Sócrates fue condenado a muerte acusado de introducir nuevos dioses en la ciudad y de corromper a los jóvenes, cargos injustos tras los que se ocultaba el odio que le tenían algunos hombres influyentes de Atenas.
Aunque sus discípulos habían preparado un plan para su fuga, sobornando a los carceleros, Sócrates se negó a huir, aduciendo que debía respetar las leyes de su ciudad.
El día previsto para su muerte, todos sus familiares y amigos estaban desconsolados, y el propio condenado a muerte tuvo que ser el que se encargara de darles ánimos.
Pero tampoco en aquel difícil trance perdió Sócrates la oportunidad de ironizar: como Jantipa, su mujer, lloraba y no paraba de lamentar que lo fueran a matar injustamente, Sócrates le preguntó:
-¿Es que acaso preferirías que me mataran con justicia?
Créditos de las imágenes: Medialuka
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