Un día el mulá Nasrudín fue a un baño turco, pero como estaba tan mal vestido, los asistentes no le prestaron mucha atención. Le dieron solo un poco de jabón, un trapo para cubrirse y una toalla vieja.
Cuando el mulá se fue, le dio a cada uno de los dos asistentes una moneda de oro. Como no se había quejado de su mal servicio, se sorprendieron mucho. Se preguntaron si les hubiera dado una propina aún mayor, en el caso de que lo hubieran tratado mejor.
La semana siguiente, regresó. Esta vez, lo trataron como a la realeza y le entregaron toallas bordadas y un paño de seda. Después de ser masajeado y perfumado, salió del baño, entregando a cada asistente la moneda de cobre más pequeña posible.
“Esto”, dijo el mulá, “es por la última visita. Las monedas de oro son para hoy.”
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