Título original |
The Curse of the Jade Scorpion |
Año |
2001 |
Duración |
103 min. |
Director |
Woody Allen |
Guión |
Woody Allen |
Fotografía |
Zhao Fei |
Reparto |
Woody Allen, Helen Hunt, Dan Aykroyd, Charlize Theron, Brian Markinson, David Ogden Stiers, Elizabeth Berkley, John Doumanian, Wallace Shawn, John Tormey, Philip Levy, Dan Moran, John Schuck, Kaili Vernoff, Peter Gerety |
Productora |
Coproducción USA-Alemania; VCL Licensing Gmbh / Dreamworks Pictures / Gravier / Perido Productions |
Una vez al año se repite, desde hace tiempo, la misma ceremonia esperada por muchos con impaciencia: el estreno de la última película de Woody Allen. Es como un reencuentro agradecido con un viejo amigo que viene a vernos de vez en cuando, y aunque no nos sorprende con nada nuevo, su visita es siempre amena e interesante. Atrás quedaron hace mucho tiempo los excesivamente envejecidos experimentos visuales y humorísticos de sus primeras realizaciones en los años setenta, aunque una gran parte del público, demasiado crítico e intransigente, lo sigue identificando con esa visión absurda y exagerada que Woody Allen nos presentaba en películas como Bananas, El dormilón, Toma el dinero y corre o Cosas que quería saber sobre el sexo pero temía preguntar.
Desde hace algunos años, yo soy uno más de los que espera este reencuentro preguntándome cada vez ¿qué nos propondrá en esta ocasión? Y reconozco que casi siempre salgo del cine con una sonrisa en los labios. Este ha sido también el caso de La maldición del escorpión de jade, una deliciosa comedia llena de intrigas policíacas y romanticismo disfrazado de odio y de desprecio. Como en sus realizaciones anteriores Días de radio y Balas sobre Broadway, la acción de La maldición se sitúa en los años treinta, un pasado cercano al que el realizador neoyorkino dirige la mirada con aires de nostalgia. Y de paso, aprovecha para homenajear una vez más al cine negro que tanto admira, encarnando a un oscuro detective que tiene todas las pintas del Humphrey Bogart de El sueño eterno, pero con el aspecto añadido de pobre hombre miserable que Allen siempre inspira, lo cual no deja de ser de por sí cómico.
El hilo argumental tiene su máximo referente en las comedias de la era dorada de Hollywood, donde dos personajes aparentemente opuestos y enfrentados acaban al final sucumbiendo uno en bazos del otro -véase por ejemplo Luz de luna, Historias de Filadelfia o La fiera de mi niña-. Lo que a todas luces parece previsible nada más empezar la película y ver los papeles que interpretan Woody Allen y Helen Hunt, da un giro totalmente inesperado y genial con una simple argucia argumental: una sesión de hipnotismo que resulta determinante, ya que tras la hipnosis, ambos personajes quedan bajo la influencia del malvado de la película, un ambicioso ladrón de guante blanco que aprovechará los conocimientos y experiencia de ambos, como agentes de una importante compañía aseguradora, para hacerse con las joyas de sus clientes más importantes.
A partir de ese instante, dos palabras mágicas, Constantinopla y Madagascar, ponen a los protagonistas a merced de la retorcida voluntad del mago de feria que les ha hechizado. Por la noche, son los autores de los robos durante el trance de la hipnosis. Durante el día, ambos se perseguirán a sí mismos en un enredo detectivesco en el que las sospechas van recayendo sobre uno y sobre el otro alternativamente. La original trama tiene su complemento ideal en unos diálogos verdaderamente delirantes, fruto del buen hacer del propio Woody Allen que, como casi siempre, también firma un guión repleto de frases de doble sentido que él mismo se encarga de recitar a una velocidad verdaderamente endiablada.
El remate final no es menos espectacular, con lanzamiento de cohetes incluido, aunque la moraleja de las películas de Woody Allen sea siempre la misma: los hombrecillos mediocres también tiene derecho a realizar sus sueños, por muy inalcanzables que estos parezcan. Nosotros no podemos decir por menos que Woody Allen es Woody Allen, como él no hay otro igual. Lo tomas o lo dejas tal como es, porque no existe comparación posible. Os recomiendo que no os la perdáis, pasaréis un rato francamente divertido.
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