La idea del hombre como peregrino y de la vida como una peregrinación es muy común en casi todas las tradiciones, concordando con la creencia del origen divino del hombre, su “caída” en la materia y su aspiración a retornar a su patria celestial. Todo esto le da al ser humano un carácter de extranjería en este mundo, a la vez que una transitoriedad a todas sus encarnaciones terrestres.
La idea de que “estamos de paso” y de que los seres humanos venimos a la Tierra como peregrinos la predican todas las religiones y es algo que aceptamos por experiencia, pues ya hemos podido comprobar muchas veces que es así. “El hombre parte y regresa” –“exitus, reditus” – dice la Biblia. Nuestra patria verdadera sabemos que es el cielo, como sabemos igualmente que aquí estamos de peregrinaje para aprender y vivir nuevas experiencias que irán haciendo crecer nuestra alma.
En el simbolismo del peregrino entran también todos los atributos de este: la concha, el camino, el bastón o báculo, el pozo con el agua de salvación que encuentra a su paso, el manto y el laberinto son los más significativos. Peregrinar es precisamente entender y recorrer el laberinto de la vida mientras aprendemos a caminar por el sendero que nos va a llevar al centro, a regresar de nuevo a casa. El báculo simboliza la idea de la resistencia, una condición imprescindible para llegar al final del camino, que simboliza el sendero ascendente del alma. La concha es uno de los ocho emblemas de la buena suerte del budismo chino para tener un viaje próspero y feliz. El pozo de agua refrescante y purificadora es símbolo de la aspiración sublime, del “hilo de plata” que nos comunica con el centro; el hallazgo simbólico de pozos es un signo anunciador de sublimación, y mirar el agua de un lago o un pozo equivale a mantener una actitud serena, mística y contemplativa. Finalmente el manto es, por un lado, señal de aislamiento y de dignidad superior y, por otro, es un velo que simboliza la separación que se establece entre la persona que lo lleva y el mundo que le rodea.
El peregrino es también un símbolo religioso de la vida terrenal del ser humano, que cumple aquí su tiempo de pruebas encarnando en este mundo para alcanzar la gloria y poder acceder a la “tierra prometida” al paraíso que un día perdimos.
El símbolo del peregrino no solamente expresa el carácter transitorio de una situación, sino también el desapego interior que supone el saber que nuestra vinculación verdadera no debe ser con el peregrino, sino con el Yo superior que viene a realizar su peregrinación de aprendizaje y purificación en este planeta. Tener “alma de peregrino” puede significar a veces una cierta inestabilidad o desequilibrio, propios de quien va de un lado para otro por ignorancia, por no conocer el verdadero sentido de la realidad. Además, el peregrino ha de realizar su viaje sin ningún lujo, pobremente, lo que responde a la idea del desapego y de la purificación que debe ser su objetivo principal.
Otro aspecto para tener en cuenta en el simbolismo del peregrino es la idea de expiación y de redención, así como de homenaje a los grandes avataras que, como Cristo, Buda, Osiris o Mahoma, santificaron los lugares por los que habían de transitar los futuros peregrinos. Estos deben identificarse, al llegar a estos lugares, con aquellos que les precedieron y marcaron el camino, ya que tanto las romerías como las peregrinaciones están emparentadas con los ritos de iniciación.
Créditos de las imágenes: Jorge Luis Ojeda Flota
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