no se ve. Pero la antigua mentalidad egipcia era diferente. Supongamos que si un dije de la XVIII dinastía, por ejemplo, está hecho en cerámica de color azul celeste, encontramos, generalmente, en los hechos de buena calidad, los que podían ser consagrados en los templos, que la pasta en el interior es del mismo color que en la superficie.

También podemos observar el grado de su gran sentido práctico. Algunas de las joyas que adornan a los muertos tienen monturas menos resistentes que las que llevan los vivos. ¿Por qué? Porque obviamente los muertos no se mueven, no van a tener problemas de fricción ni de ninguna otra cosa. Así, su sentido práctico hacía que esas joyas fuesen nada más que para apoyar. Yo mismo me he encontrado ante un problema hace unos días en la clasificación de una pieza de forma parecida a un escarabajo, en la que el agujero no era pasante. Cuando uno encuentra un escarabajo, una placa o cualquier pieza con un agujero que no es pasante, sin duda es una imitación. ¡Y no sabéis lo bien que se imita en Egipto! La capacidad de imitación es tan grande que, generalmente, incluso los arqueólogos se confunden. Y aun a veces el que vende réplicas y también cosas auténticas, se confunde, tal es la capacidad tan extraordinaria de imitación. Pero una cosa que muchas veces no pueden imitar es el agujero pasante, que es un doble cono, situado en la mitad de la pieza. Hay piezas funerarias que no tienen agujero pasante porque son nada más que para ser colocadas sobre el difunto. Por ejemplo, hay escarabajos-corazón –los que se colocaban en el lugar del corazón del muerto–, que no tienen agujero pasante, sino que está simplemente con las dos alas extendidas, simbolizando resurrección, vuelo.

Muchas veces se habla de la maldición de los faraones, en fin, una serie de cosas misteriosas. Yo me he interesado siempre por este tema, no solamente por el tema de la historia y la arqueología, sino también por lo que podríamos llamar la parte esotérica, la parte más profunda, más misteriosa de las religiones antiguas. En ninguna de las leyendas egipcias aparece maldición alguna. En absoluto. Obviamente, hay advertencias: “No hagáis tal cosa, que os puede pasar cualquier otra”, pero no existen maldiciones de ningún tipo. Toda la antigua civilización egipcia, como todo el derrotero de la cultura egipcia, demuestra una enorme amabilidad, un enorme sentido del amor, de la plegaría, de la creencia en Dios. Esto es común: desde el misterioso hombre que estuvo antes de las pirámides, hasta el hombre actual que está en las universidades o en cualquier parte, tienen ese sentido de la amabilidad, de la creencia en Dios. Ese sentido de la no maldición es propio del egipcio.

Digo esto porque han circulado muchas leyendas sobre las maldiciones egipcias. Yo he conocido profesores, colegas, franceses, españoles, que tienen una pieza egipcia y dicen: «Por favor, llévensela de aquí, porque esto trae una maldición. Desde que está la pieza egipcia a mí me pasa tal cosa, me pasa tal otra». Eso no es cierto, es una simple autosugestión de la gente. Si vosotros ahora os sugestionáis en el sentido de pensar que el cenicero que está allí o aquel otro son objetos fatales o maléficos, si todos lo pensamos al mismo tiempo y nos autoconvencemos de que ese objeto es maléfico, tal vez alguien lo toque y le pase algo. Pero no porque ese objeto sea maléfico, sino porque hemos hecho una forma mental, con un convencimiento total, que si participamos de él, cuando lo vamos a tocar estamos en tal estado de excitación que puede venir un paro cardíaco en cualquier momento. Entendamos, entonces, que no existe esa maldición; lo que sí existe es un extraño mundo lleno de color y de magia.

Podríamos seguir hablando sobre los materiales, sobre la relación que hacían de los astros, los metales y los días, pues valoraban y forzaban todas estas cosas; pero sería demasiado largo así que vamos a ver algunas diapositivas.

Sarcófago segundo de Tutankhamon

Podemos ver aquí las cejas, los ojos, que son incrustaciones de pasta de vidrio. La barba es postiza. Los antiguos egipcios eran completamente lampiños; usaban como símbolo de regencia esa barba postiza. Incluso, podemos ver los nudillos de las manos; el detalle, todas las cosas han sido cuidadas. Su mirada es muy significativa, muy profunda, y esa extraña sonrisa, que aquí desgraciadamente la fotografía la transforma casi en una mueca, pero visto al natural es una sonrisa. Sobre su frente, los símbolos del poder de la vida y de la muerte, el Oreus.

Sarcófago miniatura de Tutankhamon

Esto no es un ushabti, sino una especie de sarcófago en miniatura, pero hace las funciones de un ushabti –de ush, responder, el que responde por el muerto en el mundo del Amenti–. Es una reproducción del gran sarcófago. A los lados hay unas alas hechas en lapislázuli, de color azul, que cruzan el pecho; son las alas de la diosa Nut. Nut es la diosa de la noche, de la oscuridad, de las estrellas; es la contraparte de Nun. También se asocian a veces esas alas con las de Nekhebet, el buitre sagrado que devora todas las cosas de la Tierra y las lleva al Cielo.

Trono real de Tutankhamon

Este es el respaldo del trono. Vemos con qué precisión están incrustadas las piezas. Vemos también los brazaletes de los que os hablaba y los pectorales que protegen la parte superior del cuerpo, tanto en ella como en él. Llevan unas coronas con una serie de atributos sagrados y mágicos.

Imaginad cuánto pesarían estas coronas, si bien no se llevarían a diario, sino para los jubileos, pero así y todo se ha sacrificado en gran parte toda forma de comodidad para, de alguna manera, representar a los dioses en los cuales creían. Esta es una época de transición, pues detrás de ellos vemos una especie de líneas que bajan y terminan en manitas, que eran los símbolos de Atum, o Atón, una de las formas de Ra sobre la Tierra.

Carroza real

Este es uno de los carros ceremoniales que se encontraron. Son verdaderamente impresionantes. El primero que vi fue en París, en una exposición en el Petit Palais. Estaba iluminado y era una enorme masa de oro, que parecía que venía de las tinieblas, parecía un Sol naciente. Habían logrado una armonía y un sentido psicológico extraordinario. Como veis, está chapado de oro y aparecen incrustaciones de distintas piedras.

Representación de Horus

Esta es una de las formas de Horus. Como veis es de oro, pero tiene incrustados los ojos de pasta de vidrio negro y una suerte de pasta más clara o lapislázuli. En el antiguo Egipto Horus era considerado como aquel que velaba sobre los hombres. Figura como una gran lágrima que cae del ojo, porque en el mito osiriano Horus había perdido uno de sus ojos en su lucha contra Set, para poder recobrar la estabilidad de la Tierra y del Cielo, y al ver cómo eran los hombres, ese ojo lloraba. Son las lágrimas que hoy vemos también en los ojos de imágenes de diferentes religiones.

Complemento de los caballos

Esto es una especie de anteojeras que llevaban los caballos para que no se asustasen y se fuesen hacia los lados. Ved con qué belleza está hecho. Vemos también las incrustaciones de distintas piedras conformando una flor de loto, especialmente el loto azul, al que los egipcios daban gran importancia y con el que hacían un perfume –todavía hoy se fabrica– que utilizaban como repelente de los malos espíritus. Además, el loto representaba para los egipcios la posibilidad de crecer en el barro, o sea, la tierra, pasar a través del agua, del aire y llegar a la luz del Sol, es decir, el paso a través de los cuatro elementos y el florecimiento bajo el Ojo de Ra, el Sol.

Y ahora que nombro a Ra, os quiero decir que la arqueología no solamente se hace con los objetos. Por ejemplo, cuando queremos decir en castellano que algo es muy luminoso empleamos la palabra radiante, y cuando nuestros atletas festejan un triunfo gritan: «¡Ra, ra, ra!». Hay cosas que han quedado. En las antiguas oraciones en Egipto se terminaba siempre con la palabra Amen, o sea, Dios. Eso pasó al latín como: «Así sea» y cuando los cristianos rezan el padrenuestro lo terminan con amén. Es decir, que hay una arqueología que no solamente es material, sino que es de costumbres, de vocablos, de fonemas que vienen desde el fondo de la Historia

Cama funeraria

Esta es la cabecera de una cama funeraria, donde aparece una forma de la diosa Hathor con el disco del Sol sobre la cabeza y los grandes cuernos lunares. También está completamente chapada en oro, con esa suerte de manchas en forma de trébol que son símbolos de la diosa.

Cofre de los canopes

Aquí vemos de espaldas a la diosa Selkit. Tiene sobre la cabeza un escorpión, que es uno de los símbolos de un viejo mito que se refería a Isis y los siete escorpiones. Incluso hay una obra de teatro en el antiguo Egipto donde se aludía a la lucha de Isis, como la luna, como la luz, como todo aquello que pudiera ser puro y luminoso, contra el poder terrestre y subterráneo de los escorpiones. Estas diosas que hoy llamamos Selkit son, generalmente, las guardianas de los sarcófagos o de los lugares donde hay cosas sagradas. Todo esto también está chapado en oro y lleno de jeroglíficos.

Pulsera real

Cada jeroglífico, por ejemplo, el Oudjat, es como un amuleto, un talismán, algo que tiene poder mágico en sí. En Egipto, antes de empezarse a escribir el demótico, incluso antes de que se escribiese en jeroglífico de una manera alfabética, existían los viejos jeroglíficos que encerraban cada uno de ellos una idea, o sea, que era ideogramas. Para las cosas sagradas y religiosas se siguieron conservando, por lo menos hasta los comienzos del Imperio Nuevo.

Arqueta real

Aquí veis esta maravilla con incrustaciones de marfil, pedrería y pasta de vidrio, donde está representado el faraón como guerrero o como cazador con sus caballos emplumados, lleno de joyas o de elementos protectores. Aun las bandas que bordean la arqueta no están hechas solo con un sentido estético, sino que además tienen un sentido mágico, incluso el pequeño tirador que hay arriba para poder levantar la tapa de este maravilloso cofre.

Pinjante Nekhebet

Aquí está Nekhebet con sus grandes alas, parecidas a las de Nut, hechas en oro y en lapislázuli. Está sostenida por un collar donde se alternan también piezas de oro y de lapislázuli. En cada una de sus garras tiene un emblema que está relacionado con la vida y con Isis, representando las piedras rojas, la sangre de Isis.

Diadema real

Aquí vemos una diadema o especie de corona. La parte superior forma todo el cuerpo de la cobra; aparece la cabeza de la cobra y la del buitre, que representaban los dos Egiptos, la unión de los Egiptos. Detrás, cuelgan también bandas de protección de oro y una suerte de abalorio que tiene el nombre de su dueño y, generalmente, fórmulas extraídas del Libro de los muertos.

Brazalete real

Este es un brazalete articulado por una verdadera bisagra, que es una joya en el sentido pleno de la palabra. Lo más maravilloso es que no se ve, si uno no sabe que está ahí. Es un gran escarabajo de lapislázuli encuadrado en oro y montado sobre oro y lapislázuli en forma de muñequera. En la parte interior hay una serie de símbolos, de jeroglíficos y también aparece el nombre de Nebkheperure, que era el verdadero nombre de Tutankhamon.

Pinjante escarabajo

Aquí también podemos ver el escarabajo. Esta vez, a los lados están las serpientes Butho, que sostienen sobre sus cabezas ese extraño elemento, el electro, que no es ni oro ni plata, sino una combinación de ambos. Lo demás está hecho en oro y lapislázuli. Debajo del escarabajo vemos la Barca de Millones de Años –como se diría en los viejos libros– perfectamente engarzada.

Los engarces egipcios tienen una ventaja sobre los modernos. Generalmente, en los modernos se ven especies de patitas o soportes que mantienen las piezas. En el antiguo Egipto eso no se hacía, sino que se doblaba el oro y los metales de tal manera que se incrustaba una cosa en la otra y no se notaban soportes de ningún tipo. Incluso eso también se hacía en la joyería romana y en la griega; cuando había que sostener un camafeo, por ejemplo, si era una buena pieza, en lugar de poner esa especie de grapas o patitas a los lados, se colocaba el camafeo con el oro abierto y con el martillo de madera se iba golpeando en forma espiralada, o sea, en forma circular, hasta que apresase la pieza. Así, todo esto está aferrado a presión sin los engarces como hoy nosotros los conocemos. El escarabajo sostiene el disco de Ra.

Brazalete de Ramsés II

Aquí tenemos otro brazalete de una factura muy parecida a la anterior. Podemos apreciar también la misma perfección y la falta de engarces o cómo se han disimulado los mismos. Si uno no se fija bien, no se da cuenta de que los picos de los patos están sosteniendo la piedra, la están empujando. Aparentemente están de adorno; pero no, el pico es lo que sostiene esta piedra, las dos puntas y toda la masa.

Collar de Psusennes

Este tipo de collar era muy común entre los antiguos egipcios. Se utilizaba también como condecoración, al igual que hoy, por ejemplo, la condecoración del Collar de Isabel la Católica. Está hecho de gran cantidad de discos de oro unidos originalmente por una fibra que podía ser de papiro o de lino real; así se mantenía unido.

Pendientes reales

Estos son pendientes o aretes, donde también vemos el trabajo en oro y la forma en que el lapislázuli y el oro se alternan. Podemos ver perfectamente el sistema de rosca, igual que el de ahora, para poder apretar y pasar.

Collares de Seneb-Tisi

Estos son collares muy comunes en Egipto. Generalmente, salvo que uno abra una mastaba o haga una excavación muy seria, no se suelen encontrar collares propiamente dichos, sino que lo que se encuentra son las distintas cuentas de collar en la arena. Esas cuentas se van asociando unas con otras y así se van improvisando collares parecidos a los egipcios.

Diadema

Esto es una diadema con apliques en forma de flor. En el antiguo Egipto, las flores y los perfumes eran muy valorados; todavía hoy siguen siéndolo. En Asuán, frente a Elefantina, hay perfumeros que siguen elaborando extrañas fragancias; las mezclan según viejas tradiciones.

Es obvio que en este rico país tuvieron gran importancia las flores, los perfumes, la belleza, la vida. Quiero destacar esto porque, generalmente, cuando hablamos de Egipto nos acordamos siempre de la parte funeraria, de las momias, etc. Parece que los egipcios hubiesen vivido nada más que para morir. No, los egipcios también gozaban de la vida y del amor como todos nosotros. Tanto es así que se condecoraban a veces, o se regalaban a las amistades, pequeñas mariposas de oro, objetos preciosos, y de ninguna manera tiene esto nada de nefasto ni de triste. Simplemente, era un pueblo que no le temía a la muerte y trataba de conocerla tanto como a la vida.

Joya Osorkon II

Esto es una de las tríadas donde aparecen las tres divinidades del panteón. En el centro está Osiris con los atributos de Amón; a la derecha está Isis con los atributos de Hathor, y a la izquierda está Horus con el lazo de papiro sobre la cabeza –muchas representaciones como esta son de Amón, Mut y Khonsú–; el pilono es también de lapislázuli y la parte superior, de oro.

Con esto terminamos nuestra pequeña charla. Yo querría agregar unas pocas palabras: simplemente recalcar la gran satisfacción que he tenido al poder hablaros unos momentos y dar algunos detalles de este mundo tan viejo y tan bello, en esta casa que está tan ligada a todo aquello que yo quiero y a lo cual he dedicado mi vida, que es la investigación del arte, de la filosofía, de todo lo que nos permite amarnos los unos a los otros, comprendernos los diferentes pueblos y encadenar los distintos momentos históricos para que el hombre nunca, nunca quede aislado, para que todos estemos unidos corazón con corazón, y para que podamos saber que todo lo que vemos y observamos es pasajero y transitorio.

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Referencias del artículo

Conferencia dictada el 12 de marzo de 1977 en la sede de Nueva Acrópolis, Conde de Romanones 5, Madrid, España.

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